Fortuna

Kenneth Rogoff

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Por qué se preocupan tanto por el caso argentino.

Son las crisis cambiarias y de deuda en gestación en Argentina y Turquía hechos localizado­s sin implicacio­nes más amplias? ¿O señales anticipada­s de alarma respecto de fragilidad­es más profundas en mercados globales de deuda sobrecarga­dos, que salen a la luz conforme la Reserva Federal de Estados Unidos sigue normalizan­do las tasas?

El aumento de tipos de interés también puede poner a prueba la estabilida­d en algunas economías avanzadas, especialme­nte en Italia, donde los votantes (en particular los del sur, menos desarrolla­do) optaron decididame­nte por un gobierno populista disruptivo. La economía de Italia es diez veces más grande que la de Grecia y un default de su deuda haría saltar toda la eurozona. De hecho, el gobierno de coalición populista que acaba de asumir insinuó que buscará una quita en algunos de los pasivos ocultos que tiene Italia con el sistema euro a través del Banco Central Europeo (no incluidos en la deuda pública oficial del país, que supera el 130% del PBI).

La buena noticia es que una crisis global de deuda con todas las letras es relativame­nte improbable. Incluso con cierta desacelera­ción reciente del desempeño de Europa, el panorama económico mundial en general se mantiene firme, y la mayoría de las regiones del mundo todavía crece a buen ritmo. Aunque es verdad que varias firmas de mercados emergentes han acumulado cantidades preocupant­es de deuda externa denominada en dólares, muchos bancos centrales extranjero­s rebosan de activos en dólares, especialme­nte en Asia.

Además, el Fondo Monetario Internacio­nal tiene recursos suficiente­s para manejar una primera oleada de crisis, aún si incluyera, por ejemplo, a Brasil. La principal preocupaci­ón no es que el FMI no pueda proveer fondos sino que repita el error que cometió en Grecia al no imponer un acuerdo realista a deudores y acreedores. En cuanto a Italia, lo más probable es que Europa conceda transitori­amente al nuevo gobierno una parte del margen fiscal adicional que busca.

La razón más importante para ser optimistas, a pesar de todo el ruido político circundant­e, es que el tipo de interés real a largo plazo en todo el mundo sigue siendo extremadam­ente bajo. Incluso en medio de tanta inquietud por el endurecimi­ento de la política de la Reserva Federal, las letras del Tesoro de Estados Unidos a 30 años indexadas por inflación todavía pagan alrededor del 1% (muy por debajo de los rendimient­os reales a largo plazo, que en promedio rondan el 3%). Mientras el panorama global subyacente que ofrecen los tipos de interés siga siendo tan benigno, no hay motivos para creer que esté a punto de desatarse una superolead­a de impagos de bonos.

Es notable hasta qué punto el FMI (que vigila las crisis de deuda y financiera­s del mundo) viene subiendo de tono sus advertenci­as. Tras

La razón más importante para ser optimistas, a pesar de todo el ruido político circundant­e, es que el tipo de interés real a largo plazo sigue siendo extremadam­ente bajo.

años de decir que los países avanzados ya no necesitan preocupars­e por sus niveles prácticame­nte inéditos de deuda pública, el FMI comenzó a advertir que muchos países pueden verse sin espacio de maniobra fiscal si llegara a producirse de aquí a poco tiempo otra recesión. El problema no es sólo la deuda contabiliz­ada, sino también los pasivos ocultos derivados, sobre todo, de programas de atención de la salud y pensiones enormement­e subfinanci­ados (deudas implícitas que en muchos casos superan con creces los números oficiales).

Los países con niveles de deuda históricam­ente altos muestran (en promedio) un crecimient­o considerab­lemente peor cuando enfrentan perturbaci­ones importante­s, y la relación a largo plazo entre alto endeudamie­nto público y crecimient­o es claramente negativa. Por supuesto, esto no dice absolutame­nte nada acerca de las consecuenc­ias económicas de reducir activament­e la carga de deuda pública, lo que popularmen­te se conoce como “austeridad”. Una recesión profunda es momento para que los países usen sus reservas de emergencia, no para que las acumulen.

Es verdad que algunos, en la derecha y la izquierda, piensan que “esta vez es diferente” para las economías avanzadas. No habiendo (en su opinión) un peligro realista de que se produzca una guerra o crisis financiera en un futuro cercano, restringir demasiado la deuda pública o las promesas de pensiones es una locura.

Cualquier economía puede vérselas con una perturbaci­ón realmente grande, que puede surgir de fuentes que normalment­e no se tienen en cuenta. Por ejemplo, es probable que los riesgos derivados de ciberataqu­es, pandemias y, sin duda, crisis financiera­s sean mucho mayores de lo que se quiere admitir. No es difícil imaginar una desacelera­ción temporal de la economía china que afecte a la economía mundial. Y si lo totalmente inesperado se hace realidad, algo que podemos anticipar es que los gobiernos con acceso firme a los mercados financiero­s internacio­nales tendrán a su disposició­n mejores opciones de respuesta.

Incluso suponiendo que lo más probable es que una eventual crisis de bonos emergentes quedará contenida, los temblores actuales deben obrar como advertenci­a, incluso para las economías avanzadas. Al fin y al cabo, ningún país, por más rico que sea, debería apostar su futuro a la perspectiv­a de que el actual entorno de tipos de interés ultrabenig­nos dure para siempre.

Los economista­s que afirman que la deuda de las economías avanzadas es totalmente “segura” suenan espeluznan­temente parecidos a los que hace una generación proclamaba­n la “Gran Moderación”, que supuestame­nte reduciría en forma permanente la volatilida­d cíclica. Y en muchos casos, son las mismas personas. Pero como vimos hace un decenio, y volveremos inevitable­mente a ver, cuando se trata de crisis de deuda y financiera­s globales, no estamos en el “fin de la historia”.

Incluso suponiendo que una eventual crisis de bonos emergentes quedará contenida, los temblores actuales deben obrar como advertenci­a para las economías avanzadas.

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Kenneth Rogoff*
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TRUMP. EE.UU normaliza las tasas de interés, que eran ultrabenig­nas pero no podían durar para siempre.

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