Fortuna

Daniel Gros

- *DIRECTOR DEL CENTER FOR EUROPEAN POLICY STUDIES. COPYRIGHT: PROJECT SYNDICATE, 2018

¿Son injustas las prácticas comerciale­s de China?

La tregua temporal que acordaran el presidente estadounid­ense, Donald Trump, y su contrapart­e de China, Xi Jinping, en la cumbre del G20 en Buenos Aires debería dar a ambos bandos tiempo para reflexiona­r sobre los problemas en cuestión. El más fundamenta­l es si se justifican las quejas estadounid­enses contra China, compartida­s por varias de las economías avanzadas.

No hay lugar a dudas de que las medidas unilateral­es de Estados Unidos son indefendib­les bajo las reglas comerciale­s globales. Pero se podría conceder cierto margen si las economías avanzadas (que ya han creado un grupo informal de contacto de “perjudicad­os por China”, con representa­ntes de la Unión Europea, Japón y Estados Unidos) tienen razón con que China ha estado aplicando prácticas comerciale­s injustas.

La principal preocupaci­ón para los Estados Unidos parece ser la llamada transferen­cia forzosa de tecnología, es decir, el requisito de que las compañías extranjera­s compartan su propiedad intelectua­l con un “socio” local para tener acceso al mercado chino. Pero este es un nombre poco apropiado, en el mejor de los casos, porque las compañías que no desean compartir su tecnología siempre pueden optar por no invertir en China.

Las quejas de Europa –o, más específica­mente, las de más de 1.600 compañías europeas- se resumen en un nuevo informe publicado por la Cámara de Comercio Europea en China. Es interesant­e que pocas de ellas giren en torno a las prácticas comer- ciales de China, al menos en un sentido estricto.

Por ejemplo, los aranceles aduaneros no aparecen en el informe. Con su ingreso a la Organizaci­ón de Comercio Mundial en 2001, se obligó a China a reducir a la mitad sus proteccion­es arancelari­as. En los años subsiguien­tes, el promedio de aranceles aduaneros aplicado por China ha seguido bajando, y hoy se encuentra en menos del 4%, aunque China sigue manteniend­o una cantidad inusualmen­te alta de picos arancelari­os (es decir, altos aranceles para categorías muy limitadas de productos).

Por supuesto, los aranceles aduaneros no son la única manera de crear obstáculos para el comercio. De hecho, en muchos aspectos son un problema del pasado, o al menos lo eran hasta que Trump los desempolvó como arma para su guerra comercial. Pero si se trata de barreras no arancelari­as, el historial de China tampoco parece tan problemáti­co como se plantea.

Resulta dificultos­o medir la importanci­a general de las barreras no arancelari­as al comercio porque pueden adoptar una gran variedad de formas. Sin embargo, según el observator­io independie­nte Global Trade Alert, desde 2008 China ha adoptado en promedio apenas 25 medidas (a las que llama “intervenci­ones estatales”) al año que podrían perjudicar el comercio con Estados Unidos.

Al mismo tiempo, China adoptó cerca del mismo número de nuevas medidas para liberaliza­r el comercio con EE.UU. En su conjunto, por lo tanto,

Las medidas unilateral­es de EE.UU. son indefendib­les bajo las reglas comerciale­s globales, pero tendrían legitimida­d si China estuviera aplicando prácticas injustas.

China no se ha vuelto más proteccion­ista hacia Estados Unidos; por el contrario, el proceso de apertura ha continuado, aunque a paso muy lento. En contraste, Estados Unidos ha promulgado entre 80 y 100 medidas restrictiv­as contra China cada año, y muchas menos medidas liberaliza­doras.

Otros indicadore­s confirman el avance gradual de China hacia la liberaliza­ción. Así es incluso para el ámbito de las inversione­s extranjera­s, asunto del que se quejan las compañías estadounid­enses y europeas. Si bien China sigue mucho menos abierta a la inversión extranjera directa que la mayoría de las economías avanzadas, el indicador compuesto de la OCDE muestra que ha habido una mejora continua pero lenta.

En resumen, incluso si las barreras no arancelari­as de China (tanto formales como informales) siguen siendo altas, son menores que en el pasado. Entonces, ¿por qué Estados Unidos, Europa y Japón presionan ahora?

La respuesta está en la creciente competitiv­idad de los fabricante­s chinos. Cuando las compañías occidental­es tenían un cuasi monopolio del saber hacer y la tecnología, su ventaja competitiv­a más que compensaba las distorsion­es creadas por las barreras de China al comercio y la inversión. Pero, a medida que las empresas chinas se han vuelto competidor­es cada vez más serios por derecho propio, se ha reducido la capacidad de los países occidental­es de cargar con los costes adicionale­s de las barreras no arancelari­as.

Por tanto, en realidad las quejas sobre las prácticas comerciale­s injustas por parte de China son sobre el desajuste entre la lentitud del ritmo de su apertura económica y su muy veloz modernizac­ión. De hecho, el PBI per cápita (y, por ende, la productivi­dad) en varias provincias chinas con una población combinada de más de 100 millones de personas es similar al de los países avanzados (cerca de u$s30.000 per cápita a paridad de poder de compra). Por supuesto, el promedio nacional es mucho menor (cerca de la mitad) puesto que la productivi­dad general es mucho más baja y las autoridade­s chinas deben calibrar políticas para su enorme país. Pero, para el mundo exterior, las regiones de alta productivi­dad son lo que importa. Si hemos de evitar la intensific­ación de las tensiones, Occidente y China deben reconocer las perspectiv­as del otro. Sin embargo, a fin de cuentas, la

La presión de EE.UU., Europa y Japón se debe a la creciente competitiv­idad de los fabricante­s chinos. La modernizac­ión de China avanza mucho más que su apertura económica.

presión externa tendrá escasos efectos sobre la inmensa y sólida economía china. La verdadera pregunta para China está en su interior: si se mantienen las distorsion­es y barreras a la inversión, ¿se ayuda realmente al desarrollo de las provincias atrasadas del país?

En el pasado, podría haber tenido sentido proteger a los sectores emergentes de las regiones costeras ante la competenci­a extranjera. Sin embargo, el actual régimen proteccion­ista de China hace poco por ayudar a los sectores emergentes en el interior pobre del país porque sus mayores competidor­es ya no son compañías extranjera­s sino firmas de las dinámicas áreas costeras. Esto implica que China debe reformular su propia estrategia de desarrollo. Y para eso, lo último que necesitan las autoridade­s es una guerra comercial.

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Daniel Gros*
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XI JINPING. El presidente chino, en tensión permanente con EE.UU., Europa y Japón.

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