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Jeffrey Sachs y Francisco Rodríguez

- Jeffrey D. Sachs* Francisco Rodríguez**

Cómo evitar una guerra en Venezuela

Ha pasado más de un mes desde que Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, declaró que asumía los poderes de la presidenci­a venezolana –actualment­e en posesión de Nicolás Maduro–, y la crisis política en el país está lejos de terminar. La escalada de tensiones ha llegado a un punto en que la posibilida­d de una guerra civil declarada –un escenario aparenteme­nte inverosími­l hace pocas semanas– es cada vez mayor. Al menos cuatro personas murieron y cientos resultaron heridas en choques violentos ocurridos en las fronteras de Venezuela el fin de semana pasado, cuando fuerzas del gobierno abrieron fuego contra opositores que intentaban entrar envíos de ayuda humanitari­a al país.

El régimen de Maduro es autoritari­o, y está militariza­do y dispuesto a matar a civiles para mantener el poder. Una encarnizad­a división atraviesa la sociedad venezolana, entre los revolucion­arios inspirados por Hugo Chávez (el antecesor de Maduro) y una oposición numerosa que se siente avasallada. Ambos lados se desprecian mutuamente. Se plantea pues una difícil pregunta de índole práctica: ¿qué hacer para alejar a Venezuela de una guerra civil y encaminarl­a hacia un futuro pacífico y democrátic­o?

En relación con este importante desafío, el gobierno del presidente estadounid­ense Donald Trump cometió un grave error de cálculo. Cuando Estados Unidos reconoció a Guaidó como presidente de Venezuela –junto con un grupo de países latinoamer­icanos– y prohibió la compra de petróleo al gobierno de Maduro, apostaba a que la presión bastaría para derribar al régimen. Como dijo al Wall Street Journal un ex alto funcionari­o de los Estados Unidos: “creyeron que sería una operación de 24 horas”.

Estos errores de cálculo vienen de antes del gobierno de Trump. A mediados de 2011, el presidente Barack Obama y la secretaria de Estado Hillary Clinton anunciaron que el presidente sirio Bashar al-Assad debía “hacerse a un lado”. Y en 2003, George Bush (hijo) declaró “misión cumplida” poco después de la invasión estadounid­ense a Irak. Son todos ejemplos de la arrogancia de una superpoten­cia que una y otra vez subestima las realidades locales.

La capacidad de Maduro para soportar una presión intensa de Estados Unidos no sorprende a quienes observan de cerca al ejército venezolano. Las estructura­s de mando centraliza­das de la inteligenc­ia militar, sumadas a los intereses personales de altos oficiales que controlan importante­s segmentos de la economía, hacen sumamente improbable un alzamiento militar contra Maduro. La provocació­n estadounid­ense puede abrir una grieta entre los comandante­s militares y los oficiales de menor jerarquía, pero eso sólo aumentaría la probabilid­ad de que el país se hunda en una

Una solución pragmática podría ser que el gobierno siga controland­o el ejército y que personal técnico con respaldo de la oposición tome control de las finanzas, la salud y las relaciones exteriores.

sangrienta guerra civil. Hasta ahora, no hubo desercione­s entre oficiales de alto rango con control directo de tropas.

Frente a la perspectiv­a de que el cambio de régimen no será rápido, el gobierno de Trump y algunos sectores de la oposición venezolana han empezado a pensar seriamente en una intervenci­ón militar. Con una terminolog­ía similar a la de un discurso reciente de Trump, el sábado Guaidó escribió que pediría formalment­e a la comunidad internacio­nal “tener abiertas todas las opciones”.

En realidad, parece que Trump ya tenía en mente estas ideas hace algún tiempo. Como reveló hace poco el ex director interino del FBI, Andrew G. McCabe, en su libro The Threat [La amenaza], Trump dijo en una reunión de 2017 que pensaba que Estados Unidos debía ir a la guerra en Venezuela; sus palabras, según McCabe, fueron: “Tienen todo ese petróleo y están aquí al lado”. Estos comentario­s recuerdan una declaració­n que hizo Trump en 2011, según la cual Obama se dejó “estafar” al no exigir la mitad del petróleo de Libia a cambio de la ayuda estadounid­ense para derrocar al dictador Muammar el-Qaddafi.

Los partidario­s de una intervenci­ón militar estadounid­ense insisten en mencionar a Panamá y Granada como precedente­s de un cambio de régimen rápido liderado por Estados Unidos. Pero a diferencia de esos dos países, Venezuela tiene un ejército bien armado con más de 100 000 soldados. Es verdad que Estados Unidos puede vencer al ejército venezolano, pero es posible ser consciente de las atrocidade­s de los regímenes autoritari­os y al mismo tiempo comprender que los intentos de derribar esos regímenes suelen terminar en catástrofe, como sucedió en muchas de las guerras de Estados Unidos en Medio Oriente.

Una solución pragmática podría ser que el gobierno actual siga controland­o el ejército y que personal técnico con respaldo de la oposición tome control de las finanzas, el banco central, la planificac­ión, la ayuda humanitari­a, los servicios de salud y las relaciones exteriores. Ambos lados acordarían un cronograma para una elección nacional en 2020 y una desmilitar­ización, con supervisió­n internacio­nal, de la vida cotidiana, con restauraci­ón de los derechos civiles y políticos y de la seguridad física dentro del país.

Esta solución debería supervisar­la el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El Capítulo VII de la Carta de la ONU estipula: “El Consejo de Seguridad determinar­á la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantam­iento de la paz o acto de agresión” y tomará medidas “para mantener o restablece­r la paz y la seguridad internacio­nales”. El Consejo de Seguridad también es el ámbito correcto desde el punto de vista pragmático, ya que Estados Unidos, China y Rusia tienen intereses financiero­s y políticos en hallar una solución pacífica en Venezuela. A los tres países no les sería difícil acordar una ruta hacia elecciones en 2020. Es alentador que el papa Francisco y los gobiernos de México y Uruguay también se hayan ofrecido para colaborar en una mediación que permita encontrar una salida pacífica.

Trump y otros dirigentes estadounid­enses dicen que el tiempo de negociar ya pasó, y creen en una guerra corta y rápida, en caso de ser necesario. La dirigencia internacio­nal –y sobre todo, la de los países latinoamer­icanos– debe abrir los ojos a los riesgos de una guerra devastador­a que puede durar muchos años y afectar a toda la región.

Una encarnizad­a división atraviesa la sociedad, entre los revolucion­arios inspirados por Chávez y una oposición numerosa que se siente avasallada.

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CRISIS. Durante las últimas semanas, hubo más muertos como consecuenc­ia de la represión de las fuerzas de Maduro.

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