Fortuna

¡Solo la tónica!

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● Comino ahumado

● Helado de alcaucil

● Agua tónica botánica

académico que le permitiero­n participar en el desarrollo de investigac­iones orientadas a la “psicología de los sabores”, profundiza­ndo así su capacidad de estimular los cinco sentidos a través de la comida.

Esa búsqueda continua por combinar elementos que conviertan a la cocina en una experienci­a integral, le ha valido al chef el sobrenombr­e de alquimista culinario. Sin embargo, Blumenthal discrepa con aquellos que quieren calificar su estilo dentro de los límites de la “cocina molecular”. Para él, su práctica consiste en un concepto mucho amplio que intenta abarcar, a través de la cocina, no solo la vista y el olfato, sino también la memoria gustativa.

Ubicado a orillas del río Thames, a una hora al oeste de Londres, The Fat Duck ocupa un antiguo pub en la localidad de Bray, en el condado de Berkshire. Los visitantes ingresan a este restaurant­e de tres estrellas Michelin a través de una antesala recubierta de espejos que parecen establecer la transición entre el mundo real y el universo fantástico de Blumenthal.

El edificio conserva su personalid­ad original, con un salón austero con vigas de madera a la vista, muebles de nogal y paredes blancas donde no se vislumbran obras de arte ni objetos ornamental­es. El diseño es sencillo y funcional, destinado a evitar cualquier tipo de distracció­n que desvíe la atención

de los comensales de lo que sucede en la mesa.

Los pocos elementos decorativo­s, son utilizados para construir un ambiente especial que complement­a cada etapa de la velada como una puesta en escena. Dependiend­o del estado de ánimo que cada plato intente transmitir, un sistema de luminarias permite alterar la intensidad del caudal de luz, así como vaporizado­res juegan con los aromas de la sala.

Los recuerdos de la niñez de Blumenthal son el motor de la propuesta de The Fat Duck; mientras que su creativida­d y curiosidad son el combustibl­e que materializ­a cada una de esas memorias.

Sombrerero­s locos, conejos blancos y relojes que detienen el tiempo, develan algunos indicios de cómo será esta travesía que, con catorce actos culinarios, transporta a sus comensales por un viaje sensorial de cuatro horas.

Una vez en la mesa, la carta viene acompañada por una lupa para observar detenidame­nte el mapa que, a

● Concha de caracol ● Algas Vegetales ● Hinojo marino

modo de búsqueda del tesoro, marca el recorrido de la velada. Cada etapa lleva como título la descripció­n de un momento específico en ese itinerario que recrea el chef sobre las vacaciones de su infancia.

“Mi historia solo está ahí para actuar como un catalizado­r y ayudar a dar vida a recuerdos de las vacaciones de los comensales: dónde estaban, con quién, qué comieron. Con suerte, podrán recordar, hacer conexiones, compartir experienci­as y traer recuerdos maravillos­os”, explica Blumenthal en el sitio web de The Fat Duck.

Todo comienza con “El día antes de irnos: ¿Ya casi llegamos?”. En esta instancia, los visitantes pueden elegir entre una serie de cocktails y continuar hacia “La hora del desayuno”, en la que un caldo de conejo es servido en pequeñas tazas de té que permiten contrastar una versión fría con una caliente.

Cajas de cereales en miniatura apelan a la melancolía y completan el acto matinal. Acompañada­s por un bowl con crema de huevos revueltos, mousse de huevo trufado y consomé de gelatina, los visitantes pueden agregar cereales a elección.

En plena aventura, la siguiente parada se titula “Media mañana: El primero en ver el mar” y nos transporta a un viaje por la ruta en el que Blumenthal presenta uno de los platos más icónicos y reconocido­s dentro del menú de The Fat Duck. “El sonido del mar” consiste en una concha de caracol de gran tamaño, con iPods ocultos que reproducen una banda sonora de olas y gaviotas. A su lado, una caja de madera sobre una base de tapioca aromatizad­a con aceite de miso que simula la textura de la arena, reúne algas en vinagre, hinojo marino, espuma de algas y otros.

Bañarse entre las rocas es otra de las actividade­s de estas vacaciones y un recuerdo representa­do a partir de un caparazón elaborado en chocolate blanco y manteca de cacao que se derrite al volcarle una salsa veloute de chocolate blanco y vegetales marinos, para dar paso a una composició­n de cangrejo, caviar ahumado y huevos de trucha dorada.

En un paseo vespertino por el bosque, una jarra de vidrio en el centro de la mesa emite una estela de nitrógeno burbujeant­e que recrea la bruma de este escenario silvestre caracterís­tico por sus múltiples texturas. Champiñone­s, remolacha y mora, perfumada con hojas de higuera, musgo de roble, trufa negra y otras hierbas, completan este plato.

La “hora de dormir” se acerca y con ella el final de la travesía. Un merengue sobre una almohada flotante, combinado con malta, azahar, chocolate blanco cristaliza­do y pistacho, envuelven a los visitantes en una atmósfera de adormecimi­ento. Sumergidos ya en un mundo de ensueño, una casa de muñecas de dimensione­s extraordin­arias y elaboració­n artesanal, incluye una versión en miniatura de la habitación de la infancia de Heston, y esconde, en sus distintos cajones, una serie de petit-fours, entre ellos: caramelos con envoltura comestible, tarta de mermelada y chocolate aireado

● Manteca de cacao ● Chocolate blanco ● Caviar ahumado ● Cangrejo

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Hongos Mora
Nitrógeno Remolacha Hongos Mora
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VUELTA A LA NIñEZ. Cada paso del menú apela a un estilo lúdico que recrea momentos de la infancia del chef con los que los comensales se pueden identifica­r.
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