Fortuna

Por qué tantos quieren irse de la Argentina

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Hay una historia que cuento a menudo que dice así: Diez hombres se reunían todas las noches en el mismo bar para charlar, beber cerveza y comer algo. Cada noche, la cuenta final era de $100. Dado que no siempre quien comía y/o tomaba más era la misma persona y que además la picada era compartida por varios, los amigos decidieron pagar la cuenta en proporción a los ingresos de cada uno y no —por ejemplo— en partes iguales o de acuerdo con cuánto consumía cada uno.

El resultado práctico de dicha decisión fue el siguiente: Los primeros 4 hombres (los que tenían menos ingresos) no pagaban nada. El 5º pagaba $1. El 6º pagaba $3. El 7º pagaba $7. El 8º pagaba $12. El 9º pagaba $18. El 10º (que era quien más dinero ganaba) pagaba $59.

A partir de entonces, todo era diversión y nunca más volvieron a hablar de la cuenta. Sin embargo, una noche, el dueño del bar les planteó lo siguiente: “Ya que ustedes son tan buenos clientes, les voy a reducir el precio de sus consumos diarios en $20. La cuenta total será, a partir de ahora, de $80”.

Era claro que los cuatro primeros seguirían bebiendo gratis. El dilema era qué pasaría con los otros bebedores. En otras palabras, ¿cómo debían los seis amigos que contribuía­n al pago de la cuenta repartir esa rebaja de $20? Lo primero que se los ocurrió, obviamente, fue dividir el ahorro en partes iguales. Así, calcularon que los $20 divididos en 6 representa­ban un ahorro de $3,33 para cada uno.

Sin embargo, si restaban eso de la porción que pagaba cada uno de la cuenta, tanto el 5º como 6º bebedor estarían cobrando por beber y comer, lo cual no tenía sentido alguno. Luego de algunas discusione­s, el grupo decidió continuar pagando la cuenta con la misma lógica con la que lo venían haciendo, esto es, en forma proporcion­al a los ingresos de cada uno.

El nuevo esquema de pago sería el siguiente: El 5º bebedor pasaría a no pagar nada (100% de ahorro). El 6º pagaría $2 en lugar de $3 (33% de ahorro). El 7º pagaría $5 en lugar de $7 (28% de ahorro). El 8º pagaría $9 en lugar de $12 (25% de ahorro). El 9º pagaría $14 en lugar de $18 (22% de ahorro). El 10º pagaría $50 en lugar de $59 (16% de ahorro).

Cada uno de los pagadores estaba ahora en una situación mejor que antes y, quienes menos pagaban, se beneficiar­ían proporcion­almente más del descuento otorgado por el barman.

Sin embargo, una vez fuera del bar, los amigos comenzaron a comparar lo que estaba ahorrando cada uno de ellos. “Yo recibí $1 de los $20 ahorrados”, dijo el 6º hombre y señaló al 10º bebedor, diciendo que “recibió $9”. “Es verdad”, dijo el 5º hombre: “Yo también ahorré sólo $1; es injusto que él reciba nueve veces más que yo”. “¡El sistema beneficia a los ricos!”, exclamó el 7º. “¡Un momento!”, gritaron los cuatro primeros bebedores al mismo tiempo. “Nosotros no hemos recibido nada de nada. ¡El sistema no solo beneficia a los ricos, sino que explota a los pobres!”. Los nueve hombres rodearon al 10º y le dieron una paliza.

La noche siguiente, obviamente, el 10º hombre

¿Algún lector tiene deseo de ir a donde lo traten mal? El dinero tampoco. Es contrario al riesgo, la inestabili­dad, y siempre va a ir hacia donde lo cuiden.

no fue al bar. Los otros nueve bebedores se sentaron y bebieron sus cervezas y comieron sus picadas sin él, pero a la hora de pagar la cuenta, descubrier­on que entre todos no juntaban el dinero para pagar siquiera la mitad de la cuenta.

Tal cual señalaba Margaret Thatcher, ex primera ministra del Reino Unido, el modelo socialista (o, como les gusta decir ahora, nacional y popular) fracasa cuando se acaba el dinero... de los demás.

Así funciona (o no funciona) un sistema tributario que tiene por objetivo la “redistribu­ción de la riqueza”. En nuestro ejemplo, los amigos acordaron libremente el reparto, pero en la vida real eso lo define el Estado. ¿Qué pasa entonces? Si un país pone impuestos muy altos a los que más tienen y/o fomenta que se ataque a los ricos por el mero hecho de serlo, lo más probable es que aquellos no aparezcan nunca más por el “bar”.

Esto último les debe sonar de algún lado, sí: es lo que ocurre hoy con muchos países, como la Argentina, en los que la famosa grieta es fomentada desde el Estado cuando se señala a los ricos por el mero hecho de ser ricos, como si no hubieran invertido, producido, dado trabajo y pagado sus impuestos para llegar a serlo. Y lo que ocurre, además, es que estas mismas personas, estas mismas familias (los amigos del bar que bancaban al resto) no vuelven a apostar más por este sistema: se cansan y se van a vivir, o a beber, a otro lugar.

¿Qué buscan? Libertad. Seguridad jurídica. Estabilida­d. ¿Qué pasa entonces? Los países que presionaro­n para recaudar más recaudan menos.

¿Algún lector tiene deseo de ir a donde lo traten mal? El dinero tampoco. Es averso al riesgo, a la inestabili­dad, y siempre va a ir hacia donde lo cuiden, hacia donde lo traten bien. Claro que el dinero no piensa ni actúa por sí solo: son los ricos los que deciden cuidarse y cuidar su dinero, proteger sus activos en países que puedan ofrecer seguridad jurídica, respeto por la propiedad privada, privacidad e impuestos bajos. ¿Les suena esto también? Es lo que pasa actualment­e en la

Argentina: muchas empresas y muchas familias quieren instalarse en otros países.

Un sistema tributario que castiga a quienes más ganan provoca problemas. Por ejemplo, quienes son “beneficiad­os” por ese sistema (los bebedores que no pagaban) terminan consumiend­o más de lo que realmente necesitan, es decir, utilizan de manera ineficient­e los recursos de quienes los producen.

El populismo y el socialismo justifican en la necesidad de “igualdad” los aumentos en las alícuotas o la implementa­ción de un impuesto a la riqueza. Pero, como siempre digo, el problema no está en la desigualda­d ni en la riqueza, sino en la pobreza. Y el objetivo de ninguna política debería ser que haya menos ricos, sino que haya menos pobres.

El verdadero problema del país no está en la desigualda­d social ni en la riqueza, sino en el alto nivel de pobreza.

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Martín Litwak*
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 ??  ?? DECISIÓN. El impuesto a la riqueza es otra mala señal para quienes producen e invierten en el país, según el autor de este libro.
DECISIÓN. El impuesto a la riqueza es otra mala señal para quienes producen e invierten en el país, según el autor de este libro.

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