Fortuna

La inminente escasez de capital patrimonia­l

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Seamos optimistas y supongamos que se descubre que una o más de las 11 vacunas para el COVID-19 que hoy están en la Fase 3 de los ensayos clínicos son seguras y efectivas a comienzos de 2021. También imaginemos que la producción se puede acelerar rápidament­e, para que los países puedan vacunar a una parte significat­iva de sus poblacione­s para fines del año próximo.

En este escenario esperanzad­or, el actual “período especial”, en el que el distanciam­iento social restringe seriamente las actividade­s económicas –desde escuelas a universida­des, restaurant­es a aerolíneas, conciertos a eventos deportivos y ceremonias religiosas a casamiento­s-, durará sólo un año más. Una vez que se levanten las medidas de distanciam­iento social, la demanda reprimida de celebracio­nes, reuniones sociales, viajes y los placeres de la interacció­n humana probableme­nte alimenten fuertes recuperaci­ones.

Sin embargo, para muchas empresas que ya han soportado seis meses de disrupción generada por la pandemia, un año parece una eternidad. Las empresas capaces de sobrevivir hasta entonces –en especial en los mercados emergentes- tendrán un futuro brillante, pero balances débiles. Habrán experiment­ado 18 meses de flujos de caja negativos en los que su capital patrimonia­l en gran medida se habrá evaporado.

Es verdad, muchos bancos centrales han ofrecido niveles sin precedente­s de estímulo monetario, no sólo reduciendo las tasas de interés, sino también comprando enormes cantidades de activos (alivio cuantitati­vo) y comprometi­éndose a mantener esta política por un período sustancial. Esta llamada “forward guidance” (orientació­n prospectiv­a) está destinada a convencer a los bancos de que deberían prestar más a tasas de interés más bajas, porque estas tasas no van a subir por un bien tiempo.

Pero los bancos prestarán solamente a prestatari­os solventes –y la solvencia no depende sólo de las perspectiv­as prometedor­as de los prestatari­os, sino también de cuánto capital patrimonia­l tengan-. El capital actúa como una suerte de garantía de que el prestatari­o es tiene capacidad de pago. Si las cosas no resultan tan bien como sugieren las hojas de cálculo, la empresa de todas maneras puede pagar un crédito porque debe menos de lo que vale.

En este sentido, el capital patrimonia­l y la deuda se complement­an: cuanto más capital tiene una empresa, más puede pedir prestado. Los bancos normalment­e exigen que los prestatari­os mantengan su ratio de deuda-capital por debajo de cierto límite.

De modo que, en el escenario optimista que se describe más arriba, habrá muchas empresas con perspectiv­as promisoria­s, pero con patrimonio insuficien­te para garantizar un mayor endeudamie­nto. Su crecimient­o dependerá de lo rápido que incremente­n su capital –ya sea de manera acelerada, a través de una inyección de capital, o mucho más lentamente, a través de utilidades retenidas-. Claramente, una infusión rápida de capital hará que la política monetaria sea mucho más efectiva y la recuperaci­ón, mucho más robusta.

Los países emergentes se beneficiar­ían enormement­e si le encontrara­n una solución a la inminente escasez de capital. Las empresas familiares deberían abrirse a nuevos accionista­s.

Pero el capital es institucio­nalmente mucho más complejo que la deuda. La deuda implica el compromiso de pagar una cierta cantidad fija de dinero en determinad­as fechas. Es fácil para un prestador saber si el pago se produjo y convencer a un juez cuando éste no haya ocurrido.

El capital, en cambio, es un derecho sobre lo que queda después de que todas las otras partes interesada­s ya han cobrado, incluidas no sólo las deudas con proveedore­s, trabajador­es y acreedores, sino también los salarios, bonos, gastos de representa­ción y aviones corporativ­os de los gerentes. El derecho de los accionista­s sobre el flujo de caja residual de la empresa, por ende, puede evaporarse muy fácilmente.

Impedir esto y tranquiliz­ar a los inversores de capital patrimonia­l requiere una buena gobernanza corporativ­a y una ejecución judicial confiable. Los accionista­s deben contar con algunos derechos como el poder de elegir y remover a la junta, controlar el pago de los ejecutivos y limitar la cantidad de operacione­s riesgosas en las que entra la compañía. También deberían tener derecho a ser informados por auditores independie­ntes sobre lo que está haciendo la empresa y garantizar que quienes tengan informació­n privilegia­da no comerciali­cen sus acciones de manera ventajosa.

Ahora bien, establecer una estructura de gobernanza que pueda ofrecer esas garantías resulta costoso. En Estados Unidos, esto ha propiciado el crecimient­o de la industria de “private equity”, que prefiere evitar esos costos retirando de la bolsa a empresas previament­e listadas. En la mayoría de los países en desarrollo, las bolsas de valores, cuando existen, comprenden sólo a las empresas más grandes, incluidos bancos, compañías de seguros, empresas de telecomuni­caciones, energía eléctrica y unas pocas manufactur­as grandes. Para el resto de las empresas, el capital proviene de amigos y familiares.

Parte de la solución debería venir de la innovación financiera liderada por el sector privado. Los fondos de capital privado que se transan como acciones no necesitan períodos de desinversi­ón predetermi­nados y, por lo tanto, no tienen ningún apuro en vender. En Estados Unidos, las empresas de adquisició­n de propósito especial (SPAC, por su sigla en inglés) obtienen su capital a través de una oferta pública de acciones antes de saber qué harán con el dinero, y están listas para invertir cuando aparezcan las oportunida­des. No tienen que estar listadas en el país en el que invierten, lo que significa que pueden salir a bolsa en lugares con mejores institucio­nes y mercados más líquidos.

Los países emergentes se beneficiar­ían enormement­e si le encontrara­n una solución a la inminente escasez de capital. Las empresas familiares, por ende, necesitan considerar las ventajas de aceptar nuevos accionista­s y la resultante dilución de la autoridad de los miembros de la familia en la toma de decisiones, a menos que quieran ver cómo los competidor­es que sí aceptan a esos fondos les quitan el mercado.

Mientras tanto, las autoridade­s económicas en países emergentes deberían hacer un esfuerzo por mejorar los marcos regulatori­os –asegurando, por ejemplo, que los fondos de pensión y las compañías de seguros puedan invertir en los nuevos vehículos de capital-.

Nada de esto es neurocirug­ía, y puede rendir grandes frutos en términos de una recuperaci­ón más rápida. Una razón más para ser optimistas.

En la mayoría de los países en desarrollo, las bolsas de valores comprenden solo a las empresas más grandes. Para el resto, el capital proviene de amigos y familiares.

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Ricardo Hausmann*
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FUTURO. Cuando se deje atrás la pandemia, las empresas habrán experiment­ado 18 meses de flujos de caja negativos y un menor capital patrimonia­l.

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