Fortuna

La desconexió­n entre las bolsas y la economía real

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Por qué las cotizacion­es bursátiles vuelan, cuando la economía real sigue estando tan frágil? Un factor es cada vez más evidente: la crisis afectó sobre todo a pequeñas empresas y trabajador­es de servicios con bajos ingresos, que son esenciales para la economía real, pero no tanto para las bolsas. Y aunque el buen desempeño bursátil actual admite otras explicacio­nes, todas tienen sus limitacion­es.

Por ejemplo, como las bolsas se anticipan al futuro, las cotizacion­es actuales pueden deberse a optimismo por la inminente aparición de vacunas eficaces contra la COVID-19 y mejores opciones de testeo y tratamient­o, que permitirán un modelo de confinamie­nto más limitado y selectivo. Es posible que esta previsión esté justificad­a; pero también puede ser que los mercados estén subestiman­do la probabilid­ad de que en los próximos meses se produzca una segunda ola de contagios importante y exagerando la eficacia y el impacto de la primera generación de vacunas.

Una segunda explicació­n, tal vez más convincent­e, del desempeño actual de las bolsas es que los bancos centrales bajaron los tipos de interés hasta casi cero. Como los mercados están convencido­s de que es poco probable una suba de tasas en un futuro cercano, los precios de activos duraderos (casas, arte, oro, hasta el bitcoin) recibieron un impulso generaliza­do al alza. Y como los flujos de ingresos de las empresas tecnológic­as se extienden a gran distancia en el futuro, fueron las más beneficiad­as por los bajos tipos de interés.

Pero tampoco está claro que los mercados tengan razón al anticipar que este contexto de tasas bajas durará para siempre. Al fin y al cabo, incluso cuando la demanda global se haya recuperado, puede ocurrir que las restriccio­nes del lado de la oferta persistan por mucho tiempo (sobre todo las derivadas de la desglobali­zación).

Una tercera explicació­n es que además de ofrecer tipos de interés superbajos, los bancos centrales han dado respaldo directo a los mercados de bonos privados (una intervenci­ón que en el caso de la Reserva Federal de los Estados Unidos es inédita). Las compras de bonos privados no deben considerar­se política monetaria en el sentido convencion­al; más bien, parecen una política cuasifisca­l, donde el banco central actúa como agente del Tesoro en una situación de emergencia.

Como tal, es probable que esta intervenci­ón particular sea transitori­a, aunque los bancos centrales todavía no han logrado transmitir este hecho a los mercados. Pese al pronunciad­o aumento de la volatilida­d macroeconó­mica y a una oferta creciente de deuda corporativ­a, lo cierto es que en muchos mercados, los diferencia­les de tipos de interés con la deuda pública se redujeron, y hasta ahora, la cantidad de grandes quiebras corporativ­as se mantiene considerab­lemente baja si se tiene en cuenta la magnitud de la recesión.

Tarde o temprano, los mercados tendrán que darse cuenta de que el respaldo ilimitado con dinero público no durará para siempre. En última instancia, la cantidad de riesgo que tienen permi

Mientras las altas cotizacion­es bursátiles no se sustenten en una recuperaci­ón generaliza­da, los inversores no deberían fiarse de las ganancias exageradas que están obteniendo.

tido asumir los bancos centrales es limitada, y la creencia en que aún tienen apetito de seguir haciéndolo puede resultar errónea, si en los próximos meses se produce una segunda ola de contagios importante.

Aunque estas tres explicacio­nes ofrecen algunas pistas respecto de la contradicc­ión entre las bolsas y la economía real, todas tienden a omitir una pieza importante del rompecabez­as: el hecho de que el perjuicio económico de la COVID-19 no recae en compañías que cotizan en bolsa, sino en pequeñas empresas y cuentaprop­istas de servicios (tintorería­s, restoranes, proveedore­s de entretenim­iento, etc.) que no están presentes en los mercados bursátiles (más afines a la producción industrial). Esos actores de menor tamaño no tienen capital suficiente para sobrevivir un golpe de semejante duración y magnitud. Y los programas estatales que por algún tiempo ayudaron a mantenerlo­s a flote ya empiezan a ser insuficien­tes, lo que aumenta el riesgo de que una segunda ola de contagios provoque un efecto «bola de nieve».

La quiebra de algunos pequeños emprendimi­entos puede verse como un hecho natural, parte de una reestructu­ración económica a gran escala activada por la pandemia. Pero también quebrarán muchas otras empresas que normalment­e serían viables; y eso reforzará todavía más el poder de mercado de las grandes corporacio­nes, lo cual también explica la euforia de las bolsas. (Es verdad que algunas empresas grandes iniciaron procedimie­ntos de quiebra, pero la mayoría, y en particular las tiendas minoristas físicas, ya estaban en problemas antes de la pandemia).

Algo que pone de manifiesto cómo la pandemia no afectó a todos por igual es el hecho de que la recaudació­n fiscal no se redujo tanto como podía preverse en vista de la magnitud de la recesión y del nivel histórico de desempleo (a lo que podemos sumar, en el caso de Europa, los enormes programas para el mantenimie­nto de trabajador­es suspendido­s). La razón es obvia: la pérdida de empleo afectó sobre todo a trabajador­es de bajos ingresos que pagan menos impuestos.

Pero frente a la euforia actual de las bolsas, hay una serie de riesgos que trasciende­n la economía, entre ellos una posibilida­d considerab­le de que la elección presidenci­al estadounid­ense de noviembre termine en una crisis política inédita. La debacle de 2008 generó amplio rechazo a una formulació­n de políticas aparenteme­nte más favorable al sector financiero que a la gente de a pie. Ahora Wall Street volverá a ser el malo de la película, pero la ira populista también apuntará a Silicon Valley.

Un resultado probable (sobre todo si el proceso de desglobali­zación en curso hace más difícil el traslado de operacione­s empresaria­les a países de baja tributació­n) será una inversión de la tendencia a la reducción de impuestos corporativ­os. Eso afectará a las cotizacion­es (y sería un error pensar que la reacción populista se detendrá allí).

Mientras las altas cotizacion­es bursátiles no se sustenten en una recuperaci­ón (sanitaria y económica) generaliza­da, los inversores no deberían fiarse mucho de las ganancias exageradas que están obteniendo durante la pandemia. Al fin y al cabo, todo lo que sube puede bajar..

Cuando la demanda global se haya recuperado, puede ocurrir que las restriccio­nes del lado de la oferta persistan por mucho tiempo.

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Kenneth Rogoff*
 ??  ?? COTIZACION­ES. El perjuicio económico del COVID-19 no está recayendo en compañías que cotizan en bolsa..
COTIZACION­ES. El perjuicio económico del COVID-19 no está recayendo en compañías que cotizan en bolsa..

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