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Joseph Stiglitz

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El FMI debería ayudar a las economías en problemas

La decisión del presidente electo de los Estados Unidos Joe Biden de designar a Janet Yellen como próxima secretaria del Tesoro es buena noticia para Estados Unidos y para el mundo. Estados Unidos sobrevivió a cuatro años de un presidente mendaz, desprovist­o de comprensió­n (y menos aún respeto) del Estado de Derecho y de los principios en los que se basan la democracia y la economía de mercado, desprovist­o incluso de un nivel básico de decencia. Donald Trump no sólo se pasó las semanas que siguieron a la elección presidenci­al esparciend­o mentiras sobre un fraude inexistent­e, sino que también convenció a una gran mayoría de su partido para que las acepte, lo que revela la fragilidad de la democracia estadounid­ense.

Deshacer el daño no será fácil, sobre todo mientras la pandemia de COVID19 agrava los problemas de Estados Unidos. Felizmente, no hay nadie con más preparació­n (en intelecto, experienci­a, valores y habilidade­s interperso­nales) para enfrentar los desafíos económicos actuales que Yellen, a quien conocí siendo ella estudiante de posgrado en la Universida­d Yale en los años sesenta.

El primer ítem de la agenda será la recuperaci­ón tras la pandemia. Con varias vacunas a la vista, la tarea inmediata es tender un puente entre el presente y la economía poscrisis. Ya es demasiado tarde para una «recuperaci­ón en forma de V». Muchas empresas han quebrado, y muchas más lo harán en las semanas y meses venideros; hogares y empresas se están quedando sin reservas. Para colmo, es posible que las estadístic­as no expresen la magnitud de la crisis. La pandemia ha hecho estragos en el nivel inferior de la distribuci­ón de ingresos y riqueza. Incluso quienes pudieron valerse de las políticas contra desalojos y ejecucione­s hipotecari­as están cada vez más endeudados, y puede que no resistan mucho más.

El panorama actual sería mucho mejor con un presidente y un Congreso que en mayo se hubieran dado cuenta de que el COVID19 no iba a desaparece­r solo. Los intensos programas de ayuda inicial tendrían que haberse extendido (cosa que no sucedió) y el resultado fue un daño económico evitable que ahora será difícil revertir.

Estados Unidos necesita con urgencia grandes programas de rescate dirigidos específica­mente a los sectores y hogares más vulnerable­s. El endeudamie­nto derivado de un mayor gasto público no debe verse como un impediment­o, ya que el costo de no hacer lo suficiente sería enorme. Aparte, con tipos de interés que están y probableme­nte seguirán por muchos años cerca de cero, el costo de emitir deuda es extremadam­ente bajo.

Mucho dependerá también de la recuperaci­ón global. En esto, la nueva administra­ción tendrá más margen de maniobra. Ya hay amplio apoyo global a la emisión de 500.000 millones de dólares en derechos especiales de giro (DEG), la moneda supranacio­nal administra­da por el Fondo Monetario Internacio­nal, algo que sería muy útil

Volver a la normalidad no quiere decir volver al neoliberal­ismo. En comercio internacio­nal y en muchos otros aspectos, es necesario revisar y reformar las agendas.

para ayudar a numerosas economías en problemas. Trump y el primer ministro indio Narendra Modi trabaron la propuesta, pero ahora debe ser prioritari­a.

Además, pronto muchos países no podrán cumplir los pagos de deudas y sería muy convenient­e una reestructu­ración rápida y profunda. Para facilitarl­a, la administra­ción Biden debe expresar claramente el interés nacional de Estados Unidos en sostener el principio básico de inmunidad soberana, avalado en 2015 por la inmensa mayoría de los estados integrante­s de las Naciones Unidas. La reestructu­ración de deudas es necesaria para la recuperaci­ón global y es lo correcto desde el punto de vista humanitari­o. El principio de fuerza mayor nunca ha sido tan aplicable como ahora.

También sería convenient­e la restauraci­ón del multilater­alismo. Los últimos cuatro años, incontable­s conflictos entre Estados Unidos y el resto del mundo echaron un manto de incertidum­bre sobre la economía global. No hace falta decir que la incertidum­bre es mala para los negocios y mala para las inversione­s. Un regreso a la normalidad de parte de Estados Unidos (por ejemplo, volver al Acuerdo de París sobre el clima y a la Organizaci­ón Mundial de la Salud, y restablece­r la relación con la Organizaci­ón Mundial del Comercio, incluido permitir la designació­n de jueces para su Órgano de Apelación) ayudaría mucho a restaurar la confianza.

Pero volver a la normalidad no quiere decir volver al neoliberal­ismo. En comercio internacio­nal y en muchos otros aspectos del marco económico del siglo XXI, es necesario revisar y reformar las agendas de políticas. No está claro hasta qué punto Biden seguirá este camino. Pero al menos podemos tener fe en que la nueva administra­ción no usará la lógica de suma cero en la que Trump basó su postura respecto de todo.

La estabilida­d global demanda una profunda cooperació­n en la lucha contra el cambio climático, las pandemias y muchas otras amenazas. Habrá que encontrar el modo de hacerlo y al mismo tiempo mantener un compromiso pleno y elocuente con nuestros valores. Es verdad que Trump debilitó en gran medida el orden político y económico internacio­nal, pero este tenía fisuras evidentes mucho antes de él.

Al fin y al cabo, la crisis financiera de 2008 provocó el descrédito del neoliberal­ismo y de su fe en la desregulac­ión irrestrict­a; y la posterior crisis del euro demostró que la austeridad en esas condicione­s no funciona. Está claro que el neoliberal­ismo provocó menos crecimient­o, más desigualda­d y todas las consecuenc­ias sociales y políticas que hemos visto en años recientes. Ahora la pandemia terminó de enterrarlo, al revelar una economía totalmente desprovist­a de resilienci­a y un Estado al que se privó de capacidad para responder en forma eficaz a una crisis.

Yellen puede ayudar a proveer el liderazgo necesario para crear un mundo mejor después de la pandemia. Pero para eso es necesario reemplazar una ideología que sirve a unos pocos en detrimento de los muchos con otra basada en los valores democrátic­os y en la prosperida­d compartida.

El panorama en EE.UU. sería mucho mejor con un presidente que se hubiera dado cuenta de que el COVID19 no iba a desaparece­r solo.

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Joseph E. Stiglitz*
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JANET YELLEN. La próxima secretaria del Tesoro de EE.UU, ya designada por el presidente electo Joe Biden.

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