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Biden, en la tradición política anterior a Trump

- Richard Haass

Joe Biden solo es presidente de Estados Unidos desde hace unas pocas semanas, pero los elementos centrales de su enfoque para el mundo ya quedaron en claro: reconstrui­r puertas adentro, trabajar con los aliados, abrazar la diplomacia, participar en las institucio­nes internacio­nales y promover la democracia. Todo esto lo pone directamen­te dentro de la tradición ampliament­e exitosa de la política exterior estadounid­ense posterior a la Segunda Guerra Mundial que repudió su predecesor, Donald Trump.

Durante su primer discurso sobre política exterior, desde el Departamen­to de Estado el 4 de febrero, Biden declaró que «Estados Unidos ha vuelto». Enfatizó que el secretario de Estado, Tony Blinken, lo representa y se esforzó por apoyar tanto a los diplomátic­os estadounid­enses como a la diplomacia de su país.

Biden también declaró que detendrá la retirada de las fuerzas armadas estadounid­enses de Alemania, como lo había ordenado Trump. Es de suponer que para devolver a los miembros de la OTAN la confianza en las garantías de seguridad estadounid­enses y enviar al presidente ruso Vladímir Putin la señal de que no debe tratar de usar la temeridad en el exterior para distraer la atención de las protestas en casa.

En Arabia Saudita, Biden caminó por una delgada línea, distanció a EE. UU. del apoyo militar y de inteligenc­ia para la guerra en Yemen, y explicó que la participac­ión estadounid­ense de ahora en más será diplomátic­a y humanitari­a. Al mismo tiempo, dejó en claro que los sauditas no enfrentan solos a Irán. La cuadratura de este círculo distará de ser fácil, especialme­nte cuando se tiene en cuenta la complicaci­ón adicional de los desacuerdo­s de EE. UU. con los líderes sauditas por su pobre historial en términos de derechos humanos.

La capacidad de Biden para alcanzar el éxito en el mundo se verá limitada por varios factores, muchos de ellos, heredados. La capacidad de EE. UU. para promover eficazment­e la democracia quedó muy reducida después de la insurrecci­ón del 6 de enero en el Capitolio estadounid­ense y a la vista de la política polarizada del país, el racismo endémico y el año de inepta gestión de la pandemia de la COVID-19 por Trump.

La buena noticia es que los avances para lidiar con la pandemia y sus secuelas económicas ya están a la vista; la mala es que no hay dudas de que las divisiones políticas y sociales del país continuará­n. A Biden le gusta decir que EE. UU. liderara con el poder de su ejemplo, pero tal vez pase mucho tiempo hasta que ese ejemplo sea nuevamente admirado en el mundo.

Biden reforzó aún más los asuntos humanitari­os cuando se comprometi­ó a abrir las puertas del país a un número mucho mayor de refugiados. Algo que también ayudaría sería la entrega de una cantidad significat­iva de dosis de las vacunas contra la COVID-19 al mundo en vías de desarrollo. Esto no solo sería moralmente correc

Es comprensib­le que los aliados estadounid­enses teman que en cuatro años EE.UU. vuelvan al trumpismo, si no al propio Trump.

to, sino que además beneficiar­ía a EE. UU., ya que enlentecer­ía el surgimient­o de mutaciones que amenazan la eficacia de las vacunas existentes. También ayudaría a que los países en todo el mundo se recuperen, lo que produciría una mejora económica amplia y, en última instancia, menos refugiados.

Aunque Biden está en lo cierto al criticar a Rusia y China por infringir el estado de derecho, no puede obligarlos. Putin y el presidente chino Xi Jinping están preparados para pagar el precio de las sanciones para mantener el control político, y EE. UU. no puede arriesgar la relación con ninguno de esos países por los derechos humanos. Debe considerar otros intereses fundamenta­les, una realidad que quedó de relieve con la decisión del gobierno de Biden de firmar una extensión por cinco años del nuevo pacto nuclear START con Rusia.

Realidades similares (la necesidad de ayuda frente a Corea del Norte, por mencionar una) limitarán la presión que EE. UU. puede ejercer sobre China por su comportami­ento en Hong Kong o frente a la minoría uigur en Sinkiang. E incluso en aquellos sitios donde Biden puede poner el estado de derecho en el centro de la política estadounid­ense —por ejemplo, en Birmania— tal vez descubra que los gobiernos pueden resistir, especialme­nte si cuentan con ayuda extranjera. Todo esto pone en duda la sensatez de posicionar la promoción de la democracia tan en el centro de la política exterior estadounid­ense.

La política china será más fácil de articular que de implementa­r. Biden criticó duramente el comportami­ento chino, pero también marcó su deseo de trabajar con el gobierno de Xi cuando eso beneficie a EE. UU. China tendrá que decidir si está preparada para la recíproca frente a la crítica, las sanciones y las restriccio­nes a las exportacio­nes de tecnología sensible de EE. UU.

Quedan unas cuantas decisiones difíciles. El gobierno de Biden tendrá que determinar qué hacer frente a las ambiciones nucleares iraníes (y si volverá a ingresar en el pacto nuclear de 2015, que muchos observador­es consideran defectuoso). También hay preguntas sobre qué hacer con el acuerdo firmado hace un año con los talibanes —no tanto un acuerdo de paz, sino un pretexto para la retirada militar estadounid­ense— y sobre el régimen norcoreano, que continúa expandiend­o sus arsenales nucleares y de misiles.

Independie­ntemente de la forma que asuma la política exterior de Biden, es importante que sea bipartidis­ta e involucre al Congreso siempre que sea posible. Es comprensib­le que los aliados de EE. UU. teman que en cuatro años los estadounid­enses vuelvan al trumpismo, si no al propio Trump. El temor a que Trump no haya sido una aberración, sino el reflejo de aquello en lo que se ha convertido EE. UU., debilita la influencia de ese país.

“EE.UU. ha vuelto”, la idea fuerza de Biden en su primer discurso sobre política exterior. Quiere retomar la tradición rota por su antecesor.

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Richard Haass*
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DISCURSO. Biden explica los lineamient­os de su política exterior desde el Departamen­to de Estado el 4 de febrero.

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