Andrés Velasco
La revolución constitucional que sacude a Chile
Una revolución cualquiera derriba el orden político existente. Una exitosa construye un orden nuevo y mejor. Revoluciones ha habido muchas en América Latina, pero pocas han tenido éxito. ¿Puede Chile romper esta antigua dinámica?
Si el estándar es simplemente deshacerse de lo antiguo, entonces la elección de la convención constituyente realizada hace poco en Chile resultó ser revolucionaria. Al votar por los 155 integrantes del organismo encargado de redactar una nueva constitución –consecuencia de un acuerdo político para poner fin a los disturbios que sacudieron al país en 2019– los chilenos le asignaron al establishment político actual un papel vergonzosamente reducido.
La coalición conservadora que apoya al Presidente Sebastián Piñera esperaba obtener un tercio de los escaños, lo que le habría permitido bloquear cambios constitucionales profundos, pero escasamente logró un cuarto. Los partidos de centroizquierda que gobernaron durante 24 de los últimos 30 años sufrieron un shock aún más fuerte y controlarán solo uno de cada seis escaños en la convención, menos que la nueva alianza entre el Partido Comunista y otros de la extrema izquierda, y menos que la Lista del Pueblo, un conjunto variopinto de grupos izquierdistas que surgió de las protestas de 2019. Los candidatos independientes –ambientalistas, feministas, líderes locales, partidarios de la descentralización– fueron los grandes ganadores de la jornada.
Los resultados denotan un claro giro hacia la izquierda, pero la narrativa preferida de la prensa internacional –que esta fue una revuelta electoral contra el llamado modelo económico neoliberal de Chile– es demasiado simplista. Entre quienes no obtuvieron un escaño en la convención se encuentran la militante del Partido Comunista que encabeza la confederación sindical más grande del país, el expresidente del Colegio de Profesores de Chile y el líder de un movimiento de gran popularidad que busca deshacerse del sistema privado de pensiones. Los tres encarnan la oposición a todo lo que huela a economía de mercado.
La elección fue acerca del conflicto entre la izquierda y la derecha. Pero también (y con mayor intensidad) se trató de lo joven contra lo viejo, de lo novedoso contra lo anticuado y de lo autónomo contra lo institucional. Los votantes rechazaron no solo a las elites política y empresarial, sino también a todas las otras elites tradicionales: académica, sindical, mediática, y de las ONG.
La buena noticia es que la convención se asemeja al país. La mitad de sus miembros son mujeres, y los pueblos indígenas constituyen un bloque importante. Como era de esperar, tiene muchos abogados. Pero también incluye profesores, comerciantes, veterinarios, dentistas, un mecánico, un buzo, un ajedrecista profesional –y un solo economista–. La clase política tradicional en Chile, repleta de hijos de políticos educados en colegios privados, no luce así. Si las instituciones políticas chilenas sufrían de un déficit de legitimidad, la nueva constitución redactada por una convención como la recién elegida debería cerrar de modo inapelable aquella brecha.
La elección en Chile fue acerca del conflicto entre la izquierda y la derecha. Pero también se trató de lo joven contra lo viejo y de lo autónomo contra lo institucional.