“Este conflicto es parte de 40 años de enfrentamientos entre Irán y Estados Unidos”, afirma el corresponsal de guerra.
“Este conflicto es parte de 40 años de enfrentamientos entre Irán y Estados Unidos”
Nuestro entrevistado atesora más de cuatro décadas de trayectoria como periodista. Fue corresponsal en Medio Oriente y cree que este choque por el desarrollo nuclear no tendrá las características de una guerra tal como la conocemos. Volver de la guerra fue difícil. Durante mucho tiempo evitó hablar del tema. “Sos diferente y traes una mochila. Entre mis compañeros hubo problemas de alcoholismo y depresión”, dice y confiesa que lo salvó el amor de su familia.
Gustavo Sierra (64, porteño) llegó al campo de batalla casi por casualidad. Trabajó en Editorial Atlántida hasta 1980, cuando la difícil situación de Argentina lo impulsó a probar suerte en Estados Unidos. “No voy a entrar en detalles, pero ya estaba en el frente de guerra”, titula repasando en perspectiva un recorrido profesional que lo llevó a vivir en ciudades como Nueva York, Londres y Santiago de Chile. Hizo gráfica, televisión y fue un pionero al salir con su cámara de video para compartir crónicas audiovisuales a través de Internet. Desde Washington cubrió la Guerra del Golfo y comenzó a interesarse en terrorismo. Una década más tarde tuvo la oportunidad de viajar a Afganistán tras el ataque a las Torres Gemelas. “Los talibanes se estaban yendo. Kabul, su capital, ya había sido tomada por fuerzas pro occidentales y logramos entrar en un avioncito de Naciones Unidas que llevaba médicos y periodistas”, cuenta. –¿Cómo fue la llegada?
–No había ninguna certeza de nada. Me había contactado con un colega italiano que arribó a Kabul un día antes. En general, cuando uno va a estos lugares lleva una botella de whisky. Pero a un país musulmán no podía entrar alcohol. Entonces compré unas golosinas en el aeropuerto de Islamabad. Bajamos en una base de Bagram, totalmente bombardeada. Se acercaron unos muyahidines (combatientes afganos), nos apuntaron con sus Kalashnikov, nos sacaron los pasaportes y se los llevaron a unas camionetas que estaban a 200 metros. Siguiendo a otros, me acerqué a ellas. Señalé mi pasaporte. El muyahidín que lo custodiaba me preguntó qué tenía para darle. Le ofrecí los caramelos y sus ojos se abrieron como si le estuviera entregando oro. Al instante me devolvió el documento.
–Todavía no habías arribado a Kabul...
–Sí. Lo único que sabía es que estaba a unos 50 kilómetros. Vi un Lada (legendaria marca rusa de automóviles) de dos colores y me comuniqué como pude con el conductor, que finalmente me llevó a la ciudad con otras personas. En la ruta me señalaron un montón de piedritas rojas y blancas: eran minas antipersonales. Yo pensaba que podíamos volar en cualquier momento y rogaba a Dios y a Alá que nos protegieran. –Finalmente llegaron.
–En la mitad del camino, donde no había nada más que chatarra de guerra, el hombre frenó de golpe. Sacó su alfombra y empezó a rezar. Anochecía. Después vadeamos un río empujando el auto. Por fin, ya de noche, nos dejó en Kabul, en un viejo hotel de estructura soviética. Estaba todo oscuro y se veían explosiones por doquier. Cuando encontré a mi colega italiano me dio la llave de la habitación: el baño estaba destruido y en la ventana había unos plásticos que se sacudían con el viento helado. Las camas tenían una frazada con un olor a camello desbocado que jamás olvidaré. Me comuniqué con la redacción en Buenos Aires y me dijeron que tenía que escribir la tapa. A eso de las tres de la mañana envié una gran crónica.
De pronto, el relato cambia de tono. El rostro de Sierra se ensombrece. “Al día siguiente fui al frente... Ahí, en un momento quedé en medio de una balacera, tirado debajo de un paredón de adobe. A partir de entonces, la ‘degeneradez’, como diría Camilo José Cela”, que estuvo unos veinte días en el país. Un par de años más tarde, Gustavo volvió a Irak. Recién entonces comenzó a comprender lo que pasaba a su alrededor. “Ahí tomás permanentemente decisiones que significan la vida o la muerte”. Dice que la guerra se parece poco a la imagen que muestran las películas. “En una hora o dos pasa absolutamente de todo. Por ahí no sucede absolutamente nada. Días en los que estás esperando el bombardeo y no sabés cuándo ni dónde va a caer la bomba. Entretanto, la gente hace su vida habitual. Recuerdo que en Kabul, entre un bombardeo y el siguiente, había una feria tipo mercado”.
–¿Qué es para vos la guerra?
–La estupidez humana es infinita y por lo tanto hubo, hay y, lamentablemente, habrá guerras. Es un momento en el cual empezás a estar como entre paréntesis, donde la línea entre la vida y la muerte es tan finita que aparece lo mejor y lo peor del ser humano.
–¿Qué pasa cuando estás en el frente de batalla?
–Hay instintos primarios que descubrís. Con las ondas expansivas de bombas que te tiran y te crean un terror muy grande, yo me tomaba los testículos. Algún psiquiatra va a interpretarlo. Creo que tiene que ver con algún regreso al punto inicial del ser humano.
–¿Cómo es volver?
–Obviamente, sos diferente y traés una mochila. Por mucho tiempo no hablé de estas cosas, porque si vas a una redacción y decís que estás abatido o deprimido sos “el loco de la guerra”. Entre mis compañeros hubo muchos problemas de alcoholismo y depresión. No hubiera sobrevivido al regreso de no haber sido por el amor de mi familia: mi mujer, Gabriela, y mis hijas. –Estuviste en Irak, Afganistán, Siria, Libia, Egipto, territorios palestinos, Israel... ¿Qué hay de nuevo en este conflicto entre Estados Unidos e Irán?
–Este conflicto es parte de 40 años de enfrentamientos, que comenzaron con la Revolución Islámica y la toma de los rehenes de la embajada en 1979. Hay que verlo en ese contexto. Hubo idas y vueltas permanentes: misiles, amenazas, sanciones. El último proceso comenzó cuando Trump decidió sacar a Estados Unidos del acuerdo que tenía con la Unión Europea e Irán por el desarrollo nuclear iraní. A partir de ahí vemos la escalada de este último tiempo. Es muy improbable que pueda haber un enfrentamiento en una guerra convencional entre Estados Unidos e Irán.
–¿Por qué?
–No le conviene a ninguno de los dos. Estados Unidos es superior, pero se enfrentaría a un ejército de un millón de hombres fanatizados con entrenamiento militar y misiles de alto alcance, que pueden llegar a bases de la OTAN en Grecia y Turquía. No es lo mismo una guerra en Irán que una en Afganistán. Los norteamericanos se enfrentarían a un ejército tan duro como el de Corea
en 1950.