RUGBY PARA CAMBIAR EL MUNDO.
Entrenan en contextos vulnerables y destacan los valores del deporte.
Es una disciplina de contacto y fuerza, que también requiere entrenamiento de equipo. Mientras algunos lo cuestionan, para otros es la posibilidad de educar la personalidad y enfrentar contextos difíciles. En el Barrio
31, un grupo de jóvenes del club V31 se junta cada miércoles a entrenar. No son una excepción, ya que compiten con otros teams de rugby social. Se trata de una iniciativa de Botines Solidarios, un proyecto que busca la inclusión a través del deporte.
V31 no se toma vacaciones. Cada miércoles, los juveniles se encuentran a las 19 y empiezan a entrenar. Los que llegan tarde se van sumando. Darío Reyes (28) –que vivió en el Barrio 31, atrás de Retiro, hasta los 18 años– coordina el equipo. Hacen algo de calentamiento, unos pases y después una versión informal de touch rugby, variante en la que el tackle se reemplaza por un toque debajo de la cintura. V31 se formó hace poco más de una década, pero recién hace dos años que el club –que además incluye hockey y crossfit– tiene personería jurídica. “Llegué acá porque mis amigos se habían anotado en un proyecto llamado Botines Solidarios, que enseñaba rugby y hockey en barrios de bajos recursos, donde la gente es más vulnerable”, recuerda Darío y sigue: “Nos llevaban a Puerto Pibes. En ese momento el rugby no era tan conocido y no me llamaba la atención, pero ellos insistieron. Fui a un entrenamiento y me encantó”. Aunque se mudó, siguió formando parte del equipo del barrio. Y, sin darse cuenta, empezó a entrenar a las divisiones menores. “Hay chicos de 6 años en adelante. Hoy debemos ser unos 60 que practicamos este deporte”, dice.
Al igual que sus compañeros, reconoce que el rugby le “abrió la cabeza” y le enseñó nuevos valores. “Veíamos a los profesores como ejemplos a seguir. Veíamos en ellos respeto, compromiso, compañerismo, disciplina, valores que en el barrio no se veían mucho”, señala y agrega: “Quizás los chicos encuentran acá algo que no se ve tanto en el barrio. Les vamos inculcando esos valores. Creo que el día de mañana, cuando recuerden lo que aprendieron en el club, van a ver cómo les abrió la mente y van a sentir el compromiso de devolver lo que el rugby les dio”.
Gonzalo Alejandro Condorí (16) hace un recreo entre el entrenamiento de crossfit y el de rugby. “Me trajo mi abuela. Lo primero que vi fue un grupo de gente enchastrada de barro y golpeándose unos con otros. Pensé: ‘¿Qué hago acá?’. Pero después de mirar un ratito me dio curiosidad y pregunté si podía jugar”. Pasó una década desde ese día y nunca dejó de entrenar. “Pensaba que el rugby era chocar... ¡Nada que ver! Es compromiso, respeto, solidaridad. Ésos son los valores que te inculcan. Si decidís aplicarlos en tu vida cotidiana te hacen cambiar mucho como persona”. Des
de hace cinco años juega en Gimnasia y Esgrima, pero sigue siendo parte de V31. “Acá somos muy compañeros. Nos vemos todos los días. Somos como hermanos”, afirma y enfatiza cómo impactó esto en su vida. “Cuando éramos más chicos, en vez de hacer cualquier gilada veníamos a entrenar. El rugby nos ayudaba a no meternos en cosas malas. Algunos empezaban a meterse en drogas y demás. Yo no quería eso”.
Esa realidad imperante en los márgenes de la sociedad fue justamente lo que motivó la creación, en 2009, de Botines Solidarios. Uno de sus principales impulsores fue Ignacio Corleto, ex Puma. “Queríamos hacer llegar los valores del deporte a lugares donde a veces no hay recursos para promover el desarrollo humano y la inclusión social”, comenta Alejandro Gueudet, presidente de la institución.
CONTACTO DE ALTO IMPACTO. En las últimas semanas, el asesinato de Fernando Báez Sosa por parte de un grupo de chicos que juegan al rugby en Zárate desató una fuerte polémica en torno a la disciplina. “Ahora la gente dice que es un deporte violento. Me da bronca. No creo que sea algo que promueva el rugby. Una persona violenta está perturbada de la cabeza: actúa según lo que quizás vio en la calle o en la casa. El rugby es un complemento. La educación viene desde tu casa”, sentencia. Diego McGuire, psicólogo clínico y deportivo, coincide: “Hay personas –niños, jóvenes o adultos– que ingresan a un club para jugar y vienen con determinadas características de personalidad que se fueron formando desde la infancia. El deporte en sí no potencia ni genera impulsividad ni agresión”. Practicó el deporte cuando era chico. Luego sufrió un accidente que le impidió seguir jugando y entonces decidió “ayudar a los jugadores desde fuera de la línea de cal”. Se especializó en el tema y hoy “ayudo a que tengan psiquis sanas adentro y afuera de la cancha”.
Sin embargo, no minimiza los problemas de violencia. Simplemente, no los reconoce como consecuencia de practicar determinado deporte. Considera fundamental que haya al menos un especialista en cada club, que realice una entrevista personal a quien llega para practicar cualquier disciplina. “Es necesario para una mejor inclusión. Un psicólogo puede detectar las características individuales, conocer más rápidamente a las perso
nas y ayudarlas en el autoconocimiento, para que cada uno pueda desarrollar mejor su personalidad en el juego, ayudar a que en lugar de tener dificultades en la expresión de sus emociones pueda reconocerlas y gestionarlas de forma saludable”, explica.
GESTIÓN DE LA EMOCIÓN. Lucas Morales (28) empezó a jugar en V31 en la misma época que Darío Reyes. Y quizás por eso comparte su mirada. “Aprendí que mejores personas hacen mejores jugadores, por lo que es clave trabajar nuestros valores. Aprendí que un propósito superior logra resultados superiores y por eso empezamos a jugar por algo más importante que nosotros mismos: nuestra comunidad, nuestro club, la historia de nuestro barrio... Aprendí que se entrena como se juega y se juega como se vive. Entonces, los valores del rugby se convirtieron en virtudes, y éstas, en un estilo de vida”, reflexiona. Hoy vive en Barcelona y a la distancia reconoce haber sido testigo de la revolución que generó la llegada del rugby al barrio. “Logramos resignificar el contacto físico. Se abrió un espacio para aprender a controlar nuestras emociones. El deporte rompió con las barreras territoriales que sectorizaban nuestro barrio –y alimentaban el odio y la violencia–, uniendo a las personas que conformaban el equipo con un objetivo en común”, señala. Reconoce que también sirvió como puente para conectar al barrio con el resto de la sociedad y “permitió construir mejores oportunidades deportivas, educativas, laborales y de salud”.