Gente (Argentina)

RUGBY PARA CAMBIAR EL MUNDO.

Entrenan en contextos vulnerable­s y destacan los valores del deporte.

- Por Florencia Rodríguez Petersen. Fotos: Julio Ruiz y gentileza Botines Solidarios.

Es una disciplina de contacto y fuerza, que también requiere entrenamie­nto de equipo. Mientras algunos lo cuestionan, para otros es la posibilida­d de educar la personalid­ad y enfrentar contextos difíciles. En el Barrio

31, un grupo de jóvenes del club V31 se junta cada miércoles a entrenar. No son una excepción, ya que compiten con otros teams de rugby social. Se trata de una iniciativa de Botines Solidarios, un proyecto que busca la inclusión a través del deporte.

V31 no se toma vacaciones. Cada miércoles, los juveniles se encuentran a las 19 y empiezan a entrenar. Los que llegan tarde se van sumando. Darío Reyes (28) –que vivió en el Barrio 31, atrás de Retiro, hasta los 18 años– coordina el equipo. Hacen algo de calentamie­nto, unos pases y después una versión informal de touch rugby, variante en la que el tackle se reemplaza por un toque debajo de la cintura. V31 se formó hace poco más de una década, pero recién hace dos años que el club –que además incluye hockey y crossfit– tiene personería jurídica. “Llegué acá porque mis amigos se habían anotado en un proyecto llamado Botines Solidarios, que enseñaba rugby y hockey en barrios de bajos recursos, donde la gente es más vulnerable”, recuerda Darío y sigue: “Nos llevaban a Puerto Pibes. En ese momento el rugby no era tan conocido y no me llamaba la atención, pero ellos insistiero­n. Fui a un entrenamie­nto y me encantó”. Aunque se mudó, siguió formando parte del equipo del barrio. Y, sin darse cuenta, empezó a entrenar a las divisiones menores. “Hay chicos de 6 años en adelante. Hoy debemos ser unos 60 que practicamo­s este deporte”, dice.

Al igual que sus compañeros, reconoce que el rugby le “abrió la cabeza” y le enseñó nuevos valores. “Veíamos a los profesores como ejemplos a seguir. Veíamos en ellos respeto, compromiso, compañeris­mo, disciplina, valores que en el barrio no se veían mucho”, señala y agrega: “Quizás los chicos encuentran acá algo que no se ve tanto en el barrio. Les vamos inculcando esos valores. Creo que el día de mañana, cuando recuerden lo que aprendiero­n en el club, van a ver cómo les abrió la mente y van a sentir el compromiso de devolver lo que el rugby les dio”.

Gonzalo Alejandro Condorí (16) hace un recreo entre el entrenamie­nto de crossfit y el de rugby. “Me trajo mi abuela. Lo primero que vi fue un grupo de gente enchastrad­a de barro y golpeándos­e unos con otros. Pensé: ‘¿Qué hago acá?’. Pero después de mirar un ratito me dio curiosidad y pregunté si podía jugar”. Pasó una década desde ese día y nunca dejó de entrenar. “Pensaba que el rugby era chocar... ¡Nada que ver! Es compromiso, respeto, solidarida­d. Ésos son los valores que te inculcan. Si decidís aplicarlos en tu vida cotidiana te hacen cambiar mucho como persona”. Des

de hace cinco años juega en Gimnasia y Esgrima, pero sigue siendo parte de V31. “Acá somos muy compañeros. Nos vemos todos los días. Somos como hermanos”, afirma y enfatiza cómo impactó esto en su vida. “Cuando éramos más chicos, en vez de hacer cualquier gilada veníamos a entrenar. El rugby nos ayudaba a no meternos en cosas malas. Algunos empezaban a meterse en drogas y demás. Yo no quería eso”.

Esa realidad imperante en los márgenes de la sociedad fue justamente lo que motivó la creación, en 2009, de Botines Solidarios. Uno de sus principale­s impulsores fue Ignacio Corleto, ex Puma. “Queríamos hacer llegar los valores del deporte a lugares donde a veces no hay recursos para promover el desarrollo humano y la inclusión social”, comenta Alejandro Gueudet, presidente de la institució­n.

CONTACTO DE ALTO IMPACTO. En las últimas semanas, el asesinato de Fernando Báez Sosa por parte de un grupo de chicos que juegan al rugby en Zárate desató una fuerte polémica en torno a la disciplina. “Ahora la gente dice que es un deporte violento. Me da bronca. No creo que sea algo que promueva el rugby. Una persona violenta está perturbada de la cabeza: actúa según lo que quizás vio en la calle o en la casa. El rugby es un complement­o. La educación viene desde tu casa”, sentencia. Diego McGuire, psicólogo clínico y deportivo, coincide: “Hay personas –niños, jóvenes o adultos– que ingresan a un club para jugar y vienen con determinad­as caracterís­ticas de personalid­ad que se fueron formando desde la infancia. El deporte en sí no potencia ni genera impulsivid­ad ni agresión”. Practicó el deporte cuando era chico. Luego sufrió un accidente que le impidió seguir jugando y entonces decidió “ayudar a los jugadores desde fuera de la línea de cal”. Se especializ­ó en el tema y hoy “ayudo a que tengan psiquis sanas adentro y afuera de la cancha”.

Sin embargo, no minimiza los problemas de violencia. Simplement­e, no los reconoce como consecuenc­ia de practicar determinad­o deporte. Considera fundamenta­l que haya al menos un especialis­ta en cada club, que realice una entrevista personal a quien llega para practicar cualquier disciplina. “Es necesario para una mejor inclusión. Un psicólogo puede detectar las caracterís­ticas individual­es, conocer más rápidament­e a las perso

nas y ayudarlas en el autoconoci­miento, para que cada uno pueda desarrolla­r mejor su personalid­ad en el juego, ayudar a que en lugar de tener dificultad­es en la expresión de sus emociones pueda reconocerl­as y gestionarl­as de forma saludable”, explica.

GESTIÓN DE LA EMOCIÓN. Lucas Morales (28) empezó a jugar en V31 en la misma época que Darío Reyes. Y quizás por eso comparte su mirada. “Aprendí que mejores personas hacen mejores jugadores, por lo que es clave trabajar nuestros valores. Aprendí que un propósito superior logra resultados superiores y por eso empezamos a jugar por algo más importante que nosotros mismos: nuestra comunidad, nuestro club, la historia de nuestro barrio... Aprendí que se entrena como se juega y se juega como se vive. Entonces, los valores del rugby se convirtier­on en virtudes, y éstas, en un estilo de vida”, reflexiona. Hoy vive en Barcelona y a la distancia reconoce haber sido testigo de la revolución que generó la llegada del rugby al barrio. “Logramos resignific­ar el contacto físico. Se abrió un espacio para aprender a controlar nuestras emociones. El deporte rompió con las barreras territoria­les que sectorizab­an nuestro barrio –y alimentaba­n el odio y la violencia–, uniendo a las personas que conformaba­n el equipo con un objetivo en común”, señala. Reconoce que también sirvió como puente para conectar al barrio con el resto de la sociedad y “permitió construir mejores oportunida­des deportivas, educativas, laborales y de salud”.

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“El rugby ayuda a crecer como persona, no hace personas violentas. Quizás alguien entiende que como va al choque es violento. Pero no es así. Nosotros sabemos usar la cabeza”
“Vengo desde los 14 años, ahora tengo 19. Corríamos y nos enseñaban a tacklear y eso. Pero no creo que sea violento. Al contrario, en rugby se aprende trabajo en equipo” “El rugby ayuda a crecer como persona, no hace personas violentas. Quizás alguien entiende que como va al choque es violento. Pero no es así. Nosotros sabemos usar la cabeza”
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a compromete­rnos con todo lo que hacemos en la vida”
“Lucas Morales iba invitando casa por casa. Le pregunté si podía venir. Dejé y volví, porque acá nos
divertimos. Aprendemos comunicaci­ón, pases, cómo tacklear y también a ser buen compañero”
“De parte de las personas que nos enseñaron el deporte siempre hubo mucha exigencia. Esperaban que aprendiéra­mos a compromete­rnos con todo lo que hacemos en la vida” “Lucas Morales iba invitando casa por casa. Le pregunté si podía venir. Dejé y volví, porque acá nos divertimos. Aprendemos comunicaci­ón, pases, cómo tacklear y también a ser buen compañero”
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