La historia oficial?

–Pienso mucho las cosas. A veces soy lento. Alguna vez escuché que uno debe tener el amor y la calentura para –por lo menos– dos o tres años desde que encarás un filme. Yo nunca hice una película sin estar convencidísimo y enamorado de ella... E hice las que quise. –¿Alguna anécdota de

–¡Montones...! Tengo una que es más que una anécdota. Fue una situación muy dura. Un día, en plena filmación, me llama la mamá de Analía Castro –la chiquita de 4 años que hacía de

Gaby, hoy una hermosa señora de treinta y pico– para decirme que por segunda vez la habían amenazado unos tipos en la entrada de su casa de Lanús: la agarraron del cuello y la pusieron contra la pared, diciéndole que sacaran a la chica de la trama. Entonces, llamé a un grupo de amigos periodistas para que dijeran que habíamos finalizado el rodaje. Luego de quince días –y de manera casi clandestina– filmamos todas las escenas que faltaban, incluyendo exteriores en la calle con Norma (Aleandro) y Analía. Hoy lo cuento casi con gracia, pero en su momento fue difícil.

–Quiero que te juegues y me digas a qué actor internacional de los que dirigiste no volverías a contratar.

–(Risas) Me llevé muy bien con todos, y con todos tengo recuerdos imborrables, en particular con Gregory Peck, que fue mi amigo. Pero con quien no la pasé bien es con William Hurt, un genial actor.