Gente (Argentina)

Tiempo de sanar

-

1. En sus últimos años de colegio, Ayelén realizó ferias con sus amigos a fin de recaudar fondos para la fiesta y el viaje de egresados. 2. Cuando recibió su diploma ya tenía decidido ir a la Universida­d. “No quería que pasara mucho tiempo, así no perdía el hábito del estudio”, cuenta. 3. Así se vistió para su fiesta de egresados.

4. Entre las muchas tareas en el Hogar, una de las que más disfrutó fue hacer macetas y cuidar las plantas.

una llamada telefónica en la que hablaban de cuerpo y morgue. Supo que su mamá había fallecido. “Sufría un montón, pero no quería que nadie me viera llorando”, reflexiona. Le pesaba ver a sus hermanos ilusionado­s con la vuelta de su madre. “A partir de ahí pasaron un montón de cosas horribles con mi progenitor”, rememora. Cierra los ojos y hace referencia a cómo él manoseaba su cuerpo púber. “Era muy doloroso. Me acuerdo que gritaba un montón y los vecinos escuchaban. Mi abuela por parte paterna también estaba ahí y escuchaba”.

LA NOCHE INFINITA. “Un día, mi hermano mayor volvió tarde del trabajo y me encontró temblando, con poca ropa, al lado de una silla. Mi progenitor estaba enfrente y me decía: ‘Si te sentás yo te fajo’. Yo agarraba la silla porque no daba más de los golpes, y de la paliza que me había pegado porque me había resistido a que me violara. Mi hermano me encontró así, demacrada. Me llevó a un lugar donde no estaba él, me preguntó qué había pasado y le conté todo”, suelta el aire, respira profundo y continúa el relato.

“Ese día pasaron un montón de cosas. Hubo una pelea que terminó en la calle, con mi progenitor echando a mis hermanos y ellos tirando piedras a la casa. Intenté irme, pero no pude. Después ya no los vi más. Yo estaba con mi hermanita, muerta de pánico porque no sabía qué me iba a pasar. Estábamos solas”. Su mirada se ensombrece, como entonces se opacó su cotidianei­dad. “Tratábamos de ni siquiera cruzarnos a nuestro progenitor, porque sabíamos que en cualquier momento le pintaba y chau nosotras. Uno o dos días después la policía golpeó la puerta. Abrí y no entendía nada. Me preguntaro­n un montón de datos y nos llevaron al hospital Penna”.

Mientras la subían al patrullero para trasladarl­a al centro de salud, vio cómo la policía agarraba a su progenitor. Esa noche terminó en el parador Nueva Vida, una de las cinco casas abiertas que hay en la Ciudad para la atención integral de menores en situación de calle. “Cuando llegamos teníamos mucha hambre. Por suerte nos dieron de comer. Esa noche estábamos felices, pero asustadas. Pensábamos que volvíamos con nuestro progenitor o íbamos a terminar en la calle. No sabíamos nada, pero sabía que estaba con mi hermanita”, comenta.

UN NUEVO AMANECER. La siguiente escala fue el Hogar María del Rosario. La asistieron para que siguiera estudiando, conoció amigas y encontró espacios para hablar con libertad. “En los años del Hogar hubo un cambio rotundo: me volví a sentir tranquila. No sentía miedo al irme a dormir. Antes era como estar en peligro constante. Las pesadillas ya no eran más que eso: pesadillas. Me sentí libre. Ya no estaba en riesgo”. Pudo compartir su historia, la misma que contó tantas veces en terapia, en cámara Gesell y luego ante un tribunal, durante el juicio a su progenitor.

“Muchas veces pensé tirar la toalla. Fue muy desgastant­e. Siempre tenía que ir a algún lugar a repasar todo. Encima no sabía si iba a terminar todo bien o todo mal. No sabía si iba a haber justicia. Hablaba con las chicas del Hogar que habían pasado situacione­s similares y me contaban que en la mayoría de los casos ni siquiera habían llegado a un juicio. Ellas decían que tenía que aprovechar la oportunida­d. Estuvo bueno que me hayan empujado para seguir”, señala. El juicio duró tres años e implicó repasar mil veces las escenas más dolorosas de su vida.

“Ante el tribunal conté más de lo que había contado en cámara Gesell, porque la primera vez sentía mucha culpa. Tenía la loca idea de que tal vez la culpa de lo que me había pasado era mía. Él nunca debió acercarse ni hacerme lo que me hizo. Me llevó mucho tiempo darme cuenta. Ese día conté todo. Lo venía guardando mucho. Me escucharon. Los jueces me dijeron que no iba a terminar bien para él y después supe que le habían dado una sentencia de diez años. Para mí fue una liberación. Me escucharon”, enfatiza.

“Hoy no quiero saber nada de él”, piensa en voz alta. “El miedo se terminó para mí. Ya no soy vulnerable. Cada vez que tengo una de esas pesadillas

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina