Gente (Argentina)

MALENA GALMARINI.

- “Donde estoy, yo me pongo la camiseta” Por Florencia Rodríguez Petersen Fotos: Fabián Uset

“Donde estoy, yo me pongo la camiseta”, dice la presidenta de AySA, una de las compañías más grandes del país.

Quiso ser médica, pero cambió de rumbo el día que se dio cuenta de que para mejorar la vida de las personas había que realizar cambios de fondo. Hoy, como presidenta de AySA, siente la urgencia de llevar agua segura a más familias. Dice que aprendió que es un rubro en el que los plazos son más largos de los que quisiera y propuso estrategia­s para fomentar la igualdad de género dentro de la compañía. También reconoce que este cargo la obligó a domar su carácter.

Rubiecita de ojos claros. Politóloga. Se querían morir: ¿Qué viene esta piba a decirme a mí, que laburo acá hace 30 años?”, recuerda Malena Galmarini (45) al relatar cómo fue su llegada a AySA. En diciembre de 2019 su carrera política tuvo un giro inesperado. Durante una década fue concejal del Partido de Tigre y luego ganó una banca en Diputados, a la que renunció dos días después de asumir el cargo. El presidente Alberto Fernández tenía para ella otro desafío: el 12 de diciembre la nombró presidenta del Directorio de AYSA.

Lo que parecía ser una misión simple comenzó a verse más compleja a medida que la conocía. Malena acabó descubrien­do que la compañía que ofrece servicios de agua y saneamient­o a la Ciudad de Buenos Aires y a 25 partidos del Conurbano tenía mucho potencial y ella debía poner en juego su capacidad de gestión. “Cuando llegué, lloraba. No quería echar a la gente que laburaba acá. Les

aclaré que si había que liquidar la empresa, ése no era mi rol. Nadie sabía cómo habían dejado la empresa. Pensaron que me mandaban a un lugar sin conflicto”, detalla y agrega que se tomó tres meses para poner en orden algunas cuestiones y aprender del área. “Hasta que decidí pagarles a los proveedore­s con cheque diferido a tres meses. La condición era poner en marcha las obras. Les dije: ‘Si mostramos que trabajamos, la plata la voy a conseguir’. Necesitaba que todos tiráramos para adelante”, reflexiona satisfecha por el trabajo realizado y consciente de que todavía falta mucho más.

Sabe que tener hijos adolescent­es es clave para poder trabajar tantas horas como necesita. Y, aunque confiesa que tiene ayuda, reconoce que su personalid­ad la lleva a seguir cuidando cada detalle en cuanto llega a su casa. “Soy obsesiva. Y eso se manifiesta en todos los ámbitos”, dice.

–Ciencias Políticas no parece ser la típica carrera que elegiría una obsesiva.

–Antes hice Medicina. Estudiaba 16 horas por día. Mis amigos salían y yo siempre estaba estudiando. Me tocó ir al viejo hospital Mariano y Luciano de la Vega, en Moreno. Un día nos querían meter en un parto y la mujer que iba a parir no quería que entraran los estudiante­s. Se generó una tensión que me interpelab­a. Al mismo tiempo, en la sala de espera vi a una mamá que estaba muy arrasada, con un nene chiquito que lloraba sin parar, y a la que nadie le prestaba atención. Ese día volví y le dije a Sergio que faltaba un paso anterior: era necesario acomodar esas cosas, que la gente pueda estar bien atendida.

–Eso te llevó a cambiar de área...

–Sí. Me costó mucho decírselo a mi mamá, porque cuando le dije que iba a estudiar Medicina me dio su estetoscop­io y un ambo que tenía guardado... Me

Suelo decir que la política tiene un buen ‘lejos’. De afuera parece una pavada: somos todos vagos, chorros, la pasamos súper bien... Pero cuando trabajás con responsabi­lidad en política, no dormís

pasó su legado. Y yo decidí no seguir esa carrera. Pero, al mismo tiempo, estaba muy convencida de lo que iba a hacer. Con el tiempo forjé una frase y suelo decir que la política tiene un buen “lejos”.

–¿Cómo sería eso?

–De afuera parece una pavada: somos todos vagos, chorros, la pasamos súper bien. Pero cuando trabajás con responsabi­lidad en política, no dormís. Yo no duermo. Y el cuerpo comienza a pasarte factura. Siempre tengo conmigo una bolsa en la que llevo y traigo computador­a, carpetas y demás. Incluso cuando me voy de vacaciones llevo mi oficina móvil.

–Tu llegada a AySA no fue fácil, pero da la impresión de que lo disfrutás.

–¡Sí! Es gestión. Además, donde estoy, yo me pongo la camiseta. Hoy de acá me sacan con los pies para adelante. Me gusta gestionar y me aburre la rosca. Hace años participé en una de esas mesas de discusión y tras varias horas de charla me di cuenta de que sólo habían nombrado a la gente una vez. Entonces les planteé eso: debaten qué hacer y cómo hacerlo, pero sin tener en cuenta a la gente. Esas mesas no son el lugar donde quiero estar. Que la rosca la hagan otros, a mí me gusta trabajar. Me gustaba trabajar en municipios, que tienen algo del día a día: hacés algo y enseguida lo ves. Acá me tiene loca que todo lleva más tiempo. Entonces, me piden que no sea tan ansiosa.

–Llevás años en política, que es un ámbito “masculino”...

–Machista.

Cuando llegué a AySA tuve que negociar. Necesitaba poner esto en marcha: terminar las obras y dar laburo. Argentina necesita trabajo genuino. Eso viene marchando firme, va muy bien

No leo diarios, no escucho la radio, no miro la tele, no abro portales de Internet. No quiero que nada me desenfoque porque, desde mi ética de la responsabi­lidad, la urgencia de los que viven de manera urgente no me lo permite

Vengo de una casa así: mi viejo, sin saberlo, ya era muy feminista, sólo por bancarse a una mina como mi mamá y a una hija como yo. Además, me casé con Sergio, un tipo que era muy machista pero lo suficiente­mente talentoso como para poder aprender. Hoy está muy deconstrui­do

–¿Cómo lograste construir tu lugar?

–Vengo de una familia con un matriarcad­o importante. Mis abuelas y bisabuelas eran mujeres fuertes. Mi vieja es una tromba y era muy fuerte en su organizaci­ón política. Ella me construyó la personalid­ad así: muy segura de lo que quiero hacer. Dicen que las minas entran en crisis a los 30. Yo no tuve crisis, porque mi pibe más chico nació dos meses antes y no tuve tiempo para crisis. Pero siempre fui muy reflexiva, hice terapia muchos años y aprendí a conocerme. Sé cuáles son mis virtudes y mis defectos. Peleo mucho con mis defectos para modificarl­os. A la mayoría a veces no logro aplacarlos. Creo que esos pseudo-defectos tienen que ver con la necesidad de pelear todo el tiempo.

–¿En qué te ayuda eso?

–Sé cuáles son mis propios límites. Si a mí me dicen “¿querés ser presidenta?” contesto la verdad: “No me da”. No estoy dispuesta a dejar a mis hijos, a no tener 15 días de vacaciones, porque enloquezco. No me da porque en cierto nivel hay sarcasmo, cinismo y algunas psicopatol­ogías que tenés que tener. Si no, no te bancás la presión... Y no estoy dispuesta.

–¿Y qué hay de las virtudes?

–Soy una gran trabajador­a: me siento más indio que cacique. Ahora, por ser indio no me dejo pasar por encima, porque sé qué quiero. Yo llego a un lugar, acomodo, aprendo y defino para dónde quiero ir. Ahí me peleo con quien sea. Tengo expectativ­as que son todas negociable­s, pero tengo límites y no lo son. Hay cosas que no negocio.

–¿Qué no negociás?

–Que se corra el foco de la gente. Cuando me dicen que labure menos, mi respuesta es: “No. Yo elegí laburar acá, ganando poco o ganando mucho”. Dicen que en el Estado ganás dos mangos... Bueno, pero lo elegiste vos. No negocio mi pasión ni el diálogo: siempre del otro lado hay algo que podés encontrar. A mí la grieta me pone de la nuca. Yo tengo que laburar igual, más allá de las diferencia­s.

–¿Volverías a ser candidata a un cargo?

–Siempre digo lo mismo y sé que no me creen: no construyo candidatur­as. A mí me emociona, me motiva, me apasiona ser parte de proyectos políticos. Hoy te digo que no me alcanza para ser presidenta. Capaz en 10 años crecí, tuve tiempo de estudiar más, aprendí cosas que hoy no conozco o no sé, y puede ser... ¿Ahora para qué? En vez de preguntarm­e qué quiero ser, díganme qué queremos hacer y veo si me sumo. Soy profundame­nte peronista. Me adherí al PJ el día que cumplí 16 y me afilié dos años más tarde. Ahora, eso no me ciega para ver qué cosas tengo que hacer.

–¿Hay algo que le critiques al peronismo hoy?

–Tengo un montón de críticas. Creo que la más importante es que no termina de aggiornars­e a esta época y sigue viviendo de derechos conquistad­os hace muchos años. Si uno lo piensa desde las vacaciones pagas, la jornada de 8 horas, el voto femenino, somos todos peronistas. Eso la gente lo tiene tan

No negocio mi pasión ni el diálogo. Del otro lado siempre hay algo que podés encontrar. A mí la grieta me pone de la nuca

incorporad­o que ya no puede ser bandera. Debo reconocer que yo pensaba que ya nadie podía discutir esto y vino Macri. Eso me llevó a darme cuenta de que el peronismo no puede relajarse. Sí creo que al peronismo le falta entender que los pibes y las pibas no militan doctrinas, sino temas. Debemos encontrar líderes y lideresas nuevos, aggiornado­s a esta época. Si no lo logramos, el peronismo está en serios riesgos... Y no veo que haya debate interno serio.

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