¿El fin de las especies amenazadas o nuestro colapso?
Vivimos en un planeta con paisajes deslumbrantes que contienen una espectacular diversidad de formas de vida que todavía estamos conociendo. Prueba de ello es que todos los años se descubren nuevas especies. Actualmente, estimamos que en la Tierra viven más de 2,2 millones.
Desde hace décadas, la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) estudia cuántas de ellas están amenazadas. El esfuerzo colectivo de especialistas de casi todos los países lleva evaluado el estado de conservación de un siete por ciento de ese total, pero el resultado es preocupante: casi cuarenta mil se encuentran amenazadas y más de mil, extintas por causas humanas. Sabemos que no es noticia que existan animales y plantas amenazadas. La noticia es que ahora tenemos grupos enteros amenazados. Por ejemplo, más del 40 por ciento de las especies de anfibios, el 30 por ciento de los arrecifes de coral, el 25 por ciento de los mamíferos, casi el 15 por ciento de las aves del mundo y el 35 por ciento de las coníferas. Y no están en peligro por causas naturales, sino por causas directas e indirectas de un pseudo-desarrollo humano irresponsable. Conviene ser claros: Es falsa la premisa de que existen distintos modelos de desarrollo, porque sólo hay uno verdadero, aquel que respeta la naturaleza y los límites de recuperación de sus ecosistemas y especies. No se puede hablar de desarrollo si el resultado de su práctica deja un saldo de aguas envenenadas, suelos erosionados, aire contaminado, recursos amenazados o perdidos y una alteración del clima mundial que despliega eventos meteorológicos más violentos, frecuentes y extensos que en el pasado.
Pero hablar de distintos modelos de desarrollo es otro de los síntomas que diagnostican que la humanidad todavía no terminó de aprobar su etapa de alfabetización ambiental. Hay premisas básicas que no hemos aprendido. Para el caso, que somos parte de la naturaleza, que los ecosistemas silvestres son productivos y que su capacidad depende de cómo los tratemos. Muchos políticos y economistas son algunos de esos analfabetos ambientales. Lo ponen en evidencia cuando proponen convertir en “tierras productivas” a bosques, selvas, pastizales y estepas silvestres. Ignoran que ellos vienen produciendo aire puro, agua potable, suelos fértiles, especies polinizadoras de nuestros cultivos y una enorme diversidad de recursos. Y si no hay más pobres e indigentes es porque esos paisajes brindan su agua, sus frutos, semillas, plantas medicinales, maderas para cocinar o calentarse y carnes de sus animales silvestres. Si fueran improductivos, nada de todo esto movería la aguja de la economía de tantas personas en situación de vulnerabilidad. Si fingimos demencia abstrayéndonos de estos conceptos, nos tocará aprender que en la naturaleza hay causas y consecuencias. El mundo no va a desaparecer. Lo que va a desaparecer es el mundo que conocemos, al tiempo que probablemente nuestra especie enfrente su colapso global. Grandes civilizaciones del mundo antiguo han dejado de existir por motivos similares. Sus restos arqueológicos, que nos despiertan tanta admiración, debieran mejor despertarnos para no repetir sus errores.
(*) 57, naturalista y museólogo (para poner en valor, conservar e interpretar el patrimonio), asesor científico de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara e investigador adscripto del Centro de Ciencias Naturales, Ambientales y Antropológicas de la Universidad Maimónides. Contacto: claudiobertonatti@yahoo. com (mail), www.facebook.com/naturalycultural (Facebook) y claudiobertonatti.wixsite.com/naturaycultura (site)