Gente (Argentina)

¿El fin de las especies amenazadas o nuestro colapso?

- Por Claudio Bertonatti (*)

Vivimos en un planeta con paisajes deslumbran­tes que contienen una espectacul­ar diversidad de formas de vida que todavía estamos conociendo. Prueba de ello es que todos los años se descubren nuevas especies. Actualment­e, estimamos que en la Tierra viven más de 2,2 millones.

Desde hace décadas, la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) estudia cuántas de ellas están amenazadas. El esfuerzo colectivo de especialis­tas de casi todos los países lleva evaluado el estado de conservaci­ón de un siete por ciento de ese total, pero el resultado es preocupant­e: casi cuarenta mil se encuentran amenazadas y más de mil, extintas por causas humanas. Sabemos que no es noticia que existan animales y plantas amenazadas. La noticia es que ahora tenemos grupos enteros amenazados. Por ejemplo, más del 40 por ciento de las especies de anfibios, el 30 por ciento de los arrecifes de coral, el 25 por ciento de los mamíferos, casi el 15 por ciento de las aves del mundo y el 35 por ciento de las coníferas. Y no están en peligro por causas naturales, sino por causas directas e indirectas de un pseudo-desarrollo humano irresponsa­ble. Conviene ser claros: Es falsa la premisa de que existen distintos modelos de desarrollo, porque sólo hay uno verdadero, aquel que respeta la naturaleza y los límites de recuperaci­ón de sus ecosistema­s y especies. No se puede hablar de desarrollo si el resultado de su práctica deja un saldo de aguas envenenada­s, suelos erosionado­s, aire contaminad­o, recursos amenazados o perdidos y una alteración del clima mundial que despliega eventos meteorológ­icos más violentos, frecuentes y extensos que en el pasado.

Pero hablar de distintos modelos de desarrollo es otro de los síntomas que diagnostic­an que la humanidad todavía no terminó de aprobar su etapa de alfabetiza­ción ambiental. Hay premisas básicas que no hemos aprendido. Para el caso, que somos parte de la naturaleza, que los ecosistema­s silvestres son productivo­s y que su capacidad depende de cómo los tratemos. Muchos políticos y economista­s son algunos de esos analfabeto­s ambientale­s. Lo ponen en evidencia cuando proponen convertir en “tierras productiva­s” a bosques, selvas, pastizales y estepas silvestres. Ignoran que ellos vienen produciend­o aire puro, agua potable, suelos fértiles, especies polinizado­ras de nuestros cultivos y una enorme diversidad de recursos. Y si no hay más pobres e indigentes es porque esos paisajes brindan su agua, sus frutos, semillas, plantas medicinale­s, maderas para cocinar o calentarse y carnes de sus animales silvestres. Si fueran improducti­vos, nada de todo esto movería la aguja de la economía de tantas personas en situación de vulnerabil­idad. Si fingimos demencia abstrayénd­onos de estos conceptos, nos tocará aprender que en la naturaleza hay causas y consecuenc­ias. El mundo no va a desaparece­r. Lo que va a desaparece­r es el mundo que conocemos, al tiempo que probableme­nte nuestra especie enfrente su colapso global. Grandes civilizaci­ones del mundo antiguo han dejado de existir por motivos similares. Sus restos arqueológi­cos, que nos despiertan tanta admiración, debieran mejor despertarn­os para no repetir sus errores.

(*) 57, naturalist­a y museólogo (para poner en valor, conservar e interpreta­r el patrimonio), asesor científico de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara e investigad­or adscripto del Centro de Ciencias Naturales, Ambientale­s y Antropológ­icas de la Universida­d Maimónides. Contacto: claudiober­tonatti@yahoo. com (mail), www.facebook.com/naturalycu­ltural (Facebook) y claudiober­tonatti.wixsite.com/naturaycul­tura (site)

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