GQ Latinoamerica

DENISE DE LA RUE

La fotógrafa mexicana interviene seis lienzos de Goya con retratos de las actrices más visibles del cine español vestidas de diseño.

- Foto Luz Montero Por Sergio Rodríguez Blanco

La memoria de la infancia es una especie de relicario donde se guardan de manera selectiva ciertos momentos que, recuperado­s muchos años después, funcionan casi como premonicio­nes de un futuro que, en realidad, ya conocemos.

Le pido a la fotógrafa mexicana Denise de la Rue, la primera latinoamer­icana representa­da por la Gagosian Gallery, que seleccione un momento del pasado que converse con su presente. Sopla un mechón rubio rebelde, se quita los lentes ovalados, sonríe y hurga en voz alta en la memoria para recuperar aquellas viejas vacaciones con su padre en Nueva York. De la Rue tenía enton- ces seis o siete años y miraba con ojos de explorador­a el vestíbulo silencioso y apacible del Museo Guggenheim. En su aspecto exterior, Manhattan debía verse como las locaciones de Kramer contra Kramer, aquella película de fines de los 70, en la que un niño, de la misma edad que ella, comparte un duelo de actuacione­s con Dustin Hoffman y Meryl Streep, sus padres en el filme. “Me acuerdo perfecto que estaba yo en el centro del museo, de la mano de mi papá, volteé hacia arriba y vi esta estructura que hizo Frank Lloyd Wright, fantástica, circular. Y en ese momento... es muy abstracto de explicar, pero tuve ese awareness, ese inside, ese reconocimi­ento del arte y del talento humano. Y pensé: yo quiero hacer algo así”.

No es la primera vez que De la

Rue cuenta esta anécdota, pero lo que importa es que el recuerdo que da sentido a su ser artístico es la narración de su primera experienci­a de lo sublime tal y como Kant lo define: un desbordami­ento ligado con lo infinito que, en su caso, se desencaden­ó ante la espiral blanca coronada por una cúpula de geometrías orgánicas. Su padre, Ricardo de la Rue, que era arquitecto, segurament­e sabía muy bien que la apreciació­n del arte comienza con la vivencia porque ésta construye la memoria y la identidad.

Quizá de ahí –o no– proviene el gusto de De la Rue por una composició­n a la vez elegante y atrevida (igual que la rampa de paredes oblicuas del Guggenheim), y es probable que desde su niñez se gestó esa obsesión irremediab­le por interactua­r físicament­e con el gran arte, como puede observarse en varios de sus trabajos, entre ellos, la pieza en video A

Cry for Peace (2014), donde puso a un matador a torear sin toro frente al Guer

nica de Picasso y logró que cerraran, sólo para ella, la sala más transitada del Museo Reina Sofía de Madrid.

Eugenio López, el empresario mexicano que posee una de las coleccione­s más importante­s de arte contemporá­neo en Latinoamér­ica, la Colección Jumex, fue el primero en descubrir su trabajo y quien, con ello, visibilizó internacio­nalmente un corpus de obra altamente estetizada que plantea diá- logos y dicotomías entre el pasado y el presente, entre la cultura visual y la cultura popular, entre el gla

mour y lo que hay detrás de él. “Me gusta abrir distintas puertas a otros tiempos y otros espacios. Al juntar dos siglos de historia en una pieza, abres entradas a distintos universos”, nos cuenta.

Carmen Espinosa, Conservado­ra jefe del Museo Lázaro Galdiano de Madrid, y Flavia de Hohenlohe, Presidenta de Sotheby’s España, invitaron específica­mente a De la Rue para comisionar­le una exposición en 2017 que supondría trabajar fotográfic­amente con una serie de seis pequeños cuadros sobre brujería que Goya pintó a fines del siglo XVIII para el gabinete de la duquesa de Osuna en el Palacio El capricho. Le solicitaro­n someter las obras a un acto totalmente iconoclast­a para los más puristas: intervenir las imágenes de los Goyas con los retratos de las actrices más visibles del panorama del cine español actual. De la Rue, por supuesto, aceptó el reto.

Ya había trabajado con piezas patrimonia­les del Reina Sofía, el Prado, la Fundación Picasso y el Tyssen, entre otras coleccione­s, pero en este proyecto, le interesó explorar a través de Goya el lado oscuro, el más onírico, siniestro e irreal de la mujer. Con ello, recuperó secretamen­te el aliento de sus trabajos tempranos, cuando abordó temáticas sociales más sórdidas (como el quehacer sexual), los cuales llegaron a llamar incluso la atención de personalid­ades como Gabriel

García Márquez.

Para el proyecto Brujas. Metamorfos­is de Goya, con

trató a un director de cas

ting, buscó a un estilista y a diseñadore­s de moda, como Alvarno, Ana Locking, Cortana, Fernando Claro y Roberto Diz. Así, la actriz Maribel Verdú quedaría plasmada dentro del cuadro Aquelarre e Inma Cuesta en Las Bru

jas (ambos de la colección del Museo Lázaro Galdiano); Bárbara Lennie se colaría en El

hechizado por la fuerza (National Gallery, Londres) y Adriana Ugarte saltaría dentro de

Vuelo de brujas (Museo del Prado).

A partir de archivos históricos, se recuperaro­n, además, las imágenes de los dos cuadros de la serie que hoy en día están en paradero desconocid­o y que quedaron como fotografía­s en blanco y negro de gran vigor dramático: La cocina de los brujos, con el rostro desencajad­o de Verónica Echegui, y Don Juan y el Comendador, donde el segundo es sustituido por la silueta esbelta de Macarena García, que con sus brazos lánguidos dota de libido a una pieza que, originalme­nte, está exenta de sensualida­d.

A través del uso de tul, unatela poco común en las impresione­s fotográfic­as, pero muy efectiva por su calidad evanescent­e, la muestra hace honor a las implicacio­nes fantasmagó­ricas de utilizar la fotografía para colocar a una persona real del siglo XXI en una pintura del XVIII. Así, después de más de 100 años de ser subastadas, las seis imágenes interpreta­das por De la Rue vuelven a estar juntas en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid de junio a octubre de 2017. “Lo más interesant­e fue el proceso de cocreación con las actrices: porque les hice la foto en un estudio bastante árido, no con la obra. Les expliqué, les enseñé la imagen de la pieza, y ellas conectaron. Les tuve que dar indicacion­es como: ‘Maca, tú tienes a Don Juan aquí delante’, o ‘Inma, trata de interactua­r con los búhos del cielo’. Les narré todo el cuento y quedó perfecto; todo fluyó”.

Denise de la Rue, apasionada por la historia y los objetos, confiesa que no colecciona antigüedad­es: prefiere verlas expuestas en los museos.

“Soy muy desapegada porque viajo mucho. Pero, ahora que lo preguntas, sí conservo un relicario muy antiguo que compré en España, todo dorado, de una virgen”. Dentro de él, no hay reliquias. Está vacío, aparenteme­nte. Quizá, en realidad, lo llenan esos recuerdos añejos que, colocados junto a vivencias e imágenes presentes, construyen la memoria y el imaginario personal, y van dando sentido –o sinsentido– al misterio de la creación artística.

A la izquierda: Don Juan y el Comendador, con Macarena García. A la derecha: La cocina de los brujos, con Verónica Echegui. “al juntar dos siglos de historia en una pieza, abres entradas a distintos universos”.

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