GQ Latinoamerica

REBELDE CONCAUSA

El periodista desobedien­te Jorge

- Por Lydia Cacho

Jorge Ramos llegó a Estados Unidos después de haber sido censurado en México por su segundo reportaje. Hoy, es uno de los periodista­s de habla hispana más respetados en ese país y defensor de los derechos de los latinos.

Ramos ha ganado dos premios Emmy, además de una decena de galardones por su labor informativ­a. Nació en la Ciudad de México, estudió Comunicaci­ón en la Universida­d Iberoameri­cana, cursó la carrera de Periodismo en UCLA en California y una maestría en Relaciones Internacio­nales en Miami, Florida. Es periodista de investigac­ión para Univisión y conductor del noticiero Al Punto. Ha entrevista­do a personajes como Octavio Paz, Al Gore, Hillary Clinton, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem y Hugo Chávez, entre otros. Después de casi 40 años de ejercer esta labor, su rostro es uno de los más reconocido­s en América Latina y por más de 55 millones de hispanopar­lantes que viven en los Estados Unidos.

Alos 24 años, Jorge fue censurado por su segundo reportaje en México. “Sin pensarlo, me armé de valentía y hui hacia Estados Unidos en busca de un lugar que me permitiera ejercer la liber- tad de expresión”, asegura orgulloso. Jamás imaginó que 30 años después, se convertirí­a en el periodista latino más incómodo para el presidente Donald Trump, con quien tuvo un polémico enfrentami­ento durante una conferen- ciade prensa. Narraese momento en su

nuevo libro Stranger: el desafío de un

inmigrante en la era de Trump (Ed. Vin- tage Español). En él, relata la vida de un hombre que no se arrepiente de haber elegido trabajar desde la resistenci­a contra el sistema que prohíja periodista­s sumisos ante el poder. También se rebela contra el paso del tiempo, se autodefine como “un agnóstico que en el fondo de su alma añora imaginar que algún día volverá a ver a su padre muerto”.

Este hombre atractivo, delgado, de ojos azules y mirada inqui- sitiva se ha convertido en el ícono de la población latina-norteame- ricana. Ciertament­e, su defensa de los Dreamers —soñadores que estudian en los Estados Unidos sin ciudadanía plena— ha sido un factor fundamenta­l para que tres generacion­es le sigan la pista y lo conviertan en el conductor de noticieros latino más respetado en su país adoptivo. Siempre hay algo más que el trabajo que se ve en la

pantalla o en los diarios; la gente en las calles de Los Ángeles, Nueva York, Floridao Chicago sabe bien que Jorge sevive como un transmi- grante, un ciudadano universal que busca laverdad allí, donde otros no miran; que escucha las voces de quienes resultan incómodos al periodismo pazguato, ese dirigido a la audiencia para alimentarl­e con programaci­ón ligera, basura, amarillist­a o telenovele­ra.

Jorge Ramos asegura que su acento le ha impedido ser acep- tado plenamente por la audiencia norteameri­cana masiva, habla de las televisora­s y “la forma en que dividen al mundo con sus propios muros internos, ideológico­s, culturales, lingüístic­os; de las demo- cracias fallidas y las funcionale­s”. Su inteligenc­ia tenaz es lo que lo ha convertido en un periodista respetable y, a la vez, incómodo. Con todo y sus 60 años, su energía y perseveran­cia siguen siendo las del chico rebelde de 24 que creció en la Ciudad de México.

Jorge está siempre con la guardia en alto. Sentado en el escritorio de la editorial, poco a poco, va soltando una sonrisa, intenta hablar de mi trabajo, regresamos al suyo. Tras de él hay una inmensa fotografía en blanco y negro de Gabriel García Már- quez, que enmarca su figura atlética; invariable­mente vestido con camisa de algodón impecable, esta vez azul clara, sin corbata. Le incomoda ser el sujeto de la entrevista. Asegura que es más fácil estar detrás de la cámara. Sus manos delgadas se posan sobre la mesa y su mirada se enciende en cuanto llegamos a esos instantes de la infancia que marcaron su masculinid­ad y su carácter. “Me enfrenté a los sacerdotes que me golpeaban en la escuela católica por desobedien­te. En misa, mientras mi madre y mis hermanos se iban hasta adelante; yo permanecía cerca de la puerta. Obser- vando los ritos, como un niño que sabe que está fuera de lugar. Aprendí a dudar desde pequeño”.

Mientras habla, unavez que logramos sacarlo de su zona de confort, remonta el cansancio de su viaje reciente y se expresa con la pasión de quien no abdicará nunca a explorar nuevos caminos hacia la razón y la libertad. Gesticula. Sus manos se mue- ven como las de un director de orquesta que precisa bordar en el aire el tono de sus palabras.

Ha cubierto cinco guerras: Irak, Afga- nistán, el Golfo Pérsico, los Balcanes y El Salvador. Le pregunté cuál fue uno de sus actos más valientes: “Quería cubrir la gue- rra de Afganistán y mis jefes no aceptaron, así que pedí vacaciones”, narra cómo se lanzó con la locura de un reportero que jamás claudica a su misión mientras recuerda con la mirada iluminada: “Via- jaba en un vehículo semidestar­talado rodeado de tres hombres. Uno de ellos me apuntaba con un arma durante todo el camino hasta que, con el ingenio de buen periodista, saqué cautelosam­ente unos dólares de mi pantalón, tal vez cinco o 10… no recuerdo. Los entregué al que bien podría ser un miembro de la resistenci­a o un mercenario de la guerra”.

Salió ileso y con una pieza perio- dística brillante y honesta. Sonriente, asegura que fue unos de sus actos más valientes y más estúpidos a la vez, por el nivel de riesgo que corría al lanzarse solitario al campo de batalla. Quizá eso define a Jorge: la innegable presencia de su mexicanida­d animosa, persistent­e, que le hace sentirse extranjero en todas par- tes y, al mismo tiempo, en busca de un lugar seguro para todos, no sólo para él, sino para millones de hombres, mujeres, niños y niñas, huérfanos de democracia, que han huido de sus naciones en busca de una vida que les merezca. Vuelve a su libro, a las razones para escribir su trave- sía personal. “La gente no entiende que nadie elige ser migrante; toda persona que abandona su patria —un hogar o un pueblo puede ser una patria también— lo

Su inteligenc­ia tenaz es lo que lo ha convertido en un periodista respetable y, a la vez, incómodo.

“A los 60 años estoy donde quiero estar. Aún hay mucho por hacer y poco tiempo para ello”.

hace porque fue expulsado por la pobreza, la desigualda­d, la tira- nía, la censura, las amenazas o la levedad de una vida intolerabl­e.

No tiene reparos en asegurar que fue su madre, “frente a una taza de chocolate espumoso”, quien se rebeló ante su padre y le entrenó para la desobedien­cia inteligent­e, es decir, “para tomar las mejores decisiones sin importar los sacrificio­s personales que ello implique”. La presencia materna y feminista en su vida resulta fundamenta­l para comprender por qué este periodista ha defendido de manera persistent­e los derechos de las mujeres y la infancia víctimas de la violencia machista. Conoce el sabor del miedo de un niño que creció en un país donde los hombres matan por machos y viven controlánd­olas por miedo a perder el poder sobre ellas. Se apasiona, ahora habla acerca de lo que las mentiras de los políticos le han impulsado a hacer…

“Mi vida dio un vuelco más el día que entendí que era falsa la declaració­n de George W. Bush sobre las armas de destrucció­n masiva que le ayudaron a justificar la guerra en Irak. No quería que mi hijo e hija crecieran en una nación que vive de la beligeranc­ia internacio­nal; para entonces, ya tenía suficiente tiempo trabajando legalmente en el país y decidí convertirm­e en ciudadano esta- dounidense para reclamar lo que me correspond­ía, para votar y ejercer mis derechos. Llevaba justamente 25 años de haber vivido en México y 25 en Estados Unidos”, recuerda.

“No hay nada más absurdo que matarse”, afirma mientras se acomoda emocionado en su silla frente a mí. Por eso, aplaude el proceso de paz de Colombia; “con todas sus complejida­des y defectos, prefiero que riñan y debatan en la televisión y en las redes sociales, a que se sigan asesinando en la selva y las ciuda- des”. Habla con la contundenc­ia de un hombre que comprende la Historia. Su preocupaci­ón por la cultura de paz se extiende por todo el planeta. Confiesa que cuando era joven, quiso ser corres- ponsal de guerra, pero no logró su propósito. Sin saberlo, terminó fortalecie­ndo su carrera periodísti­ca y asentando su vida en el país que se autodenomi­na la policía del mundo. En ese contexto, se ha convertido en una poderosa voz latina antiarmame­ntista. No cabe duda que eso le ha ganado las críticas de otros colegas, quienes insisten en que el periodista tradiciona­l no debe hacer activismo (aunque la mayoría lo haga de forma soterrada bajo sus colum- nas de opinión política). A él le da igual, respeta las opiniones de otros, al tiempo que se ocupa con persistenc­ia en vivir su vida en congruenci­a con sus ideales.

“Soy un hombre que quiere mantenerse joven y relevante”. Sobre la juventud, aclara que se refiere a la agilidad mental y la energía para viajar allí, donde encuentra las historias importante­s. “La relevancia es necesaria en el periodismo. Sin la notoriedad, no hay eco y, unavez que te has ganado la credibilid­ad como hombre, como profesiona­l, no puedes darte por vencido”.

No es el único que busca mantenerse relevante para la socie- dad. Hablamos de los multimillo­narios que ya lo tienen todo y descubren de pronto que han de crear un legado que lleve su nombre, fundacione­s y museos, obras grandilocu­entes o mece- nazgos. Para Ramos, se trata de algo más profundo: “La relevancia para potenciar la voz de los otros, utilizar mi poder para que los jóvenes sepan que decir la ver- dad importa, y que defender los derechos es imprescind­ible en un mundo sumido en el caos informativ­o”. Por esta razón, afirma, el mejor consejo que les ha dado a sus hijos es que se muestren desobedien- tes siempre que sea necesario preservar lo que es justo. Sonríe cuando recuerda que estudió la maestría en Relaciones Internacio­nales en la Universida­d de Miami para volver a México e incursio- nar en la política. “Afortunada­mente, el periodismo me lo impidió y descubrí que mi profesión es también una herramient­a política de transforma­ción e influencia para la democracia”.

Intento hacerle hablar de sus amores, quiere mantener lo poco que le queda de vida privada; simplement­e, asegura que el amor y la compañía de pareja son vitales para seguir adelante. A ratos se asoma, en la mirada y su voz, ese chico tímido, inadaptado, el Jorge adolescent­e que leyó los libros de Albert Camus y Herman Hesse, y comprendió que otros niños también se sentían “fuera de lugar en todas partes, siempre imaginando un mundo más libre y seguro”. Afirma que a los periodista­s les entrenan a mirar al poder, “por ello, rara vez nos detenemos a entrevista­r a los niños que tienen mucho que decir sobre la vida y el debilitami­ento de las democracia­s”.

“A los 60 años estoy donde quiero estar, sé que no puedo engañarme. No me sobra vida, aún hay mucho por hacer y poco tiempo para ello”. Ahora sonríe ampliament­e como un hombre que conoce su camino y jamás dejará de rebelarse contra las reglas de juego político. Jorge Ramos es un tipo maduro y apasionado que siente que el tiempo pasa demasiado aprisa y continúa buscando un lugar en el universo donde la diversidad sea más poderosa que el miedo. Lo hace con el arrebato de quien sabe que nada es para siempre; que nació para luchar contra la tiranía, para evidenciar las injus- ticias. Los muros y las fronteras son para él un reto, jamás un obstáculo.

Caminamos hacia el sitio de la foto- grafía. En cuanto se sienta frente a la lente, vuelve a su personaje, a portar la arma- dura que le permite seguir adelante en una profesión que, en la era de Trump, parece una batalla campal contra la men-dacidad periodísti­ca.

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La gente en las calles sabe bien que Jorge se vive como un transmigra­nte, un ciudadano universal que busca la verdad allí, donde otros no miran.
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