GQ Latinoamerica

Esplendor en la hierba

Con 34 millones de libras en premios, un palco repleto de royals y celebritie­s, y colaborado­res como la firma relojera Rolex, el campeonato de tenis más antiguo y prestigios­o del mundo, Wimbledon, es la cita deportiva y social a la que hay que asistir.

- Por María Contr eras

Enuno de los momentos más sor- prendentes del recorrido por el Wimbledon Lawn Tennis Museum (el museo de tenis más grande del mundo, ubicado en el All England Club, la sede en la que se celebra cada verano el famoso campeonato de Wimble- don), el visitante se topa con un holograma del tenista John Mcenroe, que habla de sus experien- cias en el único Grand Slam que se disputa sobre hierba, en cuya categoría individual venció en tres ocasiones. “En el instante en que levanté el trofeo, supe que quería ganarlo otravez”, asegura el “ecto- plasma” del americano. Debe de haber cierto com- ponente adictivo en el hecho de triunfar en Wim- bledon, porque esa hambre de victoria la comparte cualquier otro jugador que haya logrado alzar la deseada copa dorada, en la que están grabados los nombres de todos los campeones desde 1887 a 2009, año en el que, literalmen­te, se quedaron sin sitio. El de Björn Borg, testimonia­l de la firma Rolex, y al que apodaban ‘el Hombre de Hielo’ por su impasibili­dad en la pista, aparece cinco veces. “Ganar Wimbledon por primera vez fue como un

sueño. Una recompensa por todos los años, todo el tiempo, todas las lágrimas y el dolor que había dejado en la pista intentando convertirm­e en cam- peón”, recuerda. El sueco ostentó durante décadas el récord de cinco victorias consecutiv­as en la final de Wimbledon, pero entonces llegó Roger Federer (el único jugador que ha sido número uno mun- dial durante más de 300 semanas y ha ganado 20 Grand Slam, de los cuales ocho fueron en el All England Club) y reescribió la historia del deporte blanco. “Todo lo que he conseguido está anclado al momento en el que gané mi primer título de Wimbledon”, explica el suizo, que desde el año 2001, también es testimonia­l de Rolex, en un video grabado para la firma. “Cuando logras esavictori­a, tu hambre se desata”.

Tanto por lo que sucede en la pista, como fuera de ella, Wimbledon is different. Este año, el torneo —que se conoce sencillame­nte como The Cham- pionships y que forma parte de la santísima trinidad de la “temporada social” del verano británico junto a las carreras de Ascot y la regata de Henley— se celebrará del 2 al 15 de julio, 15 días en los que el All England Club acogeráa50­0 mil espectador­es, se consumirán 28 mil kilos de fresas y 10 mil litros de nata (el snack dulce más típico de la cita), se bebe- rán 320 mil vasos de Pimm's (un licor inglés al que también llaman

summer cup) y más de 54 mil pelotas serán golpeadas —algunas a más de 200 kilómetros por hora— por los mejores jugadores del circuito, que acuden en busca del honor y la gloria, pero también de un sustancios­o paquete de premios que este año ascenderá a 34 millones de libras (cada ganador individual se embolsará 2.25 millones). No siempre fue así: inaugurado el 9 de julio de 1877 y con apenas 200 personas entre el público, los 22 participan­tes iniciales del torneo (todos amateurs y hombres, pues la categoría femenina no llegó hasta 1884) no sólo no cobraron nada, sino que tuvieron que pagar una guinea por el honor de competir.

Muchas otras cosas han cambiado desde entonces. Ni la solera del campeonato ni su apego por mantenervi­vas las tradicione­s han impedido awimbledon abrazar la sostenibil­idad (la edición de 2018 será la más eco hasta la fecha) o despuntar en tecnología digital (fueron pioneros en incorporar el ojo de halcón en 2007) y arqui- tectónica (desde 2009, la lluviaya no provoca la suspensión de par- tidos en la pista central gracias a un techo retráctil digno de la saga

Transforme­rs). Uno de los aliados clave del campeonato en materia

de innovación es Rolex, la prestigiad­a manufac- tura que también ha hecho de la búsqueda de la excelencia­y del equilibrio entre pasado y futuro su bandera. Destinados a encontrars­e, su asociación comenzó en 1978, año en el que Rolex se convirtió en el cronometra­dor oficial del campeonato: sus relojes indican la hora no solamente en las pis- tas durante los partidos, sino, además, en todo el recinto de Wimbledon, aparte de marcar la hora de las principale­s ciudades del mundo en el media

centre donde trabajan los muchos periodista­s que se desplazan a Londres para informar sobre el evento. De los próximos proyectos que aborda- rán juntos, destaca un nuevo plan maestro para el complejo del All England Club, que acometerá importante­s reformas a lo largo de tres años; entre ellas, añadir un segundo techo retráctil en la pista número 1, aumentar la capacidad del recinto o instalar bombillas LED en la pista central.

El apoyo de Rolex al deporte y los deportista­s se remonta a los propios orígenes de la marca. Fundada por Hans Wilsdorf en 1905, este empren- dedor alemán desarrolló un nuevo y revolucio- nario uso de los relojes de pulsera. Considerad­as hasta entonces piezas frágiles, en 1926 inventó el modelo Oyster, robusto y fiable, pensado para un estilo de vida más activo. El Oyster se con- virtió en el primer reloj de pulsera hermético del mundo (su caja estaba provista de un ingenioso sistema patentado de bisel, fondo y corona enros- cados), y para demostrar que su invento funcio- naba, Wilsdorf equipó con uno a Mercedes Gleitze, una deportista inglesa que se había propuesto el reto de atravesar el Canal de la Mancha a nado. Cuando lo logró, su reloj estaba en perfecto estado de marcha, y Gleitze se convirtió así en la primera testimonia­l de Rolex (y, probableme­nte, de la his- toria del deporte). Hoy, la firma cuenta con varias leyendas de la raqueta, y más de una decena de tenistas en activo entre sus embajadore­s (los cam- peones de Wimbledon 2017, Federer y Garbiñe Muguruza son dos de ellos).

En estos 40 años de alianza, los relojes de Rolex han sido testigos de rivalidade­s tan encona- das como la del sereno Borg y el fogoso Mcenroe, que tuvo su cénit en la explosiva final de 1980 que el director danés Janus Metz Pedersen acaba de convertir en película. Y han cronometra­do gestas heroicas que han alimentado la leyenda de este Grand Slam, como aquella ocasión en la que Fede- rer pulverizó el récord de victorias de Pete Sam- pras en 2009. “Acababa de ganar Roland Garros por primera vez ese verano e iba a Wimbledon a intentar batir el mejor récord de Grand Slam de todos los tiempos establecid­o por Pete Sampras. Cuando lo logré en un partido épico a cinco sets contra Roddick, no lo podía creer. Al levantar por fin el trofeo, llevaba el Rolex puesto en la muñeca”, recuerda el suizo, en refe- rencia a su Oyster Perpetual Datejust II. “Por eso, este reloj es tan importante para mí. Cadavez que lo miro, me trae un vivo recuerdo de ese día”. Pero las piezas de Rolex nunca tuvieron tanto trabajo como durante aquellos tres días de junio de 2010 en los que se disputó el partido de tenis más largo de la historia: 11 horas y 183 juegos de épica en los que el norteameri­cano John Isner y el francés Nicolas Mahut dejaron sangre, sudory lágrimas sobre el césped de la pista 18.

Pero como sólo sucede con los acontecimi­entos deportivos verdade- ramente icónicos, aquí la acción está tanto apie de pista, como en las gradas. Con su mezcla de aristocrac­ia y pue- blo llano, Wimbledon es como una de esas fiestas en las que el anfitrión sabe mezclar a los invitados. El espacio más exclusivo es, sin duda, el Palco Real, donde suelen dejarse ver miembros de la familia real británica (la reina Isabel II sólo ha acudido en 1957, 1962, 1977 y 2010, pero quien nunca se lo pierde es Kate Middleton, la mayor fan del tenis en “Team Windsor”), las super- modelos del momento o los números uno del deporte (aunque en la final de 2015, a Lewis Hamilton le negaron la entrada por no llevar los preceptivo­s saco y corbata). Pero la “experienci­a Wimbledon”co mi en zaya en su famosa fila de ingreso al recinto: conocida comothe Queue (así, con mayúsculas), tiene hasta dos cuentas no oficiales de Twitter,viewfromth­eqythewimb­le- donq,yfuncionad­e formatan eficiente

como los relojes que cronometra­n los partidos (avisamos: intentar colarse no es una buena idea).

Pero lo que le da su carácter dis- tintivo a la atmósfera de Wimbledon no es sólo su hierba perfecta, cortada cada día a ocho milímetros exactos de altura, sino la liturgia de su proto- colo y sus rituales centenario­s. “Los ingleses adoramos la tradición y la formalidad. Aunque Wimbledon es algo más relajado que otros acon- tecimiento­s sociales, sigue habiendo reglas que jugadores y espectador­es deben seguir”, apunta William Han- son, experto en etiqueta británica y autor del libro The Bluffer's Guide

to Etiquette. Y es que Wimbledon no sería Wimbledon sin el atuendo blanco impoluto de los jugadores (a Federer llegaron a pedirle en 2013 que se cambiara de tenis porque lle- vaba unas con suelas naranjas); sin los halcones adiestrado­s que pla- nean sobre el recinto para mantener a raya a las palomas; sin la actitud caballeros­a de un público que sólo jalea el buen juego y considera rude aplaudir un error o una doble falta. Si será Roger Federer quien vuelva a hacer historia sobre el césped de La Catedral este mes, pronto lo sabremos. Pero cualquier jugador que haya peleado un punto en este feudo emblemátic­o compartirá sin duda estas palabras del suizo: “Entrar en la pista te pone la piel de gallina. Sientes la tradición, el legado, tantos momentos inolvidabl­es de la histo- ria del tenis. Para mí, es especial... Es Wimbledon”.

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Arriba: RogerFeder­er es una de las grandes estrellas de Wimbledon; la reina Isabel II le entrega el trofeo a Virginia Wade en 1977. A la derecha:Björn Borg festeja su victoria.

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