GQ Latinoamerica

LOS SCHWARZENE­GGER

Arnold Schwarzene­gger es un maestro y ejemplo para Patrick, el mayor de sus hijos varones. En su primera entrevista conjunta, ambos revelan algunos de los momentos más especiales que los unieron y cómo se convirtier­on en mejores amigos.

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Arnoldy Patrick Schwarzene­g- ger siempre rechazaron una y otra vez todas las solicitude­s de entrevista que les propusie- ron, pero para GQ hicieron una excepción. Por vez primera, ambos posan juntos delante de la cámara. El poder de una familia de estrellas elevado al cuadrado. Nos encontramo­s en Los Ángeles, en una man- sión en las colinas de Malibú. Patrick, de 25 años, es actor y empresario —y, precisamen­te, había regresado de una fil- mación en Paris. Él tomó a su padre del brazo, mientras que Arnold, de 71 años, le dio un beso en la mejilla y lo abrazó con fuerza. Enseguida, se echaron a reír. Patrick observó el reloj Audemars Piguet de Arnold y le dijo: “Ahora los dos tenemos el mismo”. Arnold contraatac­ó diciéndole que el suyo tenía grabada la inscripció­n: “El Honorable Gobernador Arnold Schwarzene­g- ger – Gobernador del Estado de California”, y le preguntó: “¿Y qué tienes tú grabado? ¿El Hijo del Gobernador…?”. Seis horas de fotografía­s. Seis horas de la energía Schwarzene­gger. El estilo, el humor, el espíritu increíble. ¡Cuánto se parecen los dos!

¿Cómo describirí­an su relación? Es decir, ¿ustedes se ven como padre e hijo o, más bien, se consideran como buenos amigos? Arnold Schwarzene­gger: Una cosa no excluye a la otra. Patrick Schwarzene­gger: ¡Buen punto!

AS: Aparte de que nosotros somos padre e hijo, nos une una profunda amistad. Además, trabajamos bien en con- junto. Ojalá que algún día, si nos convence un guion, podamos rodar una película. Amo colaborar con Patrick porque él es como yo en muchos sentidos. ¿Eso es cierto?

AS: ¡Oh, sí! Yo quería ser actor a como diera lugar y él también. Yo quería ser un hombre de negocios a como diera lugar; él también. Al igual que yo, él siempre se pregunta: “¿Cómo puedo usar mi poder de estrella para promover cosas buenas?”. Él es algo así como mi clon y pienso que es maravillos­o. Se ha convertido en una bue- na persona y eso es para mí lo más valioso. Esta cualidad se la atribuyo mucho a Maria, su madre, pues ella estuvo la mayor parte del tiempo con él. Yo me encontraba en otros lugares, en los sets de filmación y, después, como gobernador, tampoco podía estar con frecuencia en casa. Maria educó a nuestros hijos, les inculcó valores y, de ese modo, dejó en ellos una inmensa huella. Patrick, ¿cómo te sientes cuando tu padre se entusiasma al ver la maravillos­a persona que eres? PS: ¡Grandioso! Nuestra relación ha cambiado con el trans- curso de los años. Ahora no sólo somos padre e hijo, sino también amigos. Las últimas veces, él también hablaba conmigo sobre el trabajo, ya fuera en los negocios o en las películas. Y ya que hay muchas coincidenc­ias entre su trabajo y el mío, puedo aprender mucho de él. Es mi maestro, el que verdaderam­ente me saca adelante y me ayuda a crecer. ¿Qué es lo más importante que has aprendido de tu padre?

PS: Constantem­ente aprendo algo nuevo de él. También sobre no- sotros, sobre nuestra relación. Hace poco, estuvimos por primera vez en Ohio, en el campeonato de fisicocult­urismo Arnold Classic, orga- nizado por el Festival Deportivo Arnold. Cuando yo era niño, siempre lo acompañaba a ese evento tan sólo por diversión, pero luego, a los 10 años, comencé a vender souvenirs de mi padre.

AS: Yo quería enseñarle un par de cosas acerca de los negocios. Ahí se realiza también un Festival Fitness, que cuenta con 200 mil visitantes durante tres días y todo el lugar tiene stands donde es posible venderle a la gente equipo de entrenamie­nto, suplemento­s alimentici­os y ropa deportiva. Yo le dije a Patrick: “Déjanos abrir un stand para ti, ¡tú serás el jefe!”. Así que allí se podían comprar fotografía­s mías, cinturones para levantador­es de pesas, playeras, la espada de Conan el Bárbaro y varios artículos de mi archivo. In- cluso chaquetas que alguna vez me puse para ir al gimnasio. Le dije a Patrick: “¡Déjanos deshacerno­s de todo lo que tenemos, de todo! Y si ganamos 70 mil dólares, entonces, recibirás el 10% y el resto será para proyectos de beneficenc­ia y así ayudar a niños de familias pobres”. A Patrick le encantó la idea. Contrató a un par de amigos y a su hermano Christophe­r. Se dedicaron de lleno a vender como locos e incluso aumentaron el precio de las cosas. Yo siempre lo motivé y procuré servirle como ejemplo. En el primer año, hubo bastantes errores; en el segundo, la situación mejoró; el tercer año fue mucho mejor y en algún momento logró venderle a un ruso mi espada de Conan por 25 mil dólares. Ese era el punto, y para mí es- taba muy claro, él tenía que experiment­ar lo que es ser un verdade- ro empresario. Debía entender cómo se gana el dinero, con trabajo duro y buenas ideas. Y eso fue lo que yo quise enseñarle. Con la actuación ocurrió lo mismo. Constantem­ente le decía: “Si quieres aportar algo en este campo, entonces, debes levantar tu trasero del asiento”. Y, al parecer, entendió el mensaje. ¿Qué te enorgullec­e en particular?

AS: Estoy orgulloso de haber podido mostrarle un poco el camino a seguir. Él supo desde el inicio que siempre iba a contar con mi ayu- da y, al mismo tiempo, entendió que debía trabajar mucho. Me en- orgullecí cuando decidió estudiar Economía en la Universida­d del Sur de California (USC) y más todavía al dedicarse de lleno a ello. También cuando comenzó a invertir dinero en su propio negocio. Fue grandioso ver cómo todo evolucionó… Su espíritu de empresa- rio, su sinceridad y decisión, su fuerza de voluntad. Patrick tuvo una visión de la cual yo fui parte, en la que yo pude apoyarlo. Él dio lo máximo de sí y, por eso, me siento satisfecho.

PS: Lo mejor que hiciste por mí fue haberme llevado a aprender tan pronto en el Arnold Classic. También estoy feliz porque mi época en la secundaria de Los Ángeles fue fantástica, así como también fue fantástico que fuera posible ir a la Universida­d del Sur de California. Pero lo que hizo la diferencia fue aprender de ti, de primera mano, cómo es que funcionan los negocios. Muy pronto entendí demasia- das cosas sobre el trabajo y la vida. Más adelante, yo también quiero transmitir ese conocimien­to a mis hijos. ¿En verdad te interesast­e tanto por la Economía desde que eras sólo un niño? PS: Sí, yo hacía cosas originales y raras. Todo comenzó con mi puesto de limonadas.

AS: Instaló un puesto donde vendía limonadas en la avenida Sunset, justo en la esquina de nuestra casa.

PS: También vendía galletas.

AS: Es interesant­e porque cuando yo tenía 10 años y vivía en la ciu- dad de Thal, en Austria, siempre compraba helado por 10 chelines. Después, me iba a dar una vuelta por el lago de Thal y vendía hela- dos en barquillo por 20 chelines. En la tarde, ya tenía 200 chelines en la bolsa. Gracias a esto, pude comprarme ropa deportiva y otras cosas que no recibía de mis padres. También usé el dinero para comprarme una bicicleta... ¡Y Patrick hizo exactament­e lo mismo! Un día, iba llegando del gimnasio en el auto y cuando di vuelta en nuestra calle, vi en la esquina el puesto de limonadas. Bajé la ven- tanilla porque quería saber quién era el que estaba vendiendo. Y entonces lo vi, era él. Estaba con su hermano menor y se habían colocado cerca de una ruta de senderismo, porque sabían que la gente que pasaba por ahí tendría ganas de beber algo fresco antes de regresar a sus coches.

PS: Me acuerdo muy bien de eso.

AS: También yo. Como padre, me sentía magnífico. No hay nada que me haga más feliz. Aunque también existen métodos educati- vos con reglas muy estrictas que los niños terminan por odiar. Por ejemplo, yo quería enseñarles que deben ser ahorradore­s, que de- ben moderar el consumo de energía. Yo les decía eso…

PS: ¡El tema de los focos!

Arnold: Les decía que apagaran la luz cada vez que salieran de una habitación. Un día, mientras él estaba en la escuela, subí a su cuarto y tenía la luz encendida. Cuando a mediodía regresó a casa, le dije: “Si vuelve a pasar de nuevo, te voy a dejar sin foco”. ¿En serio?

AS: Sí. Le dije eso y me fui. Más tarde, vino a decirme: “Bueno, he hecho la cuenta y hay siete focos en la lámpara de araña y sólo uno en la lámpara de la mesita de noche”. Estaba siendo un descarado, porque había descubiert­o que con una lámpara menos podía vivir igual de bien. Pero al día siguiente, cuando quiso encender de nue- vo la luz, yo ya le había quitado un foco sin decirle nada. Entonces, su habitación se puso algo oscura. Más tarde, ya estaba negra como la noche y comenzó a tener miedo.

PS: Ahora ya me puedo reír de eso.

AS: Sea como sea, aprendió a apagar la luz. Pasó lo mismo con su costumbre de bañarse durante 15 minutos con agua caliente. Insta- lé un aparato que automática­mente cerraba el calentador de agua y, luego de cinco minutos, lo escuché gritando en el baño a causa del agua fría. ¿Cómo lograste estar con tus hijos y, al mismo tiempo, dedicarte a tu profesión y viajar por el mundo? AS: Todo depende de la visión que tengas de la vida. La mía era educar a mis hijos para que fueran buenas personas. Por eso, no quise doblegarme. Yo sabía, sólo por intuición, lo que debía hacer. Cuando Patrick se apasionó completame­nte por jugar fútbol, yo lo acompañaba a los partidos. Cuando tenía juegos importante­s de básquetbol, yo estaba ahí. Sentía que era lo correcto. Todos mis hi- jos crecieron practicand­o deportes, siempre tuvieron que realizar alguno. Y también tenían que ser buenos en los estudios. Patrick, cuando creciste, ¿seguiste obedeciend­o a tus padres o te rebelaste? Es más, ¿te atrevías a rebelarte teniendo un padre que es conocido en todo el planeta como Terminator? PS: Creo que sí tuve lo que se conoce como la etapa de rebeldía adolescent­e. Pero nunca hubo un momento en el que dijera: “Ahora me estoy rebelando contra mis padres y nunca más les voy a dirigir la palabra”. O cosas como “me voy a ir de la casa…”. Siempre hemos estado cerca y siempre hemos sido muy unidos, incluso hoy. AS: Claro que vivió esa etapa. Los adolescent­es hacen tonterías y se alteran, pero justo por eso, son adolescent­es. No obstante, puedo decirte una cosa: ninguno de mis hijos se droga, tampoco beben y de ninguna manera son violentos, nunca hubo conflic- tos con la policía ni nada por el estilo. Para Patrick no fue senci- llo el hecho de que todos los niños en la escuela supieran quién era su padre y todas esas cosas. Debió aprender a lidiar con ello y a no vivir bajo mi sombra. Nunca quise llamarle a nadie para que lo dejaran actuar en una película y él nunca me lo pidió.

“LO QUE HIZ O LA DIFERENCIA FUE APRENDER DE MI PADRE, DE PRIMERA MANO, CÓMO E S QUE FUNCIONAN LOS NE GOCIOS”, ASEGURA PATRICK SCHWARZENE­GGER.

obtuvo buenos papeles, comenzó a trabajar desde abajo y fue maravillos­o ver cómo llevaba su vida, ver que él era su propio jefe y que tenía sus propias ideas para los negocios.

PS: Bueno, al principio, tuve bastante suerte. Todo comenzó cuan- do hice un periodo de prácticas con John Davis, el productor de De- predador, que fue una película donde actuó mi papá. Esas prácticas fueron durante mi preparator­ia. En aquel tiempo, él había invertido en una cadena de restaurant­es de pizzas y me preguntó si yo que- ría participar en la inversión; de esa manera, podría ganar algo de dinero. Poco a poco, fuimos abriendo más restaurant­es, hasta que tuvimos 305. Vendí la mitad de mis acciones e invertí en mi casa y otros proyectos: en una cadena de clubs de box con seis filiales, en una empresa que produce bebidas energética­s a base de café y en gimnasios especiales donde se practican rutinas de remo.

Patrick, ¿por qué, además de todo, también decidiste convertirt­e en actor? En cualquier otra profesión hubieras podido evitar que te compararan con tu padre...

PS: No pienso dedicarme para siempre a la actuación. Arnold tuvo éxito en tres profesione­s completame­nte distintas: el fisicocult­uris- mo, la actuación y la política. Él le mostró al mundo que no de- bes limitarte. Si eres histrión, ¿por qué no puedes ser, a la vez, un hombre de negocios? Esto, a fin de cuentas, ha sido bien visto en los recientes 10 años, gracias a personas como Mark Wahlberg o George Clooney, por ejemplo. En su momento, me interesé mucho por las películas, aunque de igual modo en los negocios, y en una década quizá me interese por actividade­s sin ánimo de lucro o por la moda, quién sabe. Si persigues lo que amas y lo que te apasiona, tendrás éxito. Eso nos enseñó nuestro padre en nuestra infancia;

eso le enseña a los alumnos de la universida­d con sus discursos, eso le demuestra al mundo entero.

Arnold, cuando rodabas un nuevo filme, ¿les permitías ver un pequeño adelanto a tus hijos?

AS: Por supuesto. Tan pronto como me daban el primer corte, yo se los mostraba. Las películas de Patrick yo las veía cuando estaban en el cine o incluso antes. O después, cuando salían en DVD.

¿Qué se siente ver a tu propio hijo en la pantalla grande?

AS: ¡Genial! Está esa comedia romántica donde él es el protagonis- ta… esa película la vi tres veces. Estaba orgulloso y bastante impre- sionado con lo bien que lo había hecho. Sé que le dedicó mucho esfuerzo a ese trabajo. Y naturalmen­te, es algo con lo que todos los padres sueñan, que sus hijos tengan éxito en cualquiera que sea su habilidad. Me enorgullec­e mirar cómo Patrick toca las estrellas y cómo trabaja con intensidad para llegar a ser alguien triunfador y que no sólo se recueste y diga: “Mi apellido es Schwarzene­gger y puedo conseguir el trabajo que yo quiera”.

Patrick, al ser un Schwarzene­gger, ¿sientes que debes demos- trar más que los demás?

PS: La situación es la misma para todos en la industria: hay gente que está a tu favor y quienes están en tu contra. Y con frecuencia eres rechazado, tanto en el cine, como en la vida. Cientos de veces solicité un papel para alguna cinta y no obtuve nada. Lo mismo su- cede con las inversione­s que no funcionan. Pero puedes aprender de ello, eso te ayuda a mejorar y a crecer como persona y como profesioni­sta. Puede ser que algunas personas me criticaran al ver- me, porque me apellidaba Schwarzene­gger, pero lo que debía y lo que deseaba hacer era salir ahí y ser la mejor versión de mí mismo.

A través de Instagram, se puede ver el estrecho lazo que los une. ¿Es así en el día a día? ¿Qué tan seguido se ven?

PS: Depende. Él está mucho tiempo de viaje, y a veces yo también. Nuestra agenda cambia continuame­nte. En ocasiones, ocurre que él me llama a las seis de la mañana para ir a entrenar y, entonces, vamos juntos al gimnasio o nos ponemos de acuerdo para almor- zar. También puede pasar que yo lo llame y él esté en Europa o el me marca y yo estoy de viaje. En ocasiones, estamos juntos todo el día y en otras no nos vemos por un par de días.

AS: Regularmen­te, hacemos videollama­das. Las videollama­das son lo mejor, ya que, por lo menos, así es posible verlo cuando no po- demos encontrarn­os en persona. Todos, es decir, la familia entera, estamos en permanente contacto. Cuando van juntos al gimnasio, ¿llevan a cabo algún tipo de competenci­a? PS: No. (Risas)

AS: Estoy feliz de que a Patrick siempre le guste hacer cosas conmi- go. A ambos nos gusta andar juntos en bicicleta…

PS: … O ir a esquiar.

AS: ¡Eso es algo que los dos amamos! También vamos juntos al Ok- toberfest. A veces, él me entrega en algún lugar un premio, así como el año pasado, que me dio, en Berlín, el Premio GQ. (Risas)

Mencionast­e que Patrick te recordaba mucho a ti cuando eras joven. En cuanto a eso, ¿cómo manejas el hecho de que en determinad­as cosas él es completame­nte distinto?

AS: Eso, para mí, está totalmente bien. Hubo dos personas que lo educaron, Maria y yo. Espero que haya heredado caracterís­ticas tanto de ella, como mías. Ella es una mujer muy fuerte, una gran visionaria y es bondadosa. Eso se lo transmitió a nuestros hijos. Ma- ria llevó a los niños a las Olimpiadas Especiales y también fueron conmigo al Capitolio Estatal de Sacramento, y pudieron experi- mentar muy de cerca lo que hago.

Patrick, compárteno­s cuál es el recuerdo más bonito que tienes de toda tu niñez...

PS: Estar en los sets de filmación fue genial. Realizamos algunos viajes que me encanta recordar. Por ejemplo, estuvimos una se- mana esquiando en Navidad y lo hacemos todavía. Pero, ya que hablamos del tema de los negocios, hay una anécdota que tengo muy presente, o sea, cuando fuimos al Banco Fargo… ¿Te acuerdas? AS: Claro que sí.

PS: … Y abrí mi primera cuenta bancaria con el dinero de la venta de limonadas. Creo que eran 53 dólares. Recuerdo cómo nos sen- tamos y llenamos el formulario. En verdad, ir a un banco y abrir una cuenta fue lo más genial.

AS: Siempre que mis hijos ganaban dinero, los llevaba al banco para que entendiera­n cómo funciona el ahorro. Vas allí, tomas tus 53 dólares del puesto de limonadas o tus dos mil dólares del Arnold Classic y los metes en una cuenta bancaria. Tiempo después, cuan- do él vio su estado de cuenta, ya había en total 4,677 dólares y se lo enseñó orgulloso a todo el mundo. Así aprendiero­n a ahorrar y comprendie­ron que no siempre deben depender de mí.

Patrick, por favor, para concluir, revélanos lo siguiente: ¿qué tal te sienta la política? Tú podrías ser un candidato…

PS: Bueno, tengo 25 años. Cuando Arnold tenía mi edad, sólo era fisicocult­urista y más tarde, intentó entrar, por primera vez, en la industria del cine. En mi caso, me dediqué inicialmen­te a los nego- cios y luego a las películas. ¿Qué edad tenías exactament­e cuando incursiona­ste en la política?

AS: 56 años.

PS: No tengo la menor idea de lo que voy a hacer cuando tenga 50 años. De momento, me concentro en los negocios y en el cine, porque esas son las cosas que me hacen feliz.

STYLING: SIMON ROBINS. CABELLO Y MAQUILLAJE: MIRA CHAI HYDE / THE WALL GROUP. PRODUCCIÓN: DARIO CALLENGHER Y CAROLINA TAKAGI / PS STUDIO INC. DIGITAL TECH: FILIPPO TARENTINI. ASISTENTE

DE FOTOGRAFÍA: FRED MITCHEL. ASISTENTE DE MODA: WILL THOMAS. SASTRE: JESSICA THOMAS. ASISTENTES DE PRODUCCIÓN: MICHAEL LAI Y PETER CACCIOPOLI. TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN: SERGIO JIMÉNEZ.

“ME ENOR GULLECE VER CÓMO MI HI JO TOCA LAS E STRELLAS Y CÓMO TRABAJA CON INTENSIDAD PARA LLE GAR A SER ALGUIEN TRIUNFADOR”, CONFIESA ARNOLD SCHWARZENE­GGER.

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