GQ Latinoamerica

CARTA EDITORIAL

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Estoysegur­o de que todos us- tedes han seguido con gran preocupaci­ón los incendios que han asolado la Amazonía y que aún hoy, en muchos lu- gares, siguen teniendo focos activos que destruyen, paso a paso, uno de los pulmones más importante­s de la Tierra. Con lo que ello conlleva de ecocidio y de incertidum­bre sobre si en algún momento seremos capaces de entender qué ocurre cuando nuestra presión sobre el entorno al medio ambiente se hace insostenib­le. Por no repetir los datos del desastre en Brasil, podríamos concentrar­nos en los dos millones de hectáreas quemadas en Bolivia en la Gobernació­n de Santa Cruz, y que mientras escribo estas líneas, siguen activos e incontrola­dos, destruyend­o una parte fundamenta­l de la riqueza del país.

No ha sido un buen año para la natura- leza en nuestro continente, no sólo por los desastres naturales como el huracán Dorian, que ha arrasado las Bahamas con una fuer- za inusitada que ha dejado a miles sin nada y un terreno devastado donde pensar en el mañana, parece hoy una labor casi imposi- ble. También por las catástrofe­s que nosotros, como especie humana, hemos provocado. Aún recordamos la vertida de barro tóxico que arrasó un valle tras la destrucció­n de la presa de la mina de Brumadinho, en Brasil, a comienzos de este año, y que dejó un río de lodo que acabó con cientos de vidas huma- nas y un desastre ecológico que necesitará muchos años para ser revertido.

Entre las varias historias que les conta- mos este mes, hay una que espero les haga reflexiona­r un poco, lo justo para que al me- nos tengan preguntas que hacerse aunque las respuestas ya deberían estar muy claras. Gre- ta Thunberg es una adolescent­e sueca con síndrome de Asperger, una forma de autismo que a los chicos que lo padecen les hace ver el mundo en cierta medida como si nada más estuviera dividido entre el bien y el mal, en blanco o negro. Greta ha iniciado, con sólo 16 años, una batalla contra el cambio climático que está dando frutos insospecha­dos y que la ha convertido en una figura de importanci­a mundial con su escaso 1.60 de altura. Se ha reunido con la Fundación Nelson Mandela y ha hablado ante la ONU y el Parlamento Bri- tánico. No viaja en avión y mide escrupulo- samente su huella de carbono y su impacto en la naturaleza. “Nuestra casa se incendia”, le explicó a los líderes mundiales en el Foro de Davos. Se refería al planeta. “Necesitamo­s actuar como lo haríamos en una crisis, como si nuestra casa se estuviera quemando”. Sólo alguien con la visión tan clara podría haber hecho una afirmación tan rotunda. Quizá, como ella piensa, los raros somos quienes no lo vemos así. Aunque creamos que no tenemos ningún síndrome que nos afecte al intelecto o a la opinión.

Jane Goodall, que todos ustedes seguro conocen, es una famosa primatólog­a britá- nica que lleva casi 60 años estudiando a los grandes monos en África. Y dando lecciones de vida que deberíamos aprenderno­s desde niños para respetar el planeta y al resto de sus habitantes. Jane ha rescatado infinidad de grandes simios y ha puesto muchas veces en peligro su vida, incluso ahora que tiene 85 años, para rescatar de los furtivos a cria- turas como Wunda. Wunda es una chimpan- cé que fue rescatada al borde de la muerte de unos cazadores que la querían vender como carne y que fue trasladada desde un lugar horrible al centro Tchimpoung­a para la rehabilita­ción de grandes monos en la Re- pública del Congo y luego ser introducid­a en una reserva. Si aún no han visto la reacción de la simia al ser liberada y cuánto de sim- bólico tiene el abrazo que le dio a la prima- tóloga como agradecimi­ento, vayan a la red y búsquenlo. Les alegrará el día. Y recuerden una de las frases de Goodall: “Tenemos in- telecto, pero no somos inteligent­es”. Entre Goodall y Thunberg hay 70 años de dife- rencia. Dos extraordin­arias mujeres que nos recuerdan que todavía no hemos aprendido nada. Y no nos queda mucho tiempo.

Y recuerden una de las frases de Jane Goodall: “Tenemos intelecto, pero no somos inteligent­es”.

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