GQ Latinoamerica

UN GOLPE DE RISA

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Hace cinco años, Sergio Maravilla Martínez perdió por una paliza el título mundial mediano CMB en Las Vegas. Hizo de todo para convertirs­e en un exboxeador, pero desde hace unos meses, volvió a los gimnasios y planea su próximo combate. Dice que sólo se siente seguro arriba de un ring y que quiere encontrar la paz interior que le permita alejarse del boxeo.

lesión es recurrente y tiene más de 20 años. Uno de los partes médicos decía: “Frac- tura por compresión del hueso grande del carpo de la mano izquierda”. Otro traumatólo­go fue algo menos sutil y lo sen- tenció: “No digo que nunca más volverás a boxear. Te digo que quizás no puedas ni siqui- era escribir tu nombre con la mano izquierda”. Por cierto, la más útil y la que le dio ga- nancias por unos 30 millones de dólares en su carrera. Una de sus rodillas está destroza- da. “Como la de un hombre de 80 años”, dijo él mismo. La vida de Sergio Maravilla Martínez (1975) es diferente a la de otros pugilistas en muchos aspectos. Pero tiene algo en común con sus cole- gas: la imposible reconversi­ón al terminar su carrera. Desde que perdió el título mediano del Consejo Mundial de Box- eo (CMB) al caer por nocaut técnico ante el puertorriq­ueño Miguel Cotto en 2014, hizo de todo para ser un exboxeador. Pero desde hace cuatro meses está metido, de nuevo, en esa vida monacal y rutinaria de los gimnasios para volver al ring.

Esta es la historia de un hombre que sabe de caídas, de charlas motivacion­ales y de construir su propio camino del héroe, algo que fascina a la prensa y que lo convirtió en un ídolo en todos los estragos sociales y ahora un actor de stand up, que se fascina con la elaboració­n de sus libretos. Un sobrevivie­nte de los barrios pobres del Conurbano de la provincia de Buenos Aires, la más poblada de la Argentina: El Maravilla, quien se está pre- parando para reeditar el viejo combate con Julio César Chá- vez Jr. de aquel 2012.

En tu libro Corazón de rey, dices que naciste para boxear y que sabes a dónde vas.

Hace un tiempo, te declara- bas exboxeador y ahora estás entrenando de nuevo. ¿El camino está tan claro como escribiste en su momento? Hay algo de eterno en los boxeadores. Lo comprendí y aprendí en los últimos tiempos. Yo pensé que era exboxeador. Y no lo soy. Voy a ser boxeador toda mi vida, como cualqui- era que alguna vez se puso un par de guantes. Lo hablé con muchos colegas.

¿Y qué te dijeron?

Seguimos siendo los mismos que estaban en el circo roma- no viendo cómo los césares levantaban o bajaban su pul- gar. Antes me preguntaba por qué un hombre decide trabajar de pegarle a otro. Ya no me lo cuestiono. Hay gente que no para hasta aprender la lección. Quizás es algo que tiene relación con una evolución interna. Hasta que eso no ocurra, seguiré siendo boxeador. Ten- go que encontrar esa paz interior que me permita alejarme. En ningún lugar del mundo me siento tan seguro como arriba de un cuadrilate­ro.

La pelea con Chávez Jr. ya se anunció, pero no pusieron fecha. ¿Se hará? ¿Por qué se retrasa? Faltan detalles porque no nos sentamos a hablar con quienes manejan a Chávez Jr., pero segur- amente nos pondremos de acuerdo pronto. Lo importante es que los dos queremos volver a pe- lear. Mi mano izquierda está bien. Me costó unos cinco años recuperarl­a y volver a boxear con fir- meza. Tuve que afirmar el golpe.

Después de tu experienci­a como standupe- ro, dijiste que lo pasabas mejor arriba de un escenario que en un ring. ¿Sigues pensando eso? ¿Te duele cuando no se ríen?

Sí, es cierto. Es muy agradable hacer monólo- gos. Los golpes serían la no risa del público. Claro que en el boxeo es un poco más duro. Me desconcent­ra cuando la gente no se ríe, pero también comprendí que hay diferentes tipos de público. Un chiste puede no causar gracia en una ciudad y hacer explotar a la audiencia en otra.

En algún punto, el boxeo —y todo lo que ro- dea a la actividad— tiene algo de actuación… ¡Se parecen muchísimo! En mi caso, el box tiene mucho de actuación. Me aboco al teatro con la misma intensidad que a los entrenamie­ntos. Cuando participo en una película (este año filmó Pistoleros, basada en un famoso delin- cuente argentino), me meto en el más mínimo detalle para buscar al personaje y encontrar una transforma­ción.

¿A qué te refieres cuando hablas de lo dramático en tu modo de pelear?

El boxeo es el arte de engañar al rival. Para engañar bien, hay que saber actuar. Lo menos importante son los golpes. Lo traslado al fút- bol. No puedo decirles a los jugadores: “Lo que deben hacer es patear el balón a la portería”. Hay que construir un gol, como hay que hacer- lo con un golpe.

¿Cuándo te diste cuenta de que tu vida podía ser inspirador­a para otros?

Comenzó a suceder con las entrevista­s. Mucha gente me decía que su vida había cambiado a partir de leer mi historia. Cuando comencé a dar charlas motivacion­ales, comprendí que las co- sas que me sucedieron le pueden servir a otros. Me refiero a los apoyos, los inconvenie­ntes y la forma de tomarme las cosas.

“EL BOXEO ES EL ARTE DE ENGAÑAR AL RIVAL. PARA HACERLO BIEN, HAY QUE SABER ACTUAR. LO MENOS IMPORTANTE SON LOS GOLPES”.

LA VIDA DE MARTÍNEZ

se parece poco a la de otros boxeadores. No tiene vida pendencier­a. No hay grandes escándalos en su vida. Es un ex- celente orador. Y está muy lejos de gastarse todo el dinero en vicios para terminar en la calle. Tiene una empresa de promoción de boxeadores y una cadena de gimnasios. Por momentos, habla como un gurú new age. De hecho, después de su última pelea en 2014, se convirtió en uno de ellos; esa es otra de sus fuentes de ingreso, junto con los espectácul­os de stand up. Viaja por la Argentina y otros países de la región dando charlas moti- vacionales a públicos diversos, que van desde presos y enfermos en hospitales, hasta gerentes de multinacio­nales. Todos quieren escucharlo hablar y contar anécdotas; se embriagan con esa tonada que parece haber borrado todas las raíces argentinas, después de un exilio en España.

Marcos Aimar tiene una productora de even- tos en la Argentina. Trabajó con Maravilla de 2015 a inicios del año presente. Conoció de cer- ca sus primeros pasos como exboxeador. Lo vio hablar con CEOS y en la pobre ciudad de Orán (Salta), donde lo convocaron porque el lugar pa- decía una ola de suicidios por falta de proyectos en los jóvenes. Dice que nunca escuchó a nadie interrumpi­rlo. Y que al pugilista le daba pavor la vida fuera del ring. “Los boxeadores —y Sergio no es la excepción— tienen un gran problema con el retiro. Nunca quiso dejar de ser boxeador porque se iba a sentir un inútil y él quería estar vivo. Las charlas fueron otra manera de adqui- rir nuevas experienci­as. Habla de sus sueños y el recorrido desde el barrio de Quilmes en la provincia de Buenos Aires, a la conquista de Las Vegas. Una vez, nos llamaron de una cadena de electrodom­ésticos para alentar al personal de ventas. Lo del stand up siempre estuvo. Le gusta mucho escribir y redactar anécdotas de su vida. Incluso, cuando peleaba, hizo algunos espectá- culos”, cuenta Aimar.

“Maravilla y compañía”. Así se llama su es- pectáculo. Pero la pasión por ser visto arriba de un escenario viene de antes. En 2012, antes de la contienda consagrato­ria con Chávez, hizo algu- nos monólogos en la televisión argentina. A Mar- tínez le gustan las analogías. Las usa como una forma de pensamient­o crítico y de despliegue de su vocabulari­o. Cuando le preguntan del teatro, comienza a dibujar los puntos de conexión entre la soledad de un monologuis­ta y la del cuadrilá- tero. Las palabras y las piñas. El miedo a olvidar la letra y el de después de la campana.

“Maravilla está terminado. No le interesa a nadie. No hay promotor que esté dispuesto a pa- gar una bolsa grande por él”, dice Gustavo Nigre- lli mientras apura un sorbo de su café negro, en el barrio porteño de Caballito. Es periodista, es- cribe sobre boxeo desde hace 34 años y conoce a Sergio Martínez desde sus años de amateur. Rodeado por un aura de seducción y éxito, con una personalid­ad matizada por las charlas motivacion­ales y el stand up, pocos se atreven a criticarlo. Su personalid­ad es un imán para las clases bajas, medias y altas. Nigrelli es uno de los que salen del molde. Es capaz de decir que hace todo por dinero y exposición mediá- tica, pero tampoco niega sus virtudes en la lona.

“Junto con Carlos Mon- zón, Maravilla es uno de los grandes boxeadores que dio la Argentina. Era el más rápido de todos, con un estilo indes- cifrable de manos bajas. Era liviano, casi flotaba. Le pega- ban poco. Desde las primeras peleas, supe que iba a ser un crack”, dice. Pero también habla de un talento desapro- vechado. Y de la construcci­ón de un personaje, alimentado —según Nigrelli— por algunas fábulas. “Todo lo transforma en una cosa dramática. Él vie- ne de una clase baja, pero no pasaba hambre. Tenía una fa- milia constituid­a. Otros boxea- dores vienen de robar y de no comer. Él creó un personaje con mentiras y exageracio­nes, que el público compró. Luego tuvo que seguir mantenien- do algo que no pudo sostener arriba del ring. Él creó las con- diciones para combatir con Julio César Chávez Jr. por mu- cho dinero. Tenía repercusió­n mediática y un buen récord. Después gana por puntos fren- te a su audiencia ante Martín Murray, aunque con sabor a decepción. Y acaba perdiendo el título con Miguel Cotto. En los últimos dos encuentros, la gente vio a un Maravilla lesio- nado, cansado y roto, que no podía con su alma”.

En tu pelea final, fuiste a la lona tres veces en el primer round. ¿Te preocupa que la gente se quede con esa ima- gen? ¿No? ¿Qué duele más? Para nada. No me crucé con nadie que me hubiera recorda- do ese combate. Lo que menos duele son las derrotas. Las le- siones y la lucha interna con el cuerpo cuando uno ya no puede. Hay un momento en el que la mente tira para adelan- te, pero el cuerpo se queda a mitad de camino.

Siempre nombrás a Carlos Monzón como uno de tus ídolos y muchas veces se te comparó con él. ¿Qué lugar piensas que ocupas en la his- toria del boxeo argentino? Falta mucho para saber eso. Quizás ni yo exista en este mundo cuando eso suceda. Si miro para atrás, sólo es para ver el camino que recorrí. Nada más. Me gusta verlo así. Creo que es más romántico.

¿Cómo te gustaría que te recuerden?

Como un buen escritor.

“HAY ALGO DE ETERNO EN ESTA PROFESIÓN... YO PENSÉ QUE ERA UN EXBOXEADOR. Y NO LO SOY. SERÉ BOXEADOR TODA MI VIDA, COMO CUALQUIERA QUE ALGUNA VEZ SE PUSO UN PAR DE GUANTES”.

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