GRETA THUNBERG
Este año, una voz se alza sobre las demás. Ya sea mediante una protesta en su colegio —en agosto del año pasado— o reuniéndose con líderes mundiales, una adolescente sueca se pronuncia en defensa de la Madre Tierra… y de todos sus habitantes.
ucho se ha dicho acerca de Greta Thun- berg, quien ahora tiene 16 años, pero rara vez su historia se ha contado bien. Ella es la adolescente sueca que, en agosto del año pasado, decidió organizar una huel- ga estudiantil para llamar la atención en torno a la urgencia de tomar acciones para enfrentar el cambio climático y desató con ello un mo- vimiento de proporciones globales, que hoy involucra a alrededor de 1.6 millones de perso- nas en 133 países. Es la misma adolescente que la revista Time ha mostrado en su portada, que se reunió con Obama y que ha sido nominada al premio Nobel de la Paz. Que es capaz de pararse a hablar en el podio de la sede de la ONU, en la cumbre de Davos y ante el Parlamento Bri- tánico. Es la adolescente que se ha convertido en el símbolo de una generación que padece la falta de atención de una generación previa, que, a su vez, no tendrá que sufrir las consecuencias de no haber querido escuchar. A menudo, Greta advierte que tenemos, cuando mucho, 10 años para detener una reacción en cadena que alte- rará, negativamente y para siempre, el futuro del planeta en el que vivimos. Si esperamos hasta que cumpla 26 años para finalmente prestar oído a lo que dice, será demasiado tarde.
Todo lo anterior se puede encontrar en inter- net. Es información disponible a tan sólo un clic de distancia, así que date vuelo si así lo deseas.
La cuestión está en identificar qué versión de todo lo anterior es verdad. La versión cínica su- giere que quienes la han empujado a hacer todo esto han sido sus padres, que son ellos quienes le escriben los discursos y usan a la hija como pantalla decorativa para impulsar una causa que es en realidad suya.
La versión optimista propone lo contrario. Según este punto de vista, la madre de Greta, Malena Ernman, sacrificó su carrera como can- tante de ópera con tal de comprometerse ante su hija a ya no volver a abordar un vuelo nunca más en su vida. Y que dicho sacrificio fue no por la Tierra, sino por la niña, porque estaba depri- mida, no hablaba y no quería comer, y que, de hecho, la causa ambientalista fue el salvavidas al que Greta se asió para recuperarse.
Como suele ocurrir, la verdad se encuentra a medio camino entre estos dos extremos.
Lo primero que Greta Thunberg le dice al staff de GQ es lo que comió en el desayuno. En realidad, no es algo que nosotros le hayamos preguntado: sólo estábamos probando el micró- fono, pero la respuesta dice mucho de quién es ella. Había comido un poco de pan “que estaba a punto de echarse a perder”, con algo de hummus, “que también estaba a punto de echarse a perder”.
A menudo, Thunberg dice que el Síndrome de Asperger con el que fue diagnosticada es un superpoder, en lugar de una desventaja, porque
ayuda a ver el mundo de manera más clara. Precisamente por eso es que no puede comprender cómo la mayoría prefiere hacer caso omiso de algo que debería ocupar las primeras planas todos los días. Tal como lo dijo durante un discurso en la plaza del Par- lamento Británico, en Londres, el 31 de octubre de 2018: “Tengo Síndrome de Asperger y para mí, casi todo es blanco y negro. Me parece que, en muchos sentidos, quienes vivimos con autismo so- mos los normales y el resto de la gente es bastante rara. Se la pasan diciendo, por ejemplo, que el cambio climático es una amenaza a nuestra existencia como especie y el asunto de mayor importancia para cualquiera, pero siguen haciendo lo mismo de siempre”.
De ahí la huelga estudiantil para llamar la atención hacia la causa ambientalista, el negarse a viajar en avión y desayunar ali- mentos que estaban a poco de descomponerse.
Le preguntamos cómo estuvo el desayuno. “Estuvo bien”, res- ponde en su habitual tono directo. “Me sació el hambre”.
La comida, en parte, es el origen de todo. Greta es más peque- ña de lo que cualquiera pensaría; todavía tiene cuerpo de niña y apenas rebasa el 1.60 m de estatura. Parece más una chica de 12 que de 16. Éste es el resultado de un episodio de depresión severa cuando tenía 11 años y del trastorno de alimentación que se desa- tó a continuación. En tan sólo dos meses, perdió alrededor de 10 kilogramos y dejó de hablar.
En Escenas del corazón, las memorias de la familia, en su ma- yor parte escritas por su madre, se describe detalladamente este traumático periodo. Era una mañana de martes en noviembre de 2014. Hacía dos meses que Greta se rehusaba a ingerir alimento, de modo que para ese entonces, en una de las paredes del come- dor, los padres habían colgado una hoja de papel de 30 x 42 cm en donde anotaban lo que comía su hija, en qué cantidad, cuánto le tomaba hacerlo y qué tantos bocados requería. Ya habían recu- rrido a suplicar, implorar, sobornar, llorar y amenazar, y, al final, descubrieron que el mejor método era esta clase de supervisión sigilosa. Después del desayuno, por ejemplo, escribían: “Desayu- no: 1/3 de plátano. Tiempo: 53 minutos”.
Y así transcurrieron las cosas durante algún tiempo, entre ci- tas en el hospital, estudios clínicos, sesiones con terapeutas. En la hoja de doble folio en el comedor, llevan registros del tipo “un plátano completo. 35 minutos” y “un aguacate con 25 gramos de arroz. 30 minutos”. Finalmente, le recetaron sertralina para la de- presión y comenzó el largo camino de la recuperación. Dejó de perder peso y en la hoja del comedor empezaron a aparecer cosas como “salmón” y “croquetas”.
Para cuando pudo volver a la escuela, había esperanza. Thun- berg siempre ha sido una niña muy inteligente: tiene memoria foto- gráfica, puede recitar todas las capitales del mundo y sabe el nom- bre de todos los elementos, aunque le cuesta un poco de trabajo la pronunciación. El verdadero problema son los demás niños.
Constantemente, es víctima de bullying. Los otros chicos per- ciben que es diferente y eso es suficiente para torturarla. Sin em- bargo, sus padres se dieron cuenta, hasta que su papá, Svante, la llevó en una ocasión a una fiesta navideña y vio cómo, aun estan- do él de pie al lado de su hija, sus compañeritos abiertamente la señalaban y se burlaban.
Durante esas vacaciones de diciembre, Greta les contó a sus papás sobre el bullying, pero desde una perspectiva un poco aje- na, como si fuera algo que le sucedía a alguien más, o como si les estuviera relatando una película que hubiera visto.
Las golpizas, las emboscadas, la exclusión sistemática, el he- cho de que solía esconderse en los sanitarios de las niñas hasta
que alguien iba a buscarla para salir al patio. Las autoridades es- colares optaron por decir que ella tenía la culpa, porque varios alumnos insistían en que Greta se comportaba de manera muy extraña, que hablaba en un tono demasiado bajo y que nunca de- volvía el saludo.
“No quiero tener amigos”, le confesó a su madre, en ese tono sencillo y contundente que tiene. “Todos los niños son malvados”.
Poco después, los médicos del Centro para Trastornos Alimen- ticios de Estocolmo dictaminaron que la condición física de Greta afortunadamente había mejorado lo suficiente como para que se le sometiera a estudios neurosiquiátricos.
Greta fue diagnosticada con Síndrome de Asperger, un tipo de autismo que le permite ser altamente funcional y que, entre otras co- sas, suele acompañarse de trastorno obsesivo-compulsivo. Para su madre, este resultado representó un alivio, en lugar de un motivo de preocupación; fue como si finalmente descubriera una senda en un denso bosque en el que se hubiera perdido.
Llegó la primavera y, de pronto, un buen día, mientras camina- ba con su hija hacia la casa, Malena se dio cuenta de algo más, una sensación maravillosa: era la primera vez en mucho tiempo que no se preocupaba por las calorías que la niña estaba quemando.
En diferentes entrevistas, Greta ha dicho que enfocarse en el tema ambientalista fue un factor esencial en su recuperación del episodio depresi- vo. Durante los meses en los que no asistió a la escuela, habló con sus padres de sus preocupaciones y temores, y el tema al que siempre regresaba era el medio ambiente.
“Empezamos a charlar sobre ello porque no teníamos nada más que ha- cer, y yo sentía alivio por expresar esas inquietudes”, dice Thunberg. En ese en- tonces, les enseñó a sus padres “fotogra- fías, gráficas, documentales, artículos y reportajes, y al cabo de un tiempo, co- menzaron a entender a lo que me refería.
Fue así que me di cuenta de que quizás podría hacer una diferencia”.
Durante el tiempo en la entrevista con
GQ, Greta –seria, con frases directas y ac- titud deliberada; claramente no es adepta a la plática insustancial– nos dijo que ella misma escribía sus discursos, pero tam- bién aceptó que les pide opiniones a otras personas. Cuenta que su padre, a veces, trata de aligerar un poco la dureza de lo que ella dirá porque le preocupa que vaya a sonar molesto. “Y sí, soy molesta, pero a él eso todavía le asusta”.
Recuerda aquella ocasión en la que se presentó ante el Secre- tario General de las Naciones Unidas, “y yo le pregunté que cuál era el punto de asistir a la escuela si de todos modos no tenemos un futuro. Mi papá parecía tan intranquilo, como si no hubiera visto mi discurso de antemano. Tenía cara de ‘¡no puedes decirle eso al Secretario General!’. Y de hecho, sí lo había borrado y lo imprimí sin esa frase, pero lo recordé mientras estaba hablando y, simplemente, lo agregué, así que él no pudo hacer nada”.
En Escenas del corazón, queda claro que ambos padres revi- san los discursos de Greta y opinan al respecto.
Cuando la joven se presentó ante el Foro Económico Mundial en Davos, el 25 de enero, sus palabras de apertura fueron: “Nues- tra casa se incendia. He venido aquí a decirles que nuestra casa
"NECESITAMOS ACTUAR COMO LO HARIAMOS EN UNA CRISIS. NECESITAMOS ACTUAR COMO SI NUESTRA CASA SE ESTUVIERA QUEMANDO PORQUE ASIES"
se incendia”. Estamos a 12 años, advirtió, de ya no ser capaces de enmendar nuestros errores. Como mínimo, necesitamos reducir de inme- diato y, al menos, en 50% nuestras emisiones de CO2. Y concluyó con este mensaje que destaca la urgencia con la que debemos emprender accio- nes: “Necesitamos actuar como lo haríamos en una crisis. Necesitamos actuar como si nuestra casa se estuviera quemando. Porque así es”.
En la parte número 72 de Escenas del cora- zón, poco antes de que Greta se embarcara en su huelga estudiantil para llamar la atención sobre el cambio climático, Malena relata la llamada que su esposo sostuvo con un editor que quería que escribieran un “libro esperanzador” acerca de la causa medioambiental. Habían pasado al- gunos días visitando Londres en familia e iban de camino a Estocolmo, por tierra, en su auto- móvil eléctrico. Mientras hablaba por teléfono, Svante recordó algo que Greta le había dicho: que un solo viaje en avión puede anular el es- fuerzo de 20 años de reciclaje.
“A la luz de la situación actual, creo que lo que hace falta no es esperanza”, le dijo Svante al editor, “porque eso sería tanto como seguir volteando a ver para otro lado. Si tu casa se está quemando, no vas a sentar a tu familia alrededor de la mesa de la cocina para decirles lo bonito que va a quedar todo una vez que logren recons- truir su hogar”. El editor le dijo que le llamaría de nuevo, pero desde luego no lo hizo. En el trayec- to de regreso, pronto se encontraron rodeados por muchos otros vehículos y, por segunda vez en 15 años, Svante empezó a llorar. Malena lo explica: “Ahí, rodeado por 50 mil millones de ve- hículos de carga, kilómetros de carretera, BMWS, él, de golpe, entiende que no importa cuántas celdas solares pongamos en el techo ni tampoco lo mucho que nos apoyemos o nos inspiremos unos a otros: lo que nos hace falta es una revolu- ción, la más grande de toda nuestra historia, y la necesitamos ahora mismo”.
La huelga estudiantil que Greta promovió en su escuela dio inicio el 20 de agosto de 2018, des- pués de una intensa ola de calor e incendios fores- tales en Suecia. No volvió a la escuela sino hasta que se celebraron las elecciones generales en el país, el 9 de septiembre. Desde entonces, junto con millones de personas alrededor del mun- do, ha estado haciendo huelga cada viernes para exigir, entre otras cosas, que Suecia se adhiera al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático.
Antes de la sesión de fotos de GQ, que tiene lugar una mañana de viernes en el mes de julio, me pongo a caminar un poco por la plaza afue- ra del Riksdag –el parlamento sueco–, que es donde se celebra la huelga. Es un día soleado, pero fresco, a tan sólo dos semanas de otra ola de calor en Europa, en la cual se registrarían las temperaturas más altas en el Reino Unido y en
"SI LA TRANSFORMACION NO EMPIEZA YA EL PROXIMO ANO. HABRA MENOS PROBABILIDADES DE TENER EXITO Y PREVENIR LAS PEDRES CONSECUENCIAS DE LA CRISIS CLIMATICA"
donde París alcanzaría los 42 C, también una tem- peratura récord. En dos postes de luz, se han colga- do letreros que dicen: “Greta Thungbergs Plats” (El lugar de Greta Thungberg).
Ha transcurrido casi un año desde la primera pro- testa y no es mucha la gente reunida ahí. Son las 9:25 de la mañana y hay, quizás, unos 15 estudiantes con letreros y mochilas alrededor suyo, que esperan a que llegue Greta. Cerca pasa un guía de turistas al frente de una manada de estadounidenses equipados para todo clima, pero claramente la protesta no está en la lista de puntos de interés y no le prestan atención.
La joven llega extraordinariamente puntual, casi exactamente a las 9:30 a.m., vestida con pan- talones de ejercicio de color gris y una sudadera azul rey. Algunos de sus compañeros le piden que pose para la selfie con ellos, pero en el tiempo que me toma anotar estos detalles y levantar la vista de nuevo, ella ya se ha ido. Su equipo me ha dicho que este día tiene varias citas con medios de comunica- ción, y nosotros somos sólo uno de ellos. Somos los siguientes luego de una entrevista con la Fundación Nelson Mandela. “Tal vez son demasiadas citas para hoy”, me dice uno de los suyos.
Sin embargo, poco a poco, Greta se ha ido per- catando de que esto es parte del trabajo que debe realizar, de que es una manera de difundir su men- saje. Antes de que acabe el mes, The 1975 –gana- dores del nombramiento como Banda del Año por GQ Reino Unido– lanzarán una canción donde se escuchará hablar a Greta en primer plano, mientras en el fondo suena un tema estilo música ambiental para centros comerciales, y que será con el que dé inicio el nuevo álbum de la agrupación.
Thunberg nos platica que lo siguiente que pla- nea hacer es tomarse un año sabático para concen- trarse en su activismo y para presentarse en la sede de la ONU, en Nueva York, para efectos de lo cual navegará desde Reino Unido hasta América en un yate ecológicamente amigable.
“Me he prometido a mí misma que haré tanto como pueda durante todo el tiempo que pueda”, sen- tencia. “Y me parece que puedo saltarme un año de escuela, eso no es importante. Pero lo que sí importa es que si no hacemos algo ya… es ahora cuando debe dar inicio el cambio que nos lleve a una transforma- ción. Si esto no empieza ya, el próximo año, habrá menos probabilidades de tener éxito y prevenir las peores consecuencias de la crisis climática. Creo que no podemos esperar más tiempo”.
Le pregunto qué mensaje querría darle a Do- nald Trump, en vista de que él optó por retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París en 2017. Greta lo considera por un momento. “La verdad, no lo sé”, responde. “No creo que quisiera decirle nada porque no es una persona que preste aten- ción a las evidencias científicas ni a los expertos, de modo que no veo qué podría decirle yo para hacerlo cambiar de opinión. Lo que pienso es que necesitamos organizar un movimiento para hacer esto de manera conjunta. Una sola persona no va a poder ha- cerlo cambiar de idea, requerimos hacerlo en conjunto”.
Algo que caracteriza los discursos de Greta Thunberg es que en cada uno tiende a reprender al público por sus defectos espe- cíficos. Durante un mensaje ante el Parlamento británico, en abril, les apuntó con dos cañones: “El Reino Unido es muy especial. No sólo por su inverosímil e histórica deuda de carbono, sino también por su actual contabilidad de carbono, muy creativa, dicho sea de paso”. Y finalizó con estas palabras: “Espero que el micrófono haya funcionado bien. Espero que todos me hayan escuchado”.
¿Y cuál fue la respuesta de los miembros del Parlamento? “No tuve oportunidad de hablar con ellos después del discurso”, nos dice. “Fui muy dura, dije cosas duras que necesitaban decirse, y las reac- ciones fueron variadas”. ¿En qué sentido? “Muchos de los miembros del Parlamento estaban de acuerdo con que yo me hubiera expre- sado así, pero había otros que estaban confundidos e intranquilos. Durante mi mensaje, se escucharon algunas risas incómodas porque no sabían cómo reaccionar. Me parece que es cómico darse cuenta de que no saben qué respuesta adoptar, pues no están acostumbrados a que les digan así las cosas. Y creo que una se- mana más tarde, después de las pro- testas del movimiento Rebelión contra la Extinción en Londres, el Parlamento declaró una emergencia nacional contra el cambio climático. Así que, al menos, creo que mi mensaje fue escuchado y aceptado”. Y, sin embargo, agrega: “To- davía pasaron algunas semanas sin que se tomaran acciones reales, de manera que volvimos a lo de siempre, lo que es muy desafortunado, pero tenemos que continuar haciendo más. Tenemos que seguir adelante”.
A pesar de su juventud, Greta en- tiende claramente la ciencia detrás del cambio climático, y en ella siempre están presentes los datos duros cuan- do hace falta. Le pregunto qué cosa le preocupa más que cualquier otra, en relación con el cambio climático. El hecho al que recurrentemente hace referencia es que “(el planeta) tiene un presupuesto de carbono muy limitado y que está desapareciendo de forma extremadamente acelerada, y de cuya existencia nadie parece estar al tanto”.
Si incluimos el uso de la tierra, dice ella, “emitimos alrededor de 40 gigatones métricos de CO§ por año. Y si seguimos así… vaya, esto difiere según quién haga el cálculo, pero la cifra que he en- contrado con mayor frecuencia es que tenemos ocho o 10 años antes de terminarnos ese presupuesto, si continuamos con la acti- vidad industrial que tenemos ahora”. El resultado será irreversible. Finalmente, le pregunto si ella aún alberga esperanzas.
“No lo sé. No me siento ni optimista ni pesimista. Yo digo que soy realista, y que si llevamos a cabo los cambios que se necesi- tan, todavía es posible, dentro de las leyes de la física, evitar el peor desenlace. Si no lo hacemos, tal vez no podremos evitarlo. Pienso que tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance por lograr que se implementen los cambios que se necesitan. Ha- cer nuestro mejor esfuerzo ya no es suficiente. Ahora tenemos que hacer lo que parecía imposible”.