CARTA EDITORIAL
JohnCheever, el escritor que pasó su vida describiendo las vicisitudes de la atribulada clase media estadounidense de los años 50, 60 y 70, fue un tipo con una vida compleja y fascinante. Muy joven fue expulsado de la escuela donde aprendió sus primeros pasos en la literatura por fumar un cigarrillo, conflicto que transformó en el primer cuento de una carrera que alberga entre sus logros algunas de las mejores páginas de la literatura del pasado siglo. A Cheever le abandonó su padre tras el crack del 29, tuvo relaciones con hom- bres y mujeres, fue soldado de infantería en la Segunda Guerra Mundial y pudo ver cómo algunos de sus relatos eran llevados al cine mientras escribía unos diarios personales donde mostraba, sin el pudor que ofrecen las obras destinadas a publicarse, un compendio vital lleno de divertidas aventuras, algunas sombras amargas y un repaso de semblanzas de los autores con los que convivió, como Tennessee Williams, John Updike o Nabokov. Si les gusta la literatura hecha de retazos de vida (como la de Julián Herbert de Canción de tumba o de la de Lucia Berlin de Manual para señoras de la limpieza), les recomiendo enca- recidamente su lectura.
A Cheever le he recordado estos días mientras preparamos las páginas que tienen entre sus manos y que son las últimas antes de enfrentarnos a ese doble dígito mágico del año 2020.
Sobre todo, me he acordado de uno de sus relatos más inte- resantes y dolorosos, La Navidad es triste para los pobres. Un cuento sobre el lugar que uno ocupa en la cadena de disparates de las buenas intenciones y acerca de la innecesaria necesidad de compartir las alegrías en esas fechas en las que si uno no se muestra nostálgico, amoroso y partidario de los reencuen- tros, pareciera que su destino sería hacer compañía al Jack Skeleton de El extraño mundo de Jack. La historia explica los avatares de un ascensorista de Nueva York que trata de superar los conflictos de tener una vida de outsider navideño y social mediante un ejercicio de rencor y lucha de clases que, al final, se le vuelve en contra. No les digo más para no ha- cerles un spoiler, pero les recomiendo su lectura tras los divertidos encuentros con los compañeros de trabajo o de la univer- sidad o del gimnasio, los emocionantes intercambios de regalos, las mil y una co- midas y bebidas de las que nos arrepen- tiremos y que nos harán recordar que de nuevo arrojamos a la basura los propósitos de dejar de beber, dejar de fumar y dejar todo aquello que seguimos haciendo mal un año después. Estoy seguro de que les arrancará una amarga sonrisa. Pero es que las fechas tan señaladas en el calendario nunca son como uno las imagina. A menos que te llames Tim Burton.
Recomiendo la lectura del cuento La Navidad es triste para los pobres, de John Cheever, en estas fechas... Estoy seguro de que les arrancará una amarga sonrisa.