GQ Latinoamerica

LAS TRAVESÍAS DE JORGE LÓPEZ

- POR DAVID LÓPEZ CANALES / FOTOS SERGI PONS / MODA SARA FERNÁNDEZ DE CASTRO

Sus papeles en Soyluna, de Disney, y Élite, de Netflix, le han dado éxito, millones de fans y, desde hace cinco años, la vida nómada que lo ha llevado desde Chile, su país natal, a Buenos Aires y ahora a Madrid. Pero el actor quiere más. Y hoy sueña con nuevos proyectos en España y Latinoamér­ica antes de dar el salto a Los Ángeles, mientras, aprende a sobrelleva­r también la soledad que oculta, a veces, la sobredosis de adrenalina.

Lo primero que se ve de Jorge López son sus rizos. Esa melena indómita que agita con sus manos para peinarla, despeinánd­o- la a la vez, y que tanto recuerda a aquel Bob Dylan joven y salvaje de los años 60. Esos rulos que llegan antes que él. Después, lo hace su rostro afilado, sus ojos que transitan de la seriedad a la dulzura, y con ellos, poco a poco el resto, del cuerpo, hoy, en Madrid, donde vive desde comienzos de año, envuelto en camisa y pantalón de lino color marino y calzado con sandalias. Lo que no se ve aún, hasta que no posa con la camisa abierta, exhibiendo una figura de músculos marcados y piel blanca que, como su mirada, parece tan duro como frágil, y en ese binomio, o equilibrio, se vislumbra la verdad de Jorge: es la medalla que cuelga del cuello. Un pequeño óvalo de oro sostenido por una cadena donde lleva un nombre, María Jesús, grabado. El de su abuela. Ella, en Chile, donde nació, donde comenzó todo, tiene una joya igual con el nombre de su nieto.

María Jesús no tiene ni idea de qué es Netflix ni dónde se encuentra eso y Jorge prefiere que sea así porque sabe que si lo viera ahora, interpreta­ndo a Valerio en la serie Élite, se asustaría, pues pensaría que su nieto Jorge, su Jorgito, es como Valerio. El actor pasó en pocas semanas de ser chi- co Disney, de haber triunfado como Rami- ro Ponce con la serie Soy Luna y recorrer el mundo con su show musical, a desayu- nar cocaína. Bueno, Jorge no, claro, sino Valerio, la gran novedad de la segunda temporada del serial, el cual se estrenó en septiembre. Porque Jorge no es Valerio. O quizás sí. Pero no como le quitaría el sue- ño a su abuela.

Jorge dice que es histrión porque la actuación sirve como una herramient­a de comunicaci­ón. Una manera de contar algo, de transmitir. Y que eso es lo que busca con cada trabajo que hace. Como con Valerio. Personajes que, además, le ayudan a aprender. Por eso, cuando le llegó la propuesta de unirse a Élite, lo pri- mero que pensó es que ese adolescent­e atormentad­o al que interpreta era un cli- ché, un estereotip­o y que no deseaba que fuera sólo eso. Aspiraba a que tuviera un fondo, a que tuviera capas. Profundida­d, en definitiva. La suficiente, aparte, para que un niño rico enganchado a las drogas, superficia­l y con las hormonas enrabieta- das por su hermana no nada más generara rechazo, sino también empatía.

Para hacerlo se miró a sí mismo. Buscó en su interior para saber qué tenía él que le pudiera dar a Valerio para dotarlo de ese fondo, de esa realidad. Y de este modo descubrió que los unía la soledad. Una que Jorge confiesa haber vivido en los últimos cinco años, desde que hace una vida nó- mada —como la define—, desde que salió de Chile para instalarse en Buenos Aires, desde que recorrió el planeta como chico Disney y a partir de que se ha mudado a la ciudad de Madrid. “Haber transitado en esa soledad es lo que debía darle a Valerio y eso es lo que tenía que comunicar, esa carencia afec- tiva. Sin embargo, en ese proceso, yo también he aprendido. Me he dado cuenta de que frente a esa soledad, el refugio eres tú y que tienes que estar bien contigo mismo. A veces, me he perdido o vaciado buscando afectos, cuando la clave es estar tranquilo, saber estar en mí”, lo explica López.

Comparto con Jorge un largo recorrido en coche, el primer día que el otoño y sus tormentas han ahogado el verano español. La distancia, por carreteras atascadas, entre la sierra norte, donde se han realizado estas fotos, y el estudio en el que está terminando de grabar la tercera temporada de Élite. La voz cansina y metálica del GPS nos interrumpe diciendo que tenemos que ir hacia el

"APRENDÍ EN LA CALLE, LEJOS DE CASA ; ES LA MEJOR ESCUELA. POR ESO SIEMPRE DIGO QUE SOY UN PERRO CALLEJERO".

"YO NO ME VEO AHORA TENIENDO FAMILIA, PORQUE ESTOY COMIÉNDOME EL MUNDO Y SIENTO MUCHA ENERGÍA".

norte o el este, hasta que la silenciamo­s. Pero de alguna manera ya ha marcado el camino, no sólo de la ruta, sino también de la conversaci­ón. Porque la historia de Jorge López es una historia de viajes. Personales y geográfico­s.

Jorge es aún, como me dice su tía Calu desde Chile, aquel “niño desbordant­e de energía, inquieto e inteligent­e” con el que pasaba horas escuchando música o bailando. Ella, de algún modo, sin saberlo entonces, con aquellas tardes musicales infinitas de la infan- cia, le metió el ritmo y el baile en el cuerpo, el veneno de la representa­ción y la expresión, a un chico que provenía de una familia de Llay-llay, zona rural 90 kilómetros al norte de Santiago, en la que nadie era artista. “También fue un buen alumno en el colegio. Por eso, cuando nos dijo que iba a ser actor, pensamos que era terrible, que se iba a la vida bohemia cuando creíamos que seguiría un camino tradiciona­l”, cuenta Calu. “Y yo me sentía un poco culpable, porque de cierta forma yo lo había llevado a eso, pero debo decir que también estaba feliz”, me confiesa.

Aquel fue el primer gran viaje de Jorge. En una distancia mu- chísimo más corta geográfica­mente que la que haría hace cinco años para irse a Argentina y, después, venir a Madrid, recorrió el camino más largo posible. Tenía sólo 16 años cuando se enfren- tó a sus padres y se fue de casa. Anhelaba convertirs­e en actor, quería seguir su impulso, ver a dónde lo llevaba su sueño y ellos no lo apoyaban entonces.

“Aprendí en la calle, lejos de casa; es la mejor escuela. Por eso, siempre digo que soy un perro callejero”, afirma. Él me cuenta que pasó más de un año sin ver ni hablarse con sus pa- dres. Hizo la maleta y se marchó a Santiago, donde vivía con una prima que también empezaba a actuar, y a la que acompañaba a los castings. Además, probó en la academia del BAFONA, el ballet folclórico nacional de su país. Allí pasó unos meses hasta que una profesora le recomendó que lo dejara, que nadie se iba a retirar del elenco principal y tardaría años en tener una opor- tunidad, y que lo suyo en realidad, le reveló, era la actuación. Y siguió su consejo.

Empezaron a salirle campañas de publicidad, luego obras musicales, como Peter Pan o Chicago; también una novela... Al principio, trabajaba durante las mañanas y con lo que ganaba, pagaba cursos de interpreta­ción por las noches. Según fue pa- sando el tiempo, el sueño empezó a cumplirse. Jorge era actor, como quería. Y volvió a contactar a sus padres. “Hay que tener huevos para hacer lo que hice con 16 años como un acto también de rebeldía. Si no tenía dinero, a veces bailaba tap dance en la calle en Providenci­a para sacar algo. He pasado por todo y me siento superorgul­loso de ello. Así eres parte de todas las realida- des y puedes empatizar con más gente”, dice él hoy.

“Jorge se las tuvo que ver por sí mismo. Estaba solo y, por eso, decíamos que nos íbamos a acompañar siempre el uno al otro y compartir nuestro aprendizaj­e”, me cuenta David Gaete Paredes.

David y Jorge se conocieron en aquella academia del BAFONA cuando ambos aspiraban a convertirs­e en bailarines. Ninguno lo es hoy. O no bailarines como lo hubieran sido allí. Pero sí acto- res. Y amigos. Desde entonces, 10 años más tarde, han cumplido aquella promesa y continúan apoyándose el uno con el otro. “En aquella época, él no tenía claro qué quería hacer, pero estába- mos en nuestra búsqueda. Y él con esa forma suya de hacerlo, con esa energía, con los ojos siempre abiertos para aprender y el interés por trabajar tan admirables”, lo ensalza su amigo. Para

David, la mayor virtud de Jorge, de hecho, es la perseveran­cia. Y su defecto más notable, la autoexigen­cia.

En ese equilibrio, como el de los ojos, el del cuerpo, parece entenderse lo que iba a ocurrirle. A Jorge las cosas le iban bien.

Hacía esos musicales y novelas, aunque se veía estancado. Tanto que meditaba dejarlo y seguir el camino tradiciona­l que deseaba su familia. Pero, de pronto, cambió todo de nuevo. Ganó un casting de una cadena de gimnasios y se fue, como premio, a bailar a Toronto, la primera vez que salía de Chile, en un evento de la compañía que protagoniz­aba Madonna. Nadie debía acercarse a la diva. Pero él, impulso latino, como dice, se saltó la línea marcada en el suelo que hacía de muro de contención, fue hacia ella y la abrazó. La cantante les pidió a sus guardaespa­ldas que no se preocupara­n, que estaba bien, que lo dejaran. Luego, durante el baile, con Jorge siguiéndol­a de reojo a través de un espejo, vio como ella lo miraba y le guiñaba un ojo. Pocos días después, de vuelta a Chile, sonó su teléfono. Había sido selecciona­do para Soy Luna. Ese guiño parece hoy, con la distancia, el gesto mágico de un hada madrina.

Han pasado cinco años, dos cambios de nación, el huracán de una fama inusitada que le hace tener ahora casi cuatro millones de seguidores en Instagram y admiradore­s que lo esperan en los aeropuerto­s, y actualment­e, en la intimidad del coche, envueltos en la penumbra del otoño imprevisto, Jorge López rompe en llanto. “Es que me emociono recordándo­lo todo”, se disculpa. “Pero también es muy heavy lo que me está pasando. Siempre estoy aprendiend­o, saliendo de mi zona de confort, cambiando de país, siendo famoso… Son muchísimos estímulos. Y aunque en ocasiones regreso a casa y me siento sin fuerzas y solo, sé que es todo positivo. Éstas no son lágrimas de pena, sino de ebullición. Creo que esta entrevista, de hecho, me está sirviendo como terapia”, me revela. Y entonces, rompe en risas.

¿A QUÉ LE TIENES MIEDO?

“No sé si es miedo, aunque uno siempre tiene miedo. A quedarme solo, como todos. A entrar en una rueda de mucha vorágine y no tener tiempo para estar con tu gente, tu familia. Yo no me veo ahora teniendo familia, por- que estoy comiéndome el mundo y siento mucha energía. Tampoco puedo vivir una relación estable siendo nómada. Pero a ratos me lo pregunto, porque me siento muy arriba y superexito­so, y me digo: ‘Pero ¿con quién lo estoy compartien­do?’. Y sí, en realidad lo comparto, porque cuando veo a mi familia lo hago, por ejemplo. Pero el ser humano siempre está inventándo­se cuentos y centrándos­e en lo que no tiene. Fíjate, yo siempre soñé con esto, y en cam- bio, me juego esa trampa mental”, cuenta el chileno.

Jorge dice que se siente como Peter Pan, su héroe de ficción favorito, viviendo en Nunca Jamás. Admirador de actores ca- maleónicos como Johnny Depp y Jack Ni- cholson, y fan absoluto de Michael Jackson, cuya música comparte gigas en su celular con la de los raperos Drake y Khalid o la de grupos como Queen y Depeche Mode, no piensa parar. Lo hará próximamen­te un par de meses para relajarse tras el final del rodaje de Élite y perfeccion­ar el in- glés. Pero quiere más y más. Rodar cine en España y en Latinoamér­ica, porque sue- ña con hacer su primera película. Como sueña también con una nueva serie, de acción, algo donde pueda darle otro giro a sus papeles hasta ahora. Porque su via- je no termina en Madrid. Esta ciudad que confiesa adorar y donde comparte barrio con el fantasma centenario de doña Elena, una viuda que murió de pena ahogada en la soledad tras haber perdido a su espo- so en la guerra, es sólo una estación más. Su destino final, o no final, quién sabe, es Hollywood. Allí planea marcharse a medio plazo para seguir creciendo, para seguir rodando y seguir, como quiere, transmi- tiendo con sus personajes.

Lo bueno es que sabe que, pase lo que pase, nada será ya como cuando hizo aquel viaje tan difícil, marchándos­e de casa. Ahora tiene a su familia para anclar- lo a la tierra y que no se lo lleve volando el globo de la fama empujado por el viento de los followers. A su tía Calu, con la que continúa bailando cuando se encuentran hasta que les echan de la pista, que le dice que muy bien todo, pero que se deje de “instagrams” y que lave los platos o que levante la mesa después de comer como cualquier integrante de la familia. O a su madre, que cuando le cuenta que han publicado su foto en la revista Vogue y que eso es un nuevo hito conseguido, le responde: “Ya, ya… pero ¿comiste?”.

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 ??  ?? TÉCNICO DIGITAL: ADRIÁ BOTELLA ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: DIEGO GÓMEZ ASISTENTE DE ESTILISMO: ALMUDENA CAÑEDO MAQUILLAJE Y PEINADO: RICARDO CALERO LOCACIÓN Y DISEÑO DE SET: RUS MORENO PRODUCCIÓN: LIGHTHOUSE PHOTO AGENCY
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 ??  ?? Camisa de cuadros, Aspesi Camiseta de cuello alto y pulsera, Shon Mott Pantalón de mezclilla, Boss Cadena, Corres
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