DE RECUERDOS Y PLATILLOS
Estoy cocinando una receta muy española o, al menos, muy de Madrid. Bacalao de Viernes Santo. El caso es que no es viernes ni estoy en Madrid. El confinamiento hace que los días transcurran con una cierta sensación de dèja vu y lo mejor para sobrellevarlos es tratar de ser eficaz (Zoom mediante) en el trabajo que hoy hacemos desde casa, y respetar los tiempos y procesos de alguna comida favorita. Pesar y tamizar harina, cortar verduras y observar cómo humea el aceite hasta su temperatura óptima son los mejores asideros que amarran nuestra cordura ante lo que nos rodea.
El bacalao de Viernes Santo es un platillo que me enseñó mi vecina Antonina. Toni, como la conocíamos todos, vivía en la planta de abajo de mi casa y residimos más de 20 años codo con codo y platillo con platillo. A Toni le entusiasmaba que le dejara a Lola, mi perrita, cuando me marchaba a trabajar por las mañanas. Se sentía más acompañada por la presencia del can y Lola sabía que algo de la mesa del almuerzo pasaría directamente a su plato. Además, estaba segura de que al terminar mi jornada echaríamos un ratito frente a una cerveza contando los chismes pertinentes y poniéndonos al día de las naderías del barrio y los vecinos. Todo lo irrelevante nos parecía tan crucial entonces que añoro esa banalidad que, poco a poco, hacía que los días tuvieran un claro principio y final.
Toni había llegado a Madrid desde una ciudad pequeña del interior empujada por la pobreza de una posguerra que dejó miseria e incertidumbre. Pudo vivir con sus tíos y cuidarles en el minúsculo apartamento en el que siguió residiendo hasta la muerte de ellos mientras trabajaba en una fábrica de bombillas de la que guardaba tiernos recuerdos de mujeres en bata que eran más eficaces (por supuesto) que los hombres que las rodeaban. En la casa atesoraba libros que no consultaba y una videoteca que habría hecho las delicias de cualquier aficionado al cine. Porque a Toni le entusiasmaban los clásicos. Era perfectamente capaz de recordar en qué film había tenido una interpretación mayúscula Deborah Kerr (para ella, ninguna comparable a El Rey y yo o Algo para recordar) o quién firmaba el vestuario de algún musical como Los paraguas de Cherburgo. Toni, además, estaba un poco enamorada de Clint Eastwood y fue la más feliz cuando le conseguí un afiche con la foto ultrafamosa de Harry, el sucio empuñando su pistola que ahora descansa entre mis libros.
A Toni la salud le había jugado una mala pasada por una afición extrema a los cigarrillos y me reñía constantemente al verme fumar y me recordaba que por eso ella tenía un solo pulmón y mostraba la cicatriz
de su costado de la que se sentía un poco orgullosa, como si esa vez le hubiera ganado a la muerte la partida. Qué paradoja, a Toni se la llevó por delante un cáncer de páncreas y no pude estar junto a ella en su final. Eso aún me duele hasta las lágrimas.
No sé qué hubiera pensado Toni de lo que nos ocurre hoy. Habría sido considerada grupo de riesgo. Aunque estoy seguro de que lo habría hecho todo bien: mantenerse resguardada en casa y hablar mal de los gobernantes. Para ella, el confinamiento era algo habitual. Su doctor y yo la reñíamos porque no caminaba lo suficiente, pero, en el fondo, todos envidiábamos su pequeña filosofía de felicidad personal. “¿Para qué tengo mis bienes? Para remediar mis males”, nos decía siempre que protestábamos porque en alguna de sus escasas salidas había comprado los ingredientes más exquisitos que, transformados en un platillo delicioso, nos alegraban los días que ella consideraba señalados: la Navidad, la Semana Santa, el día de San Antón... Supongo que hoy nos observa con preocupación y algo de sarcasmo desde ese cielo que se merecen las buenas personas aunque no exista Dios.
Hoy me aterroriza pensar que hay miles de médicos luchando por defender las vidas de los enfermos y que quizás se hayan visto obligados, como en España, como en Italia, a decidir si un respirador se puede aplicar a un paciente que no reúna condiciones idóneas para sobrevivir. Sólo ellos, los verdaderos héroes de nuestros días, saben lo duro que es pelear contra algo que parece más un escenario de guerra que una enfermedad. Quiero pensar que todos estamos cambiando nuestros hábitos, que nos seguimos resguardando, cuidando de nuestros mayores, de quienes no pueden dejar de trabajar, de nuestro personal sanitario que también se está dejando la vida en esta pelea. Para que nunca nadie tenga que verse obligado a evaluar sobre una vida o una muerte. Porque no podemos olvidar que las cifras de fallecidos esconden los nombres de las personas que amamos.
Hoy, este bacalao que aprendí con Toni tiene el gusto salado de las lágrimas y el dulce de las remembranzas. Perdonen que no me anime a explicarles cómo lo cocino. Hay algunas recetas que, como los recuerdos más íntimos, no se comparten. Lo único que importa es ofrecerlas como símbolo de amor.
“HAY ALGUNAS RECETAS QUE, COMO LOS RECUERDOS MÁS ÍNTIMOS, NO SE COMPARTEN”.