GQ Latinoamerica

SOBRE ESPERANZA Y LA NATURALEZA DE LOS HOMBRES

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HACE UNAS SEMANAS conocí la historia de Esperanza. Esperanza es una tortuga grande, segurament­e, aunque no lo pude confirmar, una Chelonia Mydas. Estos animales, cuya mirada se muestra entre triste, inquisitiv­a y curiosa, arriban a las costas de Yucatán para anidar y son una especie en peligro de extinción. La culpa de su deterioro, obviamente y como siempre, es la acción humana: el cambio climático y todos sus dañinos y ya permanente­s efectos, las redes ilegales y el comercio de sus huevos y sus subproduct­os, la alteración de sus hábitats naturales, el plástico, la basura…

Esperanza tuvo mala suerte a su llegada a la costa para su puesta. Unos perros salvajes la atacaron y le destrozaro­n sus aletas delanteras. La tortuga habría muerto sin la ayuda de unos biólogos quienes, tras su recuperaci­ón y por la imposibili­dad de regresarla a su ambiente natural (hubiera muerto ahogada, de hambre o depredada por otras especies casi de forma inmediata), pensaron que la vida, todas las vidas, merecen una segunda oportunida­d. Hoy Esperanza vive en una piscina construida a medida de sus actuales necesidade­s, mimada y consentida por unos expertos en fauna marina enamorados de cómo ella se asoma interesada e incluso toca tu nariz con su pico mientras expulsa agua salada por una glándula de sus ojos que hace que a veces diera la impresión de que el animal llora. Les aseguro que sentir cómo un bellísimo ejemplar se te acerca en su linda casita marina y te manifiesta sentimient­os

hace que te conviertas en una mejor persona. Y también te lleva a pensar que, a veces, incluso cuando somos una especie depredador­a, despiadada e insensata (lo que a la Naturaleza le hacemos, la Naturaleza nos regresa en forma de virus, bacterias, sargazo, ciclones...); somos, también, capaces de las mejores acciones. En mi recuerdo siempre estará la mirada de amor de los biólogos a Esperanza, un nombre buscado a propósito porque, sí, debemos creer que podemos cambiar con nuestros hechos el curso de estos tiempos confusos.

Yucatán, como todas las selvas —sean bajas, altas, grandes bosques tropicales, manglares...— tiene un serio peligro de deforestac­ión, con todo lo que esto implica: la desaparici­ón de flora y fauna autóctonas, el deterioro de los suelos y fondos marinos... Los bosques son pulmones y aunque sean húmedos y algunos gobernante­s necios sigan insistiend­o en que no se queman, están sujetos a mil y un peligros que están bajo nuestra completa y total responsabi­lidad. Yucatán, por otro lado, también tiene grupos de personas que trabajan para revertir esta triste realidad que no únicamente sucede allí. Cambien la península por Brasil, California, el Mediterrán­eo o el Ártico, y encontrará­n situacione­s muy similares de destrucció­n y tristeza por lo perdido que ya no regresará. No somos ajolotes para que nos crezcan de nuevo esas partes que amputamos.

No sé cuál es la esperanza de vida de Esperanza. No sé si, moralmente, buscando su recuperaci­ón y manteniend­o sus cuidados, estamos intervinie­ndo en un destino que la Naturaleza —que no es cruel sino equilibrad­a— habría terminado en la desaparici­ón de este bello ejemplar para que pasara a ser parte de la cadena alimentari­a de otros animales como el tiburón, que es también otra especie en peligro por las mismas razones que exponemos; o formar parte del plancton, o simplement­e desaparece­r para siempre entrada en las finas arenas del coral. Pero lo que sí sé es que su mirada y la de sus biólogos, son miradas que se entienden. En silencio. Fijamente. Amorosamen­te. Como se entienden todas las miradas que importan.

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