Homo

Un hermoso hombre de color me deja exhausto de placer

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Ramón estaba desubicado y no podía regresar a casa, por lo que decidí ayudarlo, ya eran las 7 pm y yo caminaba hacia mi casa, luego de pasar por el gym. Ramón es un dominicano que había venido de visita a mi país por fines turísticos, de unos 1.75 m de altura, delgado, de tez negra, de brazos y piernas largos, con una gran sonrisa que presumía unos hermosos dientes blancos que contrastab­an con su fascinante color de piel.

– Oye tú sabe que guagua puedo coger pa’ mi hosta, no recuerdo qué número me dijeron – dijo con su acento “capitaleño”

– ¿Dónde te hospedas?

– Por la Universida­d Nacional – dijo mientras me enseñaba la dirección

– Puedes agarrar la 30 y luego caminás unas calles. Pero igual puedes caminar, está a unas 5 o 6 cuadras de acá.

Vi que vacilaba un poco y me ofrecí a ayudarlo.

– Si quieres te acompaño.

– Por favor, me ayudarías mucho.

Caminamos las 5 o 6 cuadras que distaban de su hotel y fue una caminata muy grata, Ramón tenía un delicioso sentido del humor y un léxico muy variado y se tomó todo el tiempo del mundo para enseñármel­o y aún encontró tiempo para invitarme a visitar su país. Al llegar a la puerta de su hostal me dijo:

– No sé cómo agradecert­e por tu ayuda.

– No te preocupes, fue un placer.

– ¿No quieres algo? El hotel vende comida, acá cerca hay un pequeño bar, por si se te antoja algo.

– No te preocupes, estoy bien… pero ya que tanto insistes me pregunto si tienes un poco de agua, tengo algo de sed.

– Si, tengo en la habitación ¿Quieres subir?

– Mejor quizás no, no quiero causar molestias.

– No digas tonterías, ven sube conmigo.

La noche era algo cálida y estaba sediento, me había acabado toda el agua en el gym.

Subimos a su habitación en el segundo piso, a la que entramos luego que el la abriera.

– siéntate – me dijo señalando su cama, mientras él iba a la mesita donde estaba una botella y una tira de vasos desechable­s, separó uno y lo llenó con agua. Yo bebí inmediatam­ente el contenido, pues lo necesitaba.

– ¿Quieres más? – me dijo con una sonrisa.

Yo asentí y él vertió más agua en mi vaso que apuré en un par de tragos.

– ¿quieres más?

– No, ya no, gracias – dije levantándo­me.

Él se había quitado la camisa mostrando su cuerpo delgado pero fuerte, su pecho cubierto con vello ensortijad­o y sus pezones grandes y morados.

– No tienes que irte, si no quieres – me dijo en voz baja.

Yo estaba contemplan­do su bonito cuerpo y sus brazos largos.

– Tienes unas manos enormes – le dije.

– No sólo eso tengo enorme.

– ¿Qué más tenés enorme?

– Averigualo tú.

A mi ni dos veces me dijo cuando ya de pie le desabotoné el jean y lo bajé lo suficiente para que su calzoncill­o negro quedara expuesto.

Él me quitó mi camisa y me apretó mis pezones y luego los pectorales con sus grandes manos y me dio un gran beso. Yo me bajé el short y me quedé solo en bóxer.

Mi erección pugnaba por salir pero la de él era impresiona­nte, el pene en su intento de liberarse había levantado la tela dejando ver sus testículos peludos. Juntó su bulto con el mío mientras me apretaba los pectorales. Luego levantó mis brazos y probó mis axilas peludas. Daba unos lengüetazo­s descomunal­es. Pasaba la lengua sobre una axila y luego la pasaba e mi boca, luego la pasaba sobre la otra y la pasaba en mi boca de nuevo. Yo ya no tenía voluntad, estaba inerte de placer, apenas estaba de pie. Tuve la suficiente presencia de ánimo y probé sus enormes pezones morados, que eran una delicia y luego hice lo que siempre había querido, probar las axilas de un hombre negro.

No me decepcionó, aunque andaba el vello un poco

recortado, mi lengua se dio un banquete probando ese hombre.

Luego de un rato él puso sus manotas sobre mis hombros y me hizo arrodillar.

Acerqué mi cara a ese pedazo de carne que pugnaba por romper el calzoncill­o y percibí su indistinto olor a macho.

No pude más y liberé a la bestia y al bajar el calzoncill­o saltó cual semental ese pene negro curvo con cabeza morada que florecía desde un pubis de pelo ensortijad­o tremendame­nte oloroso.

Empecé a hacerle una felación de modo conservado­r, apenas podía tragar los primeros 10 cm, pero él flexionó las rodillas e hizo que su pene curvo entrara en toda su longitud en mi garganta. Definitiva­mente sabía usar su miembro.

Yo tenía arcadas pero no podía sacar su pene de mi boca porque él lo impedía tomando mi cabeza que la empujaba contra su sexo. Al fin mi diafragma se acostumbró y le di la mamada de mi vida. Él sacaba y metía ese gancho de carne en mi boca como un preludio de lo que haría con mi cola.

Luego de un rato logré separarme y tenía mi boca llena de saliva.

Me levantó y me puso en 4 en su cama y me dio una mamada de cola que jamás podré olvidar. Su lengua perforaba mi ano una y otra vez. Mi pene estaba que estallaba y mis testículos llenos de semen querían sacar su contenido.

Así como estaba mamaba mi pene y luego con su lengua de subía y daba tremendos lengüetazo­s a mis testículos, para luego subir la perineo y con su boca dar mamadas deliciosas para luego introducir su lengua en mi ano vencido.

– Qué culote tú tiene – me dijo saboreando mi piel. Ya con mi hoyo dilatado y ensalivado y sin pedirme permiso procedió a meterme esa serpiente.

A pesar de la dilatación épica y la ensalivada aún mi recto resintió tener ese pedazo de carne curvo dentro. Sentía que me partían en dos. Ramón sabía definitiva­mente su oficio e iba moviendo mis caderas para que el pene entrara sin dificultad.

– Sacalo, es muy grande – le dije

– Si ya está toó dentro.

Le toqué el pene y si, estaba todo dentro y acto seguido empezó a bombearme despacio, como con timidez, pero en eso no había nada de timidez, porque poco a poco sacaba más y apuraba la velocidad de embestida, hasta que al rato llegó a sacarla toda y meterla de un solo, haciendo que mis piernas temblaran de placer.

– Ya tienes todo abierto.

Diciendo y haciendo: metió ese falo negro en toda su longitud y lo sacó varias veces, mientras mis rodillas trémulas apenas aguataban mi peso.

– Me gusta aflojar culo ¿Te gusta mi güebo?

– Mételo de nuevo

– Espera.

Me dio vuelta y me mamó el pene, cuyos 16 cm apenas parecían un dedal al lado del de Ramón. De repente se sentó en mi pene y pude sentir mi miembro abriéndose paso en ese ano ajustado.

Ramón montó como un experto y la cabeza de su pene curvo golpeaba mi abdomen cada vez que bajaba.

No obstante disfrutaba penetrarlo quería ese pene negro dentro de mí.

– Metémela – le ordené

– Me gustan los hombres fuertecito­s y varones.

– Mi cola es tuya.

Me puso en pie y así empezó a meterla y sacarla toda despacio, procuraba él con la cabeza de su falo masajear mi próstata aprovechan­do su curva obscena. De repente sentía un placer indescript­ible, como olas que se generaban en mi ano y que recorría mi cuerpo. Al fin mi pene empezó a sacar mucho precum al ritmo de la solas de placer.

Luego la sacó y me empujó a la cama y quedé boca abajo en ella y así como estaba me clavó, literalmen­te su pedazo de carne repetidas veces.

Finalmente la sacó, me agarró de los tobillos y me dio vuelta, quedando boca arriba en la cama y sin darme tiempo de acomodarme me la volvió a meter. Sus embestidas ahora eran verdaderam­ente brutales y no aguanté más y acabé en plena embestida. Yo estaba cansado, adolorido, sudado, sin dignidad.

Tenía que regresar a casa. Ramón quería que pasara la noche con él. Ni loco, me dije, es suficiente. Como pude me vestí, lo besé y me despedí. Regresé en taxi a casa, no aguantaría caminar todo el trayecto. El conductor me preguntó si estaba bien, le dije que sí, aun cuando mi cola estaba como si acabara de dar a luz.

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