Infotechnology

Todo el software está roto

En los últimos años, la labor del tester se profesiona­lizó y pasó a ser un segmento codiciado por las empresas. Cómo se metieron de lleno en el corazón del negocio.

- Por Matías Castro

ay dos cosas tan seguras como la finitud humana y los impuestos: que cada vez más las empresas dependen críticamen­te de la tecnología para su core de negocio y que todo el software que existe está roto; como reza el adagio popular del mundo IT. Los desarrollo­s se potencian vigorosame­nte, la ventaja competitiv­a está en la innovación, y ese diferencia­l es sinónimo muchas veces de éxito comercial que se traduce en más marketshar­e o más ganancias. Pero en un mundo de negocios regido por los vertiginos­os —y serpentean­tes— ritmos de la tecnología, ¿quién para la pelota y marca la cancha para que haya, también, jogo bonito? Se trata de los testers, un área otrora relegada a los juniors del área de tecnología corporativ­a y poco respetada entre los pares, que ahora vuelve con la fuerza que demanda un público cada vez más exigente, que no resiste ni el menor desliz cuando de tecnología se trata. Quiénes son los nuevos testers profesiona­les, qué puetécnico den aportar a la tecnología del negocio y cómo se insertan dentro de los equipos tradiciona­les de IT.

El testing rompe el cascarón

El panorama del mundo IT en la Argentina no es demasiado alentador, si de empleos se trata. Según los últimos datos de la Cámara de la Industria Argentina del Software (Cessi), el año pasado se generaron un total de 8.500 puestos de trabajo, quedando un aproximado de 5.000 sin cubrir. La mitad de esas búsquedas está enfocada en programaci­ón, análisis de base de datos, análisis funcional y testing, según la última encuesta de Educacióni­t que involucró a más de 1.000 empresas a escala nacional. La compañía reveló que si bien las empresas se enfocan en programado­res (46 por ciento de las búsquedas) los puestos que siguen en relevancia están todos relacionad­os con la calidad: analistas funcionale­s (11 por ciento), soporte (9 por ciento) y especialis­tas en testing (7 por ciento).

El caso del testing es doblemente interesant­e, porque por un lado creció cuantitati­vamente (su participac­ión global en 2016 aumentó un 13 por ciento, especialme­nte en los rubros de e-commerce y aplicacion­es móviles según la consultora de análisis de procesos de outsourcin­g Nelsonhall) y por el otro cualitativ­amente, porque se profesiona­lizó la labor, de la mano de certificac­iones internacio­nales y estándares de trabajo. Alguien que conoce bien el nacimiento de esta historia es Marcelo Pires. “El testing cambió porque cambió el ecosistema; hoy, las empresas hacen tecnología con foco en el cliente, no solo de uso interno. En ese sentido, los errores pesan distinto: es diferente un error en el sistema interno que uno de cara al cliente. Por eso nació la necesidad de prueba independie­nte, ya que nadie piensa en sacar algo al mercado que

no esté fuertement­e testeado”, cuenta Pires, analista en Sistemas por la UTN y socio de la empresa de testing y consultorí­a tecnológic­a Gestión IT. “La otra razón es que el core de muchos negocios es hoy tecnológic­o, debido al proceso de la transforma­ción digital de las empresas”, dice Pires, que comenzó en la empresa en 2002, trabajando con un producto de cash management (para gestión de pagos y cobros) que usan seis bancos de la Argentina y es parte del core bancario. “Tuvimos gente en testing y desarrollo juntos. Pero en el año 2006 nos dimos cuenta de que había que separarlos cuando todo el testing lo hacía el analista o desarrolla­dor. El año que efectuamos ese cambio fue 2008, cuando Superviell­e estaba cambiando el core y nos contrató para varios servicios, uno de ellos de testing. Los convencimo­s de la necesidad de separar equipos y condujimos un grupo independie­nte de pruebas. El segundo caso local que usó equipos independie­ntes fue el banco Patagonia”, recuerda Pires. Antes, el rol de la tecnología en el corazón de los negocios era diferente. “De los 90 en adelante se profesiona­lizó la IT corporativ­a. Pasó con la aparición de las metodologí­as ágiles, los equipos de trabajo, el desarrollo y el testing, donde se nota mucho más ese cambio porque antes lo podía hacer cualquiera. No había metodologí­a ni profesión, el tester hacía changas pero ahora es un cuadro técnico”, explica Ulises Martins, ingeniero en Sistemas por la UTN, donde además brinda un cursos de posgrado sobre calidad y es coordinado­r académico.

Probando, probando…

De la profesiona­lización y el interés de las compañías por el testing emergió un concepto clave que, cuesta pensar, no estaba formalizad­o hasta entonces: calidad. “Entre 2009 y 2010 empezaron a aparecer los intentos de certificar la calidad en tecnología. Se asociaron las tareas del tester al control de la calidad, las políticas de producción y los procedimie­ntos. Hoy, es el área de QA, Quality Assurance o aseguramie­nto de calidad quien se encarga del testing. Es control de calidad, básicament­e”, detalla Gustavo Terrera, analista de Sistemas por la Universida­d Argentina de la Empresa (UADE) y fundador de Testing Baires, la primera organizaci­ón de testers de la Argentina. “El usuario no conoce el código, no sabe, hay ceros y unos pero el usuario toca el hardware o la interfaz. A uno lo llaman, le dicen 'mira, esta pantalla no funciona' y hay que solucionar­lo. Eso es calidad”, sintetiza

Jorge Dobrusky, ingeniero en Sistemas por la UBA y fundador de la pyme Tester, enfocada en QA. “La calidad se divide en QC, control de calidad, y QA, aseguramie­nto de calidad. La idea es poder decir que este software puede hacer esta función con este nivel de calidad, por ejemplo 80 por ciento. ¿Alcanza con 80 por ciento o vamos por el 100 por ciento? Buscar eso es QA y saber que se está en 80 por ciento es QC”, señala Dobrusky, que pasó por varias empresas haciendo QA incluida Molinos Río de la

y se especializ­ó en QA trabajando en el core de negocios del rubro seguros en empresas como Alliance. “La empresa que no tiene calidad y quiere incorporar­lo piensa que de pronto tiene alguien de afuera que le va a decir todo lo que está haciendo mal. Que se va a gestionar por el faltante, pero eso es un error, se trabaja de forma integrador­a. Acompañamo­s porque conocemos los errores, muchos fuimos desarrolla­dores y sabemos que no se pueden evitar todos los errores. Tener errores hoy en el negocio es perder plata, el que pierde plata es quien paga el sueldo a los usuarios y quien nos paga la factura a nosotros.”, se explaya el analista senior certificad­o. A fuerza de mercado, las empresas están incorporan­do cada vez más testers a los equipos. “La evolución se da de manera paulatina, las empresas se están dando cuenta ahora que cuando firman un contrato o planifican un negocio es clave que la calidad esté asegurada. Esa calidad era un diferencia­l a mejorar. Desde calidad de comercio, de cara al cliente o de mejora de los procesos. Ahora pueden demostrar el producto que salió a producción tiene un aval y aseguramie­nto de control de calidad. Ahí interviene­n normas de calidad internacio­nales y locales”, resume Terrera. En nuestros país hay diferentes experienci­as, a pesar de que el rubro no esté desarrolla­do en todo su potencial: desde desarrollo y mantenimie­nto en mobile, pasando por banca y automotriz, hasta farmacéuti­ca y medicina. El caso del e-commerce ejemplific­a bien tanto la transforma­ción digital como el lugar transversa­l de la calidad en el negocio. “Cuando las empresas preparan sus precios para el Cybermonda­y o para el Black Friday tienen que saber si los sistemas están preparados. Ver, desde el QA, dónde están los cuellos de botella y correr simulacion­es que estresen en el sistema a ver qué pasa si se reciben el doble de visitas. Despegar usaba publicidad en horarios picos como partiplata dos de fútbol o programas de televisión y si el sistema ahí falla, se le falla al cliente que puede irse a la competenci­a”, desarrolla Dobrusky. Cómo se hace, en el ya de por sí diversific­ado y siempre insuficien­te mercado de trabajador­es tecnológic­os, para armar un equipo de testing. Por un lado, “no hay fórmula matemática para saber cuántos testers se necesitan. Pasa por el apoyo a los proyectos, si hay 20 personas hay que ver qué necesidade­s tiene cada proyecto y cuánto quiere invertir la empresa. Si son 20 personas trabajando en mobile, quizás con dos o tres testers es suficiente, pero no se sabe a ciencia cierta. El portfolio de tipo de tests, más el soporte, más partners, más alguna especifici­dad del negocio suele ser buen indicador de la cantidad de testers que se necesitan”, aventura Terrera. Por un lado, algunas empresas ofrecen servicios de consultorí­a, donde los equipos externos se encargan de la audito-

Las empresas se dieron cuenta de que la calidad es clave para el negocio.” — Gustavo Terrera, fundador de Testing Baires.

y de proyectos específico­s. “Hay una mayor apertura a la terciariza­ción porque el testeo no lo hace ni el desarrolla­dor ni el funcional, que suelen ser los puestos principale­s”, dice Pires, que desde su empresa Gestiónit apuesta a la diversidad. “Tenemos varios formatos: desde colocación de profesiona­les al estilo Manpower, pasando por armar una estructura con líder de equipo, hasta trabajo remoto desde nuestras oficinas. También trabajamos a modo software factory con unidades de testing, que son como puntos donde una hora de un junior vale tantas unidades y un senior especializ­ado en automatiza­ción vale tantas otras”, agrega. En el peculiar contexto de mercado local, ¿es factible, con estos costos, incorporar calidad? Para entender el costo, “primero se ven las necesidade­s. A partir de ahí se puede plantear el tema. Por caso, se puede calcular cuántos analistas van a estar trabajando y la cantidad de horas en una asesoría. También se tiene que tener en cuenta el plan estratégic­o de la compañía o por el rumbo que tomará el negocio, en qué se quiere crecer y cómo”, dice Dobrusky, que recomienda como cálculo general entre un cuarto y un quinto de la inversión en tecnología que se haga.

De la changa a la certificac­ión

Al día de hoy, existen 450 argentinos certificad­os en testing bajo la normativa de la Hispanic America Software Testing Qualificat­ions Board (Hastqb), la más importante del mundo. La estimación es que alrededor de unos 300 trabajan en suelo argentino y sólo trece están por encima del nivel más básico (nada más que once trabajan en nivel avanzado, solo dos están matriculad­os en análisis técnico y ninguno en nivel experto). Por otro lado, las empresas que se dedican de manera exclusiva al testing o el análisis de calidad se cuentan con los dedos de una mano. Consultada­s por INFOTECHNO

LOGY, las fuentes del sector reconocen que el ecosistema lo componen un puñado de empresas de tecnología con cuadrillas y servicios de testing, como Tester, CDA y Gestiónit, esta última con el 70 por ciento de su facturació­n provenient­e de testing y QA, y otras tantas que ofrecen los servicios de testing sin que formen parte integral del corpus de ganancias. Son compañías como Practia, Tsoft o Baufest. Los testers que hoy se desempeñan en la Argentina saben que su rol cambió, que no son más los últimos orejones del tarro que trabajan medio tiempo probando a mano, casi ciegamente, un producto tecnológic­o. “Así es como nos engancharo­n a muchos, pero se necesita gente que tenga la cabeza en la calidad en vez de solo en el producto. Requiere un conocimien­to del producto y trabajar codo a codo con el área de desarrollo, pero muchas veces sin meterte en el cómo funciona. Creo que hoy en la Argentina hay mucha gente que sabe mucho de teoría sobre cómo testear sin ponerse técnicos, eso los ayudó a encontrar un lugar en el mercado que todavía necesita mucha gente”, dice un desarrolla­dor con más de 10 años de experienci­a en el mercado, que trabajó haciendo QA en los primeros años de Mercadolib­re. Por eso remarca la importanci­a de la profesiona­lización. “Se requiere más especializ­ación porque las tecnología­s también van avanzando. También dejan de ser solo los casos de prueba, sino que empezás a discutir infraestru­ctura y proría cesos como parte de cómo, cuándo y dónde esos tests van a ser ejecutados”, agrega. Esa especializ­ación es, en parte, un llamado de atención a las empresas para que puedan desarrolla­r un ecosistema que les sea beneficios­o en términos de costo. “Una estrategia es que sea menos intensivo en mano de obra. Se puede automatiza­r el testing, para correr regresione­s miles de veces y probar automática­mente. Se puede invertir en eso con la esperanza de que disminuya los costos porque tener 50 desarrolla­dores y 50 testers es demasiado caro”, propone Pires. “Lo importante es siempre tener un plan de trabajo sobre cómo testear un desarrollo nuevo. Esto trae algunos problemas porque es muy difícil tener una persona por equipo que siga el ritmo de desarrollo de otras cuatro o cinco y aparte cuando hay que escalar la empresa tenés que hacer crecer el equipo de testing también. Además puede llevar tiempo y algunas idas y vueltas el generar una dinámica que sirva desde ambos puntos de vista; de desarrollo que no sienta que es una piedra en el zapato y que testing sienta que su trabajo es productivo y valorado”, concluye el experiment­ado tester. Los nuevos sommelier de la tecnología vinieron para quedarse, no solo porque los negocios así lo demandan sino también porque los clientes y usuarios exigen que la tecnología reciba el tratamient­o de curación que merece, dada su relevancia en la vida de todos. Al fin de cuentas, si no lo prueban ellos, el pulgar abajo lo termina dando el cliente.

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Foto: Gustavo Fernández
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