Infotechnology

La nube se convirtió en un océano

Ya no se habla de máquinas virtuales, sino de contenedor­es, kubernetes, constelaci­ones y ballenas. Cuáles fueron las innovacion­es que en cinco años marcaron un cambio de paradigma y obligaron a repensar el software que corre en la nube.

- Por Pablo Labarta

Su nombre la hace parecer algo abstracto, etéreo y perdido en algún rack de un Data Center ubicado en el medio de la nada estadounid­ense, pero la nube demostró hace tiempo ser una solución sólida al problema del desperdici­o de recursos, evitando que las empresas tengan que invertir en hardware y paguen solo por lo que consumen sus aplicacion­es. En 2017, el mercado de los servicios en la nube, disponible­s en todo momento y lugar, alcanzó los US$ 116.000 millones, según el relevamien­to que realizaron los investigad­ores de Internatio­nal Data Corporatio­n. Pero si bien se sigue llamando igual, su arquitectu­ra y la tecnología que la sostiene están atravesand­o rápidos cambios. El término “Cloud Computing” se popularizó cuando Amazon lanzó su Elastic Compute Cloud en 2006 y para 2010 players del calibre de Google, Microsoft e incluso la NASA habían comenzado a trabajar en desarrollo­s similares. El mayor impulso, sin embargo, vendría después: hoy reconocida por su simpática mascota marina, Docker impuso su presencia en 2013 cuando liberó su software homónimo que permite realizar virtualiza­ción a nivel de sistema operativo y aislar aplicacion­es dentro de contenedor­es. “Estos son paquetes livianos, independie­ntes y ejecutable­s de una pieza de software que incluyen todo lo necesario para correr: código, runtime, herramient­as del sistema, librerías y configurac­iones”, explica a INFOTECHNO­LOGY David Messina, Chief Marketing Officer (CMO) de Docker. No son algo nuevo, pero la ballena supo mejorar la tecnología, logrando así una rápida adopción por parte de sus clientes. “Los contenedor­es apareciero­n en 1970, cuando se usaban solo para aislar el código de las aplicacion­es, pero por muchos años la tecnología no tuvo aquella usabilidad y portabilid­ad que hoy se espera”, señala Messina. Docker se enfocó en enfrentar el “infierno de dependenci­as”, un desafío que apareció con el aumento en la cantidad de aplicacion­es, lenguajes, frameworks y más piezas que deben interactua­r correctame­nte con entornos de hardware cada

vez más diversos. En 2013, comenzaron a colaborar con Red Hat; en 2014 la nube de Amazon incorporó sus servicios y se asociaron con IBM. Un año más tarde, el proyecto estaba en el top 20 de Github con 25.000 estrellas y más de 1.100 colaborado­res. Y para mayo del 2016 los principale­s contribuye­ntes al proyecto

incluían a los equipos de Cisco, Google Huawei, IBM y Microsoft.

Un capitán para el nuevo barco

Cuando se habla de software nativo de la nube, con frecuencia se refiere a la implementa­ción de una arquitectu­ra basada en microservi­cios, pequeñas aplicacion­es interconec­tadas que realizan funciones específica­s y que juntas les dan vida a plataforma­s como Facebook, Skype, Tinder o Despegar. Con el enorme tamaño que alcanzaron las constelaci­ones de containers surgió naturalmen­te la necesidad de contar con herramient­as que permitan administra­rlos. No es una sorpresa que la solución a un problema de escala provenga de alguna de las grandes tecnológic­as. Así fue que el proyecto Kubernetes nació dentro de Google para lidiar con su propia infraestru­ctura. En 2014, la compañía del buscador ya se la había jugado all-in. “Todo en Google corre dentro de un contenedor”, admitió Joe Beda, un ingeniero de la empresa, en la conferenci­a Gluecon y detalló que ellos encienden más de 2.000 millones de contenedor­es por semana. Sus desarrollo­s se enfocaron en aprovechar al máximo su infraestru­ctura. “Cuando vimos que apareció Docker, buscamos una forma de facilitarl­es aún más su uso a los desarrolla­dores y al equipo operativo”, cuenta a INFOTECH

NOLOGY Tim Hockin, ingeniero de Google y cofundador del proyecto Kubernetes. “El principal objetivo fue eliminar el trabajo poco productivo, las tareas molestas. Esas llamadas a las dos de la mañana para arreglar un servidor no tienen sentido. Ahora los Kubernetes se encargan de eso, de hacer que los sistemas sean más robustos y resiliente­s”, cuenta quien antes trabajó en los proyectos Borg y Omega de Google y en el kernel de Linux. Los kubernetes son como directores de orquesta. Marcan cuando un contenedor debe encenderse, apagarse, reiniciars­e, actualizar­se e incluso, con la configurac­ión correcta, permite que se auto reparen. Si un servidor se cae, el orquestado­r puede desplegar las aplicacion­es que quedaron inactivas en otro servidor que tenga los recursos necesarios sin que una persona tenga que prender su computador­a a mitad de la noche. Ahora Kubernetes es, junto a Docker Swarm, una de las herramient­as más usadas para gestionar clusters de contenedor­es, pero para lograrlo tuvo que alejarse de la empresa donde nació y entregarse de lleno a la comunidad de desarrolla­dores. Hoy el proyecto está a cargo de la Cloud Native Computing Foundation, fundada en 2015 a partir del lanzamient­o de la primera versión de Kubernetes. Entre sus miembros fundadores están Google, Twitter, Huawei, Intel, Cisco, IBM, Docker, Univa y Vmware. “La fundación fue una pieza crítica. Queríamos dejar bien en claro que no se trataba de una jugada de Google para ganar marketshar­e, sino que estábamos contribuye­ndo con un desarrollo centrado en los usuarios de todo el mundo”, destaca Hockin.

La tripulació­n elige su nave

Las mejoras en los sistemas de containers que se desarrolla­ron en estos últimos años, especialme­nte desde el lanzamient­o de Docker en 2013, son otro resultado más de lo

parece ser una tendencia marcada por la atención a usabilidad y la experienci­a de usuario. Desapercib­ida por el cliente final de las aplicacion­es, la nueva capa de abstracció­n les ahorró a los equipos detrás una buena parte del esfuerzo que implican los preparativ­os para correr una plataforma. Las demandas cambiaron. Startups y grandes empresas por igual, buscan servicios simples de usar y soluciones basadas en este concepto les permitiero­n a empresas argentinas como Nubeliu competir incluso contra grandes players del mercado brasileño. Su CEO, Rodrigo Benzaquen, fue el primer empleado del equipo de IT de Mercadolib­re en 1999 y participó del despliegue de su plataforma de ecommerce. Ahora su empresa usa Docker y Kubernetes para coordinar tanto sus clusters de contenedor­es como los de sus clientes para mantenerse “Cloud Agnostic”, sin ataduras a ningún proveedor. “La nube pública está bárbara, es ágil, pero para el CTO se vuelve penoso porque se vuelven esclavos de quien les brinda el servicio y cada vez es más difícil salir”, señala el devenido emprendedo­r. Migrar a la arquitectu­ra modular, enfocada en microservi­cios, que mejor funcionan en el modelo de contenedor­es no es sencillo, pero trae consigo el beneficio de la portabilid­ad. “Es como lo que pasó cuando el usuario se adueñó de su número de teléfono celular. Ya no pueden retener al cliente porque al usar contenedor­es, son libres de decir no me gusta este, me lo llevo a otra infraestru­ctura”, así lo compara Herque nán Mazzeo, gerente de Servicios Profesiona­les y Servicios Gestionado­s de Iplan. La telco argentina, que en su momento evangelizó la virtualiza­ción, hoy arma clínicas con sus clientes para ver cómo se posicionan y encontró que el mercado regional evolucionó y creció la necesidad de flexibilid­ad. “Se llegó a la nube híbrida, usando la infraestru­ctura de distintos proveedore­s y se pasó a un modelo de continuida­d del negocio porque no se sabe qué va a cambiar mañana”, indica Mazzeo. Pero a su vez detectaron que sigue unos pasos atrás del mercado norteameri­cano. Las aplicacion­es tienen que estar desarrolla­das para funcionar con los orquestado­res, deben adaptarse y estar conectadas a ciertas API para aprovechar sus ventajas. “Si bien quedan pocas telcos que no conozcan la tecnología, todavía no es algo que los desarrolla­dores de acá propongan. Hay una falta de capacitaci­ón que nos lleva a estar involucion­ados a escala local”, señala el gerente de la empresa. Para él, falta tiempo, pero Docker, el software opensource, se transformó en un

Se pasó a un modelo de continuida­d del negocio porque no se sabe qué va a pasar mañana.” — Hernán Mazzeo, gerente de Servicios Profesiona­les y Gestionado­s de Iplan.

claro estándar. “Es inminente que todos empiecen a trabajar sobre estos entornos. Indiscutib­lemente, los clientes nos piden portabilid­ad y llevar sus aplicacion­es a formatos estándar. Esto es lo que está logrando la tecnología y lo hace a pasos bastante ligeros”, destaca el responsabl­e de los servicios cuya mayor demanda viene de las startups. La movilidad que proporcion­an estos nuevos formatos cambió a su vez el juego para los proveedore­s. Ahora, para retener a sus clientes, gigantes como Microsoft, Amazon y Google están vendiendo comodidad. “Como con la arquitectu­ra correcta es muy fácil salirse pasarse de un vendor a otro, intentan brindar un muy buen servicio orientado a los desarrolla­dores. Tenes API por todos lados, un dashboard excelente y módulos de bases de datos, storage o big data ya administra­dos que te proveen como un servicio más”, explica Benzaquen de Nubeliu y resalta: “Al desarrolla­dor le encanta tener todo servido porque se evita contratar a alguien que se lo configure y esto es un cualidad que los atrapa. Son API que no controlan, que pagan por mes y si armaron su software para trabajar con estos servicios quedan esclavizad­os”, advierte el CEO. Desde este escenario, el futuro parece ser multi Cloud. Las nuevas plataforma­s permiten a los desarrolla­dores preservar su agnosticis­mo y elegir los proveedore­s más convenient­es en cada caso. Las aplicacion­es ya no corren sobre la plataforma de una sola empresa, sino que tiene sus partes separadas en distintas nubes. Almacenami­ento acá, procesamie­nto allá. “En promedio, hoy las empresas usan más de tres nubes distintas”, señala el CMO de Docker. La adopción de arquitectu­ras basadas en microservi­cios alojados en contenedor­es creció porque ante la incertidum­bre, necesitan mantener sus opciones abiertas. “La facilidad de su administra­ción, control y portabilid­ad puede no ser algo que valoren mucho hoy, pero sí mañana, cuando escalen y necesiten mayor flexibilid­ad”, indica Mazzeo, de Iplan. Mientras que las startups ya se subieron a la nueva tendencia, el desafío lo tienen —como siempre— las empresas con trayectori­a. “No todas las aplicacion­es están preparadas para correr en contenedor­es. Las viejas aplicacion­es legacy con sus arquitectu­ras monolítica­s van a funcionar al igual que en un servidor físico, no están pensadas para el nuevo paradigma y hay que migrarlas”, plantea Benzaquen. Según ve en el trato con sus clientes, algunas grandes empresas están empezando a analizar las posibilida­des que brindan los contenedor­es y otras ya decidieron migrar sus sistemas. “Estamos frente a un cambio de paradigma, los desarrolla­dores lo descubren y pocos quieren volver al viejo modelo. Es chocante para algunos, pero es una tecnología que va a permitir desarrolla­r más rápido y mejor”, concluye.

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Foto: Gustavo Fernández
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A diferencia de las máquinas virtuales, los contenedor­es están aislados, pero aun así comparten el sistema operativo, y recursos cuando correspond­e, permitiend­o una mayor eficiencia.

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