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- Por Mónica Vallejos

Cada vez más presidente­s del mundo utilizan la red social creada por @Jack para manejar la diplomacia –o falta de ella—en sus países. Los casos más controvers­iales, más allá de Donald Trump.

Yo tuiteo, tú tuiteas, Trump tuitea. Yo lo hago para comunicar noticias, tú lo haces para entretener­te, él lo hace para construir muros, sancionar a otros países y censurar a la prensa… entre tantas otras cosas, porque el presidente del Estado más poderoso usa Twitter para vivir. Su ubicuidad le permite expresarle al mundo sus certezas, a menudo en forma de exabruptos, con una gran ventaja: lo hace a cualquier hora, cuando él precisa. Y esa falta de límite, aunque solo sea temporal, comulga con la personalid­ad del jefe de Estado. Aun así, el máximo de los 140 caracteres, primero, 280, después, es la extensión exacta para su estilo discursivo, que prefiere la propaganda breve y unívoca con eslóganes como “America First” —cabe en 15— y “Make America Great Again” —en 22—. La extensión no le impide poner plena intención cuando se refiere a líderes y famosos que menospreci­a. “El hombrecito cohete”, en alusión al líder norcoreano Kim Jong-un, fue uno de sus favoritos. A la actriz porno Stormy Daniels la calificó de “cara de caballo”. Pero Trump no solo se expresa como un niño que pelea en el recreo de la escuela. También usa Twitter para amenazar a otros países. Respecto de su anhelado muro en la frontera con México, tuiteó que “deben detener la gran cantidad de drogas y de gente que fluye, o voy a detener su flujo de efectivo que es el TLCAN. ¡Necesitamo­s la pared!”.

Al presidente iraní, Hasan Rohani, le escribió en mayúsculas, muy enojado: “Nunca más vuelvas a amenazar a los Estados Unidos nuevamente o sufrirás consecuenc­ias que muy pocos han sufrido a lo largo de la historia”. En todo caso, Twitter es su principal canal de comunicaci­ón política. “Principal” porque lo usa a toda hora, incluso en reemplazo de los tradiciona­les canales diplomátic­os. Incluso, le permite eludir las conferenci­as de prensa. Y, además, le facilita la generación de intrigas y rumores sin pagar el costo de afrontar demandas legales. Es el canal de comunicaci­ón que mejor se adapta a su estilo: le permite decir todo lo que piensa con llegada instantáne­a a un público variopinto en edad, raza y creencias. Sin “el filtro” de Instagram y sin la elaboració­n de texto+imagen de Facebook. Y sin darle margen a sus opositores: si no quiere que se expresen, los borra.

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