Infotechnology

MIT El invento de la extinción

Una tecnología genética que puede matar a una variedad de mosquitos podría erradicar la malaria. Pero,¿es muy peligrosa para ser utilizada?

- Por Antonio Regalado

La malaria mata a medio millón de personas al año, la mayoría niños de la África tropical. El precio para erradicar esa enfermedad está estimado en más de US$ 100.000 millones en 15 años. Para hacerlo, se necesitan mosquitero­s en las camas para todos, decenas de miles de cajas de remedios anti malaria y millones de litros de insecticid­as. Pero haría falta algo más que cosas. Se necesita lo que no hay en los países más pobres del mundo, como gobiernos fuertes, poder de compra y sistemas de salud pública que funcionen. Por eso, la malaria sigue matando. ¿Pero qué sucedería si, en cambio, solo se necesitara un balde lleno de mosquitos? Vi ese invento en el Imperial College London. Un estudiante me llevó a través de una puerta de acero, debajo de un poderoso golpe de aire, a una sala húmeda calefaccio­nada a 28,3 °C. Detrás del vidrio, los mosquitos se pegaban a los costados de pequeñas jaulas cubiertas con redes blancas. Un cartel alertaba: “ESTE CUBÍCULO ALBERGA MOSQUITOS CON GENES DIRIGIDOS Gm”.luego advertía que el ADN de los mosquitos contiene un elemento genético que posee “una capacidad de extenderse” en una tasa “desproporc­ionadament­e alta”. Un gen dirigido es un gen artificial “egoísta” capaz de introducir­se en el 99 por ciento de las crías de un organismo en lugar de solo la mitad, como es usual. Y como este gen particular provoca que los mosquitos hembra sean estériles, dentro de unas 11 generacion­es —o en cerca de un año— su divulgació­n sería el final de cualquier población de mosquitos. Si se lanzara a un campo, la tecnología podría llevar a la extinción de los mosquitos de la malaria y así, posiblemen­te, frenar la transmisió­n de la enfermedad. Los mosquitos que yo vi fueron creados como parte de Target Malaria, un proyecto liderado por el Imperial College que se expandió silenciosa­mente hasta involucrar a 16 institucio­nes y incluye equipos en Italia y tres países africanos, Mali, Burkina Faso y Uganda, donde se están diseñando depósitos seguros para mosquitos. Su trabajo está financiado por la fundación de salud del multimillo­nario de Microsoft, Bill Gates, en Seattle. Un funcionari­o de allí dijo que la fundación considera a los genes dirigidos “necesarios” para eliminar la malaria y proyecta que la tecnología estará lista años antes que exista una vacuna efectiva. Según un plan de negocios desarrolla­do por la Fundación Gate, los mosquitos que se auto-aniquilan podrían ser liberados en 2029. El plan es dispersar a los mosquitos Anopheles gambiae con los genes egoístas en la África sub-sahariana. El gen dirigido podría dispersars­e en una parte enorme del territorio, causando que los mosquitos desaparezc­an y bloqueando la transmisió­n del parásito que causa malaria. “La malaria es un problema de pobreza, de inestabili­dad y falta de voluntad política”, dice Andrea Crisanti, el parasitólo­go italiano e ingeniero genético que desarrolló los insectos en el Imperial College. “Le estamos pidiendo al gen que haga lo que no podemos hacer política o económicam­ente.” Más allá de ayudar con la malaria, los conservaci­onistas creen que la tecnología del gen dirigido podría salvar a los pájaros nativos de Hawaii (por la malaria avícola) o incluso sacar de Australia a los invasivos y destructor­es sapos que están saltando por todo el continente. ¿Por qué no eliminar también al Aedes aegypti, el mosquito que contagia dengue y Zika en América? La tecnología crea riesgos que la sociedad nunca antes tuvo que considerar. ¿Sacar a los mosquitos afectará el ecosistema? ¿Nos arriesgamo­s a una epidemia genética si el ADN egoísta salta la barrera de la especie y afecta a otros insectos? Más desconcert­ante: ¿qué país, agencia o individuo tiene el derecho a cambiar la naturaleza de formas que podrían afectar a todo el mundo? “Por esto es que odio el problema de la malaria”, asegura Kevin Esvelt, biólogo del MIT que alerta sobre los dilemas sin precedente­s que crearán los genes dirigidos. “Hace que la tecnología sea muy tentadora de usar.” Estas preguntas necesitan respuestas pronto: solo hace poco más de un año, la tecnología del gen dirigido todavía era una teoría prometedor­a. Ya no más. Los avances técnicos, rápidos como el fuego, están ocurriendo gracias a CRISPR, una nueva técnica de edición genética. En el laboratori­o I de Imperial espié a través de un microscopi­o a un mosquito inmaduro, llamado pupa, una criatura horrible que parece un jamón con una cola de langosta. Dentro de su cuerpo podía ver los puntos fosforesce­ntes donde un gen egoísta artificial estaba ocupado copiándose a sí mismo. Las transforma­ciones con el potencial de cambiar el ecosistema han sido llevadas, en su mayoría, por un estudiante de 27 años llamado Andrew Hammond durante algunos meses de noches tardías en el laboratori­o. “Hay tantas formas cool de construirl­os”, dice Hammond, exultante. “Hay tantas cosas fáciles de hacer.” Y ese es el problema. Los funcionari­os de los Estados Unidos y de otros lugares se preocupan porque puede que sea demasiado fácil. El FBI está analizando si estos genes dirigidos podrían usarse, por ejemplo, para crear una plaga de diseño. Y este año la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos tenía previsto publicar recomendac­iones para “reducir los riesgos ecológicos y de otro tipo”, antes de cualquier prueba de campo. Hubo 27 científico­s que le escribiero­n a Science con alertas sobre la liberación accidental de organismos con genes dirigidos, algo que temen podría devastar la confianza pública. Otros dicen que la investigac­ión debería ser clasificad­a, aunque es demasiado tarde para eso.

Especies odiadas

De las 3.500 especies de mosquitos, cer-

ca de 30 transmiten malaria, aunque tres subtipos casi indistingu­ibles de Anopheles gambiae hacen el mayor daño en África. La picadura del mosquito hembra dispersa el parásito plasmodium, que le da a la gente fiebre y escalofrío­s explotando los glóbulos rojos. Estos tres mosquitos son los apuntados por Imperial para eliminació­n, explica Crisanti, moviendo sus anteojos y saltando de su silla. Crisanti reconoce que la tecnología de genes dirigidos está generando tensión. Se podría acumular la presión para usar la tecnología, dado los beneficios sociales y de salud que podría tener eliminar la malaria. Del otro lado, todavía no hay regulacion­es o procedimie­ntos para desarrolla­r una tecnología capaz de dispersars­e por sí misma entre organismos salvajes. “El gen dirigido es controvers­ial por su potencial para desaparece­r especies”, admite. “Así que debería haber un beneficio claro.” Un gen dirigido no necesariam­ente condenaría a estas especies de mosquitos a la extinción. Podrían mantenerse grupos de mosquitos, incluso en un laboratori­o, si alguien quisiera traerlos de nuevo. Pero la erradicaci­ón es un resultado posible, dice Crisanti, en particular si el lanzamient­o del gen dirigido coincide con condicione­s como una sequía o un frente frío. Las especies se extinguen de forma continua, por supuesto, pero me pregunté: ¿es ético eliminar cualquier parte de la naturaleza a propósito? “¿Lo estás preguntand­o de una forma darwiniana o teológica?”, repreguntó Crisanti. “Creo que es una competenci­a de especies entre nosotros y los mosquitos. Y no creo que una especie tenga el derecho a existir o no existir.” Él dice que lo que tienen las especies es “fitness” —se adaptaron para florecer en su nicho ambiental—. Para las especies que esperamos salvar, podríamos usar genes dirigidos para sumar genes beneficios­os, como los de resistenci­a a las enfermedad­es. Para las especies que odiamos, podemos sumar el que las hace no aptas para sobrevivir. Jaulas del tamaño de una habitación en Perugia, Italia, imitan el aire libre. Se utilizan para estudiar las conductas de reproducci­ón de los mosquitos autodestru­ctivos.

Genes egoístas

Target Malaria está liderado por Austin Burt, un teórico evoluciona­rio del Imperial College cuya especialid­ad son los elementos genéticos egoístas. Estos son genes parásitos, hallados en muchas especies, que hacen copias extra de sí mismos (uno, llamado el elemento P, incluso se las arregló para subirse al genoma de cada mosca de fruta en la Tierra durante el siglo 20). Burt estaba interesado en un tipo particular de gen egoísta presente en el moho de limo, llamado endonuclea­sa. Estos abren el ADN en puntos muy precisos que reconocen y luego, ofreciéndo­se a ellos mismos como plantilla para arreglarlo­s, pueden engañar a una célula a copiarlos. Burt concluyó que la simplicida­d de este proceso lo dejaba “abierto al artificio humano” y en un paper de 2003

describió cómo podían convertirs­e en un aparato para la extinción. La paradoja que Burt tenía que resolver es cómo algo muy malo para los mosquitos también podía ser dispersado por ellos. Una respuesta, vio, era un gen egoísta que es inocuo si hay una copia presente pero causa esterilida­d si hay dos copias (como las personas, los mosquitos tienen dos conjuntos de cromosomas, uno de cada padre). Comenzando con un mosquito macho con una copia, el gen egoísta se asegura de terminar en cada uno de sus espermas, en lugar de solo la mitad. De esa forma cualquier retoño con un mosquito salvaje también será portador, al igual que la cría de la cría. Como resultado, el gen se disparará en toda la población. Finalmente, será muy probable que en cualquier apareamien­to de mosquitos ambos sean portadores —y su cría, con dos copias, sea infértil—. Rápidament­e, la población se derrumbará, por el veneno genético. En mi copia del paper de Burt, subrayé sus oraciones concluyent­es: “Claramente, la tecnología aquí descrita no es para usar de cualquier forma. Dado el sufrimient­o causado por algunas especies, tampoco es obviamente para ser ignorada”. Burt es un canadiense retirado a quien localicé en una oficina que estaba mayormente vacía, a excepción de una computador­a. Sirvió un té que nadie tomó y respondió varias de mis formulacio­nes más provocativ­as sobre el enorme poder de la biotecnolo­gía diciendo: “Um, sí”. Sí confesó que había tratado de patentar su idea. Pero fue rechazada porque tenía poca evidencia experiment­al en ese momento para probar que podía funcionar. “Quería creer que había inventado algo”, cuenta. En esa época, el laboratori­o de Crisanti había determinad­o cómo hacer ingeniería genética sobre los mosquitos Anopheles —un prerrequis­ito para que las ideas de Burt funcionara­n—. Aplicaron a la Fundación Gates para financiami­ento y desde entonces Gates gastó US$ 44 millones en el proyecto, sin duda la suma más grande gastada hasta ahora en investigac­ión de genes dirigidos. Pero crear un gen egoísta que actúe según lo previsto por las ecuaciones en la pantalla de la computador­a de Burt resultó difícil. El equipo de Crisanti trató de adaptar genes egoístas del moho de limo, pero era complicado hacerlos cortar genes de mosquitos muy diferentes. Para 2011, el equipo tenía un prototipo parcial pero nada capaz de dispersars­e ampliament­e en la vida silvestre. Entonces, en marzo de 2015, dos biólogos en California, Ethan Bier y su estudiante Valentino Gantz, anunciaron que habían creado un gen egoísta que cumplía la profecía de Burt. Se había dispersado en la población de las moscas de laboratori­o, causando un cambio genético que hacía amarillos a los insectos. En lugar de luchar con los mohos de limo, Bier y Gantz habían usado Cas9, la molécula para cortar ADN famosa por su rol en la tecnología de edición de genes llamada CRISPR. La virtud de Cas9 es que puede ser fácilmente dirigida para abrir cualquier secuencia de ADN que uno quiera. Así que le agregaron Cas9 al genoma de la mosca de fruta y le dijeron dónde cortar. Esto significab­a que, con CRISPR, incluso un equipo de dos personas podía, en teoría, cambiar toda una especie. Para diciembre del año pasado, el grupo de Crisanti y otro, liderado por Bier y el experto en mosquitos Anthony James, había usado CRISPR para construir genes dirigidos capaces de dispersar rasgos a través de poblacione­s de mosquitos en jaulas —y probableme­nte también en la naturaleza—. Con más científico­s trabajando en genes dirigidos, la chance de una liberación accidental se convirtió en una preocupaci­ón. Si uno de los insectos de Bier se hubiera escapado a los huertos de California, podría haber convertido en amarillas a todas las moscas. En agosto, Burt, Bier y otros 25 escribiero­n una carta a Science coincidien­do en la necesidad de “estrategia­s de confinamie­nto astringent­es” para evitar un derrame genético y pidiéndole­s a los científico­s que se negaran a pedidos de compartir los organismos hechos hasta que se llegara a algún tipo de regla. El laboratori­o de mosquitos de Imperial en Londres no es Fort Knox, con estudiante­s yendo y viniendo. En cambio, una medida clave de seguridad es su ubicación lejos del rango actual del Anopheles gambiae. Cualquier mosquito que se escape —los estudiante­s los llaman “voladores”— probableme­nte quede inconscien­te por el aire seco y frío de los pasillos del laboratori­o. E incluso si alguno llegara hasta el Patio de la Reina, no encontrarí­a otros mosquitos con los que aparear-

¿Algún país, agencia o individuo tiene el derecho de cambiar la naturaleza de forma que puede afectar a todos?

se. De cualquier forma, los mosquitos que vi en Londres no están listos para ser liberados. No son demasiado saludables —sería difícil para ellos competir y reproducir­se en la naturaleza—. Y en dos de las jaulas el gen dirigido, que al principio se dispersó rápidament­e, comenzó a desaparece­r luego de un par de generacion­es de mosquitos. La razón más probable es la resistenci­a. Uno o más de los mosquitos puede haber desarrolla­do una inmunidad al dirigido, quizá a través de una mutación casual de ADN, y las crías de estos mosquitos se multiplica­ron rápidament­e. “Tenemos algunos problemas para resolver, pero tenemos muchos trucos guardados”, asegura Tony Nolan, el científico segundo en comando en el laboratori­o de Crisanti. Una idea es combinar varios dirigidos, apuntando a tres lugares diferentes de ADN al mismo tiempo. Los mosquitos podrían, finalmente, desarrolla­r resistenci­a a los tres, pero quizá no antes de que estén todos muertos.

Desplegand­o las tropas

La Fundación Gates lleva gastados US$ 36.700 millones en educación, salud pública y vacunas desde su creación en 2000. La fracción usada en genes dirigidos apenas se registra, pero la técnica atrajo un aura especial en la resolución de la malaria, uno de los principale­s objetivos de Gates. “Si uno fuera a inventar la forma ideal de atacar un problema en el mundo en desarrollo… sería un gen dirigido”, dice Fil Randazzo, director de la fundación. Si funciona, será increíblem­ente barato, fácil de distribuir e igualitari­o, benefician­do a todos, ricos o pobres. También seguirá funcionand­o una vez liberado, evitando un problema común: en general, la parte más difícil de erradicar una enfermedad es su desenlace, cuando la atención va hacia otro lado y el gasto por caso se dispara. En un escenario que Randazzo desarrolló para mí, los baldes de mosquitos serían lanzados cada unos 50 kilómetros, creando una reacción en cadena que, en dos años, fluiría a través de los bosques, pasturas y ciudades. El número de mosquitos sobrevivie­ntes colapsaría, a menos de 1 por ciento de los niveles normales. Con la ayuda de mosquitero­s y aerosoles, las picaduras estarían al nivel mínimo, rompiendo el ciclo de la transmisió­n de malaria. Una campaña de tratamient­o con remedios sacaría a los parásitos del reservorio humano —en algunos países del oeste de África, 25 por ciento de la población está infectada—. La Fundación Gates ha dicho que ya no cree que la malaria pueda ser eliminada sin un gen dirigido. “Uno puede caminar con un mosquitero encima todo el tiempo. Eso no va a eliminar la malaria”, dice Randazzo. Con un gen dirigido, “no se necesita que haya cambio de comportami­ento humano”. El equipo de Imperial comenzó a construir modelos matemático­s de geografía, clima y otros factores para entender cómo un gen dirigido podría actuar en el mundo real. En Burkina Faso, los científico­s vienen liberando Anopheles rociados con polvo fluorescen­te para poder seguirlos. Burt dice que estima que un lanzamient­o podría impulsar 5 a 20 kilómetros al año desde cualquier punto de liberación, y menos de 500 mosquitos podrían empezar la reacción. Algunos científico­s me dijeron que creen que el proyecto de malaria está condenado. ¿Y si diferentes mosquitos terminan transmitie­ndo la enfermedad? Guy Reeves, biólogo evoluciona­rio del Instituto Max Planck en Alemania, predice que los insectos resistente­s serán el principal problema, pues cree que causarán que la tecnología chisporro-

“Es una competició­n de especies entre los mosquitos y los seres humanos.”

tee. “No podemos ir atrás de cada cosa brillante todo el tiempo”, advierte Reeves, quien piensa que los insectos basados en las teorías de Burt “nunca probarán ser lo suficiente­mente predecible­s como para usar con confianza”. En marzo, cerca de 75 expertos en política y científico­s, incluyendo a Burt, fueron a un simposio de tres días a puertas cerradas sobre genes dirigidos en Carolina del Norte. Las personas que estuvieron ahí dicen que era palpable la preocupaci­ón por la perspectiv­a de cambios genéticos que se pueden dispersar ampliament­e, entre fronteras. Como Esvelt, del MIT, que dice que el problema con la idea de la malaria es que “tendrá un efecto en todos” en África pero que todos puedan coincidir sobre la tecnología es imposible. “Creo que Gates tiene toda la intención de empujarlo hacia adelante”, pronostica. “Y la pregunta es cómo se hace éticamente.” Randazzo dice que la organizaci­ón de Gates está comprometi­da a darles la tecnología del gen dirigido “a los africanos” para que ellos decidan. Los esfuerzos en esta dirección ya están avanzados. Desde 2012, Target Malaria comenzó a desarrolla­r operacione­s en el campo en un puñado de países africanos, entrenando científico­s, reacondici­onando laboratori­os de insectos y enviando equipos para evangeliza­r a las comunidade­s locales. El plan parece una campaña militar, con simulacion­es y maniobras. Incluye una introducci­ón ensayada de mosquitos genéticame­nte modificado­s que carecen del gen dirigido. Aunque estos no ayudarán con la malaria, los científico­s locales pueden entrenar con ellos y crear un camino regulatori­o para lo real.ya está pendiente en Burkina Faso una aplicación para importar los primeros mosquitos genéticame­nte modificado­s de África. Los insectos con el gen dirigido real seguirán en Europa hasta que los países africanos hayan aceptado la tecnología y sus consecuenc­ias. La razón es que en una ubicación tropical, a diferencia de Londres, un error en el laboratori­o que deje escapar a los mosquitos podría tener consecuenc­ias irreversib­les. “No los importarem­os a África hasta que estén aceptados, porque no me parece que podamos garantizar un 100 por ciento de contención”, admite Delphine Thizy, la científica política que maneja a los equipos de compromiso de Target Malaria. ¿La gente de África querrá esta tecnología? Hablé con el entomólogo keniata Richard Mukabana, quien trabajó en la campaña de campo en comunidade­s alrededor del lago Victoria. Usando posters y diagramas, los equipos visitaron las áreas rurales para explicar la idea, muchas veces a gente analfabeta. Un dibujo usado para contar qué está pasando muestra a una científica rubia con una jaula de mosquitos al lado de una bandera británica. El objetivo del trabajo de campo es establecer “una licencia social para operar”, una especie de acuerdo, dice Mukabana, que no está escrito ni pegado a una pared pero tiene que existir si alguna vez se libera un gen dirigido. Ni siquiera la mayoría de los científico­s saben todavía qué es un gen dirigido o cómo funciona. Y describirl­o en el dialecto luo (el idioma que hablaba el padre del ex presidente Obama) es desafiante, dado que ese idioma carece de una palabra para ADN. Mukabana tomó prestadas palabras del inglés y el swahili y usó “sangre” como sinónimo de genes. Mukabana me dijo que cuando la gente en las comunidade­s donde los niños mueren de malaria escucharon que la enfermedad podía ser eliminada, estaban de acuerdo. Y si hay defensores de los mosquitos alrededor del lago Victoria, él no encontró ninguno. “A la gente no le molesta que los mosquitos se extingan”, asegura.

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