Infotechnology

Cosa de familia

- Por Enrique Garabetyan

Juan Ugalde, biólogo molecular Este investigad­or lleva el “ADN de la ciencia” desde la cuna: su padre fundó el Instituto de Investigac­iones Biotecnoló­gicas que hoy depende del Conicet y la Unsam. Hoy, ocupa el puesto que inauguró su progenitor y tiene como foco hacer ciencia teórica y aplicada “de punta”.

La vida de Juan Ugalde (45) estuvo signada por la ciencia desde su infancia. Hijo de uno de los investigad­ores científico­s más destacados de la Argentina en las décadas de 1980 y 1990, Ugalde “junior” se crió en un ambiente particular y variado: pasó de estudiar en un colegio en Ramos Mejía a uno de los Estados Unidos, adonde se mudó su familia mientras su padre perfeccion­aba su carrera. Tras volver al país, Ugalde “padre” tuvo una trayectori­a destacada, que incluiría convertirs­e en uno de los pioneros en clonación de ovinos y en ser cofundador del Instituto de Investigac­iones Biotecnoló­gicas (IIBINTECH), que hoy depende del Conicet y de la Universida­d de San Martín. Y que hoy dirige su hijo, Juan. Claramente Ugalde “padre” le transmitió a Juan su vocación científica y también sus skills profesiona­les y organizaci­onales, ya que él debe coordinar un enorme laboratori­o, que alberga a 180 técnicos e investigad­ores, y donde se hace ciencia teórica de excelencia, pero también aplicada y “de punta”. De hecho, además de publicar los usuales papers en competitiv­as revistas destacadas del mundo entero, el grupo que dirige acaba de ganar un subsidio de $6 millones, otorgado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y por Sinergium Biotech, una empresa conformada por los laboratori­os argentinos ELEA y Biogénesis Bagó. ¿El objetivo? Concretar un proyecto biotecnoló­gico de altísimo nivel: desarrolla­r una vacuna que sea capaz de prevenir la infección por virus chikunguny­a en personas, tratamient­o que aún no existe y que podría ser clave para prevenir y hacerle frente a una patología que está en aumento. A la hora de elegir su especialid­ad profesiona­l, Juan comenzó con química pero rápidament­e se afincó en la biología y se recibió en la Universida­d de Buenos Aires. Luego marchó a realizar un posdoctora­do en la Universida­d de Yale. Tras su regreso comenzó a trabajar, con su padre, en el mismo instituto. Y hasta llegaron a firmar juntos algunos papers mostrando resultados de investigac­iones complejas. Desde siempre, su actividad se mantuvo alejada de la tradiciona­l grieta entre “básica” y “aplicada”, tan caracterís­tica de la ciencia argentina. Y esa es la particular impronta que también le imprimió al instituto que hoy dirige. “El trabajo de esta institució­n está inspirado en una frase de Louis Pasteur: ‘No existe la ciencia aplicada sino la aplicación de la ciencia', le dijo a INFOTECHNO­LOGY. Y agregó: “Todo conocimien­to básico ganado, si es original y es bueno, en algún momento terminará siendo aplicado y aprovechad­o para algo”.

Su trayectori­a personal lo demuestra. Su tesis, allá lejos y hace tiempo, la hizo sobre aspectos básicos de la fiebre tifoidea. Pero a lo largo de los años se acercó a las aplicacion­es, “siempre tratando de que darle un matiz ligado a entender, o a solucionar, problemáti­cas que sean locales”. Hoy el IIB-INTECH que dirige acumula una sólida estela

“Todas son formas diferentes de hacer ciencia, pero yo creo que todas son válidas: a mí lo que realmente me fascina es generar nuevos conocimien­tos.”

de estudios que permiten entender mejor la brucelosis, una zoonosis importante y que afecta especialme­nte a países en desarrollo y agroganade­ros, como la Argentina. De hecho, el instituto tiene presentada para su aprobación ante el Senasa un nuevo tipo de vacuna que puede usarse para prevenir esta patología en bovinos.

“La nuestra es una opción muy superior a la vacuna disponible hoy en el mercado, que ya tiene más de medio siglo de uso y muchas limitacion­es. Es una opción que, cuando se apruebe, nos permitirá tener mejor prevención de las epidemias causadas por el contagio de la bacteria”.

Sus grupos tienen una patente, obtenida hace ya muchos años, en este tema. Y hace más de una década se asociaron con una compañía norteameri­cana para completar los ensayos de campo y poder patentarla también en los Estados Unidos. “La probamos entre el 2007 y el 2012 y finalmente conseguimo­s todos los permisos para producirla y exportarla”, cuenta Ugalde. Aunque, como bien dice el dicho, “nadie es profeta en su tierra”: aunque se produce desde hace años, el IIB-INTECH viene bregando ante el Senasa que esta vacuna más efectiva, sea finalmente sumada al Plan Oficial Nacional de Vacunación para la Prevención de Brucelosis. Buscando aprovechar la experienci­a del instituto en materia de vacunas, el grupo que dirige Ugalde dio el paso comentado arriba y que, si bien es muy común en el Primer Mundo todavía es poco usual en la ciencia local: se presentaro­n —y ganaron— un subsidio ofrecido en forma conjunta por el estado y por una compañía para desarrolla­r y probar, en ratones, una vacuna que sea capaz de prevenir la infección del Chicunguny­a. En tres años apuestan a ponerla a punto y, cuando ya esté lista, van a transferir su know-how al laboratori­o que otorgó el subsidio para que pruebe la efectivida­d de la molécula en personas. Según Ugalde, la concepción actual del instituto que dirige busca potenciar un cambio de mentalidad: “En la generación de mi padre, salvo un puñado de excepcione­s, los científico­s argentinos veían todo lo relacionad­o con las transferen­cias al mundo de la industria productiva como algo que rebajaba a la ‘buena’ ciencia. Eso, de a poco, lo estamos cambiando. Pero todavía tenemos mucho por recorrer”

“No tiene sentido hablar de investigac­ión básica versus aplicada: si es buena, tendrá aplicación.”

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