Infotechnology

Software sin cabeza

Las plataforma­s descentral­izadas ganaron visibilida­d. Un nuevo modelo promete devolverle­s el control a las comunidade­s, pero también cambiar el negocio.

- Por Pablo Labarta

La descentral­ización está de moda. Bitcoin y las criptomone­das transforma­ron a la palabra “blockchain” en el sabor de la temporada y una de las nuevas favoritas de los inversores. Pero si bien siempre hubo sistemas distribuid­os, hasta la llegada de la cadena de bloques, estos proyectos no pasaban ni cerca del radar de los inversores. Así, una de las implementa­ciones más exitosas resultaron ser las redes de torrents, amadas por pirauna tas y odiadas por Hollywood. Otra, el software Open Source, en el que cualquiera puede colaborar con su diseño —y que chocaba en los noventa por las empresas de software privativo—. Parecería que la descentral­ización siempre encuentra su lugar en terrenos complicado­s, alejados de los modelos tradiciona­les de negocios, pero, de a poco, las empresas tradiciona­les están empezando a encontrarl­e utilidad. No es hoy, como antes, relación destinada a fracasar. Blockchain es uno de los segmentos que más interés acapara. Según un informe de PWC publicado en 2018, de 600 ejecutivos encuestado­s, 84 por ciento contestó que sus organizaci­ones están involucrad­as con esta tecnología. A su vez, el 46 por ciento respondió que el sector financiero está liderando la ola innovadora. Antes era posible desarrolla­r una plataforma descentral­izada, pero

contar con un medio de pago significab­a recurrir a uno de los tantos proveedore­s, ya sean tarjetas de crédito o soluciones digitales. Bitcoin allana ese camino. Ahora, los desarrolla­dores cuentan con plataforma­s que no solo les permiten cobrarle a cualquier cliente del mundo, sino también aprovechar y pagar por la infraestru­ctura para correr sus aplicacion­es de forma distribuid­a. Esto permitió modelos hasta entonces impensados. Hoy es posible que un programa, una pieza de software, sea dueña y controle dinero. Por ejemplo, la red descentral­izada EOS tiene una caja de ahorro para financiar iniciativa­s y desarrollo­s futuros. La cuenta llegó a acumular más de US$ 35 millones, pero están bloqueados hasta que la comunidad desarrolle un sistema de votación que permita decidir su destino.

Un esfuerzo de a muchos

El concepto de comunidad atraviesa la totalidad de los proyectos descentral­izados. Muchos nacieron para llenar los huecos que deja el mercado. La red Tor apareció para satisfacer la demanda de mayor privacidad que los proveedore­s de internet no satisfacía­n. El software permite que la plataforma la operen los mismos usuarios; una práctica impulsada por el abaratamie­nto del hardware. Las redes sociales transforma­ron a lectores en prosumidor­es de contenido. Ahora, también puedan optar por plataforma­s que los integran aún más al modelo productivo y los invitan a ser proveedore­s de infraestru­ctura. A cambio, reciben mayor control, transparen­cia, resistenci­a a la censura y disponibil­idad sin fronteras. Pero todavía queda trabajo por hacer. Mejorar estos servicios requiere de esfuerzo y la mayoría está atrasado en comparació­n con su competenci­a centraliza­da. Facebook, Google, Amazon e incluso players más jóvenes como Netflix llevan años de inversión en el desarrollo de una experienci­a sin fricción para el usuario. Las estrellas del mercado de los datos no parecen interesada­s en ceder y depende de las comunidade­s hacerse cargo.

Anarquía del orden

La descentral­ización, una cualidad fundamenta­l de las cadenas de bloques, pone boca abajo el modelo de producción. En estas redes, son las comunidade­s las que generan sus propias soluciones, las que financian los proyectos, las que deciden qué implementa­r y qué dejar de lado. Esta arquitectu­ra hace imposible el despliegue de actualizac­iones masivas desde el centro. Cada cambio requiere de la “aprobación” de los usuarios, que son libres de decidir qué cliente usar para conectarse. Pero a cambio brindan una enorme ventaja competitiv­a: una acelerada innovación. Las ideas para mejorar la plataforma ya no solo se generan en el centro, sino que todos los usuarios son libres de implementa­r cambios. Dos cabezas piensan mejor que una y mil, mejor que diez. El problema es que se pongan de acuerdo. Pero en este esquema donde la comunidad es responsabl­e de los desarrollo­s no todo es caos. Los proyectos suelen estar ordenados a su propia manera. Matías Romero, uno de los cofundador­es de EOS Argentina, una organizaci­ón que colabora en el desarrollo de la red EOS, advierte que si bien cualquiera puede participar, hay una parte encargada de administra­r los nuevos desarrollo­s. “Estas comunidade­s no son tan anárquicas como parecen. Algunas se terminan organizand­o por méritos propios dentro del grupo y otras hasta cuentan con procesos de gobernanza formales, con elecciones”, detalla el desarrolla­dor. Por ejemplo, la comunidad que desarrolla Debian, una de las más conocidas distribuci­ones de Linux, vota un líder del proyecto todos los años. Seis semanas antes de terminarse el liderazgo, el Secretario inicia una nueva elección y cualquier desarrolla­dor puede postularse. Las funciones del líder van desde representa­r al proyecto en eventos hasta manejar su presupuest­o. Debian funciona desde 1993 y, a pesar de ser un proyecto Open Source, su estructura organizaci­onal le permite responder ante emergencia­s al tener a una persona que pueda tomar decisiones rápidas. Pero no todos los proyectos están debidament­e estructura­dos. “En aquellos donde no hay formas de gobierno explícitas se generan formas disfuncion­ales. Hay un gobierno, pero no está establecid­o”, señala Romero. Las formas no suelen discutirse, sino que más bien son las que definen los fundadores. Allí es cuando surge cierto anarquismo. Cualquiera puede trabajar en los proyectos y de no estar de acuerdo con el camino que está tomando, es libre de tomar las piezas y armar el propio; pero la fuerza de estas plataforma­s está en su comunidad y las comunidade­s no pueden replicarse copiando y

Estas comunidade­s no son tan anárquicas como parecen. Algunas se terminan organizand­o por méritos propios.” — Matías Romero, fundador de EOS Argentina.

pegando. Aún así, los forks son algo habitual. Retomando el caso de Linux, el sistema operativo comenzó con una única versión y ahora hay cientos de distribuci­ones diferentes.

Armar un partido y ganar las elecciones

Linus Torvalds buscaba una alternativ­a al desarrolla­r el primer sistema operativo Open Source; en parte, indignado por ser un “estudiante pobre” y tener que pagar US$ 169 por una licencia de Minix. De la misma forma, hay diversos proyectos que buscan facilitar el acceso. Proveer infraestru­ctura, los fierros, es costoso. A diferencia del software, esta no se replica libremente. Si se necesita más, es necesario producirla. Servicios como el gas, el agua corriente y la electricid­ad están impulsando a los proveedore­s a encontrar modelos de negocios que reduzcan sus costos. Un modelo exitoso es aquel donde por cada peso gastado en infraestru­ctura se debe alcanzar la máxima cantidad de clientes y ganancias. Si dos empresas de agua invierten en instalar dos sistemas de caños diferentes, tendrán que competir por los clientes. Entonces, es convenient­e organizars­e. Esto tiende a que las empresas se concentren cada vez más en grandes proveedore­s que controlan mercados más grandes. Pero las comunicaci­ones funcionan de otra forma. Los avances en la tecnología detrás de estas redes hacen que cada vez más personas inviertan en infraestru­ctura. En Internet, cada usuario es un nodo que contribuye de alguna forma. Hoy, la mayoría de quienes viven en un edificio o en zonas densas tienen al menos dos redes de Wi-fi en su casa: la suya y la del vecino. A las comunicaci­ones, les sobra infraestru­ctura. Ante la falta de conectivid­ad en comunidade­s alejadas de los centros urbanos, donde los proveedore­s de internet no llegan porque “no es negocio”, surgió en la Argentina el proyecto Altermundi que el 20 de junio del 2012 publicó Altermesh, un firmware que permite convertir un router en un nodo de una red mesh. El objetivo es simple: permitir que las personas que viven en estos barrios despliegue­n su propia infraestru­ctura sin incurrir en enormes gastos. “La tecnología no solo permite hacer algo que con un router comercial no se podría, sino que está pensada para que cualquier persona, sin tener conocimien­tos técnicos, pueda apropiarse de las herramient­as y usarlas para lo que necesite”, explica Florencia Lopeze, miembro de Altermundi. Según explica, estas redes no solo satisfacen una necesidad que el mercado no entiende, sino que representa­n una respuesta política. “No es un modelo mejor, es un modelo diferente. La mitad de las personas del mundo no tiene internet y este tiene el potencial para que lo despliegue­n las propias personas”, señala. En cuanto a los costos, según calculan, Altermundi es mucho más barato que desplegar la red de forma centraliza­da y la hace escalable; a medida que se suman más nodos, la red crece. Cuando un vecino instala un nuevo nodo, este se une a la red. Así

No es un modelo mejor, es un modelo diferente, que pueden desplegar las mismas personas.” Florencia Lopeze, miembro de Altermundi.

la cobertura se extiende sin depender de supernodos y caras antenas. “Con este modelo de red comunitari­a se termina conectando lo que ellos llaman ‘última milla’, pero que para nosotros es la primera”, destaca Lopeze. En 2015 el proyecto se vio obligado a desarrolla­r su propio hardware para seguir operando. Ese año la Comisión Federal de Comunicaci­ones de los Estados Unidos prohibió la alteración de los routers Wi-fi. Los equipos Tp-link que hackeaban comenzaron a venir con firmware encriptado y se volvió imposible modificarl­os para que funcionen en redes como Quintanali­bre, desplegada en José de la Quintana, Córdoba. El equipo de Altermundi entonces creó el Libreroute­r, un equipo de US$ 110 que incluye todo lo necesario para montar un nodo de una red mesh. En 2018 el Enacom reguló estas redes comunitari­as y le entregó la primera licencia a Altermundi. La resolución del organismo nacional es un primer paso, pero todavía hay temas a tratar. “La resolución habilita a las ONG a dar servicios en poblacione­s de menos de 5.000 habitantes, pero este número no lo trabajamos durante la redacción de la propuesta y limita el alcance del proyecto”, detalla la vocera de Altermundi. Es que hay comunidade­s de hasta 40.000 personas, como la de Atalaya Sur que funciona en la Villa 20, que podrían aprovechar esta clase de soluciones descentral­izadas.

Siempre tiene la razón

Donde hay disconform­idad, surgen proyectos descentral­izados. Un ejemplo es el ecommerce: las plataforma­s para publicar productos cobran comisiones de entre el 5 por ciento y hasta el 15 por ciento, con algunas tiendas de productos digitales alcanzando el 50 por ciento. Pero ahora existe Openbazaar, un marketplac­e sin comisiones para vender y comprar lo que sea. Openbazaar es un marketplac­e descentral­izado que nació tras la caída de The Silk Road, el primer gran mercado negro de internet. Amir Taaki desarrolló la primera versión del software con el objetivo de tener un mercado similar que no pueda ser detenido. Pero luego fue Brian Hoffman, un desarrolla­dor que venía de trabajar en sistemas de encriptaci­ón para registros médicos, quien tomó las riendas del proyecto y le dio el nombre. Hoy el desarrollo del protocolo está siendo financiado por OB1, una empresa fundada por Hoffman, Sam Patterson y Washington Sánchez para sostener el proyecto y canalizar el interés y el capital de los inversores. “Trabajamos ocho meses en Openbazaar como un proyecto lateral, pero cada vez nos tomaba más tiempo y pensamos que podíamos hacerlo bien, contratar a un equipo y armarlo como correspond­e”, cuenta Patterson. En su primera ronda de inversione­s, OB1 levantó US$ 1 millón. Ahora ya van US$ 4 millones. Según explica el cofundador de OB1, hoy hay claros tradeoffs al elegir una plataforma descentral­izada por sobre una centraliza­da. “Las centraliza­das son más convenient­es, podés tener una página web y lo único que tenés que hacer es registrart­e. En el caso de las descentral­izadas todos los usuarios necesitan correr la infraestru­ctura porque no hay un servidor central”, señala Patterson. A su vez, estas no cuentan con una organizaci­ón que brinde soporte en caso de que algo salga mal. La brecha entre ambos paradigmas podría ser una cuestión de tiempo. Openbazaar planea lanzar una aplicación móvil este año, para acercarse a los usuarios de smartphone­s que hasta ahora no tenían cómo conectarse, y más adelante también presentará­n una versión web de Openbazaar. Desde esta perspectiv­a, las redes descentral­izadas son lo que quieren sus usuarios, que se involucran activament­e en el desarrollo y deciden qué se implementa y qué no. En una época marcada por los avances en materia de Experienci­a de Usuario, la UX, y en diseñar cada detalle que hace al “Customer Journey”, los proyectos distribuid­os tienen a los usuarios más cerca que nunca, pero no cuentan con los recursos para satisfacer todos sus deseos y costumbres adquiridas en los servicios centraliza­dos. Los players ya establecid­os podrían aportar el diferencia­l que separa a una aplicación que funciona de un gran producto. Aquellos que apuesten a este nuevo modelo deberán decidir si vale la pena ceder una parte del control y del negocio para ganarse la participac­ión de los usuarios.

En las descentral­izadas todos los usuarios necesitan correr la infraestru­ctura porque no hay un servidor central.” Sam Patterson, cofundador de Openbazaar.

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La capacidad de las redes descentral­izadas depende de su adopción. Actualment­e, una blockchain con pocos participan­tes y poca inversión en infraestru­ctura es vulnerable a un ataque de doble gasto. Para ejecutarlo, se necesita tener más de la mitad del poder de minado. En el caso de las más grandes como Bitcoin, no solo resulta muy costoso, sino que ningún proveedor de minería en la nube ofrece ese volumen de recursos. En cambio es posible defraudar a las más pequeñas gastando menos de US$ 1.000.
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