Software sin cabeza
Las plataformas descentralizadas ganaron visibilidad. Un nuevo modelo promete devolverles el control a las comunidades, pero también cambiar el negocio.
La descentralización está de moda. Bitcoin y las criptomonedas transformaron a la palabra “blockchain” en el sabor de la temporada y una de las nuevas favoritas de los inversores. Pero si bien siempre hubo sistemas distribuidos, hasta la llegada de la cadena de bloques, estos proyectos no pasaban ni cerca del radar de los inversores. Así, una de las implementaciones más exitosas resultaron ser las redes de torrents, amadas por pirauna tas y odiadas por Hollywood. Otra, el software Open Source, en el que cualquiera puede colaborar con su diseño —y que chocaba en los noventa por las empresas de software privativo—. Parecería que la descentralización siempre encuentra su lugar en terrenos complicados, alejados de los modelos tradicionales de negocios, pero, de a poco, las empresas tradicionales están empezando a encontrarle utilidad. No es hoy, como antes, relación destinada a fracasar. Blockchain es uno de los segmentos que más interés acapara. Según un informe de PWC publicado en 2018, de 600 ejecutivos encuestados, 84 por ciento contestó que sus organizaciones están involucradas con esta tecnología. A su vez, el 46 por ciento respondió que el sector financiero está liderando la ola innovadora. Antes era posible desarrollar una plataforma descentralizada, pero
contar con un medio de pago significaba recurrir a uno de los tantos proveedores, ya sean tarjetas de crédito o soluciones digitales. Bitcoin allana ese camino. Ahora, los desarrolladores cuentan con plataformas que no solo les permiten cobrarle a cualquier cliente del mundo, sino también aprovechar y pagar por la infraestructura para correr sus aplicaciones de forma distribuida. Esto permitió modelos hasta entonces impensados. Hoy es posible que un programa, una pieza de software, sea dueña y controle dinero. Por ejemplo, la red descentralizada EOS tiene una caja de ahorro para financiar iniciativas y desarrollos futuros. La cuenta llegó a acumular más de US$ 35 millones, pero están bloqueados hasta que la comunidad desarrolle un sistema de votación que permita decidir su destino.
Un esfuerzo de a muchos
El concepto de comunidad atraviesa la totalidad de los proyectos descentralizados. Muchos nacieron para llenar los huecos que deja el mercado. La red Tor apareció para satisfacer la demanda de mayor privacidad que los proveedores de internet no satisfacían. El software permite que la plataforma la operen los mismos usuarios; una práctica impulsada por el abaratamiento del hardware. Las redes sociales transformaron a lectores en prosumidores de contenido. Ahora, también puedan optar por plataformas que los integran aún más al modelo productivo y los invitan a ser proveedores de infraestructura. A cambio, reciben mayor control, transparencia, resistencia a la censura y disponibilidad sin fronteras. Pero todavía queda trabajo por hacer. Mejorar estos servicios requiere de esfuerzo y la mayoría está atrasado en comparación con su competencia centralizada. Facebook, Google, Amazon e incluso players más jóvenes como Netflix llevan años de inversión en el desarrollo de una experiencia sin fricción para el usuario. Las estrellas del mercado de los datos no parecen interesadas en ceder y depende de las comunidades hacerse cargo.
Anarquía del orden
La descentralización, una cualidad fundamental de las cadenas de bloques, pone boca abajo el modelo de producción. En estas redes, son las comunidades las que generan sus propias soluciones, las que financian los proyectos, las que deciden qué implementar y qué dejar de lado. Esta arquitectura hace imposible el despliegue de actualizaciones masivas desde el centro. Cada cambio requiere de la “aprobación” de los usuarios, que son libres de decidir qué cliente usar para conectarse. Pero a cambio brindan una enorme ventaja competitiva: una acelerada innovación. Las ideas para mejorar la plataforma ya no solo se generan en el centro, sino que todos los usuarios son libres de implementar cambios. Dos cabezas piensan mejor que una y mil, mejor que diez. El problema es que se pongan de acuerdo. Pero en este esquema donde la comunidad es responsable de los desarrollos no todo es caos. Los proyectos suelen estar ordenados a su propia manera. Matías Romero, uno de los cofundadores de EOS Argentina, una organización que colabora en el desarrollo de la red EOS, advierte que si bien cualquiera puede participar, hay una parte encargada de administrar los nuevos desarrollos. “Estas comunidades no son tan anárquicas como parecen. Algunas se terminan organizando por méritos propios dentro del grupo y otras hasta cuentan con procesos de gobernanza formales, con elecciones”, detalla el desarrollador. Por ejemplo, la comunidad que desarrolla Debian, una de las más conocidas distribuciones de Linux, vota un líder del proyecto todos los años. Seis semanas antes de terminarse el liderazgo, el Secretario inicia una nueva elección y cualquier desarrollador puede postularse. Las funciones del líder van desde representar al proyecto en eventos hasta manejar su presupuesto. Debian funciona desde 1993 y, a pesar de ser un proyecto Open Source, su estructura organizacional le permite responder ante emergencias al tener a una persona que pueda tomar decisiones rápidas. Pero no todos los proyectos están debidamente estructurados. “En aquellos donde no hay formas de gobierno explícitas se generan formas disfuncionales. Hay un gobierno, pero no está establecido”, señala Romero. Las formas no suelen discutirse, sino que más bien son las que definen los fundadores. Allí es cuando surge cierto anarquismo. Cualquiera puede trabajar en los proyectos y de no estar de acuerdo con el camino que está tomando, es libre de tomar las piezas y armar el propio; pero la fuerza de estas plataformas está en su comunidad y las comunidades no pueden replicarse copiando y
Estas comunidades no son tan anárquicas como parecen. Algunas se terminan organizando por méritos propios.” — Matías Romero, fundador de EOS Argentina.
pegando. Aún así, los forks son algo habitual. Retomando el caso de Linux, el sistema operativo comenzó con una única versión y ahora hay cientos de distribuciones diferentes.
Armar un partido y ganar las elecciones
Linus Torvalds buscaba una alternativa al desarrollar el primer sistema operativo Open Source; en parte, indignado por ser un “estudiante pobre” y tener que pagar US$ 169 por una licencia de Minix. De la misma forma, hay diversos proyectos que buscan facilitar el acceso. Proveer infraestructura, los fierros, es costoso. A diferencia del software, esta no se replica libremente. Si se necesita más, es necesario producirla. Servicios como el gas, el agua corriente y la electricidad están impulsando a los proveedores a encontrar modelos de negocios que reduzcan sus costos. Un modelo exitoso es aquel donde por cada peso gastado en infraestructura se debe alcanzar la máxima cantidad de clientes y ganancias. Si dos empresas de agua invierten en instalar dos sistemas de caños diferentes, tendrán que competir por los clientes. Entonces, es conveniente organizarse. Esto tiende a que las empresas se concentren cada vez más en grandes proveedores que controlan mercados más grandes. Pero las comunicaciones funcionan de otra forma. Los avances en la tecnología detrás de estas redes hacen que cada vez más personas inviertan en infraestructura. En Internet, cada usuario es un nodo que contribuye de alguna forma. Hoy, la mayoría de quienes viven en un edificio o en zonas densas tienen al menos dos redes de Wi-fi en su casa: la suya y la del vecino. A las comunicaciones, les sobra infraestructura. Ante la falta de conectividad en comunidades alejadas de los centros urbanos, donde los proveedores de internet no llegan porque “no es negocio”, surgió en la Argentina el proyecto Altermundi que el 20 de junio del 2012 publicó Altermesh, un firmware que permite convertir un router en un nodo de una red mesh. El objetivo es simple: permitir que las personas que viven en estos barrios desplieguen su propia infraestructura sin incurrir en enormes gastos. “La tecnología no solo permite hacer algo que con un router comercial no se podría, sino que está pensada para que cualquier persona, sin tener conocimientos técnicos, pueda apropiarse de las herramientas y usarlas para lo que necesite”, explica Florencia Lopeze, miembro de Altermundi. Según explica, estas redes no solo satisfacen una necesidad que el mercado no entiende, sino que representan una respuesta política. “No es un modelo mejor, es un modelo diferente. La mitad de las personas del mundo no tiene internet y este tiene el potencial para que lo desplieguen las propias personas”, señala. En cuanto a los costos, según calculan, Altermundi es mucho más barato que desplegar la red de forma centralizada y la hace escalable; a medida que se suman más nodos, la red crece. Cuando un vecino instala un nuevo nodo, este se une a la red. Así
No es un modelo mejor, es un modelo diferente, que pueden desplegar las mismas personas.” Florencia Lopeze, miembro de Altermundi.
la cobertura se extiende sin depender de supernodos y caras antenas. “Con este modelo de red comunitaria se termina conectando lo que ellos llaman ‘última milla’, pero que para nosotros es la primera”, destaca Lopeze. En 2015 el proyecto se vio obligado a desarrollar su propio hardware para seguir operando. Ese año la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos prohibió la alteración de los routers Wi-fi. Los equipos Tp-link que hackeaban comenzaron a venir con firmware encriptado y se volvió imposible modificarlos para que funcionen en redes como Quintanalibre, desplegada en José de la Quintana, Córdoba. El equipo de Altermundi entonces creó el Librerouter, un equipo de US$ 110 que incluye todo lo necesario para montar un nodo de una red mesh. En 2018 el Enacom reguló estas redes comunitarias y le entregó la primera licencia a Altermundi. La resolución del organismo nacional es un primer paso, pero todavía hay temas a tratar. “La resolución habilita a las ONG a dar servicios en poblaciones de menos de 5.000 habitantes, pero este número no lo trabajamos durante la redacción de la propuesta y limita el alcance del proyecto”, detalla la vocera de Altermundi. Es que hay comunidades de hasta 40.000 personas, como la de Atalaya Sur que funciona en la Villa 20, que podrían aprovechar esta clase de soluciones descentralizadas.
Siempre tiene la razón
Donde hay disconformidad, surgen proyectos descentralizados. Un ejemplo es el ecommerce: las plataformas para publicar productos cobran comisiones de entre el 5 por ciento y hasta el 15 por ciento, con algunas tiendas de productos digitales alcanzando el 50 por ciento. Pero ahora existe Openbazaar, un marketplace sin comisiones para vender y comprar lo que sea. Openbazaar es un marketplace descentralizado que nació tras la caída de The Silk Road, el primer gran mercado negro de internet. Amir Taaki desarrolló la primera versión del software con el objetivo de tener un mercado similar que no pueda ser detenido. Pero luego fue Brian Hoffman, un desarrollador que venía de trabajar en sistemas de encriptación para registros médicos, quien tomó las riendas del proyecto y le dio el nombre. Hoy el desarrollo del protocolo está siendo financiado por OB1, una empresa fundada por Hoffman, Sam Patterson y Washington Sánchez para sostener el proyecto y canalizar el interés y el capital de los inversores. “Trabajamos ocho meses en Openbazaar como un proyecto lateral, pero cada vez nos tomaba más tiempo y pensamos que podíamos hacerlo bien, contratar a un equipo y armarlo como corresponde”, cuenta Patterson. En su primera ronda de inversiones, OB1 levantó US$ 1 millón. Ahora ya van US$ 4 millones. Según explica el cofundador de OB1, hoy hay claros tradeoffs al elegir una plataforma descentralizada por sobre una centralizada. “Las centralizadas son más convenientes, podés tener una página web y lo único que tenés que hacer es registrarte. En el caso de las descentralizadas todos los usuarios necesitan correr la infraestructura porque no hay un servidor central”, señala Patterson. A su vez, estas no cuentan con una organización que brinde soporte en caso de que algo salga mal. La brecha entre ambos paradigmas podría ser una cuestión de tiempo. Openbazaar planea lanzar una aplicación móvil este año, para acercarse a los usuarios de smartphones que hasta ahora no tenían cómo conectarse, y más adelante también presentarán una versión web de Openbazaar. Desde esta perspectiva, las redes descentralizadas son lo que quieren sus usuarios, que se involucran activamente en el desarrollo y deciden qué se implementa y qué no. En una época marcada por los avances en materia de Experiencia de Usuario, la UX, y en diseñar cada detalle que hace al “Customer Journey”, los proyectos distribuidos tienen a los usuarios más cerca que nunca, pero no cuentan con los recursos para satisfacer todos sus deseos y costumbres adquiridas en los servicios centralizados. Los players ya establecidos podrían aportar el diferencial que separa a una aplicación que funciona de un gran producto. Aquellos que apuesten a este nuevo modelo deberán decidir si vale la pena ceder una parte del control y del negocio para ganarse la participación de los usuarios.
En las descentralizadas todos los usuarios necesitan correr la infraestructura porque no hay un servidor central.” Sam Patterson, cofundador de Openbazaar.