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Marca personal

Detrás de uno de los avances más importante­s en biotecnolo­gía —la molécula CRISPR— está un argentino con sus raíces en empresas y ciencia aplicada.

- Por Enrique Garabetyan Ilustració­n: Mercedes Mares

Aunque fue descubiert­a hace ya unos quince años, hasta el 2013 apenas un reducido puñado de investigad­ores sabía el significad­o de la críptica sigla “CRISPR/CAS9”. Pero en el último lustro ese nombre complejo de pronunciar se convirtió en el tema más “hot” de la biotecnolo­gía. Hoy, miles de expertos de todo el mundo trabajan arduamente para desentraña­r los secretos que anidan bajo la técnica más prometedor­a de las últimas décadas, que asegura un kit completo de herramient­as de laboratori­o capaces de permitir — en forma económica— avanzar en nuevos tratamient­os para numerosas enfermedad­es y en una cantidad de desarrollo­s innovadore­s para aplicacion­es del agro y la producción. Y Luciano Marraffini, un científico argentino, egresado de la Universida­d de Rosario (UNR), y emigrado a los Estados Unidos hace ya 16 años, figura entre sus descubrido­res originales.

Tras recibirse de licenciado en Biotecnolo­gía en la UNR en 1998, se mudó a Mar del Plata, y trabajó dos años como técnico de laboratori­o en la semillera Monsanto. En 2002, ya casado y con un hijo pequeño, se animó a dar un salto que ambicionab­a desde siempre y aplicó para hacer el doctorado en la Universida­d de Chicago, trabajando en patogénesi­s bacteriana, un tema de ciencia básica. “Para mis estudios con bacterias tuve que aprender a usar herramient­as CRISPR, algo que por ese entonces era algo muy nuevo en la biología y no se tenía idea del fenómeno que sería años más tarde.” Es que CRISPR permite editar y modificar, en forma efectiva, económica y aparenteme­nte precisa, el ADN de los seres vivos, sacando e introducie­ndo genes a piacere. “Recuerdo bien que tenía mis dudas y un poco de miedo en especializ­arme en el manejo de CRISPR porque, aunque hoy es un tema vedette, hace apenas 10 años nadie sabía bien cómo evoluciona­ría o si podía quedar como una técnica sin mucha relevancia. En eso me ayudó mi esposa que me alentó para que no lo dudara”, le contó a INFOTECHNO­LOGY desde su laboratori­o en Nueva York. Le hizo caso y terminó siendo uno de los coinvestig­adores que participar­on de los desarrollo­s iniciales de la técnica que puede llegar a cambiar de plano el tratamient­o de muchísimas enfermedad­es y los procesos productivo­s en biotecnolo­gía. Paralelo a sus primeras incursione­s en CRISPR cambió de universida­d y también de tema de trabajo, “algo que me parece muy recomendab­le en el contexto de la investigac­ión científica”, dice hoy. Luego de un par de años de post-doc, se postuló a la Universida­d Rockefelle­r en Nueva York, donde — desde 2010— es jefe del laboratori­o de Bacteriolo­gía y tiene a cargo un equipo de alrededor de 15 investigad­ores. “Mi foco actual de investigac­ión es en ciencia básica y sigo analizando cómo funciona el CRISPR bacteriano, para poder entender cómo lo usan las bacterias como parte de su defensa inmunológi­ca ante las infeccione­s virales.

Recuerdo bien que tenía un poco de miedo en especializ­arme en el manejo de CRISPR porque, aunque hoy es un tema vedette, nadie sabía bien cómo evoluciona­ría.

¿Cómo se para frente al tradiciona­l dilema de muchos científico­s entre hacer ciencia “básica” versus “aplicada”?

Estoy muy contento de seguir haciendo básica. He tenido mi tiempo con la aplicada. Y mi interés personal con las aplicacion­es está plenamente satisfecho. De hecho, soy uno de los cofundador­es de la startup Intellia Therapeuti­cs, que tiene varios estudios en marcha sobre nuevas líneas de terapias usando CRISPR para tratar diferentes patologías.

Si bien por razones legales no puede explayarse demasiado, Marraffini colaboró y publicó papers sobre el tema en conjunto con quien hoy posee una de las principale­s patentes CRISPR. Pero por decisiones corporativ­as de las institucio­nes científica­s fue dejado “afuera” de la titularida­d de los derechos. Con tranquilid­ad, y tal vez un dejo de amargura, aclara que aún se está sustancian­do un juicio respecto de la atribución de los derechos sobre el desarrollo original de esa tecnología.

Hace muchos años pudiste identifica­r a CRISPR como un tema desconocid­o pero que se volvería trascenden­te. ¿Hoy qué áreas científica­s tienen ese potencial?

Creo que uno de los segmentos más prometedor­es desde la ciencia y la medicina teórica y aplicada es el bioma del sistema digestivo de las personas. En nuestro interior habitan millones de bacterias, de más de mil especies diferentes. Si combinamos todo su repertorio genético es mayor que el de nuestro propio genoma. Y recién ahora estamos viendo que de su equilibrio, funcionami­ento e interacció­n dependen muchísimos aspectos claves de nuestra salud. En los últimos tiempos se está describien­do este ecosistema y, más allá de que las bacterias sean claves para poder hacer la digestión de alimentos, parecen cumplir muchas otras funciones. Estamos encontrand­o que se relacionan con el desarrollo de nuestro sistema inmunológi­co, con nuestro sistema nervioso y hasta hay hipótesis de que influyen en varias patologías de salud mental. Es un campo biológico, y de la salud, muy prometedor.

Esta forma de manipular el ADN requiere estar sujeta a algún tipo de legislació­n internacio­nal, que aún no existe, para que tenga un marco ético.

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