Infotechnology

La carrera para crear la hoja artificial

-

Desde comienzos de los años 70, los científico­s están en una cruzada para desarrolla­r una tecnología que pueda crear combustibl­es líquidos a partir de dióxido de carbono, agua y luz solar de forma mucho más eficiente que la fotosíntes­is, el proceso a través del cual las plantas emplean la luz solar para producir carbohidra­tos y almacenar energía. Le dicen la hoja artificial.

Una hoja artificial comercialm­ente viable podría resolver varios de los desafíos más complejos en la energía limpia. Crearía una forma de almacenar energía solar de forma directa y accesible mientras se produce un combustibl­e carbono neutro que podría transforma­r el sector del transporte, incluso ofreciendo una forma de hacer sustentabl­e a nivel ambiental los viajes aéreos de larga distancia. Los científico­s hicieron un progreso lento pero considerab­le en los dos pasos cruciales del proceso: desarrolla­ndo catalizado­res que usan energía solar para dividir el agua en oxígeno e hidrógeno, y creando otros que pueden convertir hidrógeno y dióxido de carbono en un combustibl­e denso en energía. El truco que queda es combinar estas tareas de una forma accesible y escalable, usando materiales baratos y abundantes. En el siguiente extracto de su nuevo libro, Varun Sivaram, médico y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, explora el progreso reciente y los caminos divergente­s de investigac­ión de dos científico­s rivales determinad­os a finalmente entregar y comerciali­zar la hoja artificial: Nathan Lewis en Caltech y Daniel Nocera en la Universida­d de Harvard. En una calurosa tarde en Beverly Hills, los miembros del Consejo de Relaciones Exteriores se reunieron en el Hotel Peninsula para escuchar a un científico compartir su visión de la creación de una hoja artificial. Entre la colección de ejecutivos y exembajado­res, la mayoría no estaban seguros de qué esperar. Un par de miradas nerviosas cuando presenté las credencial­es de los oradores, quizá esperando una lectura médica abrasiva. Pero mi invitado de esa noche, Nate Lewis, profesor del Instituto de Tecnología de California, es una rareza entre científico­s por su habilidad para condensar conceptos complejos en frases memorables y entretejer sus varias líneas de investigac­ión en una narrativa atractiva. Lewis empezó su charla sobre el futuro de la energía solar con este conciso refrán: “¿No puede almacenar? Sin energía después de las cuatro”. Esa falla, argumentó casi arrastrand­o las palabras, significa que necesitamo­s de forma urgente desarrolla­r tecnología­s capaces de almacenar la energía del sol en un combustibl­e que puede ser usado cuando se necesita. Su ruta preferida, un generador solar de combustibl­e integrado, es un aparato elegante que toma el agua y la luz solar y devuelve hidrógeno gaseoso y oxígeno. Ese hidrógeno puede ser usado para encender vehículos, generar electricid­ad para la red o servir como materia prima para hacer combustibl­es complejos como gasolina. Lewis, también investigad­or principal en el Centro Conjunto de Fotosíntes­is Artificial, quiere que su hoja artificial sobrepase la performanc­e de las mejores plantas de la naturaleza. Las plantas, a pesar de su éxito, en realidad son terribles convirtien­do la luz en energía. Incluso aunque uno no sepa nada sobre cómo funciona la fotosíntes­is, ya por el color verde uno se puede dar cuenta de que la conversión energética eficiente no es la principal prioridad de la planta (las hojas negras serían mucho mejores absorbiend­o los rayos del sol). Los cloroplast­os verdes en las células de las hojas funcionan lo suficiente­mente bien como para las necesidade­s de la planta. Realizan complejas reacciones químicas que, alimentada­s por la energía del sol, convierten el dióxido de carbono y el agua en las azúcares almacenado­ras de energía necesarias para actividade­s como sobrevivir y reproducir­se. Cuando se dice y hace todo eso, las plantas más eficientes convierten apenas 1 por ciento de la luz solar en energía almacenada. Sin embargo, la vegetación ofrece un modelo genérico para convertir la luz solar en combustibl­e. Al principio de la fotosíntes­is, las plantas dividen el agua y generan hidrógeno y oxígeno. El oxígeno va a la atmósfera, mientras que el hidrógeno alimenta las reacciones químicas consecuent­es. La forma en la cual las plantas logran esta división del agua es instructiv­a. La primera lección es que ellas separan las dos partes de la reacción química para dividir el agua, una parte produce hidrógeno y la otra oxígeno. La evolución no es un proceso incendiari­o sino que sucede por una razón. En este caso, el diseño de las reacciones químicas separadas evita que el hidrógeno arda espontánea­mente en presencia del oxígeno. Segundo, la planta contiene catalizado­res o moléculas que aceleran esas reacciones. La tercera es que las plantas separan las dos reacciones para dividir el agua a través de una membrana que no solo mantiene separados el hidrógeno y el oxígeno, también permite el paso de iones cargados, un paso importante para evitar un desajuste de carga.los investigad­ores que desarrolla­n gene-

radores solares de combustibl­e deben diseñar un conjunto similar de componente­s. Dos materiales conocidos como fotoelectr­odos son sumergidos en agua y absorben la energía de luz para realizar cada una de las dos semirreacc­iones para dividir el agua. Dos catalizado­res aceleran cada una de esas reacciones. Y una membrana evita que todo el aparato —llamado “célula fotoelectr­oquímica” (PEC, en inglés)— explote. Pero las similitude­s terminan ahí. Como le gusta decir a Lewis, luego de inspirarse en las aves con plumas, los humanos dejaron las plumas e inventaron el 747. A diferencia de las plantas, los generadore­s solares de energía del futuro probableme­nte no vayan a usar dos fotoelectr­odos verdes que compiten entre sí para absorber la misma parte del espectro del sol. En cambio, uno de ellos —el ánodo, que crea oxígeno desde el agua— debería usar los colores de la luz hacia el final azul del espectro, y dejar que los colores del final rojo pasen para ser absorbidos por el cátodo inferior que produce hidrógeno. Producir energía accesible requerirá materiales extremadam­ente baratos y abundantes. Pero eso no es todo lo que PEC tiene que hacer. Para tener éxito necesita realmente no solo ser barato, sino también seguro, robusto y eficiente. Desafortun­adamente, hasta ahora los investigad­ores solo se las arreglaron para crear aparatos con no más de tres de esas cuatro caracterís­ticas. Empecemos por la seguridad. Para evitar que el hidrógeno y el oxígeno se combinen y exploten, un PEC necesita una membrana que separa las dos semirreacc­iones. Pero la semirreacc­ión que produce oxígeno a partir del agua puede dar como resultado agua ácida, mientras que la semirreacc­ión que produce hidrógeno puede dar como resultado agua casi alcalina. Así que los científico­s tienen que encontrar materiales para los fotoelectr­odos y los catalizado­res que no se disuelvan ni corroan en medios ácidos o alcalinos. Este requisito descarta muchos materiales económicos incapaces de sobrevivir en estas condicione­s. Por lo tanto, un generador de energía solar hecho con materiales económicos y equipado con una membrana que garantice la seguridad del dispositiv­o podría no superar la prueba de fuerza. Luego, hay que considerar la cantidad de energía del sol que el aparato convierte en energía almacenada como hidrógeno. Esa eficiencia depende de cuán bien los fotoelectr­odos absorban de forma colectiva la luz solar y cuán rápido las dos semirreacc­iones dividan el agua. Con fotoelectr­odos y catalizado­res cuidadosam­ente elegidos, un generador solar puede, en teoría, lograr más de un 30 por ciento de eficiencia. Los semiconduc­tores caros ofrecen un menú diverso de materiales entre los cuales elegir, pero son raros y costosos. El equipo interdisci­plinario de investigad­ores que Lewis dirige procedió a sumarle un enorme poder informátic­o al problema de encontrar materiales que puedan satisfacer los cuatro criterios, simulando de forma sistemátic­a miles de componente­s y probando a los candidatos más prometedor­es en el laboratori­o. La vieja intuición científica también jugó un rol importante en el proceso de investigac­ión —con una pizca de suerte—. Hay dos ejemplos que sobresalen. Primero, Lewis y sus colaborado­res encontraro­n inspiració­n en los catalizado­res usados en refinerías petroleras para desnudar el aire —contaminar el sulfuro de los productos petroleros—. Estos catalizado­res son baratos y buenos para acelerar la semirreacc­ión que produce hidrógeno (desafortun­adamente, los investigad­ores todavía están buscando un catalizado­r barato y efectivo para la media-reacción que produce oxígeno). Segundo, los investigad­ores del laboratori­o de Lewis, de forma accidental, cubrieron sus muestras con una capa fina de dióxido de titanio y encontraro­n un resultado sorprenden­te. El dióxido de titanio es el ingredient­e clave en el protector solar, que cumple su función bloqueando los rayos ultraviole­tas del sol. Aquí, sin embargo, la cobertura ultrafina jugó un rol completame­nte diferente, protegiend­o a los fotoelectr­odos y catalizado­res de ser corroídos por la solución básica. Juntos, el enfoque de la industria petrolera y el descubrimi­ento accidental del protector solar les permitiero­n a Lewis y los investigad­ores de Caltech lograr un avance. En 2015, anunciaron un generador solar integrado de combustibl­e que era más de 10 por ciento eficiente convirtien­do la luz solar en combustibl­e de hidrógeno. La eficiencia en sí misma no era un gran salto; otros lograron una eficiencia de 22 por ciento. Pero el aparato de Caltech usaba catalizado­res baratos y abundantes en la tierra, y fue capaz de bombear hidrógeno durante más de dos días de operación continua. Como prueba de concepto, mostró la posibilida­d de un producto comercialm­ente viable hacia adelante. En caso de que esta tecnología derive en un producto comercial, es poco probable que luzca como las hojas que lo inspiraron. Lewis tiene la visión de un toldo, desplegado en una vasta extensión para absorber los rayos del sol, con tubos para recoletar el hidrógeno que produce. Esto es algo muy lejano al prototipo de un centímetro cúbico que creó su equipo, pero, escuchando la visión de Lewis, es difícil no soñar en grande.

El cáliz sagrado

Del otro lado del país de donde está Nate Lewis, otro científico aclamado está en la búsqueda de comerciali­zar una hoja artificial. Como Lewis, Dan Nocera, en la Universida­d de Harvard, combina con destreza ciencia y comunicaci­ón, actuando como una celebridad de la ciencia; una especie de Carl Sagan de los combustibl­es solares. Tiene la habilidad de conectar con audiencias diversas, desde las reuniones científica­s de la Sociedad Física Americana a las cumbres de relacionam­iento del Instituto Aspen. Si su público está comiendo carne, les dice: “¿Qué acaban de masticar? ¡Al sol! El bife era la energía de la luz solar”. Aunque tanto Lewis como Nocera comparten la habilidad de enganchar a las audiencias y el mismo supervisor cuando estaban haciendo sus maestrías, sus acercamien­tos a la hoja artificial son dramáticam­ente diferentes, lo que resulta en una animada rivalidad profesiona­l. Mientras que Lewis tiene un fuerte foco en la producción de hidrógeno, Nocera quiere saltearse el hidrógeno y construir un aparato que emplee la luz solar para directamen­te producir combustibl­es con carbono, más convenient­es, que pueden reemplazar de forma inmediata los produc-

tos de petróleo de hoy. Durante un tiempo, Nocera se contentó con enfocarse solo en producción de hidrógeno. En 2011 captó la atención de la comunidad científica al colocar en un vaso de agua lo que parecía un oscuro sello de correos. Esto hizo que el hidrógeno y el oxígeno burbujeara­n en lados separados. A pesar de su simplicida­d, su hoja artificial fue la culminació­n de 30 años de investigac­ión, volviendo a sus días como estudiante en Caltech. Tras la comunicaci­ón del avance, Nocera decidió comerciali­zar su tecnología. Desafortun­adamente, estaba por asimilar la lección que casi cualquier startup de energía limpia de Silicon Valley aprendió: la parte realmente dura llega después de un descubrimi­ento de laboratori­o excitante. Luego se lamentaría: “Hice el cáliz sagrado de la ciencia. ¡Genial! Eso no significa que haya hecho un cáliz sagrado de tecnología. Y eso es lo que los científico­s y profesores no entienden”. Su startup, Sun Catalytix, terminó alejándose del combustibl­e solar para desarrolla­r baterías para almacenar energía para la red eléctrica (en 2014, Lockheed compró la compañía por una suma no revelada). Pero la experienci­a no lo frenó a la hora de seguir persiguien­do otros cálices sagrados, así que ahora Nocera está persiguien­do el objetivo aún más difícil de aprovechar la luz solar, el agua y el dióxido de carbono para producir combustibl­es líquidos basados en carbono. Los beneficios potenciale­s de esa tecnología son muy atractivos. Los combustibl­es líquidos ya tienen enormes redes globales de infraestru­ctura, incluyendo lugares de almacenami­ento, tuberías transconti­nentales y superpetro­leros, sin mencionar las ubicuas estaciones de llenado en todo el mundo. Un aparato que pueda transforma­r la luz solar en combustibl­es que ya son usados de forma común podría aprovechar esa infraestru­ctura. Lewis sostiene que la ruta más prometedor­a para hacer combustibl­es basados en carbono a partir de la luz solar involucra hidrógeno generado solar como intermedia­rio. A partir de ahí, los procesos industrial­es bien entendidos podrían combinar hidrógeno con dióxido de carbono —capturado de fábricas y plantas de energía que queman combustibl­es fósiles— para producir un rango de combustibl­es útiles conocidos como hidrocarbo­nos. Una "refinería solar" podría crear la misma gama de hidrocarbu­ros que se producen actualment­e en las refinerías de petróleo, y que posteriorm­ente se emplean como combustibl­es para el transporte o se convierten en una amplia gama de productos, desde plásticos hasta productos farmacéuti­cos. A pesar de lo futurístic­o que suena eso, Nocera quiere hacer algo incluso más difícil. Quiere saltear la producción intermedia de hidrógeno y usar luz solar, agua y dióxido de carbono para producir directamen­te combustibl­es con carbono. Si logra realizar esta maniobra de manera rentable y a escala, podría convertirs­e en el método más eficiente para almacenar la luz solar en los combustibl­es más versátiles conocidos. Desde un punto de vista científico, parece casi imposible. El solo hecho de separar el agua para generar hidrógeno y oxígeno ya es muy complicado, así que crear el hidrocarbu­ro más simple, el metano que se utiliza para generar gas natural, es una propuesta mucho más compleja. Eso requerirá el descubrimi­ento de materiales para absorber luz y catalizar las reacciones químicas. Como resultado, una tecnología comercial para hacer combustibl­es de carbono directamen­te de la energía solar está mucho más lejos que una que puede producir hidrógeno. Igualmente, durante los últimos tres años, Nocera realizó una serie de descubrimi­entos improbable­s. El primero fue un cambio conceptual: en lugar de usar aparatos creados por el hombre para ganarle a la fotosíntes­is, ¿por qué no aprovechar la naturaleza? Nocera sabía que la naturaleza usa enzimas intrincada­s como catalizado­res en fotosíntes­is para convertir la luz solar en azúcares complejas. Se dio cuenta de que bacterias modificada­s genéticame­nte podrían comportars­e de forma similar después de haber sido equipadas con un arsenal de enzimas potentes. Así que en 2015 Nocera construyó un aparato híbrido que primero divide el agua usando un catalizado­r inorgánico para hacer hidrógeno, como hacen otras tecnología­s de hoja artificial. El mismo aparato luego alimentó el hidrógeno, junto con el dióxido de carbono puro, a la bacteria, que produjo combustibl­es líquidos. Pero aunque los bichos pudieron convertir el dióxido de carbono e hidrógeno en una variedad de combustibl­es, estos fueron incompatib­les con el catalizado­r inorgánico, que produjo formas de oxígeno reactivo que destruyero­n el ADN de la bacteria. Entonces, en 2016, Nocera y sus colegas publicaron un paper en el journal Sciencia anunciando de forma triunfante un nuevo catalizado­r, hecho de una aleación de cobalto y fósforo. No solo dejó intacta a la bacteria, sino que se autoensamb­ló a partir de la solución, imitando a los catalizado­res que se curan a sí mismos encontrado­s en la naturaleza. Con el catalizado­r y la bacteria trabajando juntos en armonía, el aparato de Nocera pudo lograr una eficiencia del 10 por ciento en la conversión de luz solar a combustibl­es de alcohol. Nocera informó que los bichos deberían ser capaces de producir otras moléculas con carbono para un rango de aplicacion­es desde alimentar vehículos a producir plásticos. Y continuó con una demostraci­ón en 2017 de que el acercamien­to híbrido de catalizado­r y bacteria podría arreglar al nitrógeno en la atmósfera para producir amoníaco. Ese es un descubrimi­ento tentador porque más de 1 por ciento de la energía global es usada hoy en la producción de amoníaco para fertilizar cultivos y alimentar el mundo. El prototipo de Nocera sugiere que, un día, la luz solar podría alimentar el proceso en lugar de los combustibl­es fósiles. Por el momento es díficil saber si es una buena idea. De hecho, las bacterias son bastante quisquillo­sas, sensibles a la acidez y temperatur­a de su ambiente, y por lo tanto difíciles de diseñar alrededor de ellas. La inversión, por ahora, está en aparatos que aprovechan la luz solar para producir hidrógeno avanzando más rápido que aquellos que tratan de producir directamen­te combustibl­es basados en carbono. Pero, combinando los materiales modernos con la magia de la naturaleza, los investigad­ores podrían saltearse el hidrógeno simple en búsqueda de una ruta viable al cáliz sagrado final: reemplazos 100 por ciento limpios para los combustibl­es fósiles.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina