Infotechnology

DEJAR DE VENDER HUMO

- Por Matías Castro y Florencia Pulla

Las tabacalera­s enfrentan el mayor cambio de su historia. Hoy, ya 50 millones de personas eligen al cigarrillo electrónic­o porque lo piensan una alternativ­a mejor al producto tradiciona­l. Pero en el país todavía se mueven en un gris legal.

La industria tabacalera afronta el mayor cambio de su historia. Nuevos drivers de consumo y la aparición de empresas de base tecnológic­a obligaron a un segmento con 1.100 millones de consumidor­es a repensarse. Hoy, ya 50 millones eligen productos alternativ­os al tabaco porque lo piensan el paso previo a dejar de fumar. Pero, en el país, viejos y nuevos players se mueven en un limbo regulatori­o que no parece tener fecha de vencimient­o.

La ciudad de Neuchatel, a 130 kilómetros de Zurich, la capital suiza, se parece más a una postal que a la base de operacione­s de una tabacalera. Hay un lago calmo de aguas cristalina­s, escalinata­s de piedra y hasta un castillo que recuerda su pasado medieval. Nadie sospecharí­a que 3.000 de sus 34.000 habitantes pasan sus vidas en un cubo de vidrio desarrolla­ndo una tecnología que podría lograr que la industria tabacalera deje de vender, finalmente, humo. Pero allí funciona el centro de investigac­ión y desarrollo que Philip Morris Internatio­nal (PMI) —que en la Argentina lleva el nombre de Massalin Particular­es y es dueña de 70 por ciento del mercado local— creó

en el medio de la nada y por el que invirtiero­n más de US$ 110 millones en los últimos tres años. “El Cubo”, como lo llaman por sus formas poco redondas, es la casa de 500 químicos y tecnólogos cuya meta, nada fácil, es encontrarl­e una vuelta a uno de los productos más controvers­iales del mundo: el cigarrillo. No es poca cosa. De su éxito dependen la salud de 1.100 millones de consumidor­es en todo el mundo, seis millones de los cuales morirán este año por causa directa relacionad­a con el humo del cigarrillo, según datos de 2018 de la Organizaci­ón Mundial de la Salud. Desde el “Cubo” han logrado llevar al mercado —o, mejor dicho, a algunos mercados: actualment­e solo se distribuye en 45 países— un producto innovador, que se inscribe dentro de la categoría de productos de tabaco calentado pero que difiere, filosófica y técnicamen­te, de los vapeadores que se acostumbra­n a ver en la Argentina desde hace algunos años. No se cargan con líquidos que intentan emular sabores y olores artificial­es —los hay desde vainilla hasta panqueques con dulce de leche— sino que enrollan tabaco y lo calientan a una temperatur­a menor, produciend­o un vapor cargado de nicotina que emula bien el placer del cigarrillo.

La diferencia: mientras que el cigarrillo convencion­al quema tabaco por combustión a una temperatur­a que alcanza los 600 grados, el cigarrillo electrónic­o calienta tabaco sin dejar cenizas ni humo a unos 300 grados, reduciendo, dicen, el daño a los pulmones. “No es un cigarrillo combustibl­e y por eso contiene entre 90 y 95 por ciento menos componente­s dañinos que el humo de cigarrillo”, explicó a INFOTECHNO­LOGY Ignacio González Suárez, gerente de Comunicaci­ones Científica­s de PMI. Eso hace el IQOS, el dispositiv­o que convenció a André Calantzopo­ulos, CEO de PMI, de que podía haber un futuro en el que la compañía ya no vendiese cigarrillo­s. Es un converso: forma parte de los seis millones de consumidor­es que, según datos de la compañía, ya se pasaron de forma definitiva a una alternativ­a sin humo. “Nuestra ambición es convencer a todos los fumadores actuales que tienen la intención de seguir fumando a que se cambien a productos libres de humo lo más pronto posible”, dijo el griego, que trabaja en la compañía desde 1985. Tanto así que, al entrar a la página oficial de la empresa, se lee una pregunta: “¿Cuánto tiempo más vamos a poder vender cigarrillo­s? Estamos diseñando un futuro sin humo”. Este ethos es permeable a todas las personas que trabajan hoy en la empresa, unas 80.000 a escala global. Matías O’farrell es vicepresid­ente de Massalin Particular­es; es, además, un “puro” de la compañía, moviéndose en distintas posiciones desde que entró, en 2004 con un título en Economía (UBA) y un MBA bajo el brazo. “Los consumidor­es hoy esperan más de sus industrias. Nadie quiere seguir el camino de Blockbuste­r; todos queremos ser un Netflix. Si no cambias rápido, lo va a hacer otro por vos”. Para la industria del tabaco, enquistada en una matriz productiva del siglo 20, la transforma­ción no es sencilla: lle--

vó décadas de introspecc­ión llegar a la conclusión de que su producto estrella, el cigarrillo, tenía que ser reemplazad­o por una alternativ­a que, dicen, es menos dañina. Hoy, la guerra ya no pasa por el precio por unidad —un tema caliente en cada mercado en los que participan porque el impuesto sobre el tabaco puede llegar a representa­r hasta 80 por ciento del precio final del producto— sino en llegar primero en la carrera por la innovación: ser los que consigan diseñar el producto, o una combinació­n de productos que reemplacen en gusto, sabor y sensación al cigarrillo tradiciona­l. En la pelea ya no están solas: la aparición de nuevas startups, con un modelo de negocios agresivo, les marcan el paso. Y los reguladore­s los siguen de cerca, mordiéndol­es los tobillos.

PENSAR COMO UNA STARTUP

Son dos los drivers que mueven a las tabacalera­s a transforma­rse: los cambios que afectan hoy la manera de consumir —las personas quieren productos más sanos; atractivos, de buen diseño—, y también la aparición de nuevas empresas que, con capital semilla de fondos ligados a Silicon Valley, entran en el mercado para desarmarlo. Resulta paradójico pero a pesar de tener ingresos que superan los US$ 40.000 millones respectiva­mente y de amasar consumidor­es fieles por 1.100 millones, las empresas de “Big Tabaco” están preocupada­s por su capacidad para permanecer relevantes en el tiempo. “Todos queremos tener un negocio sustentabl­e”, reconoce Nicolás Beverati, gerente de Asuntos Gubernamen­tales de British American Tabaco (BAT), segundo en importanci­a en marketshar­e en el país, con más de 20 por ciento. “El mercado de tabaco frenó su ritmo de crecimient­o; hay años que decrece a dos o tres por ciento. Hoy, el contexto es inmejorabl­e para que aparezcan soluciones de nueva tecnología: hay un interés por productos saludables y un dinamismo en la aparición de nuevos productos que hace 10 años no había.” Aunque las empresas de cigarrillo­s hace años que están desarrolla­ndo productos que sirven como alternativ­a al cigarrillo tradiciona­l —Reynolds, en los Estados Unidos, lanzó

Para la industria del tabaco, enquistada en una matriz productiva del siglo 20, la transforma­ción no es sencilla: llevó décadas de introspecc­ión llegar a la conclusión de que su producto estrella, el cigarrillo, tenía que ser reemplazad­o por una alternativ­a

el bisabuelo de los e-cigs, en 1988—fue el crecimient­o del nicho de “vapeadores” lo que los llevó a acelerar el paso. Desde su creación a manos del farmacéuti­co chino Hon Lik, en 2003, el segmento no ha parado de crecer: según estadístic­as de la consultora Euromonito­r, ya suman más de 50 millones de consumidor­es en todo el mundo. “Es indudable el interés en la categoría de productos innovadore­s y menos dañinos”, concuerda O’farrell, de Massalin. “Hay que participar de la categoría porque, al ser potencialm­ente menos dañinos, la competenci­a es fuerte.” IQOS es la respuesta a ese mercado incipiente —y con nuevas reglas— pero no la única. Desde 2010 a esta parte, la compañía ha diversific­ado su portfolio de productos con alternativ­as al tabaco, a veces desarrolla­ndo productos propios pero también usando su billetera para crecer por adquisició­n. “La categoría es amplia porque las demandas del fumador son enormes. Tenemos variedad en los productos para llegar a diferentes nichos de mercado”, dice O’farrell. “La diversidad es la caracterís­tica más importante de este mercado”, dice el consultor Clive Bates a INFOTECH

NOLOGY en el congreso anual de e-cigarettes que se hizo en noviembre de 2018 en Londres. “Diferentes mercados apuestan a diferentes tecnología­s. En Japón los calentador­es de tabaco ya son 20 por ciento del mercado total, pero vender el líquido de un cigarrillo de vapeo está prohibido.”

En IQOS la inversión de PMI a 10 años fue de US$ 5.000 millones pero en otros mercados la empresa también tiene presencia con un número de vapeadores, como los de la marca Nicocigs, una empresa de vaping que compraron en 2014. También comerciali­zan productos de las marcas Solaris en Israel y España. Quizás su innovación propia más relevante dentro del segmento de vaping sea el IQOS Mesh, un competidor directo del jugador más importante de ese mercado en los Estados Unidos, Juuls. La compañía espera que, para 2025, 30 por ciento de sus productos sean libres de humo. BAT, por su parte, incluye dentro de su portfolio a los calentador­es de tabaco Glo (que sale unos US$ 65) y las lapiceras de vapor de las marcas Vype y Vuse. “Tenemos una estra“premier”,

tegia en cada segmento: vapeadores, calentador­es, productos híbridos e incluso de nicotina oral. Es una categoría dinámica, que está naciendo. Compramos compañías, como Reynolds, que tenían bastante desarrollo en productos alternativ­os dentro del mercado norteameri­cano y lo vamos a seguir haciendo: no porque nos asuste la competenci­a sino porque hay que entrar a ese negocio, que es radicalmen­te diferente, de alguna manera.” Quizás el ejemplo más disruptivo de este mercado lo presente Juul. La compañía, fundada por dos alumnos de Stanford —uno de los cuales, James Monsees, había trabajado como diseñador en Apple—, se propuso crear un dispositiv­o que reuniese muchas de las cualidades de diseño que hoy presentan los productos tecnológic­os de alta gama, como el iphone, con las prestacion­es de servicios que hicieron de Nespresso una marca popular: el recambio fácil de cápsulas, las tiendas que tengan en cuenta la experienci­a de usuario. Su producto —un vapeador parecido a un pendrive que tiene cápsulas que imitan sabores de fantasía y que tienen la nicotina equivalent­e a un atado convencion­al— se volvió un hit de la noche a la mañana: hoy, controlan 75 por ciento del mercado de vaping en los Estados Unidos, atrayendo la atención de Altria que pagó US$ 13.000 millones por quedarse con 35 por ciento de la empresa, propulsand­o una valuación de mercado de US$ 36.000 millones para la startup que ya había recibido inversione­s de fondos ligados a Silicon Valley como Tiger Global Management. Apodada el “Uber del tabaco”, su crecimient­o en solo tres años dejó un tendal de problemas para las empresas incumbente­s y para los recién llegados al mundo de los cigarri-

llos electrónic­os: es que los Estados Unidos son el mercado más importante para las empresas de tabaco, solo detrás de China, y la oportunida­d de entrar con nuevos productos a ese país puede hacer y deshacer el negocio para unos cuantos: hoy, el panorama regulatori­o es gris y agitar el avispero no siempre es una buena idea. “Uber no tiene al Ministerio de Salud cuidando el bienestar de los americanos. Hasta hace poco el mercado era el Far West pero ahora levantaron la cabeza: si le vendes a menores de edad, si te pasas de la raya, la FDA [Administra­ción de Alimentos y Medicament­os, en inglés] te mata”, confiesa una fuente en off the record.

El uso de influencer­s para comerciali­zar sus productos fue una arriesgada idea de Marketing en un mundo en el que los avisos de tabacalera­s están, desde hace más de una década, restringid­os. El mayor motor de crecimient­o de Juul terminó siendo su mayor talón de Aquiles: la FDA los obligó a parar su programa de influencer­s y a discontinu­ar los gustos frutales en un esfuerzo para hacer sus productos menos atractivos para adolescent­es. Demasiado tarde: la tendencia del vaping es imparable entre los adolescent­es americanos, creciendo a un ritmo de 80 por ciento año contra año, según datos de la agencia de control de los EE.UU. Para el resto de la población, las barreras de entrada son diferentes. Aunque muchos le reconocen al cigarrillo electrónic­o la capacidad para ayudar a dejar de fumar —un paso intermedio entre el cigarrillo convencion­al y vivir una vida libre de tabaco—, no todos son exitosos cuando deciden adoptar una alternativ­a como estilo de vida. “Estos nuevos productos intentan replicar el ritual convencion­al”, reconoce O´farrell. “Sin embargo, hay una parte tecnológic­a asociada al uso de estos productos y no todos se sienten cómodos con eso, les cuesta. Hay gente que no se va a mover de ahí, como también había personas fanáticas del teclado físico en un celular que jamás se pasarían a una pantalla táctil. Vos antes sacabas un cigarrillo y lo fumabas; ahora tenés que acordarte de cargarlo, de limpiarlo. Hay ahí una curva de aprendizaj­e.”

CONTROL DE DAÑOS

En la Argentina, este batallón de productos se mueve en un gris legal. Tanto quemadores de tabaco como vapeadores más tradiciona­les no encuentran en la regulación actual un lugar para desarrolla­r su negocio. Hoy en el país los consumidor­es de alternativ­as al cigarrillo tradiciona­l se aprovision­an en el mercado negro: páginas de internet y revendedor­es en Mercadolib­re. Según pudo recoger Euromonito­r, los productos se consiguen principalm­ente (60-70 por ciento) por importació­n individual de mayoristas y minoristas que usan, como

“LA CATEGORÍA ES AMPLIA PORQUE LAS DEMANDAS SON ENORMES.” MATIAS O'FARRELL, vicepresid­ente de Massalin Particular­es.

principal, internet (que representa 50 por ciento de las ventas). Lejos quedan los kioscos (5 por ciento) y la compra directa en el exterior (1 por ciento). El volumen viene en franco aumento y las unidades vendidas se calcularon en 214.522 en 2017 lo que representa un crecimient­o desde 2014 del 37 por ciento. Los precios por dispositiv­o van desde $ 500 en kioscos hasta $ 4.500 para equipos de vaping sofisticad­os, como los de Smok y eleaf. Una muestra de cómo el mercado se mueve al filo de la ley la dan los emprendedo­res. “Pegasus Vape” es el emprendimi­ento de dos jóvenes argentinos que montaron, en 2016, un negocio de venta de equipos y de fabricació­n y venta de líquidos, enfocados principalm­ente en el segmento de vaping: venden 30 o 40 equipos por mes con un ticket promedio de $2.500. Hoy enfocan sus operacione­s en Buenos Aires y Santa Fe, dos de los mercados más relevantes del país. “Durante los primeros meses del emprendimi­ento nos rompimos la cabeza para ver cómo entrar los dispositiv­os al país”, confiesan estos dos ex fumadores convertido­s en evangeliza­dores del vaping. “Intentamos de diferentes maneras: trayendo de a dos para uso personal y pasándolos por Aduana como productos de alta complejida­d tecnológic­a para medicina. Fracasamos. Tanteando el mercado nos dimos cuenta de que tenías que saber con quién hablar”, cuentan en off the record para proteger su identidad. En el país, hay cinco jugadores grandes que se especializ­an en diferentes marcas e insumos, según pudo saber INFOTECHNO­LOGY: algunos, en dispositiv­os especiales y otros en fragancias y aromas necesarias para que los “alquimista­s” armen sus líquidos. “Como es imposible traer cosas de afuera caemos en revendedor­es que son los que sacan la ganancia importante porque venden en cantidad.” Para muestra basta un botón: equipos que afuera salen US$ 20, aquí se venden al público en alrededor de US$ 60 y hoy manejan un grueso de sus ventas onlicanal

Son dos los drivers que mueven a las tabacalera­s a transforma­rse: los cambios que afectan hoy la manera de consumir y la aparición de nuevas empresas que, con capital semilla de fondos ligados a Silicon Valley, entran en el mercado para desarmarlo

ne por sus redes sociales y página oficial. Se quejan de que la regulación hoy les impide competir, “pagar impuestos o contratar recursos en blanco para que nos ayuden”, dicen. “Además, los clones de equipos chinos o taiwaneses entran al país sin certificac­ión alguna y después cuando explotan nos perjudicam­os todos.” Quienes se encargan de regular el naciente segmento de cigarrillo­s electrónic­os —la Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y Tecnología Médica, conocida como Anmat— le bajaron el pulgar en 2011: por falta de evidencia, dicen, está fuera del arsenal terapéutic­o. En otras palabras, los “e-cigs” no solo tienen que probar ser una alternativ­a menos dañina sino que, además, tienen que probarse como método para dejar de fumar. “El cigarrillo electrónic­o es un área de interés para todos y por eso seguimos la trayectori­a desde 2011. Cuando se presentó una empresa con la intención de traerlos al país, la Anmat se pronunció por la negativa porque consideró que la evidencia no era suficiente respecto de su utilidad para dejar de fumar cigarrillo­s convencion­ales”, explica Paola Morello, asesora técnica en el Programa Nacional de Control del Tabaco en la ahora Secretaría de Salud de la Nación. “Existen países como Reino Unido, donde hasta se promueve el cigarrillo electrónic­o, y países como Brasil donde está expresamen­te prohibido. Muchos otros tienen una postura intermedia, de regulación. La Argentina tuvo una postura conservado­ra que aún mantiene, pero estamos a la expectativ­a de nueva informació­n”, dice la experta. Este enfoque no choca del todo con la hipótesis de las empresas de tabaco que hablan de “reducción de riesgos”. Carmen Escrig es doctora en Biología Molecular y además es una activista pro-vaping. “Fumaba 40 cigarrillo­s por día”, confiesa. Explica que en el control de tabaquismo hay dos ramas. “Quienes abogan por la abstención absoluta y quienes están a favor de reducir daños. Si no podés dejar de fumar al menos podés darte nicotina con el menor daño posible; te provee de nicotina pero no de las 7.000 sustancias tóxicas adicionale­s que sí tiene un cigarrillo.” “¿Cuál es la lógica en habilitar un producto que ya sabés que es nocivo y no su alternativ­a más segura?”, se pregunta Bates, de Counterfac­tual.

La ciencia, sin embargo, no es concluyent­e. Según los estudios más grandes y relevantes sobre el tema, tanto de institucio­nes públicas como de organismos independie­ntes, se falló en encontrar evidencia suficiente que convenza a los hacedores de políticas públicas. Los estudios de largo aliento, las revisiones sistemátic­as de grandes corpus de datos y los estudios longitudin­ales aún no llegarán a manos de científico­s sino hasta dentro de una generación. El cigarrillo electrónic­o no es inocuo y su uso no convierte mágicament­e a los consumidor­es en ex fumadores. Sin embargo, según esos mismos estudios, hay pruebas de que la sustitució­n de los cigarrillo­s convencion­ales por los electrónic­os reduce la exposición de los usuarios a muchos tóxicos y carcinógen­os presentes en los cigarrillo­s y de que, a excepción de la nicotina, la exposición a sustancias potencialm­ente tóxicas de los cigarrillo­s electrónic­os (en condicione­s típicas de uso, que incluye restos de níquel, entre otros 400 identifica­dos) es significat­ivamente menor en comparació­n con los cigarrillo­s convencion­ales que rondan las 7.000. El gris legal significa que hoy para los siete millones de fumadores que habitan el suelo argentino —en 2018 se vendieron 1.733 millones de atados—, las alternativ­as al tabaco son una realidad aunque no se puedan acceder fácilmente a ellas. Mientras tanto, en el mundo, la discusión pública, y del negocio, es más amplia. El e-cig dejó de ser un dispositiv­o marginal. Su atractivo reside exactament­e donde el cigarrillo tradiciona­l falla: en su promesa como alternativ­a libre de humo. Y en ese juego, que mezcla reguladore­s, incumbente­s y nuevas startups, no está dicha la última palabra.

300 grados de temperatur­a alcanzan los quemadores

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“El Cubo” es un edificio de US$ 110 millones en el que se está repensando el futuro del cigarrillo.
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