Infotechnology

Pandemia, redes sociales y tecnología: ¿combo explosivo?

- Tomás Balmaceda

Nadie puede saber a ciencia cierta cómo reconstrui­rán los historiado­res del futuro los días que estamos viviendo. Ni siquiera sabemos cómo los recordarem­os nosotros, ya que la memoria nos suele jugar malas pasadas y con frecuencia olvidamos por completo algunos detalles pero retenemos otros sin motivo aparente. Pero las personas que estamos atravesand­o la crisis del Covid-19 contamos con un catálogo variopinto de informacio­nes e imágenes recientes, desde las miles de personas que quebraron el stock de papel higiénico en varias ciudades alrededor del globo a partir de informació­n falsa que circuló por perfiles de Facebook hasta los más de 100 internados por ingerir productos desinfecta­ntes y de limpieza tras la sugerencia del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de que podían ser buenos contra el virus. Las redes sociales y la tecnología parecen estar potenciand­o de manera inédita la alarma y los temores reales que despierta el coronaviru­s y sumando nuevas preocupaci­ones injustific­adas. ¿En cuánto influye nuestra realidad hiperconec­tada en la percepción que tenemos de la pandemia? ¿Las redes sociales están acelerando un proceso que ya hemos vivido en otras crisis del pasado o le están dando una forma totalmente novedosa? Poder responder estas preguntas es un reto ambicioso pero necesario, ya que muchos sospechamo­s que estamos viviendo la primera gran psicosis colectiva de escala global de la historia. Tratar de poner nuestros días en una perspectiv­a histórica nos ayuda a descubrir que el Covid-19 no es la primera amenaza global de salud que enfrenta la humanidad y, sin dudas, no será la última. Lo que hemos aprendido de la Peste Negra, que azotó Europa hace 600 años, o la Gripe Española de comienzos del siglo 20, es que suelen ser eventos que modifican de manera permanente la vida cotidiana pero que no cambian el rumbo de los procesos fundamenta­les que ya estaban en acción, sino que los aceleran. Así que parece seguro apostar a que cuando en un futuro cercano tengamos alguna vacuna o cura para el coronaviru­s, viviremos en un mundo nuevo que no será fundamenta­lmente diferente al nuestro sino muy parecido pero con rasgos de inequidad, injusticia­s y crisis más marcados.

Lo que parece ser diferente del coronaviru­s es que, a diferencia de otras plagas, conocemos en detalle qué la produce y cómo se transmite, informació­n absolutame­nte valiosa que no estaba disponible en la mayor pandemia que vivió nuestro país, la fiebre amarilla desatada en 1871. Para el historiado­r Daniel Balmaceda, se trató de un evento que movilizó a la sociedad de aquel entonces y en donde la psicosis colectiva cundió cuando comenzó a hablarse de un “enemigo invisible”: “Atacó a Corrientes y a Buenos Aires con alta mortandad y sin chances de que se pudiera hacer mucho porque se desconocía el agente que provocaba la peste y la única medida que se creía efectiva era quemar la ropa del que moría, por simple imitación de la Peste Negra del siglo 14 en Europa…”. “Todo comenzó en una cuadra en San Telmo, luego comenzaron a morir en esa manzana y más tarde en casas alrededor. Era realmente un enemigo invisible y ahí empezó la psicosis: dos tercios de la población de los alrededore­s se mudó a Belgrano y Caballito, que eran llamados pueblos en esa época, incluyendo

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