Pandemia, redes sociales y tecnología: ¿combo explosivo?
Nadie puede saber a ciencia cierta cómo reconstruirán los historiadores del futuro los días que estamos viviendo. Ni siquiera sabemos cómo los recordaremos nosotros, ya que la memoria nos suele jugar malas pasadas y con frecuencia olvidamos por completo algunos detalles pero retenemos otros sin motivo aparente. Pero las personas que estamos atravesando la crisis del Covid-19 contamos con un catálogo variopinto de informaciones e imágenes recientes, desde las miles de personas que quebraron el stock de papel higiénico en varias ciudades alrededor del globo a partir de información falsa que circuló por perfiles de Facebook hasta los más de 100 internados por ingerir productos desinfectantes y de limpieza tras la sugerencia del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de que podían ser buenos contra el virus. Las redes sociales y la tecnología parecen estar potenciando de manera inédita la alarma y los temores reales que despierta el coronavirus y sumando nuevas preocupaciones injustificadas. ¿En cuánto influye nuestra realidad hiperconectada en la percepción que tenemos de la pandemia? ¿Las redes sociales están acelerando un proceso que ya hemos vivido en otras crisis del pasado o le están dando una forma totalmente novedosa? Poder responder estas preguntas es un reto ambicioso pero necesario, ya que muchos sospechamos que estamos viviendo la primera gran psicosis colectiva de escala global de la historia. Tratar de poner nuestros días en una perspectiva histórica nos ayuda a descubrir que el Covid-19 no es la primera amenaza global de salud que enfrenta la humanidad y, sin dudas, no será la última. Lo que hemos aprendido de la Peste Negra, que azotó Europa hace 600 años, o la Gripe Española de comienzos del siglo 20, es que suelen ser eventos que modifican de manera permanente la vida cotidiana pero que no cambian el rumbo de los procesos fundamentales que ya estaban en acción, sino que los aceleran. Así que parece seguro apostar a que cuando en un futuro cercano tengamos alguna vacuna o cura para el coronavirus, viviremos en un mundo nuevo que no será fundamentalmente diferente al nuestro sino muy parecido pero con rasgos de inequidad, injusticias y crisis más marcados.
Lo que parece ser diferente del coronavirus es que, a diferencia de otras plagas, conocemos en detalle qué la produce y cómo se transmite, información absolutamente valiosa que no estaba disponible en la mayor pandemia que vivió nuestro país, la fiebre amarilla desatada en 1871. Para el historiador Daniel Balmaceda, se trató de un evento que movilizó a la sociedad de aquel entonces y en donde la psicosis colectiva cundió cuando comenzó a hablarse de un “enemigo invisible”: “Atacó a Corrientes y a Buenos Aires con alta mortandad y sin chances de que se pudiera hacer mucho porque se desconocía el agente que provocaba la peste y la única medida que se creía efectiva era quemar la ropa del que moría, por simple imitación de la Peste Negra del siglo 14 en Europa…”. “Todo comenzó en una cuadra en San Telmo, luego comenzaron a morir en esa manzana y más tarde en casas alrededor. Era realmente un enemigo invisible y ahí empezó la psicosis: dos tercios de la población de los alrededores se mudó a Belgrano y Caballito, que eran llamados pueblos en esa época, incluyendo