Campo adentro
Casi nadie lo recuerda, pero es muy posible que durante la escuela alguna maestra les haya enseñado algunas nociones sobre agricultura. O les identificó las fases, o les contó sobre los distintos tipos. Y, a menos que se dediquen a esa actividad, es muy posible que esos conocimientos queden suspendidos ahí: al ladito del Teorema de Pitágoras, de las conjugaciones del pretérito pluscuamperfecto, de la diferencia entre soluto y solvente o de sacarle unas notas a la flauta dulce. Pero como dicen que dijo el barón Francis Bacon: “El conocimiento es poder”. Por eso, en esta reunión de agrónomos, técnicos, contratistas y orgullosos dueños de tractores John Deere y con el fluir de las charlas, esos conocimientos vuelven desde los rincones del hipotálamo: por alguna razón, siguen estando allí y la cosa no se hace tan rígida, ni compleja, ni inentendible. Vamos todos y vamos de a poco. Estamos en General Baigorria, en la provincia de Santa Fe,
a 10 kilómetros del microcentro de la ciudad de Rosario, y acá se habla de agronomía, tractores y tecnología. Esta es una planta rural y enorme que emplea a más de 1.000 personas y que, digamos, está en una zona núcleo del país: cerca de Buenos Aires, pero también de Córdoba. Aquí, los tópicos “de campo” vuelan con una pasión que, desdoblándose, puede parecerle ajena a todo (el resto) del mundo. Es la planta de John Deere en la Argentina y es donde se fabrican motores y repuestos, se venden tractores, cosechadoras y plataformas y se capacita sobre nuevas tecnologías. Ahí vamos: se viene la agricultura colaborativa. De a poco, dijimos: se trata de la agricultura que asume una integración de la información y que tiene un rol activo en la digitalización, integrando la data disponible del campo y las empresas. Una visión holística que permite recopilar, ordenar y hacer seguimiento a los campos. Y que esos seguimientos puedan ser remotos. Y que entreguen mejor información. Y que permitan ganar más dinero de una forma más eficiente. Según un informe de 2019 de la consultora Interbrand, John Deere es una de las 100 mejores marcas del planeta, ubicándose en el puesto 83°. A la sazón, se calcula que la compañía invierte, a escala global, unos US$ 4 millones promedio por día en Investigación y Desarrollo. Da US$ 1.460 millones por año. Y tanta innovación empuja a subvertir algunos conceptos del sector agropecuario. Buscan mejorar los cultivos, afinar la eficiencia de sus herramientas, hacer sistemas más seguros y desarrollar software capaces de tomar decisiones por sí mismos. “La constancia en la capacitación es muy importante”, asoma Andrés Méndez, especialista del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Capacitar es saber resolver el problema”, suma el ingeniero Maximiliano Bonadeo, experto en agricultura de precisión de la empresa de tractores. La historia cuenta que, en el 2000, la agricultura de precisión comenzó a emplearse en el país. Había mapas de cosechas, pero los agrónomos y contratistas daban vueltas sobre las variables. Manejaban pilas de CD con datos pero eran apenas eso: datos. “Empezamos a referenciarnos para entender qué pasaba en nuestros suelos”, explica Bonadeo. Y la evolución tecnológica siguió. Para 2015, la llamada agricultura digital que, mediante el uso de tecnología de avanzada (léase: sensores, radares, métricas de los suelos, climatología, máquinas con IA, variables físicas, químicas y biológicas del ambiente), les permitió tomar mejores decisiones. Pocos años después, en 2018, se empleó el concepto de agricultura colaborativa, que supone una instancia superior: conectaron las cosechadoras entre sí, monitorearon los equipos, brindaron estados de salud de las máquinas, gestionaron Big Data, midieron la trazabilidad de los lotes, se ofrecieron sistemas consultivos y la IA entregó información útil con respecto a la fertilización y la cosecha. Toda esa data se subió a una nube que comprimió un ecosistema conectado entre todas las partes involucradas. Y, de requerirlo, con otros jugadores del sector. “La agricultura colectiva nace de la vinculación entre las personas”, explica Bonadeo. Por eso,
John Deere mantiene diálogo directo y comparte información con 15 startups del sector. “Si no compartís, quedás afuera”, continúa el ingeniero. Aquí, todas las partes advierten dos cosas: que la tecnología es un commodity y que el negocio pasa por la sociedad entre el contratista y el productor. En castizo: “Si el contratista entrega datos, el agrónomo le saca más jugo”, desmenuza el especialista. Pero, ¿tanta tecnología anula la mano de obra humana? Parece que no, que más bien todo lo contrario: la agricultura colaborativa multiplicaría la cantidad de trabajo en todos los ámbitos. “Nunca perdemos de vista la relación humano-máquina, porque siempre habrá alguien cuidando el trabajo”, Bonadeo dixit.
¿En qué momento las máquinas regulan su actividad? ¿Por qué fallan? Puntualmente, John Deere desarrolló una tecnología predictiva para todos sus fierros. Se trata de un sistema que, no solo aporta información agronómica, sino que advierte deficiencias y manda alertas al dueño de la máquina (para avisarle del desperfecto) y al concesionario (para que enliste a un técnico o prepare una pieza de reemplazo). Así, el monitoreo de la salud de las máquinas facilita el diagnóstico remoto y posibilita que los técnicos puedan caer al lugar de los hechos con repuesto en mano. Además, este sistema de implementación circa 2020 podrá generar antecedentes vía IA: es decir, podrá predecir funcionamientos. “Vamos a poder reemplazar una pieza que no está rota pero que va a romperse”, se adelanta Bonadeo. Por estos días, las empresas de maquinaria agrícola se convirtieron en empresas digitales. No solo hacen unos bichos de tres metros de alto por cinco de ancho sino que están poniendo su energía en comprender los datos. Y manejarlos. Otra vez, como Francis Bacon pero Maximiliano Bonadeo: “Mientras más información liberemos, mejor”. Hoy, desde un teléfono con conexión a Internet y una app de gestión, se maneja información agronómica en tiempo real, se pueden planificar operaciones, gestionar evaluaciones comparativas y hacer un relevo online del estado de las máquinas. “Desde el celu podemos ver todo lo que generan nuestros equipos”, apuntan. Todo es todo: desde el volumen de producción hasta qué radio está escuchando el operario. Una fantasía orwelliana.
¿Cómo estás? Yo bien, todo bien, acá, en Granadero Baigorria, viendo cómo una persona desde Buenos Aires puede moverle el dial de la radio a otro que está en Pergamino, mientras cosecha trigo o soja bajo un sol picante. “No cambió la máquina, sino la capacidad de pensar”, desarrolla Franco Lombardo, especialista en siembra y pulverización de John Deere, congregado en Baigorria. Las (nuevas) cosechadoras identifican malezas, discriminan granos y rastrillan con precisión. Las máquinas van aprendiendo sobre las muestras. Determinan pérdidas, mejoran la calidad de los granos y van recibiendo información y procesándola de forma automática. Van adaptándose. Y, una vez más, los datos dejan de ser solo datos. Así las cosas, se abre paso a una nueva agricultura, una que contempla soluciones tecnológicas, permitiendo ser novedosos en el andar y eficientes con el bolsillo. Los contratistas, chochos. “Los que arriesgan son los que marcan las tendencias y los que terminan estimulando a los demás”, dice Bonadeo frente al auditorio de expertos. Se habla de números, de variables, de cosas que se le escapan a quienes —como a este cronista— no son especialistas en el tema. De maximizar la productividad, de mejorar la calidad de la siembra y de reducir los costos. Algunos datos duros como para graficar. Cuando se piensa en la siembra de 3.000 hectáreas de soja y teniendo en cuenta que el costo de las semillas por hectárea es de US$ 60, nos da como resultado un valor de US$ 180.000 por campo. Con Row Command, una tecnología para controlar la aplicación y el desperdicio durante la siembra, es posible salvar un 4 por ciento de semillas, generando un ahorro de US$ 7.200. En el caso de las nuevas cosechadoras, el paquete tecnológico les permite aumentar un 10 por ciento la capacidad de la cosecha, debido a la lectura y el ajuste que hace el sistema en el momento de la trilla. Y, pasando a la pulverización, el uso del sistema Exactapply les brinda a los productores y contratistas el máximo control en esta tarea, logrando así un uso más eficiente del producto. Por caso, el uso de esta tecnología permite economizar entre un 2 y un 5 por ciento en herbicidas o pesticidas. Los expertos señalan que no se trata de una tecnología cara, especialmente si se entiende que es de lo más nuevo que tiene el mercado de agricultura de precisión. Y, a su vez, afirman que genera nuevos empleos: quienes manejan los monitores, encargados de escrutar y llevar parte de todos los datos entregados por la IA. “En agronomía no hay recetas, por eso sumamos tantos puntos de vista”, apoya Bonadeo. De esta manera, las herramientas dejan de suponer lo que pasa con la naturaleza, caprichosa e intempestiva, para empezar a medir, para empezar a saber, lo que realmente sucede campo adentro.