L’Officiel (Argentina)

WALLPAPER

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Mucho antes de transforma­rse en la artista de los murales que todos conocemos hoy, Sof ía Willemoes estaba convencida de que había que estudiar una carrera tradiciona­l y se decidió por abogacía. La idea romántica de la letrada que imparte justicia en su camino se esfumó demasiado rápido, cuando sus días se convirtier­on en un ir y venir desde Tribunales llevando y trayendo escritos. Sin embargo, el quiebre definitivo sucedió cuando quedó embarazada de Charo, su hija mayor. Guardó el título y no solo nunca volvió a mirar hacia atrás, sino que jamás se arrepintió. “Me agarró una necesidad de ser sincera conmigo misma. Ya no podía tapar la incomodida­d. Tenía la sospecha, pero verla y hacer algo implica animarse a un montón de cambios”, revela Willemoes.

El gusto por el diseño ya había aparecido. En París, durante su luna de miel, estaba recorriend­o tiendas cuando se detuvo en un sillón tapizado en cuero estampado con una escena de caballos de carrera (repite la historia cada vez que da una nota porque, asegura, “es la escena fundante” de su futuro como diseñadora) y fascinada con el hallazgo, volvió a Buenos Aires y comenzó a investigar la técnica y a aprender sobre diseño digital. Primero como hobby, luego como trabajo de tiempo completo.

Nadie entendía cómo podía dejar su profesión para probar algo que ni siquiera existía en el mercado. Pero no estaba sola. Lisandro, su marido, fue pieza fundamenta­l del cambio de rumbo. El vio su potencial, la empujó a ir por su deseo y la apoyó en la transición. No realizó una gran inversión inicial. “En 2009 me presenté a un concurso en Buenos Aires Emprende del Gobierno de la Ciudad y gané 55.000 pesos. Con ese dinero desarrollé mis primeros productos, que eran estampas digitales sobre género, y expuse en Puro Diseño”.

Sofía Willemoes se convirtió en un sello. Sus creaciones son vanguardia en el universo de la decoración.

Ganas y entusiasmo que contagian.

La conquista del mercado llegó unos años después, en 2014, de la mano de sus famosos murales, hoy vedette de la marca, que también desarrolla géneros, almohadone­s y empapelado­s. La gente tardó en entender qué era lo que ofrecía. “Ibamos a Casa FOA, pero el público creía que lo que se veía en las paredes estaba pintado. No interpreta­ba que, en dos horas, lo podía tener colocado en su casa. Era algo que no existía en Argentina y a nivel internacio­nal recién estaba comenzando a aparecer”.

Los últimos dos años fueron puro progreso para Willemoes. En Buenos Aires, algunos de sus trabajos se pueden ver en su local-laboratori­o de Recoleta, pero también en los

edificios de WEWORK y en el programa de TV de Mirtha Legrand, que la eligió para que ambientara el set especial armado para el 50º aniversari­o de su show. Además, hace casi una década exhibe en Casa FOA y participa en las ferias más importante­s de París, Londres, Milán y Nueva York.

Llegar a este presente exitoso implicó tomar decisiones. El primer gran paso fue invertir en máquinas propias. “Antes tercerizáb­amos la producción, pero en un momento nos entregaban los pedidos con tantas fallas que era muy frustrante. Empezamos con una y hoy tenemos tres”, cuenta la diseñadora. El otro gran paso fue abrirse al mundo. Eso la llevó a mudarse a Nueva York. “El negocio me pedía el cambio. Si uno quiere convertirs­e en una marca internacio­nal, es difícil hacerlo desde Argentina por un tema geográfico. Para generar los vínculos comerciale­s, ayuda estar en Estados Unidos, que es un mercado grande y además recibe gente de todos lados”, explica.

El presente la encuentra yendo y viniendo de Nueva York a Buenos Aires. En la Gran Manzana, vive en el Upper East Side, un barrio que eligieron porque es tranquilo y está cerca del colegio de sus hijos. El nuevo desaf ío será abrir una tienda insignia dentro de la isla. “Estuve mirando opciones en el SOHO, no imagino un lugar más neoyorquin­o que ese. Quisiera hacer algo parecido a lo que tengo en la calle Paraguay, en Buenos Aires, un estudio-taller que ofrezca una experienci­a sensorial”, adelanta Willemoes. Mientras tanto, tiene su estudio en el imponente Assemblage, un espacio de trabajo compartido donde hay diez murales firmados por ella.

Willemoes asegura que no haber tenido una educación formal en el diseño le dio mucha libertad para crear. Hoy tiene una cartera de 15 propuestas de murales que mezclan naturaleza, paisajes bucólicos y fantasía. “Tienen un costado muy emocional porque yo soy así y me gusta contagiar eso. Llegar al usuario a través del producto”. Su último gran trabajo es una pieza enorme –mide 25 metros de largo por 5 de alto– inspirada en los bosques patagónico­s, un lugar que conoce bien porque allí pasó parte de su infancia.

Aunque la moda no le interesa especialme­nte (“antes la tenía más presente”), su historia tiene allí una conexión. “Mi abuela confeccion­aba ropa. Tenía 50 empleadas y era una mujer súper transgreso­ra para la época. Además, mi mamá tuvo su propia firma de indumentar­ia. En mi marca trabajamos con algunos diseñadore­s. Javier Saiach, por ejemplo, hizo una colección con nuestros géneros”.

Hoy, entusiasma­da con el diseño y la decoración, prefiere invertir en tiendas como Anthropolo­gie, Restoratio­n y ABC Carpet a que en locales de ropa. Aunque confiesa que, cada tanto, se tienta con alguna prenda en Saks Fifth Avenue.

“El el portfolio hay quince diseños de murales que mezclan naturaleza, paisajes bucólicos y fantasía. Tienen un costado muy emocional porque yo soy así y me gusta contagiar eso”. Sofía Willemoes

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