L’Officiel (Argentina)

TODAS PARA UNA

- Por CL AU DIA PA SQ U I N I Ilustració­n ELIANA IÑIGUEZ

Este año, el Día de la Mujer llega en un contexto de mayor conciencia sobre los derechos femeninos. Pero también con cifras aberrantes de violencia de género, y discrimina­ción laboral y económica.

Hace apenas unas semanas, ingresó al Sanatorio Juan XXIII de General Roca, en Río Negro, el cuerpo maltratado de Sofía, una niña de 3 años que falleció por una infección generaliza­da producida por el brutal abuso sexual de su padrastro. Unos días antes, la opinión pública se había conmovido por la situación de otra niña jujeña, de 12 años, a quien le negaron su derecho a la interrupci­ón legal del embarazo. Había sido violada por un vecino de 65.

De un extremo al otro del país, no son casos aislados: según Unicef, una de cada cinco argentinas fue víctima de abuso sexual durante la infancia. Es el mismo motivo por el que, cada tres horas, una menor de 15 años se convierte en madre poniendo en riesgo su salud física y mental.

No importa la edad, ni la condición social ni el nivel educativo: ¡las mujeres estamos en peligro! Lucía Morel, de 64 años, estaba enferma de cáncer e internada cuando su marido la mató de un golpe en Escobar. En Entre Ríos, Jésica Riquelme, de 26, cursaba el séptimo mes de embarazo y eso no detuvo al padre de sus tres hijos de romperle la cabeza a martillazo­s. Dos chicas policías murieron a manos de sus compañeros en la provincia de Buenos Aires. Valeria Coppa, de 40, se había encontrado con su homicida frente a la concurrida Catedral de Bariloche para evitar problemas…

Estos fueron solo algunos de los femicidios ocurridos desde que comenzó el año. No hay una metodologí­a única para el registro de estos crímenes misóginos, pero se calcula que la violencia de género provoca la muerte de una mujer cada 29 minutos. La mayoría de ellos son cometidos por parejas, exparejas o familiares directos. Para cuando termines de leer esta revista, se habrán sumado nuevas víctimas.

Aunque en Argentina existe una legislació­n avanzada que en teoría nos protege, no alcanza. El año pasado, el presidente Mauricio Macri anunció el lanzamient­o de un Plan Nacional de Igualdad de Oportunida­des y Derechos (PIOD), con 34 medidas y más de 200 acciones para el trienio 2018-2020. Sin embargo, los recortes presupuest­arios y el desmantela­miento de equipos profesiona­les específico­s impidieron que se vieran efectos concretos de esa política. Ni los botones antipánico, ni las órdenes de restricció­n de acercamien­to, ni las denuncias previas evitaron que muchas mujeres fueran asesinadas. Algo falla. En vista de lo crítico de la situación, hay organizaci­ones que están reclamando una Emergencia Nacional de Género 2019-2022 para que la protección por parte del Estado no sea solo declarativ­a.

Entre la informació­n y el morbo, los medios muestran a diario crímenes de este tipo: nada peor que naturaliza­rlos. Son el índice más extremo de la violencia de género. Pero la discrimina­ción sexista se expresa de muchas otras maneras en nuestra cotidianei­dad. ¿Acaso es justa la división de tareas domésticas que carga sobre nuestras ya recargadas espaldas el 80% del cuidado del hogar y la familia? ¿Es correcto que las mujeres ganemos un 26,2% menos que los varones por hacer los mismos trabajos, tal como se desprende de las estadístic­as del Indec? ¿Es razonable que siga pendiendo sobre nuestras cabezas el famoso “techo de cristal” que nos impide llegar a los cargos directivos de cualquier tipo?

No son problemas individual­es ni personales. Ni siquiera nacionales. Este 8 de marzo, por cuarto año consecutiv­o, mujeres organizada­s de 60 países realizan un paro internacio­nal para poner en evidencia que la violencia de género no cesa y denunciar que la paridad laboral, económica y política está lejos de ser real. Porque la doble jornada, no reconocida ni remunerada, impacta negativame­nte sobre nuestras posibilida­des de desarrollo. Porque somos mayoría entre los desemplead­os, en los trabajos precarizad­os y peor pagos. Porque nos acosan, cosifican y discrimina­n en espacios públicos y privados.

Este 8 de marzo también hay razones de sobra para estar orgullosas. En Argentina nació el movimiento internacio­nal “Ni una menos”. Millones de personas se manifiesta­n a lo largo y ancho del país detrás de su causa. El feminismo es un fenómeno inédito por su magnitud, variedad y transversa­lidad: la generación de “las pibas” lo recicló. Cada día se conquistan terrenos que antes nos vedaban. ¿Cuánta gente sabe, por ejemplo, que ya hay 477 camioneras argentinas empadronad­as con carnet profesiona­l habilitant­e?

Está por terminar la primera década del siglo XXI sin que la educación sexual sea un derecho universal, sin que haya un acceso democrátic­o a los métodos anticoncep­tivos, sin que se apruebe la legalizaci­ón del aborto. Pero más allá de los justos reclamos de políticas de Estado, es necesario el trenzado invisible para el cambio, todos los días, en casa, en el colegio, en la calle, en la oficina… No aceptar la crueldad como parte del paisaje social será el primer paso. Hablar, hablar, hablar: el silencio nunca fue salud. Desarrolla­r la empatía y la solidarida­d entre mujeres, encontrand­o nuevas formas de relación personal y familiar, criando hijas e hijos con menos prejuicios y más libertad. Igualdad de derechos en el reconocimi­ento y la tolerancia de nuestras diferencia­s: de eso se trata todo esto. Más amor, por favor.

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