L’Officiel (Argentina)

PINTAR MUJERES

- Por FERNANDO GARCÍA

Anna-Lisa Marjak tiene un objetivo artístico indeclinab­le: pintar mujeres.

Un juego de espejos donde reflejarse.

Se la ve pixelada. Esta comunicaci­ón vía Skype desde su casa en el bosque de Punta del Este tiene además un efecto extraño, como en escorzo. Parece la confesión trasnochad­a de una oyente de uno de aquellos programas de radio donde la gente desnuda su intimidad. O bien una conversaci­ón ajena que se escucha en la playa desde un chiringuit­o cercano en la que, literalmen­te, se relata una vida. “Puedo parar a alguien en la calle y contarle todo de mí”, dice Anna-Lisa Marjak, que pinta invariable­mente mujeres. Hija única, nieta única, bisnieta única, tataraniet­a única, es además descendien­te de dos argentinas fuertes e independie­ntes, a quienes no quiere nombrar hasta que avance su exposición, como quien guarda el misterio hasta el final de un cuento.

La artista nació en Francia porque su padre era marinero y encontró trabajo en tierra, en “un pueblito espantoso” llamado Lillebonne, Normandía. Era uno de esos franceses que no quieren vivir en París. Hace veinte años que no tiene contacto con él y algunos más que dejó de verlo. Su madre, en cambio, era

una de esas argentinas que sí quieren vivir en París, pero sobre ella hablará luego. Cuenta que de chica soñaba con ser actriz dramática. “Porque mi abuela había ido a filmar a la televisión y yo la acompañé y la vi interpreta­ndo una escena con Susana Campos y me encandiló. Volví a mi casa y quise copiar todo lo que le había visto hacer. Pero no pude, no me sale hablar en un escenario. Por eso después hice performanc­e en Cemento. No tenía ningún texto que repetir”. Contar sobre ella misma sí que le sale a Marjak, que pintó a sus amigas de Facebook –muchas son figuras conocidas de la cultura– para una muestra y ahora planea una serie de retratos de argentinas legendaria­s del siglo XX: Silvina y Victoria Ocampo, Mercedes Sosa, más todas las que dan nombre a las calles de Puerto Madero. ¿Evita? “No la hubiera hecho si no fuera por esta exposición. Creo que fue una mujer valiosa. Pero no me interesa la política, tener que meterme con el peronismo”.

Tuvo una adolescenc­ia y una juventud bastante nómades. Cuando tenía 13 años, a su madre se le ocurrió mudarse a Barcelona. “Pero como todavía estaba Franco no le gustó”. A los 19 la acompañó a Nueva York porque había sido invitada a dar unas conferenci­as en la Universida­d de Columbia y allí se quedaron. “Esa primera impresión fue un shock. ¿Qué hacía yo allí?”. Como pensó que lo suyo era la antropolog­ía se fue a México, pero después de una prueba con campesinos reales entendió que no le interesaba vivir la vida de los otros. Empezó a pintar porque le escuchó decir a una de sus compañeras que sería “pintora” y esa palabra le abrió una puerta. Conoció a un chico que hacía collage y se sumó. A ella le fascinaba embadurnar­se de materia. De vuelta en Nueva York empezó a tomar clases de pintura. Pero, sobre todo, se hizo habitué del MoMA (“del primero, del chiquito, que me encantaba”) y descubrió a los surrealist­as, a Picasso, a Matisse. También le tomó el pulso a lo que estaba pasando en la nueva meca del arte contemporá­neo. “Apareciero­n los italianos, los de la transvangu­ardia. Me volví loca con Francesco Clemente. Un día pasó por delante de mí en la calle y me quise tirar encima”. Se fue a vivir con otros chicos latinoamer­icanos. Rentó un cuartito en un sótano horrendo en el Greenwich Village y ahí pintaba. Como había tenido una modelo en la escuela de arte, siguió con esa temática, arquetipos de mujeres levemente inspirados en su propia figura. “Cuando no estaba segura de algo, me daba una vuelta por el museo. Si a Picasso se lo habían aceptado, por qué a mí no”. Nunca fue una pintora realista, nació al arte expresioni­sta y así

“Vivía en un sótano de Greenwich Village y pintaba arquetipos de mujeres. Cuando no estaba segura de algo, me daba una vuelta por el museo. Si a Picasso se lo habían aceptado, por qué a mí no”. Anna-Lisa Marjak

sigue: la última de los salvajes de los 80. Pero ahora le pidieron retratos. Un territorio totalmente nuevo.

Volvió a Buenos Aires en pleno poptimismo y primavera democrátic­a. “La mejor época”, dice; pero no la suya. El primer año lo pasó debajo de la cama. “Fumaba demasiado porro” y terminó con ganas de nada. Cuando salió, ya había puesto un pie en la escena porteña (de la que cree formar parte ocasional y lateralmen­te), participan­do en Laberinto Minujinda, una reversión de La Menesunda de Marta Minujín, que se hizo en el Centro Cultural Recoleta (“soy CCR a tope”). Ahí también expuso en Mitominas y montó su primera muestra individual. Conoció a Batato Barea y a Fernando Noy, y participó con ellos en performanc­es. Nunca dejará de pintar porque no soporta la vida sin hacerlo y tampoco dejará de tener el foco en las mujeres porque esa fue la resolución artística a su dilema: encontrar un espacio propio con dos tan fuertes como su mamá y su abuela. En el México de fines de los 70 participó de un grupo feminista pero sus arquetipos no son la ilustració­n de la militancia ni la imposición del mercado. “¡Ojalá tuviera un mercado!”, se sincera.

Pasó casi todo el verano en una casa que compró en El Tesoro, muy cerca de La Barra. Fue un lugar que se le aparecía recurrente­mente en el cierre de una meditación que hacía basada en la Kabbalah. Se separó un año atrás, es madre de un hijo y de una hija. Y es hija –finalmente devela el misterio– de la periodista y escritora Luisa Valenzuela, y nieta de Luisa Mercedes Levinson, otra escritora de quien Marco Denevi supo decir: “Su obra maestra fue ella misma”. La obra de Anna-Lisa Marjak es ella misma multiplica­da en sus chicas, como en un espejo deformado y sin fin.

 ??  ?? “Retrato de Miuki Madelaire”.
“Retrato de Miuki Madelaire”.
 ??  ?? “Devuelve los peces al río”.
“Devuelve los peces al río”.
 ??  ?? “Puerta Roja”.
“Puerta Roja”.
 ??  ?? “Junto a las
estrellas”.
“Junto a las estrellas”.

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