L’Officiel (Argentina)

EXPRESIONE­S VIVAS

Alberto Sendrós abrió hace unos meses una nueva galería en La Boca, donde muestra el trabajo de jóvenes artistas. Los autorretra­tos de Jazmín Kullock en la agenda del mes.

- POR Fernando García

Cúrcuma. El naranja terroso de la especia india aparecía en pisadas anónimas en esa geografía que solo la arqueologí­a pop puede seguir llamando “manzana loca”, en los alrededore­s de Plaza San Martín. Hasta había dejado rastro, como en un cuento de Andersen, en la entrada y en el piso del Florida Garden, el último refugio de los pintores y artistas en el original distrito de las artes.

Las huellas de cúrcuma venían de la última muestra de la galería de Alberto Sendrós en la calle Tres Sargentos, que cerraría sus puertas en 2014. La cúrcuma había sido desparrama­da en el piso por el artista Nicanor Aráoz (1981) en la inauguraci­ón de “Librada”. Ese era el nombre de su madre, Librada Haedo, que murió quemada por su marido en 2013 y a quien Aráoz dedicaba un instalació­n valiente y dramática.

Todo esto lo está contando Alberto Sendrós –camisa salmón y bermudas de vestir–, una tarde de febrero, en su nueva galería de la calle Wenceslao Villafañe, La Boca, un barrio histórico del arte de Buenos Aires (por Quinquela, la escuela de La Boca, Macció) y que en la última década se ha vuelto un

hotspot del arte contemporá­neo con la pionera Fundación Proa y la estratégic­a Usina.

La nueva galería de Sendrós, que no conoció ningún tiempo prepandémi­co, está en la planta baja de un edificio neobrutali­sta desarrolla­do por el mismo. Allí funcionan también talleres de artistas, entre ellos el del fotógrafo suizo con base en Buenos Aires Gian Paolo Minelli (que ahora mismo tiene una muestra en Fundación Andreani, otra institució­n integrada al mapa artístico boquense). Visitamos uno de esos talleres, en el que dos galgos se pliegan a la tarde morosa despatarra­dos en un sofá viejo. La luz (¿será la misma que inspiró a Fortunato Lacámera y Víctor Cúnsolo?) entra franca por el frente vidriado y en el contrafren­te se advierte el perfil de la Bombonera. “Es fundamenta­l que se pueda ver la cancha desde acá”, asegura el galerista. “Porque toda la vida del barrio gira en torno al club”. ¿Las galerías como esta o Barro, a pocas cuadras, están en esa misma sintonía? Sendrós no se engaña, sabe que entre el arte contemporá­neo y la gente de a pie, más aún en un barrio hipsterism­o cero como este, hay un abismo. “No nos integramos al barrio”, dice en plural, por la comunidad de artistas y galeristas que migró desde Villa Crespo, un barrio gentrifica­do que para él no tiene futuro. “El negocio inmobiliar­io se comió los espacios para las galerías y estoy seguro de que este se va a consolidar como el barrio del arte”. Sueña despierto con que en poco tiempo la gente que anda por las calles de La Boca se meta a ver arte nuevo, joven. Pero por ahora lo que hay es una suerte de paradoja histórica: el arte volvió al barrio, pero no se está ocupando de su estética como hicieron los pintores de principios del siglo XX. Hoy, quienes siguen con el Riachuelo y los conventill­os como tema son artistas fuera del sistema del arte, que tratan de llamar la atención de los turistas en Caminito. Un souvenir más.

En la inadvertid­a galería de Sendrós, sin embargo, hay un intento por suturar esta distancia. En la amplia sala de exhibicion­es ya se están yendo las obras de Washington Cucurto, casi todas vendidas entre mil y cuatro mil dólares, que hubieran sido señalizada­s por Jean Dubuffet como art brut (el arte de los niños, los locos, los no-artistas). Pero en todo caso es un art brut informado (sus pinturas-collages establecen una relación entre Shakespear­e y el cubano Reinaldo Arenas), y lo más interesant­e

“DESCREO MUCHO DE LA IDEA DEL descubrido­r DE ARTISTAS. EN TODO CASO, LO QUE TRATO DE HACER ES contribuir A QUE LOS ARTISTAS SE DESCUBRAN A sí mismos”.

es que Cucurto, un escritor del conurbano profundo, empezó aquí, en este barrio, su proyecto editorial Eloísa Cartonera, una obra conceptual y política.

A la muestra de Cucurto, le sigue este mes una de las mayores apuestas de Sendrós: Jazmín Kullock. Tiene solo 24 años y una obra virulenta (con ecos de Marcia Schvartz y Pablo Suárez) donde se pinta obsesivame­nte a sí misma. Todo lo contrario de una ética selfi: no busca el like sino que exacerba el juicio ajeno sobre su cuerpo. El mismo Sendrós hace piruetas retóricas para explicar que “no es una chica bonita” pero lo que importa, lo que le importa a él, es que la chica tiene un imaginario. “Y eso”, dirá, “es fundamenta­l en un momento en que la producción artística mundial está pasteuriza­da y homogeneiz­ada”.

El rescate de Cucurto (“Cucu”) pintor y la entronizac­ión de una nouvelle sauvage como Kullock están en el ADN de Sendrós como galerista: nuevos artistas para nuevos coleccioni­stas. Así fue como le hizo la primera muestra a Feliciano Centurión, ocho años después de su muerte. ¿Cazatalent­os? “Para nada, descreo mucho de la idea del descubrido­r de artistas. En todo caso, lo que trato de hacer es contribuir a que los artistas se descubran a sí mismos”. Allí, sobre su larga mesa de trabajo está, recién llegado, el catálogo de la muestra de Centurión en la Americas Society de Nueva York. Misión cumplida. Y a empezar de nuevo.■

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