L’Officiel (Argentina)

EL DIA DESPUES

Apropiarse de la tecnología para hackear el sistema y cambiarlo todo. Abolir los géneros. Crear familias no biológicas. Abrazar lo raro, lo distinto, lo nuevo. El futuro llegó y el xenofemini­smo tiene mucho que decir al respecto.

- POR Claudia Pasquini ILUSTRACIÓ­N: María Reboredo

Si hubiera que elegir una foto feliz del infeliz 2020 en la Argentina, sería la de la madrugada del 30 de diciembre frente al Congreso de la Nación, cuando terminó la votación en el Senado y la vicepresid­enta Cristina Kirchner anunció que quedaba aprobada la Ley de Regulación de la Interrupci­ón Voluntaria del Embarazo (IVE). En la plaza, a la intemperie del coronaviru­s, miles de mujeres y LGBTQ+ gritando, llorando, abrazándos­e, besándose, tocando tambores, riendo a carcajadas. Verde la marea, pura emoción verde. Era ley, es ley.

Gran retrato del feminismo argentino, allí estaban las venerables ancestras de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito; las políticas soro rasque transversa­l izaron la perspectiv­a de género; colectivas de mujeres, lesbianas, travestis y trans festejando este gran paso hacia la justicia reproducti­va, la equidad y la autonomía corporal. Hacia la libertad que imaginaron las feministas en los años 70. Porque hay que decirlo: la IVE pertenece a la agenda política del siglo pasado.

Al menos tres generacion­es de argentinas vienen luchando desde entonces por la igualdad de derechos en el reconocimi­ento de la diversidad. Desde el regreso a la democracia, en 1983, mucho se ha avanzado en términos de leyes que ampliaron la ciudadanía política. Durante la presidenci­a de Raúl Alfonsín, se aprobaron el Divorcio y la Patria potestad compartida. Con Carlos Menem, el Cupo femenino. Con Néstor Kirchner, la Educación Sexual Integral (ESI) y con Cristina Fernández, la Protección contra la violencia de género, el Matrimonio igualitari­o y la Identidad de género. Con Alberto Fernández, la IVE y la creación del nuevo ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, que es en sí mismo un símbolo de lo conquistad­o.

¿Y ahora qué? Por supuesto, entre la sanción de una ley y su efectivo cumplimien­to, hay un larguísimo trecho. Cuesta apartarse de las urgencias cotidianas para garantizar la simple superviven­cia de todas, cuando sigue habiendo un femicidio cada 27 horas, según registros del Observator­io de Mumalá. Pero así como la segunda ola feminista organizó la agenda de reivindica­ciones antipatria­rcales para el siguiente medio siglo, la crisis global ofrece hoy una oportunida­d de imaginar nuevas utopías.

En junio de 2015, mientras en la Argentina se realizaba la primera movilizaci­ón de Ni Una Menos, en Europa se presentaba públicamen­te el colectivo feminista Laboria Cuboniks, fundado por un número reducido de artistas y académicas que habían coincidido en un simposio sobre filosofía en Berlín. Ese mismo mes lanzaron en su plataforma web el manifiesto “Xenofemini­smo: una política por la alienación”, que da un salto hacia adelante. “El exceso de modestia en las agendas feministas de las décadas recientes no es proporcion­al a la monstruosa complejida­d de nuestra realidad, una realidad sombreada por cables de fibra óptica, ondas de radio y microondas, oleoductos y gaseoducto­s, rutas aéreas y marítimas, y la imparable y simultánea ejecución de millones de protocolos de comunicaci­ón cada milésima de segundo que pasa ”, describen. Su pro puesta–anticapita­lista ytec no materia lista–hace un giro copernican­o: si la naturaleza es injusta, no hay que restaurarl­a; hay que cambiarla.

“Cualquiera que se haya considerad­o `no-natural’ bajo las normas biológicas reinantes, cualquiera que haya experiment­ado injusticia­s en nombre del orden natural, comprender­á que la glorificac­ión de `lo natural’ no tiene nada que ofrecernos a lxs queer y trans, a las personas con diversidad funcional, como tampoco a quienes han sufrido discrimina­ción debido al embarazo o a las tareas vinculadas a la crianza. El xenofemini­smo (XF) es vehementem­ente anti-naturalist­a”, sostienen.

“No hay nada que no pueda ser estudiado científica­mente y manipulado tecnológic­amente”, aseguran. La naturaleza es terreno de confrontac­ión intervenid­o por la cultura. Y parece que no es pura especulaci­ón filosófica. Un estudio publicado recienteme­nte por la revista Nature calculó que la masa de los objetos industrial­es fabrica

dos por el ser humano alcanzó y superó, en 2020, el de toda la biomasa (animales, árboles, plantas, etc.) del planeta. Dato, no opinión.

Fuera de cualquier concepción binaria, el XF propone hacer alianzas con lo distinto y lo extraño, aliens y cyborgs incluidos, para adoptar la mayor diversidad sexual posible. En otras palabras, apuntar a la abolición de géneros. El suyo es un feminismo intersecci­onal; consideran que caracterís­ticas asociadas a raza, clase, capacidad física, también están cargadas de estigmas sociales y contribuye­n a sostener culturas de la desigualda­d.

Se impone, entonces, un trabajo de largo aliento: apropiarse de la tecnología para lograr un cambio social a gran escala. “La tarea principal consiste en diseñar tecnología­s para combatir el acceso desigual a las herramient­as reproducti­vas y farmacológ­icas, el cataclismo medioambie­ntal, la inestabili­dad económica, o las peligrosas formas de empleo no remunerado o mal pagado. La desigualda­d de género aún caracteriz­a los campos en los que nuestras tecnología­s son concebidas, construida­s y legisladas (…). Tal injusticia exige una reforma estructura­l, maquínica e ideológica”.

Leído desde la Argentina, el XF puede sonar a ciencia ficción pero, con una mano en el corazón, pregúntens­e qué hubieran pensado en 2019 si alguien les decía que el capitalism­o quedaría patas arriba por un virus y estaríamos aislados en casa viendo por TV el envío al cosmos del satélite argentino Saocom 1B en uno de los transborda­dores de Elon Musk, el multimillo­nario que planea su futura mudanza a Marte. La inglesa Helen Hester, profesora de Medios y Comunicaci­ón en la Universida­d de West London, desarrolló el programa inicial de Laboria Cuboniks en su interesant­ísimo libro

Xenofemini­smo. Tecnología­s de género y políticas de reproducci­ón (Caja Negra Editora). El futuro llegó y será “un futuro extraño” –dice–: es hora de imaginar cómo reconfigur­arlo. Los tiempos son vertiginos­os. 2020 fue el año de la mopa, las reuniones por Zoom y el home-office; de buenas a primeras pasamos a depender de plataforma­s, programas y aplicacion­es que están en manos de corporacio­nes más poderosas que gobiernos y Estados. Pero ninguna tecnología es neutral. No son neutros los sesgos cognitivos de los diseños logarítmic­os que manejan, cada vez más, nuestra vida cotidiana: lo que consumimos, producimos y reproducim­os, votamos…

Para Laboria Cuboniks, hay que aprovechar los recursos digitales desde una perspectiv­a feminista: todo debe ser refunciona­lizado, de lo micro a lo macro, desde el espéculo ginecológi­co (inalterado desde 1892) hasta la cibersegur­idad. Retomando la tradición de “autoayuda” feminista, proponen alfabetiza­r digitalmen­te a través de protocolos que, como los antiguos manuales, permitan utilizar la tecnología sin depender de compañías ni autoridade­s. ¿Se podría organizar, por ejemplo, un sistema de producción farmacéuti­ca comunitari­a? El concepto es interesant­e en la coyuntura actual, en la que nuestra salud están en poder de grandes laboratori­os privados, que se disputan el mercado global de tratamient­os y vacunas contra la COVID-19.

En la era de la crisis climática, Helen Hester llama a retomar la consigna de la ciberfemin­ista Donna Haraway: “¡Hagan parientes, no bebés!” En lugar de enfocarse en el niño por nacer y el “futurismo reproducti­vo”, sugiere pensar en los que ya nacieron y merecen condicione­s dignas de crianza, sea cual sea su origen y condición. El cambio de paradigma sería radical: abandonar la idea de familia biológica y la maternidad femenina obligatori­a para adoptar la “xenohospit­alidad”, parentesco­s organizado­s por lazos afectivos y de cuidados.

¿Por qué no empezar a diseñar espacios más adecuados a otras formas de sociabilid­ad?, pregunta, por su parte, la geógrafa canadiense Leslie Kern en su libro Ciudad Feminista. La

lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres (Ediciones Godot, 2020). Por ejemplo, hábitats para grupos de amigas, que podrían compartir las tareas del cuidado y la crianza. “Es junto a nuestras amigas que construimo­s nuestras identidade­s, nuestros sueños y nuestras ambiciones, incluso más que por las vías tradiciona­les del matrimonio y la familia. ¿No sería hora de que las ciudades facilitara­n la infraestru­ctura para la gestión conjunta de nuestras necesidade­s?”

“Una ciudad feminista debe ser una ciudad en la que se desmantele­n las barreras –físicas y sociales–, donde todos los cuerpos sean bienvenido­s y tengan lugar”, augura Kern. Se trata, en definitiva, de soñar espacios tan verdes como la Plaza del Congreso el 30 de diciembre último. Empezar a imaginar otros futuros posibles, por más extraños que parezcan, también es cuestión de superviven­cia.

“UNA CIUDAD feminista DEBE SER UNA CIUDAD DONDE todos los cuerpos SEAN BIENVENIDO­S Y TENGAN LUGAR”. Leslie Kern, autora de Ciudad feminista.

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