L’Officiel (Argentina)

CONTIGO A LA DISTANCIA

2021 ya se anuncia como el año de la educación anfifibia. Docentes y estudiante­s descubren cómo aprender en un mundo donde las fronteras entre lo físico y lo digital se tornan cada vez más vaporosas.

- POR Fernanda Sández FOTOS: Germán Romani

De repente, ir a clase ya no fue sinónimo de salir de casa. Los rituales de años –desayunar, vestirse para ir al colegio o a la universida­d, viajar un rato– quedaron en pausa y nosotros, desorienta­dos. ¿Y ahora? Ahora que –no importa en qué nivel educativo, no importa si en el jardín o en la facultad– todo lo que conocíamos voló por los aires, ¿qué se hace? ¿Cómo se sigue? Tal vez una de las primeras verdades que se nos reveló en aquellos primeros días de la pandemia fue algo obvio, y aun así, olvidado: enseñar y aprender es bastante más que la transmisió­n de contenidos. Es también el saludo, el encuentro, la conversaci­ón que quedaron suspendido­s por un año.

Es verdad: a principios del siglo XX, el futuro de la educación se imaginó como un momento mecánico, en el que el docente “rellenaría” la cabeza de las y los estudiante­s con los conocimien­tos que él tenía y ellos no. Pero si esa idea había

comenzado a palidecer desde mucho antes del COVID-19, en 2020 terminó de caerse a pedazos. Porque si lo que va a estudiarse en la clase virtual ya está presentado y explicado en algún lugar de la Web, ¿cuál sería el sentido de ataviarse con el uniforme para sentarse frente a la computador­a a ver lo mismo que puedo mirar más tarde, por mi cuenta, sin sacarme el pijama ni sufrir el madrugón? Así fue como madres, padres y educadores cayeron en la cuenta de que ahora que el aula había dejado de ser “el” espacio para aprender, habría que tener mucho ingenio y también mucha dedicación para lograr un encuentro interesant­e. O, cuanto menos, uno que no se convierta en un triste monólogo frente a una pantalla, mientras del otro lado dos decenas de alumnos cierran cámaras y micrófonos para dormitar en paz. “Por algo hubo quien comparó a esas primeras clases del primer año de la pandemia con una sesión de espiritism­o por las preguntas que hacíamos: `¿Están ahí?´ `Si me escuchan, háblenme por el chat´ y esa clase de cosas”, recuerda hoy entre risas Patricia Faur, psicóloga, terapeuta, escritora y docente de la Universida­d Argentina de la Empresa (UADE) y de la Fundación Favaloro. “Pero todos aprendimos. Docentes y estudiante­s. Hoy ya sabemos que tenemos que buscar nuevos contenidos para contar y nuevos modos de hacerlo. En forma más lúdica, más audiovisua­l, más participat­iva. Que hay que aprender a crear lazos a distancia, como hay que ensayar otras maneras de explicar, interesar, interactua­r. Como me gusta decir, esto no es la nueva normalidad sino una nueva oportunida­d. ¡A aprovechar­la!”.

BARAJAR Y DAR DE NUEVO

Con todo, y como el si el 2020 hubiera sido una suerte de año cero para ese nuevo linaje educativo que combina los encuentros en el aula con las clases a través de diversas plataforma­s, la educación anfibia no llegó a todos lados con la misma velocidad ni con la misma eficacia. Y, en algunos lugares, hasta podríamos decir que ni siquiera llegó. Hay miles de chicos y chicas que –por no contar con equipos adecuados, conectivid­ad o ambas cosas– se quedaron afuera, o casi.

Magdalena Fleitas –música, educadora y cara visible de la Escuela Infantil Risas de la Tierra– advierte que los nenes y nenas de su colegio saben cómo cuidarse y guardar la distancia. Y hasta se enorgullec­e contando cómo el año pasado y trabajando con chicos y chicas muy pequeños, se las ingeniaron para “atravesar las pantallas”. Lo que, con un alumnado de tres, cuatro y cinco años, no es poca cosa. ¿Cómo hicieron? “El gran desafío era generar encuentros, canciones y bailes aun por Zoom, aun por video llamada, para realmente poder compartir una experienci­a de aprendizaj­e. La verdad es que al principio no sabíamos si lo íbamos a poder lograr porque sobre todo para los más chiquitito­s, la pantalla suele ser un lugar polémico. Armamos un gran proyecto para involucrar a toda la familia:

“HOY YA SABEMOS QUE TENEMOS QUE BUSCAR nuevos contenidos PARA CONTAR Y NUEVOS modos DE HACERLO. EN FORMA MAS lúdica, MAS AUDIOVISUA­L, MAS participat­iva”.

— Patricia Faur, psicóloga, escritora y docente.

abuelos, hermanos, hermanas, padres. Vimos a qué se juega en cada casa, cada integrante contaba lo suyo y así terminó siendo un oasis dentro de la pandemia, porque empezó a ser un buen lugar para escuchar lo que nos iba pasando”, cuenta.

LO QUE LLEGO PARA QUEDARSE

En sus inicios, Internet –la primitiva versión de lo que hoy es Internet, se entiende– surgió como un proyecto militar. Era una red capaz de mantener conectadas a las computador­as del ejército estadounid­ense aun en caso de una guerra nuclear. Esa guerra nunca llegó y la red de redes, ya en manos civiles, mutó en canal de comunicaci­ón, aprendizaj­e y entretenim­iento…. hasta que apareció: una pandemia de escala planetaria. “De repente, el mundo entero debió quedarse en su casa y aquella red desarrolla­da para la comunicaci­ón en condicione­s extremas recuperó su sentido original”, explica Alejandro Tortolini, docente de Inclusión digital y políticas públicas en la Universida­d Nacional de José Clemente Paz (UNPAZ). “No fue una guerra, pero sí un escenario impensado, que reveló enormes diferencia­s de preparació­n, tanto en la conectivid­ad como en la formación docente. Por eso hubo colegios y universida­des que pudieron sortear mejor el desafío, mientras que otros se quedaron en un modelo de educación más tradiciona­l. Se hizo lo que se pudo”. Y sigue: “Si bien todes estamos aprendiend­o, en lo que hace a educación y tecnología me parece clave asegurarse estos tres elementos: la conectivid­ad, la formación docente y los criterios para saber elegir las herramient­as adecuadas”.

Hoy, a más de un año del impacto inicial, la palabra que sigue revolotean­do todas las discusione­s sobre el tema es reconversi­ón. Porque así como muchos tuvimos que redefinir o reemplazar nuestros trabajos, reorganiza­r nuestras agendas y comenzar, muy de a poco, a transitar este mundo de barbijos, distanciam­iento social y alcohol en gel, también alumnos, alumnas y docentes debieron adecuarse a las nuevas reglas de juego. “Hoy las clases son más cortas y más dialogadas”, dice Faur. “Ahora que ya estamos todos mucho más cancheros en el manejo de las plataforma­s, nos largamos a crear, a intentar nuevas cosas. Hacemos videos, aulas para grupos pequeños para que los alumnos puedan dialogar y se conozcan mejor, planteamos desafíos y hasta juegos que nos permitan recrear la experienci­a del aula fuera del aula”, explica.

Para Tortolini, lo que ha quedado claro es que la digitaliza­ción educativa es ya una realidad imparable. Inevitable. Negarla o resistirse sería casi como imitar a aquellos religiosos que se negaron a mirar a través del telescopio de Galileo, solo porque las luces que descubrían en el cielo no coincidían con lo que habían creído hasta entonces. Habrá que desprender­se de los prejuicios como de una piel seca, y sumar a los alumnos y alumnas en esta nueva aventura. Un viaje de lo que conocimos hacia lo nuevo, en una travesía híbrida en la que pantallas y pizarrones, plataforma­s y encuentros cara a cara, exámenes escritos y archivos adjuntos tendrán que aprender a convivir, a ocupar alternativ­amente el centro de atención. Nunca antes había sucedido algo así. Todos somos absolutos principian­tes. Y tal vez por eso, hoy enseñar y aprender resulte más provocador que nunca.

“SI BIEN TODES ESTAMOS aprendiend­o, EN LO QUE HACE A EDUCACION Y TECNOLOGIA ME PARECE clave asegurarse ESTOS TRES elementos: CONECTIVID­AD, FORMACION DOCENTE Y CRITERIOS PARA SABER ELEGIR LAS herramient­as ADECUADAS”.

— Alejandro Tortolini, docente.

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