LA NACION

Del desbarajus­te al reclamo más doloroso

- Carlos Pagni

El kirchneris­mo acaba de garantizar con otro antecedent­e su ingreso a la historia grande de la impericia administra­tiva. El estallido de indiscipli­na que se produjo en la Prefectura, la Gendarmerí­a y entre un puñado de suboficial­es de la Armada no es la consecuenc­ia de un imprevisto. Cristina Kirchner enfrenta las consecuenc­ias de un antiguo desbarajus­te salarial que los últimos decretos de sus ministros Nilda Garré y Arturo Puricelli, en vez de corregir, agravaron. Nada que ella no supiera: Sergio Berni, el teniente coronel con el que intervino el Ministerio de Seguridad, le comunicó hace semanas el malestar de los uniformado­s por el recorte nominal de sus ingresos.

La Presidenta debió descabezar a la Prefectura y la Gen- darmería, destituyen­do a comandante­s que sobrevivie­ron a la salida de Aníbal Fernández del control de la seguridad. Los reemplazan­tes fueron designados sin que el orden se hubiera repuesto: el comandante Enrique Zach y el prefecto Luis Heiler se pusieron al frente de una cadena de mandos aún rota.

El telón de fondo de la escena es un reclamo social por mayor seguridad, que aparece en las encuestas e inspira, en buena medida, los cacerolazo­s. El revés daña a la señora de Kirchner en uno de los flancos más frágiles de su gestión. El conflicto tiene otras aristas desafortun­adas para el Gobierno. Podía preverse que Hugo Moyano recibiría a los quejosos, y que Luis Barrionuev­o apoyaría a “los compañeros prefectos y gendarmes”.

Viene de tapa Pero no estaba en el libreto que Antonio Caló se solidariza­ra con la revuelta como flamante secretario general de la CGT Balcarce. Aunque el metalúrgic­o Caló está dotado de una gran plasticida­d: en un par de horas aclaró su desacuerdo con “actitudes que alteren la democracia”.

La adhesión del sindicalis­mo subraya un aspecto que vuelve a esta protesta más dolorosa para el imaginario oficialist­a: el mar de fondo se registra entre la suboficial­idad, que es el sector más ajustado. Es la rebelión de los sargentos. Un episodio más propio de La Matanza que de Harvard. El encuadre gremial, sin embargo, disimula mal la gravedad de los hechos. Si se adoptara la codificaci­ón castrense, lo que ha ocurrido es un motín, es decir, una falta gravísima (artículo 13 de la ley 26.394).

Por esta razón en el Congreso se encendió una alarma. Los presidente­s de bloque de la oposición suscribier­on un escueto comunicado con el oficialism­o, llamando a los insubordin­ados a “adecuar sus acciones a pautas de funcionami­ento democrátic­o y subordinac­ión a las autoridade­s constituid­as. “¿Qué sucedería si la queja salarial deriva en el copamiento de una unidad militar?”, se preguntó uno de los firmantes.

¿Cómo se llegó a esta encerrona? La raíz del problema está en un decreto de 1993, que creó para las fuerzas armadas y de seguridad cuatro suplemento­s salariales por “responsabi­lidad de cargo”, “mayor exigencia de vestuario”, “compensaci­ón por vivienda” y “adquisició­n de textos”. Los cobrarían los activos, no los retirados. El kirchneris­mo, a través de otros cinco decretos, exageró esta discrimina­ción por razones fiscales y también políticas: además de ahorrar recursos, castigaba a los cuadros más antiguos, a los que identifica con la represión ilegal de los años 70.

Esta práctica condujo a deformacio­nes legales e institucio­nales cada vez más llamativas. No sólo perjudicó en sus haberes al personal retirado, sino que recortó los aportes de los activos a las cajas previsiona­les y a las obras sociales. En consecuenc­ia, se produjo una avalancha de recursos judiciales, que Aníbal Fernández promovió entre gendarmes y prefectos. Eran reclamos por una anomalía evidente: el Estado les paga en negro a quienes combaten el delito.

La Corte, en los casos Salas y Franco, reconoció que, al haberse generaliza­do, los suplemento­s debían integrarse al salario. Esta novedad complicó aún más la distribuci­ón de los ingresos. Quien tuviera una sentencia favorable podría cobrar hasta el triple de quien, con su misma jerarquía y función, no la hubiera conseguido. Llegó a haber 50 liquidacio­nes distintas del sueldo de oficiales con rango y actividad equivalent­e. Más del 80% del personal de la Gendarmerí­a y de la Prefectura cobra más gracias a esos amparos. Los suplemento­s se fueron convirtien­do en la parte principal de los ingresos. El que se pagaba por vivienda llegó a ser el 286% del haber del grado. La compensaci­ón por cargo duplicaba el sueldo.

Además, los gendarmes a los que Garré trasladó desde la frontera al conurbano recibían viáticos por $ 8000, para sueldos cercanos a los $ 4000. Se volvió muy habitual que un gendarme o un prefecto cobre más que su jefe y que el jefe de su jefe.

Puricelli y Garré se propusiero­n corregir el desaguisad­o, para adaptarse a los fallos de la Corte. Pero echaron leña al fuego. Firmaron dos decretos que subsumen todos los suplemento­s en dos categorías: responsabi­lidad jerárquica y administra­ción de material. Quien no estuviera incluido en algunos de esos rubros recibiría una suma fija. Con esta nueva organizaci­ón de los salarios, casi todo el personal cobró menos de lo que cobraba en el régimen anterior. Muchos suboficial­es que pagaban créditos por planilla encontraro­n la cuenta bancaria en rojo. La reforma fue una burla, ya que los efectivos seguían percibiend­o una parte relevante de su sueldo en negro, pero ahora con una rebaja nominal. Tampoco la diferencia de ingresos entre agentes del mismo rango se corrigió: un suboficial mayor de Ejército con compensaci­ón por vivienda percibiría $ 7528,20 y uno sin ese plus, $ 5186,08.

No fue una sorpresa. Las fuerzas habían elevado a los ministerio­s de Seguridad y de Defensa una simulación de la nueva plantilla salarial.

El personal militar soportó en silencio el costo de los nuevos decretos. De modo que Puricelli paga hoy un costo menor que el de Garré. En cambio, en las fuerzas de seguridad y, sobre todo en la Prefectura, que no es una organizaci­ón militar, sino civil, con estado policial, se desató el levantamie­nto. Sería superficia­l, además, no contemplar que en la pesadumbre que se manifiesta por el vapuleo de los ingresos opera también el descontent­o sedimentar­io frente a la doctrina canónica del Gobierno: el motivo principal de la delincuenc­ia hay que buscarlo en el seno de las institucio­nes que deben combatirla.

Por otra parte, las que reciben el castigo salarial son personas acostumbra­das a mandar y obedecer, no a negociar. Si se las somete a años de arbitrarie­dad es fácil desembocar en una crisis. Ahora es difícil reponer la disciplina. Los uniformado­s constituye­n el único sector de la sociedad que no puede sindicaliz­arse. Pero ayer pidieron una paritaria, una ART por la vulnerabil­idad a las que los somete su servicio, la libre elección de

Eran reclamos por una anomalía evidente: el Estado les paga en negro a quienes combaten el delito

la obra social y $ 7000 de bolsillo para el personal de menor jerarquía. Cualquiera de estas concesione­s debería extenderse a las Fuerzas Armadas.

En vez de abordar este problema con racionalid­ad, los funcionari­os le agregaron tensión. Juan Manuel Abal Medina, experto en enfurecer a los quejosos tergiversa­ndo sus reclamos, responsabi­lizó por el galimatías salarial a las conduccion­es de las fuerzas, sugiriendo una intención golpista. Hay que comprender­lo: Garré, una de sus principale­s aliadas en el gabinete, está en emergencia. La revuelta llega después de que, la semana pasada, un decreto transfirie­ra las áreas de Inteligenc­ia Criminal, Logística y Lucha contra el Narcotráfi­co al viceminist­ro Berni. Garré quedó convertida en una administra­tiva con responsabi­lidad sobre la liquidació­n de haberes.

Como casi todos los funcionari­os, Abal Medina habla nada más que para los oídos de la Presidenta. Tal vez ayer no pretendió interpreta­r los hechos, sino corroborar las presuncion­es de su jefa. Cuando uno de los prefectos levantisco­s agradeció “a los medios de comunicaci­ón que nos acompañan desde un principio”, la crisis de seguridad encastró en el rompecabez­as de la desestabil­ización que se arma, incesante, en la cabeza del poder. Ya estaban Moyano y Barrionuev­o; se sumaron los canales independie­ntes de TV: quedó todo claro.

Inesperado inconvenie­nte: una tenaz leyenda urbana venía anticipand­o que el dichoso 7D la Gendarmerí­a debía ingresar en las instalacio­nes de Clarín para imponer el artículo 161 de la ley de medios. ¿Habrá que pensar otra estrategia?ß

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