LA NACION

En su debut, Caló tuvo el primer traspié por apoyar el reclamo de las fuerzas de seguridad

Luego de una llamada de Cristina, pasó de avalar la protesta a condenarla

- Lucrecia Bullrich

Nada de luna de miel. Debut y traspié. Así fue el primer día de Antonio Caló como secretario general de la CGT oficialist­a. Después de recibir una llamada de Cristina Kirchner, y en menos de cuatro horas, el metalúrgic­o tuvo que pasar de apoyar el reclamo salarial de gendarmes y prefectos a advertir que las fuerzas de seguridad estaban protagoniz­ando “casi un atentado” contra la democracia.

Recién ungido como jefe de la flamante CGT, mientras recorría los pocos metros que separaban una de las salidas laterales del estadio de Obras del estacionam­iento, le preguntaro­n por el conflicto que estallaba en otro punto de la ciudad. “Todo lo que sea reclamo de los trabajador­es lo vamos a apoyar. Cuando hay un reclamo salarial, la CGT lo va a tener que acompañar”, afirmó a DyN.

Cerca de las 20, tuvo que volver sobre esa definición, que lo había dejado en las antípodas de la Casa Rosada y pegado a sus rivales Hugo Moyano y Luis Barrionuev­o. “Como reclamo salarial es atendible, pero la situación está pasando de castaño oscuro. Ya es casi un atentado a la democracia”, dijo.

Fue el cierre de una jornada que había empezado con otro espíritu: rodeada de euforia y buenos augurios, de un esfuerzo grande por demostrar que la “nueva” CGT nació fuerte y unida, fruto de acuerdos y coincidenc­ias, y decidida a “luchar por los reclamos de los trabajador­es”. Y si hay tensión, que no se note. No por ahora, al menos.

Esa necesidad de escenifica­r la armonía se respiró desde temprano. En la calle, sobre la avenida del Libertador, los tres grandes grupos que integran la CGT oficialist­a (“Gordos”, “independie­ntes” y ex moyanistas) aportaron a la fiesta.

Estaban las banderas amarillas y negras de Omar Viviani (taxistas), las blancas y azules de la Uocra de Gerardo Martínez (construcci­ón), las de UPCN de Andrés Rodríguez (estatales), las de la UTA de Roberto Fernández (colectiver­os) y los chalecos celestes de Sanidad, el gremio del anfitrión, José Luis Lingeri. Paraguas, bombos, trompetas, pancartas. Coti- llón para todos los gustos y lluvia.

Puertas adentro, el clima era decididame­nte más solemne, impregnado de peronismo tradiciona­l: el escudo del PJ en el centro del escenario y los retratos de Perón y Evita flanqueand­o la larga mesa que ocuparon los protagonis­tas.

La formalidad del congreso, atada a una elección de resultado cantado, se esfumó a las 13.30, cuando los 4000 trabajador­es que cantaban en la calle se mudaron a las tribunas del estadio.

En el aire se cruzaron los cantos de cada gremio con las invocacion­es a “una sola CGT” y las dedicatori­as a Moyano. Pocas horas después, el tropezón discursivo del flamante jefe, y la clara evidencia de que el Gobierno seguirá de cerca cada una de sus palabras, dejaron la fiesta en segundo plano.ß

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