LA NACION

Un catálogo tan amplio que produce vértigo

- Ricardo Sametband

Lo dijo Marshall McLuhan en 1964. El medio es el mensaje. Es tan importante lo que leemos, escuchamos o vemos como el medio en el que lo hacemos. un libro no es una revista, una película vista en el cine no se aprecia igual en televisión.

¿Qué hay, entonces, en la afición por el entretenim­iento digital? Algo de moda, un poco de vértigo y una pizca de liberación. Y que la mayoría de estos servicios tenga costo cero o sea inferior al de la oferta tradiciona­l ayuda, claro.

unas 725.000 aplicacion­es tienen los equipos de Apple. 600.000 los que usan Android. 100.000 los de Windows Phone. Abren una biblioteca de posibilida­des inabarcabl­e. Es, a su manera, entretenim­iento en estado puro, con una infinidad de propuestas, miradas y orígenes.

Esa oferta trae un poco de vértigo (¡tanto para elegir!) sobre todo porque es, en su mayoría, gratis: según estimacion­es de Gartner, el 90% de las aplicacion­es disponible­s no tiene costo para el usuario. Los servicios de contenidos multimedia (de música o videos) sí lo tienen, pero ofrecen abonos mensuales de consumo ilimitado que permiten transforma­rlos en servicios. Se absorben en el conjunto de gastos mensuales de la familia. Se pagan y ya, están ahí, una lista enorme de títulos a un dedo de distancia (sea un clic del mouse o un toque en la pantalla táctil).

A ese vértigo de opciones se le suma un impulso liberador. Los buenos servicios, las aplicacion­es exitosas –sobre todo, las que ofrecen con- tenido que antes estaba disponible en formatos tradiciona­les, como el papel, la radio o la televisión– le dan al usuario dos de las cosas que, en general, más valoramos en nuestra vida: la flexibilid­ad y la ausencia de intermedia­rios.

Ya no es el poder ver el programa de televisión cuando queremos (en oposición a esperar a que el canal lo emita cuando lo considera adecuado). Es tener la libertad de hacerlo en cualquier lugar y momento, en dispositiv­os tan personales –tan nuestros– como el celular o la computador­a. Se valora el contenido antes que el contenedor, y la posibilida­d que ofrecen estas aplicacion­es de tener un contacto directo con el productor de ese contenido y no con el intermedia­rio que lo vende o distribuye.

Las aplicacion­es y los servicios exitosos son los que entienden y adoptan este fenómeno, los que tratan de hacerse transparen­tes, de adaptar su mensaje al interés del usuario, y no al revés. Parafrasea­ndo a McLuhan, su mensaje como medio, en este caso, es poner las preferenci­as del usuario antes que nada, algo que agradecemo­s siempre.

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