El peligro de marcar al otro
escraches. La acción directa está siendo utilizada cada vez más, tanto desde el Estado como desde algunos sectores de la sociedad civil. Por qué los ataques personalizados no sorprenden en la Argentina de hoy
La Argentina se desliza en estos tiempos por una peligrosa pendiente: la vuelta de los escraches, fenómeno sobre el cual vale la pena reflexionar. se trata de un fenómeno complejo, y aunque las formas que han adquirido entre nosotros no son todavía comparables, palmo a palmo, con las prácticas fascistas, no pueden ser ignoradas, porque podrían estar prefigurándolas. Parece necesario señalar que se trata de una práctica de connotaciones antidemocráticas, porque supone la posibilidad de que un grupo cualquiera de personas se arrogue la facultad de convertirse en acusador de un ciudadano, y que lo condene públicamente, sin la mediación de la Justicia. La acción directa convierte potencialmente a una sociedad en una horda primitiva y la hace retroceder a sus niveles pre-organizativos. en este sentido, cada escrache es como un pequeño infarto de la democracia.
en efecto, los escraches están siendo utilizados de forma creciente, tanto desde el estado como desde algunos sectores de la sociedad civil. comienzan en el micrófono de la Presidenta, cuando expone por cadena nacional a ciudadanos con nombre y apellido, cosa que tiene un efecto de señalamiento intimidatorio y vergonzante, y terminan frente al domicilio del secretario de comercio, Guillermo Moreno, o del juez Norberto oyarbide, como forma de condena social. Aunque suponga una ampliación de su significado estricto, cabe señalar que los escraches no se reducen a la actividad de reunir gente frente a un domicilio. también existen los escraches verbales, los motes que descalifican de un plumazo a grupos enteros o los que se ensañan mediáticamente con el nombre de una persona.
Habría que intentar comprender por qué ha comenzado a instalarse nuevamente esta cuestión, a la vez que pensar la significación profunda que subyace a la idea de escrache, para ver si puede ser legitimada por una sociedad que aspira a cierto grado de civilización. Ya desde la actividad de la agrupación H.I.J.o.s., el escrache brota en los contextos de obturación de la justicia, en los cuales la sociedad percibe que los mecanismos de mediación previstos para evitar la justicia por mano propia no funcionan. La tierra fértil para que surja el fenómeno es la impunidad, junto a un contexto en el que la cadena de transmisión de la repre- sentación se encuentra debilitada y en el que la mediación de los partidos políticos y de las instituciones no cumplen con su función. Pasado cierto umbral, la percepción de ausencia de justicia lleva a la gente a accionar en forma directa.
A ello se agrega hoy un contexto relativamente reciente, una sociedad pendular que ha comenzado a reaccionar, en parte, contra su propia pasividad. el 13-s puede haber sido un inicio en el movimiento del péndulo, en una sociedad que oscila entre cierta indolencia frente a su destino y la toma de la calle, sin demasiadas escalas intermedias. en cualquier caso, la reactivación del mecanismo parece obedecer a la percepción de que el poder está yendo más allá de sus límites, que en muchos casos maltrata a la ciudadanía y que esto se ve acompañado de una creciente impunidad.
Frente a estas razones, sin embargo, no podemos perder de vista la cuestión de fondo. el peligro profundo que supone el significado del escrache radica en el gesto de marcar al otro, gesto que tiene una tradición trágica. es una forma de desigualar, de despreciar y de incitar a la violencia. sin desconocer la enorme distancia que nos separa del ejemplo, vale recordar lo que puede suceder cuando comienzan a señalarse ciudadanos indeseables en una sociedad. en efecto, la marca fue un precedente de la supresión del otro en el caso de los nazis, quienes tenían cuidadosos distintivos para los judíos, los gitanos, los homosexuales y demás miembros de la comunidad que no estaban a la altura de ellos, y que por lo tanto merecían un señalamiento. es que la marca desvalorizante es una de las técnicas iniciales de supresión del otro, sea que se verifique luego de manera física o simbólica. su sola existencia abre la puerta a ejercer el escarmiento contra el designado.
La marca del otro es una forma del desprecio. Y el desprecio cumple también una secreta función: es el primer paso que se da con la finalidad de que el valor del otro disminuya y que, por lo tanto, no se perciba como demasiado costosa su supresión. el desprecio es la coartada inicial que torna menos doloroso suprimir al otro, nuevamente, en términos físicos, simbólicos o, sencillamente, en su derecho a la palabra. Y puede ser visto, en este sentido, como una modalidad de anestesia para quien lo lleva adelante. Pero si el desprecio es tan utilizado como herramienta es porque tiene, como espejo, el efecto de resaltar una supuesta superioridad propia. Por eso encontramos tanta gente que apalanca las cosas que aprecia en aquellas que desprecia.
valga señalar que la precondición para tener un “enemigo”, el permiso –si existe tal cosa– para operar en esos términos, nunca debiera ser el desprecio. Nadie lo ha señalado mejor que Nietzsche: “¡cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble! Y ese respeto es ya un puente hacia el amor... ¡el hombre noble reclama para sí su enemigo como una distinción suya, no soporta, en efecto, ningún otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar y sí muchísimo que honrar!”. en efecto, el ejercicio serial del desprecio, la gente que ejerce desde una superioridad ilegítima juicios despectivos hacia los demás, delata su propia constitución más que la ajena.
Ahora bien, la práctica de ataques personalizados no sorprende demasiado en la Argentina actual. Puesto en perspectiva, el debate público se está tornando cada vez más una cuestión de tipo personal. en efecto, hoy en día se ve atravesado crecientemente por la denominada falacia ad hóminem, razonamiento que, en vez de esgrimir argumentos para rebatir una determinada posición, ataca o desacredita a la persona que la defiende. Así, el debate se ha convertido hoy en una búsqueda de deslegitimación del mensajero, y no en la refutación sobre el contenido de los mensajes.
Nuestra sociedad está cediendo a esta falacia, que no es otra cosa que una forma de exclusión discursiva del otro, en la que se le invalida la palabra antes siquiera de pronunciarla. No se trata sólo hoy de pro-
La acción directa convierte potencialmente a una sociedad en una
horda primitiva El debate se ha convertido hoy en una búsqueda de deslegitimación del
mensajero
ducir un efecto de verdad en la palabra propia, sino de producir un efecto de desautorización moral en la ajena, a la vez que desnaturalizar la interrogación mediante el desvío temático o la invalidación de quien hace la pregunta. esto es una pena, porque nuestros problemas requieren un debate más fino y más profundo justo en un momento en que el debate se encuentra infantilizado.
Lo que uno siente frente a la marca y descalificación ajena, tal vez, es que hay algo que desde hace años está buscando ser exorcizado en nuestra sociedad, una parte maldita que flota y que cada parte busca asignar al rostro de su adversario. A esa parte maldita atribuimos el fracaso de la Argentina. Pero este procedimiento rotativo y condenatorio es tan básico como peligroso. Ya pasaron casi treinta años de democracia, y los próximos necesitan construir una sociedad mucho más cómoda con su pluralidad, en la que no exista la pretensión de ejercer una limpieza étnica del pensamiento, y en la que no se viva la diversidad como una amenaza. Más que ir por todo, tal vez sea necesaria una revolución contra la idea misma del todo, una profundización del respeto por cada una de las partes.