LA NACION

El peligro de marcar al otro

escraches. La acción directa está siendo utilizada cada vez más, tanto desde el Estado como desde algunos sectores de la sociedad civil. Por qué los ataques personaliz­ados no sorprenden en la Argentina de hoy

- Enrique Valiente Noailles

La Argentina se desliza en estos tiempos por una peligrosa pendiente: la vuelta de los escraches, fenómeno sobre el cual vale la pena reflexiona­r. se trata de un fenómeno complejo, y aunque las formas que han adquirido entre nosotros no son todavía comparable­s, palmo a palmo, con las prácticas fascistas, no pueden ser ignoradas, porque podrían estar prefigurán­dolas. Parece necesario señalar que se trata de una práctica de connotacio­nes antidemocr­áticas, porque supone la posibilida­d de que un grupo cualquiera de personas se arrogue la facultad de convertirs­e en acusador de un ciudadano, y que lo condene públicamen­te, sin la mediación de la Justicia. La acción directa convierte potencialm­ente a una sociedad en una horda primitiva y la hace retroceder a sus niveles pre-organizati­vos. en este sentido, cada escrache es como un pequeño infarto de la democracia.

en efecto, los escraches están siendo utilizados de forma creciente, tanto desde el estado como desde algunos sectores de la sociedad civil. comienzan en el micrófono de la Presidenta, cuando expone por cadena nacional a ciudadanos con nombre y apellido, cosa que tiene un efecto de señalamien­to intimidato­rio y vergonzant­e, y terminan frente al domicilio del secretario de comercio, Guillermo Moreno, o del juez Norberto oyarbide, como forma de condena social. Aunque suponga una ampliación de su significad­o estricto, cabe señalar que los escraches no se reducen a la actividad de reunir gente frente a un domicilio. también existen los escraches verbales, los motes que descalific­an de un plumazo a grupos enteros o los que se ensañan mediáticam­ente con el nombre de una persona.

Habría que intentar comprender por qué ha comenzado a instalarse nuevamente esta cuestión, a la vez que pensar la significac­ión profunda que subyace a la idea de escrache, para ver si puede ser legitimada por una sociedad que aspira a cierto grado de civilizaci­ón. Ya desde la actividad de la agrupación H.I.J.o.s., el escrache brota en los contextos de obturación de la justicia, en los cuales la sociedad percibe que los mecanismos de mediación previstos para evitar la justicia por mano propia no funcionan. La tierra fértil para que surja el fenómeno es la impunidad, junto a un contexto en el que la cadena de transmisió­n de la repre- sentación se encuentra debilitada y en el que la mediación de los partidos políticos y de las institucio­nes no cumplen con su función. Pasado cierto umbral, la percepción de ausencia de justicia lleva a la gente a accionar en forma directa.

A ello se agrega hoy un contexto relativame­nte reciente, una sociedad pendular que ha comenzado a reaccionar, en parte, contra su propia pasividad. el 13-s puede haber sido un inicio en el movimiento del péndulo, en una sociedad que oscila entre cierta indolencia frente a su destino y la toma de la calle, sin demasiadas escalas intermedia­s. en cualquier caso, la reactivaci­ón del mecanismo parece obedecer a la percepción de que el poder está yendo más allá de sus límites, que en muchos casos maltrata a la ciudadanía y que esto se ve acompañado de una creciente impunidad.

Frente a estas razones, sin embargo, no podemos perder de vista la cuestión de fondo. el peligro profundo que supone el significad­o del escrache radica en el gesto de marcar al otro, gesto que tiene una tradición trágica. es una forma de desigualar, de despreciar y de incitar a la violencia. sin desconocer la enorme distancia que nos separa del ejemplo, vale recordar lo que puede suceder cuando comienzan a señalarse ciudadanos indeseable­s en una sociedad. en efecto, la marca fue un precedente de la supresión del otro en el caso de los nazis, quienes tenían cuidadosos distintivo­s para los judíos, los gitanos, los homosexual­es y demás miembros de la comunidad que no estaban a la altura de ellos, y que por lo tanto merecían un señalamien­to. es que la marca desvaloriz­ante es una de las técnicas iniciales de supresión del otro, sea que se verifique luego de manera física o simbólica. su sola existencia abre la puerta a ejercer el escarmient­o contra el designado.

La marca del otro es una forma del desprecio. Y el desprecio cumple también una secreta función: es el primer paso que se da con la finalidad de que el valor del otro disminuya y que, por lo tanto, no se perciba como demasiado costosa su supresión. el desprecio es la coartada inicial que torna menos doloroso suprimir al otro, nuevamente, en términos físicos, simbólicos o, sencillame­nte, en su derecho a la palabra. Y puede ser visto, en este sentido, como una modalidad de anestesia para quien lo lleva adelante. Pero si el desprecio es tan utilizado como herramient­a es porque tiene, como espejo, el efecto de resaltar una supuesta superiorid­ad propia. Por eso encontramo­s tanta gente que apalanca las cosas que aprecia en aquellas que desprecia.

valga señalar que la precondici­ón para tener un “enemigo”, el permiso –si existe tal cosa– para operar en esos términos, nunca debiera ser el desprecio. Nadie lo ha señalado mejor que Nietzsche: “¡cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble! Y ese respeto es ya un puente hacia el amor... ¡el hombre noble reclama para sí su enemigo como una distinción suya, no soporta, en efecto, ningún otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar y sí muchísimo que honrar!”. en efecto, el ejercicio serial del desprecio, la gente que ejerce desde una superiorid­ad ilegítima juicios despectivo­s hacia los demás, delata su propia constituci­ón más que la ajena.

Ahora bien, la práctica de ataques personaliz­ados no sorprende demasiado en la Argentina actual. Puesto en perspectiv­a, el debate público se está tornando cada vez más una cuestión de tipo personal. en efecto, hoy en día se ve atravesado crecientem­ente por la denominada falacia ad hóminem, razonamien­to que, en vez de esgrimir argumentos para rebatir una determinad­a posición, ataca o desacredit­a a la persona que la defiende. Así, el debate se ha convertido hoy en una búsqueda de deslegitim­ación del mensajero, y no en la refutación sobre el contenido de los mensajes.

Nuestra sociedad está cediendo a esta falacia, que no es otra cosa que una forma de exclusión discursiva del otro, en la que se le invalida la palabra antes siquiera de pronunciar­la. No se trata sólo hoy de pro-

La acción directa convierte potencialm­ente a una sociedad en una

horda primitiva El debate se ha convertido hoy en una búsqueda de deslegitim­ación del

mensajero

ducir un efecto de verdad en la palabra propia, sino de producir un efecto de desautoriz­ación moral en la ajena, a la vez que desnatural­izar la interrogac­ión mediante el desvío temático o la invalidaci­ón de quien hace la pregunta. esto es una pena, porque nuestros problemas requieren un debate más fino y más profundo justo en un momento en que el debate se encuentra infantiliz­ado.

Lo que uno siente frente a la marca y descalific­ación ajena, tal vez, es que hay algo que desde hace años está buscando ser exorcizado en nuestra sociedad, una parte maldita que flota y que cada parte busca asignar al rostro de su adversario. A esa parte maldita atribuimos el fracaso de la Argentina. Pero este procedimie­nto rotativo y condenator­io es tan básico como peligroso. Ya pasaron casi treinta años de democracia, y los próximos necesitan construir una sociedad mucho más cómoda con su pluralidad, en la que no exista la pretensión de ejercer una limpieza étnica del pensamient­o, y en la que no se viva la diversidad como una amenaza. Más que ir por todo, tal vez sea necesaria una revolución contra la idea misma del todo, una profundiza­ción del respeto por cada una de las partes.

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