A 50 años de una obra maestra
h ace menos de una semana, el director de orquesta italiano Daniele Gatti, al frente de la Filarmónica de Viena, ofreció sendos conciertos en Madrid y en Barcelona, a raíz de lo cual declaraba en una entrevista de prensa que “ésta no es la era de la creación sino de la interpretación”. Ignoro si tan arriesgada afirmación abarca un lapso reducido: ¿estos años del siglo XXI, o el último medio siglo, por ejemplo? De cualquier manera, su concepto me dejó perpleja.
Porque si se refiere a “esta era” de los últimos diez años, a partir del cambio de siglo, es imposible conocer con certeza lo que está ocurriendo en el mundo en materia de creación musical como para asegurar que es inexistente. Pero si consideramos a “esta era” como el último medio siglo, el de la segunda postguerra, estaríamos negando la realidad de autores y obras de primerísima jerarquía. Justamente en estos días recordaba yo que en 2012 se cumple el cincuentenario de una de las creaciones más emocionantes de la segunda mitad de la última centuria, el Réquiem de guerra de Benjamin Britten. Conmovedor, porque gran parte de la producción de este autor responde a un compromiso con la época que le ha tocado vivir. “Soy antes que nada –afirmó– un artista y como artista quiero servir a la comunidad y no escribir en el vacío.” Y así fue. Nacido en 1913, en la década de 1930, la Guerra Civil Española lo hizo vibrar junto con un núcleo de jóvenes poetas vanguardistas influidos por el mismo fermento político de la época. En efecto, W. H. Auden, Christopher Isherwood, Stephen Spender, Cecil Day-Lewis, Randall Swingler, es decir, el grupo oxfordiano de intelectuales radicales de izquierda de los años 30, habrían desempeñado un importante papel en su desarrollo intelectual. Esa vinculación dio uno de sus primeros frutos con la Balada de héroes, para la cual recurre a textos de Auden y Swingler.
En el verano de 1939, año de la Segunda Guerra Mundial, Britten abandona Inglaterra rumbo a Estados Unidos siguiendo los pasos de Auden. Sin embargo, su alejamiento no duró mucho. Castigado su país, hacia 1940, por las incursiones de la aviación nazi, Britten, convencido pacifista, sintió que su verdadero lugar estaba en su patria. Y así, para paliar a su modo la tragedia de la guerra, ya que fue exceptuado del servicio activo bélico por su ideología, se presentó como pianista por toda Inglaterra y siguió componiendo, con su nacionalidad cada vez más afirmada. De ahí que, herido por esa generación entera destrozada, escribió uno de sus alegatos más profundos a través del War
Requiem ( Réquiem de guerra), estrenado en 1962. Para ello intercala en el texto litúrgico latino de la misa de difuntos, algunos poemas del autor británico Wilfred Owen, que había muerto en el frente francés a los 25 años, en noviembre de 1918, pocos días antes del armisticio. Así logra el músico una de las creaciones más vibrantes surgidas de la rebeldía humana frente a la guerra, a la desolación de un mundo maltratado y vencido.